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Si no existiesen paraísos fiscales, ¿Cómo sería nuestro mundo?

Nadando literalmente entre noticias sobre corrupción y evasión fiscal a golpe diario de Telediario, muchos españoles están más que hartos de saber de la existencia de unos paraísos fiscales que se dedican a acoger con los brazos abiertos el dinero que traen de otros países, sin ni siquiera preguntar sobre si es de procedencia lícita. Pero, ¿Se han preguntado ustedes cómo sería el mundo si estos paraísos fiscales no existiesen? En este artículo damos respuesta a esta intrigante pregunta.

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¿Cómo sería un mundo sin paraísos fiscales?

Desde hace unas semanas, como consecuencia del escándalo destapado sobre los «Papeles de Panamá», el tema de los paraísos fiscales ha vuelto a estar presente en las portadas de casi todos los medios, y ha copado el panorama informativo a lo largo y ancho del planeta. Pero la verdad es que este tipo de refugio para evadir impuestos nunca dejó verdaderamente de ser un tema de plena actualidad en los países desarrollados.

De este modo, las cuestiones que debemos plantearnos, más que limitarse a un caso concreto como Panamá, deberían tener algo más de profundidad: ¿Por qué hay paraísos fiscales? ¿Cómo sería el mundo si no existiesen? Y lo que puede resultar aún más interesante: ¿Es posible acabar con ellos? Éstas son sólo algunas de las preguntas que nos planteamos hoy, y a las que vamos a tratar de dar respuesta en este artículo.

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La Teoría del Caos y el impacto en España derivado de pagar menos por la gasolina

¿Estamos ante un shock petrolífero? ¿Beneficia este hundimiento del barril de petróleo a una economía netamente importadora de crudo como la española? ¿Pagar menos por llenar el deposito tiene otro tipo de consecuencias? ¿Se está librando una guerra comercial en los mercados internacionales de esta materia prima? ¿Ha provocado la naciente industria del fracking petrolífero una reacción en los productores tradicionales?

Éstas son algunas de las preguntas sobre las que reflexionaremos en el post que les traigo hoy. Un jueves más, sean bienvenidos a éste, nuestro blog (suyo y mio).

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El poder del dinero en la economía de mercado o La plutocracia en un sistema en el que el consumidor designa

¿Qué vale más en nuestros sistemas socioeconómicos? ¿Los votos que realizamos como votantes o los euros que gastamos como consumidores? La pregunta no es baladí, puesto que de ella depende nuestro futuro, el de nuestros hijos, y el de nuestro sistema.

Resulta obvio pensar que lo que regula la realidad socioeconómica de un país es su sistema político. Pero también resulta obvio que lo que estructura su sociedad es la economía. Ambas convergen en uno de los temas centrales que me encanta tratar con ustedes en este blog: la socioeconomía. Es cierto que según el país del que hablemos, hay casos en los que la política y la economía se fusionan en una sola; sin ir más lejos, por ejemplo, en sistemas totalitarios. Pero hoy en día, la frontera entre política y economía es tan tenue en la mayoría de los casos, que podríamos aventurarnos a decir que incluso muchas veces la economía gobierna la política de nuestros países.

No tengo a priori nada en contra de que la economía regule nuestros designios. De hecho, pienso que la economía es la base de todo, puesto que sin ella no hay ni educación, ni sanidad, ni políticas sociales, etc. En todo caso, lo único que me gustaría plantearme con ustedes en este post de hoy es la sostenibilidad a largo plazo de una sociedad dirigida por el dinero, además de reflexionar sobre si se trata de una opción justa para sus ciudadanos. A pesar de que es a lo que les tengo acostumbrados, en este análisis de sostenibilidad y justicia no voy a ir por partes. En este caso no. Considero que, en el tema de hoy, ambas cosas son dos caras de una misma moneda, tal y como quedará demostrado más adelante.

Desde el punto de vista económico, nuestro sistema es una plutocracia. Así como todos los votos valen lo mismo en la urna (matizable conceptualmente según el nivel de información y lo razonable de cada votante en cuestión), todas las decisiones de compra no valen lo mismo. Se puede afirmar que en nuestra economía se impone lo que más beneficios da, que suele coincidir con lo que más se vende. Pero hoy en día esta propagación no afecta sólo a productos a la venta, sino también a imagen de empresa, modelo de gobierno corporativo, filosofía empresarial, condiciones laborales, y un largo etcétera. Si compran ustedes productos a compañías con malas condiciones laborales y que exploten el trabajo infantil, están ustedes contribuyendo a que su modelo empresarial se imponga. Tenemos por lo tanto que lo que ustedes compren con su dinero, es lo que ustedes están “votando” para que se extienda como un reguero de pólvora en nuestro sistema. El problema viene en la palabra “votando”, que acabo de utilizar entrecomillada adrede. Este “votando” no es como el voto en la urna. El que más compra, y por lo tanto el que más decide qué se impone en la sociedad, es el que más capacidad de compra tiene, es decir, el que posee más dinero o activos.

Sinteticemos un poco: tenemos que vivimos en un sistema en el que los intereses económicos gobiernan mayormente la política, en el que a su vez la economía viene articulada en base a los beneficios que consiguen las empresas, y estos a su vez emanan de las decisiones de compra de los consumidores, y el que más tiene más decide (porque aunque no compre un producto, si ahorra el dinero, al final lo invertirá aunque sea en una cuenta bancaria, y eso ya es poder de decisión). Llegamos al quid de la cuestión. ¿Es justo que el que más dinero tiene tenga más poder en el sistema? Yo no seré el que les conteste. Se van a contestar ustedes mismos. ¿Cuál es la definición de democracia según la Real Academia Española?: “Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”… la pregunta obvia ahora es ¿Qué es el pueblo?… de nuevo la RAE dice “Conjunto de personas de un lugar, región o país”. Tenemos por lo tanto que, en una democracia, la política ha de venir determinada predominantemente por el conjunto de los habitantes del país. En un país con clase media predominante, esto se cumplirá a grandes rasgos. ¿Pero qué ocurre en un país donde no hay clase media predominante? Señores, que si entonces la capacidad económica rige los designios como hemos concluido antes, no hay democracia.

Pero estamos hablando de justicia, teniendo claro que hoy en día se acepta que la democracia es el sistema más justo (o el menos injusto) para el conjunto de los ciudadanos. ¿No hablábamos antes también de sostenibilidad? Recuerden que antes les decía que eran dos caras de la misma moneda. ¿Creen que es casualidad que los países con mayores diferencias sociales sean los países en los que hay más inestabilidad social? ¿Acaso no creen que la injusticia lleva a la movilización de las clases más desfavorecidas?… He ahí la insostenibilidad de un sistema injusto. Cuando una parte importante de la población no tiene nada que perder, y no ve futuro ni para sí ni para sus hijos, es proclive a pensar que no puede estar peor y que cualquier otra solución es mejor que la presente, por muy radical que sea. Y la pena es que las soluciones radicales se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban. Eso sí, lo comparta o no, no seré yo el que les culpe por pensar así cuando ya no saben ni cómo explicarles a sus hijos por qué no tienen nada en el plato, ni para qué hay que esforzarse en el colegio.

Tras el párrafo anterior, si en un país se deteriora la situación económica y se polariza la sociedad entre muchos pobres y unos pocos ricos, ¿Se puede decir que hay democracia real? ¿Es un sistema socioeconómico justo? Y… ¿Es sostenible? Espero que por fin, tras haber llegado al final de este post, tengan ustedes mismos ya las respuestas a estas tres preguntas clave sobre nuestro futuro. Yo las tengo, pero las mías valen tanto como las suyas, eso sí, siempre que se informen adecuadamente y reflexionen antes de formarse una opinión. En ese caso estaremos en igualdad de condiciones.

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Por qué también en bolsa la historia siempre se repite o El peso de la genética en la forma de invertir y hacer negocios

¿Acaso no se han preguntado muchas veces por qué estamos todos condenados a ver en bolsa cómo las mismas situaciones y reacciones se repiten una y otra vez, pareciendo que los inversores no aprenden de sus errores? ¿Por qué la cultura financiera que algunos tanto reclamamos en España para nuestros hijos no parece frenar en otros países esta calamidad que condena a tantas familias a ver volatilizarse sus ahorros de décadas en tan sólo unas semanas?

Son sin duda dos cuestiones muy interesantes a las cuales vamos a dar respuesta en este post. Y por mucho que a algunos les parezca que la bolsa no va con ellos y que no les afecta pues no invierten en ella, simplemente les hago notar que, primeramente, lo que pasa en bolsa acaba por afectarnos a todos cuando se transmite por los múltiples vasos comunicantes existentes entre la economía financiera y la economía real. En segundo lugar, lo bolsa no es mucho más allá que psicología de masas puesta en contexto, y lo que aprendamos del mundo de la bolsa sin duda es aplicable a otros ámbitos y aspectos de las sociedades humanas.

Empecemos con el tema introduciéndoles a un interesante experimento realizado con monos que arroja unos resultados muy significativos, que nos permiten afirmar que no todo es experiencia en el mercado, y que en general los impulsos y la genética nos guían de forma más poderosa que la experiencia de situaciones pasadas. El experimento en cuestión se resume en el artículo “El hombre también se parece al mono a la hora de hacer negocios…”. Aparte de hacer experimentos sobre la conducta de los monos a la hora de “invertir” fichas que les cambiaban por alimentos en situaciones en las cuales el número de piezas de recompensa fluctuaba (y el parecido con la forma de invertir de los humanos en bolsa fue sorprendente), los investigadores también optaron por tratar de hallar similitudes en cómo los monos se enfrentaban a la incertidumbre y cómo interiorizaban la aversión a las pérdidas y al riesgo. Simplemente les expondré la conclusión a la que experimento llega: los monos prefieren mayoritariamente gastar una de sus fichas en lo que se les mostraba parcialmente como una ficha que al descubrirla del todo el 50% de las veces resultaban ser dos, que gastar esa misma ficha en dos recompensas visibles que al ser descubiertas del todo el 50% de las veces resultaban ser sólo una única ficha.

Las conclusiones de este comportamiento son bastante claras, pero merece la pena analizarlas con algo más de detalle. Los hombres, y vemos que también los primates, tienen una aversión a perder. Los monos y nosotros preferimos ver algo y que resulte que recibimos el doble de recompensa de lo inicialmente mostrado, que ver algo y que la recompensa resulte ser la mitad. Esto ocurre aunque en promedio la ganancia sea la misma.

Pero el quid de la cuestión es que este tipo de comportamientos los llevamos en los genes. No sólo por la ambición y el pánico inherentes al riesgo de invertir, que ya les decía que se pudieron observar en la conducta de los monos, sino también porque el recuerdo de un palo en bolsa perdura mucho más que el de unas jugosas ganancias.

Vemos pues la razón por la que los ciclos económicos y bursátiles se repiten una y otra vez, incluso dentro de una misma generación, y pareciendo que los inversores y consumidores en general no aprendemos del pasado. No es que no aprendamos del pasado, es que nuestra genética graba en nuestra memoria con más intensidad las situaciones de pérdidas, con lo que luego las tenemos más presentes y nos influyen más en nuestras decisiones futuras. De ahí el pánico inversor que a veces se desata en los mercados, siempre mucho más virulento que el pánico alcista que resulta de la también humana ambición. Pero no es sólo eso, cuando los recuerdos tienden a difuminarse en nuestra memoria con el paso de los años, lo que afecta sin duda a nuestro comportamiento son los genes y su influencia en nuestra capacidad de decisión.  Es ahora cuando ha quedado demostrado que nuestros genes nos inclinan a conductas que tratan de evitar el riesgo de una pérdida, especialmente cuando los recuerdos ya no están tan frescos.

Si aún llegados a este punto, siguen teniendo ustedes sus reservas respecto a este tema, no tienen mas que esperar a que madure el próximo ciclo económico. Seguro que, cuando estemos en la cresta de la ola, se encuentran con mucha gente que les jura y perjura que esta vez es distinto, que ha nacido un nuevo paradigma económico, y que ya nunca más habrá más crisis. A buen seguro que muchos de ellos son de los que luego venden sus acciones en el peor momento presas de un pánico que ya no pueden contener más. Al tiempo.

No obstante, seres humanos hay muchos y muy diversos, y siempre va a haber individuos que aprendan a sobreponerse a sus impulsos de pánico y avaricia, que sean capaces de tener su experiencia presente para domar su conducta genética, y como consecuencia son capaces de navegar con más o menos éxito en las olas de los mercados.

Les dejaré esta noche con una cuestión. El egocentrismo humano hace que seguramente ahora todos pensemos que los monos se parecen a nosotros, y que su forma de invertir y hacer negocios es similar a la nuestra. Pero la cuestión es que es exactamente al revés: somos nosotros los que nos parecemos a los monos. Y lo más intrigante de este parecido es en cuántas cosas más, en principio consideradas como conductas humanas de rango superior, somos casi idénticos a ellos. ¿Estamos genéticamente programados y en conjunto la humanidad no puede escapar de ciertos comportamientos recurrentes? Parece obvio que la respuesta es que sí. Habría que rescatar algunas teorías del determinismo de nuestros destinos, puesto que parece que estamos más predestinados de lo que nuestro supuesto libre albedrío debería permitirnos de por sí.

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El respeto al valiente en la empresa o El desprecio por la fidelidad perruna

El otro día tuve una conference call en la que participaba uno de los directivos de alto nivel de la multinacional en la que trabajo. La situación era tensa. En un proyecto estratégico había habido un problema por parte un proveedor, cuya solución ahora requería realizar una serie de tareas adicionales, con el consiguiente impacto en la planificación de un proyecto con gran visibilidad en el consejo de administración de la compañía.

En la conference, tras discutir con el proveedor los nuevos requerimientos, conversación difícil porque trataban por todos los medios de intentar colocar la pelota en nuestro campo y pasarnos el problema de tener que realizar las nuevas tareas, llegamos a un acuerdo de mínimos para realizar al menos las tareas necesarias a más corto plazo. Una vez acepté los requerimientos más acuciantes del proveedor, la conference pasó a una segunda fase, menos peligrosa porque ya nadie intentaba volcar las culpas sobre mí, pero en la que la presión era mucho mayor. Tomó la palabra la directiva usuaria de alto nivel. Me pidió la fecha en la que las nuevas tareas estarían finalizadas. Mi plazo, que se ajusta al máximo a lo estrictamente necesario, fue de dos semanas. Aquello yo ya era consciente de que abría una vía de agua en el proyecto, pero es el tiempo mínimo que les cuesta a nuestro equipo llevar a cabo unas tareas como éstas. Se hizo un silencio sepulcral en la sala en la que yo estaba y en la línea por la que manteníamos la conference.

La directiva, desde su estratosférico cargo, decidió poner presión sobre mí. Me dijo que era un proyecto estratégico para la compañía, y que era muy importante que saliese en fechas. Mi segunda respuesta fue idéntica a la primera: necesitábamos dos semanas para realizar las tareas. Se hizo en la sala y en la línea telefónica un silencio más sepulcral aún que el primero; era un silencio realmente incómodo, y los que tratan con anglosajones saben lo violentos y peligrosos que pueden llegar a ser sus silencios. Por tercera vez la directiva de altos vuelos aumentó la presión de la caldera, esta vez hasta rozar el máximo, y me dijo vocalizando de forma anormalmente lenta y con voz tajante que era un proyecto crítico para la compañía y que no se podían permitir un retraso en el plan de proyecto. Para poner aún más presión sobre mí, añadió que estaba segura de que yo podía mejorar mis fechas, “¿Podéis hacerlo en una semana?”.

¡Qué iba a hacer yo!. No podía comprometerme con una fecha poco realista, primero porque iba a suponer para nuestro equipo una carga de trabajo inasumible, y segundo porque era un plazo que no podía garantizar. Durante el tenso silencio que siguió a continuación, llegué a la conclusión de que tenía que mantener el tipo ante la presión, ya que si aceptaba ese plazo, cuando probablemente no llegásemos a tiempo, el problema sería nuestro. Si por el contrario mantenía el plazo mínimo necesario, el problema era del que lo había creado: del proveedor que nos había pasado los requisitos incompletos. Así que, tras la larga pausa con ruido eléctrico de fondo en el altavoz de conferencias, volví a decir exactamente lo mismo que las otras dos veces anteriores: el plazo necesario para realizar las nuevas tareas es de dos semanas.

Se oyó a gente carraspear, algunos tosían incómodos, otros simplemente callaban. La directiva, no sé si sintiéndose agraviada, entonces pasó a otro estadio. Estrechándome el cerco,  se dirigió a mí con voz grave y me dijo que quería tener una conference call diaria conmigo todas las tardes para que le informase puntualmente del progreso de los trabajos. Aquello sonaba a algún tipo de amenazante actitud por la que me comunicaban que desde arriba me iban a estar mirando mi trabajo al milímetro. Ya sabemos lo que eso significa: al más mínimo contratiempo se entera hasta el presidente, y la culpa para el que suscribe, con el consiguiente riesgo de pérdida de mi puesto de trabajo. Como uno ya tiene una edad, mi respuesta fue de lo más diplomática, sin aceptar para nada la clara amenaza que se cernía sobre mí: “Me parece una idea fantástica. Así tendré la ocasión de informarle puntualmente y de primera mano sobre la evolución de nuestros hitos del proyecto”.

A partir de ese momento, el tono de la directiva dio un giro radical. Dejó de sonar tan pausadamente grave y amenazante, y pasó a ser más cercana y amigable. Con ella en línea, acabamos de definir con el proveedor los requisitos de las otras tareas que se necesitaban para más adelante. La directiva se dio cuenta de que el trabajo era crítico y complejo, sobre todo por las implicaciones que podría tener a posteriori si todo no estaba bien atado. Creo que también fue consciente de que nuestro nivel técnico y de gestión era de valorar. Y además, me consta que mi persistencia en mantener los plazos mínimos a los que me podía comprometer, pese a suponerle un problema grave en su proyecto, le hicieron verme más como un enabler que como un inútil obstáculo a superar en su camino.

Acabó la conference agradeciéndome amablemente a mí personalmente mi colaboración. No tuve más conferences con ella como las que había propuesto antes para hacerme un seguimiento intensivo. El proyecto evolucionó sin contratiempos y completamos nuestros hitos un poco antes de lo comprometido. La alta directiva me agradeció personalmente mi profesionalidad y dedicación, así como la del equipo con el que trabajé. Nos envió una felicitación expresa por escrito que acabó en el comité de calidad de la compañía. Unos halagos que no son muchas veces habituales en estos lares, por lo que su valor es más gratificante si cabe.

Las conclusiones que podemos extraer de todo esto son importantes, especialmente en el mundo de la empresa y en la relación con directivos con mucho poder. Este perfil de directivo está acostumbrado generalmente a la gente que asiente a todo, que nunca se atreve a decir que no a algo, aunque ese algo sea imposible. Pero no se equivoquen, precisamente porque esto suele ser la norma habitual nunca, repito, nunca valoran la fidelidad perruna. Es más, les infunde cierto sentimiento de desprecio. Cuando llega una persona y no cede ante ellos, siempre por supuesto respaldado por unos buenos motivos, inicialmente les despierta ciertas ganas de hacer redoblar su fuerza sobre el alma díscola que sobresale entre la masa servil. Pero, insisto, si los motivos son realistas y justificados, acaban sintiendo cierta admiración por ese mindundi que ha osado desafiar su autoridad y presión. Si ese mindundi demuestra además valía profesional, el directivo top-level se acaba poniendo en sus manos en aquellos aspectos que se le escapan por su visión de alto nivel.

Me despediré advirtiéndoles no obstante del riesgo de entrar en estas dinámicas, puesto que si uno trata con directivos con poder, y se comete algún error (que alguno todos cometemos a veces), las consecuencias pueden ser importantes para la carrera profesional propia. Tampoco caigan en confundir lo que les expongo con la resistencia automática y el impedimento gratuito. Los directivos suelen despreciar la fidelidad perruna, pero odian a los “Doctores NO”. Traten de ser enablers, diferenciándose claramente de los stoppers. Para ello, anticipen riesgos y peligros reales para así poder tenerlos en cuenta antes de que se materialicen en un problema; los directivos saben apreciar esto. Y sobre todo, recuerden que la patada para adelante no resuelve nada. Postergar un problema no va a solucionarlo. España es un país de lidias; sean valientes y cojan el toro por los cuernos. Recuerden que los directivos valientes suelen detestar la cobardía y, aunque a veces parezca que no se aprecia a corto plazo, en el largo plazo siempre se valorará que es mejor resolver el hoy que complicar el mañana. Porque no duden que el mañana siempre acaba llegando, y sólo los valientes se atreven a lanzarse a por él antes de tiempo.

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La dictadura de la mayoría o El democrático exterminio de las notas discordantes

Estaba el otro día haciendo deporte y escuchando música en mi Smartphone con una aplicación de streaming. Sonaba el vibrante “Hawkmoon 269” de U2, y recordé la épica cara B de aquel emblemático álbum “Rattle and Hum”. Pensé cuánto había cambiado desde los ochenta el panorama musical y cultural (en mi modesta opinión para peor), y acabé llegando a la conclusión de que la música y la cultura sólo son la punta de un iceberg, en el que a menudo no reparamos, pero que esta teniendo una creciente influencia en nuestras vidas y sociedades.

Mucha gente de mi generación y anteriores está totalmente de acuerdo en que la década de los ochenta, y las inmediatamente anteriores, fueron décadas muy productivas y constructivamente creativas en casi todos los planos. Y en este post me gustaría reflexionar con ustedes por qué hemos ido a peor en este aspecto, y qué podemos hacer nosotros como individuos para remediar este grave problema.

Ya que hemos empezado con el mundo de la música, sigamos con él, porque las conclusiones a las que lleguemos verán como nos valen para un amplio espectro de aspectos socioeconómicos. Hace tan sólo unos lustros, todos nos comprábamos un LP, y solíamos escucharlo concienzudamente. Había un canal de comunicación directo del artista al consumidor, por el cual uno escuchaba su obra como conjunto, y esas “Caras B” que a menudo de primeras resultaban un poco ásperas de escuchar, tras perseverar en escucharlas, muchas veces se volvían en una joya cultural para nuestros oídos. A eso lo llamo yo que el artista nos ha transmitido algo más importante que su propia música: desde su especializada y profesional posición, ha contribuido a educar nuestro sentido y gusto musical, haciéndolo evolucionar, y a nosotros personalmente con él. Hoy en día esto no ocurre. Casi todo el mundo añade a su playlist el hit de cada disco nuevo, y como mucho escucha el disco completo de pasada y se guarda tan sólo las dos o tres canciones más pegadizas. La música ya no es un canal de comunicación, sino un mero producto de consumo. La gente no admira una obra, sino que rellena el ambiente o su vida con una melodía de fondo que simplemente le regala a sus oídos algo fácil de escuchar. En el mejor de los casos, se escucha música con la utilitaria intención de alegrarnos algún instante o cambiarnos el estado de ánimo.

Vemos pues como el panorama musical está aquejado de los mismos problemas que nuestra sociedad en general. En este mundo todo es reflejo de todo. Con este ejemplo en clave de sol vemos una vez más cómo el cortoplacismo, cómo la recompensa instantánea, cómo el utilitarismo, prevalece totalmente hoy en día sobre el educar a largo plazo, sobre el esfuerzo por ir domando poco a poco los sentidos y las conciencias, sobre la evolución sin una utilidad u objetivo más allá del mero progreso.

Al igual que en el post de ”La Muerte de Darwin o ¿Tiende el hombre a su auto extinción?” les hablé del peligro de que el ser humano cercenase la biodiversidad del planeta, les hablo ahora del gran peligro que supone que nuestra sociedad haya entrado en una espiral de suicida homogeneización cultural, ideológica y social, que diezma letalmente la diversidad en nuestros sistemas socioeconómicos. La diversidad es totalmente necesaria, fomenta la creatividad y, lo que es más importante, recuerden que el futuro es totalmente impredecible, y al igual que un gen extraño y aparentemente sin utilidad puede suponer en unos años la supervivencia de una especie, una idea aparentemente improductiva puede suponer en unos años la supervivencia de nuestra sociedad.

Esta letal homogeneidad se ve en múltiples aspectos de nuestras vidas. Desde el mundo de la cultura que nos ha servido de entradilla, al mundo de la moda, pasando por la política, los mercados, las ideas… como me decía una amiga compositora y cantante hace unas semanas cuando le expuse algunas de estas ideas: el marketing está matando la música, y yo añado que el marketing no sólo está matando la música, lo está matando todo. Todo está siendo homogeneizado por la dictadura de la mayoría, que en la práctica se está traduciendo en un democrático exterminio de las notas discordantes que debería haber en todos los aspectos de nuestras sociedades. Todo producto, toda prenda de vestir, toda canción, toda obra, toda idea… antes de ser lanzada al mercado, a las vallas publicitarias y a los telediarios, pasa por el implacable escrutinio del marketing, cuyo único objetivo es llegar a la mayoría de los individuos. Normalmente se obvia y se pasa por alto toda idea que se salga de la generalidad. Esto acaba siendo como la pescadilla que se muerde la cola, y supone en la práctica una implacable apisonadora que aplana nuestras mentes haciéndolas peligrosamente similares, con el único fin de paquetizarnos a nosotros también como consumidores, de tal manera que, cuanto más grande y homogéneo sea el paquete, más rentable resulta dirigirse a él para venderle.

Podríamos decir que hoy en día, a todos los niveles de nuestra sociedad, vivimos en la era del pensamiento único democrático, en el cual el marketing de la mayoría va imponiendo a casi todos sus homogéneos principios, que tras tanta generalización se acaban volviendo de color gris mortecino. Pero no desesperen, la tecnología y el progreso que aún nos queda ha abierto una puerta a la esperanza. Como les expuse en el post «La Teoría del Caos 2.0 o La potencialidad de un comentario en las Redes Sociales«, las redes sociales y su rápido y alto impacto en nuestras sociedades, permiten que una idea individual a priori limitada a un único individuo, pueda rápidamente propagarse por todas nuestras conciencias y pueda cambiar el parecer de toda la sociedad en tan sólo unas horas. Esto es algo que se empieza a intuir en determinadas instancias, y desde aquí les auguro que el próximo (sino actual) campo de batalla de la democracia se librará en las redes sociales. Hay que dar un pequeño golpe de timón a nuestras sociedades, y corregir el rumbo para volver a dirigirnos hacia la verdadera democracia, que es algo distinto a la dictadura de la mayoría hacia la que nos estamos desviando poco a poco. Hay que matizar que diversidad no debe ser sinónimo de autodestrucción, y que desde la tolerancia hay que saber restringir preventivamente los radicalismos. El mundo de los años 80 consiguió este caldo de cultivo de ideas, no veo por qué no vamos a poder conseguirlo de nuevo ahora.

Me gustaría despedirme hoy recordándoles el incalculable valor de la creatividad, de la imaginación, de la excepción que confirma la regla, de las voces disonantes, de las notas discordantes… en resumen, el valor de las ideas. Esas ideas que hoy en día algunos prefieren que se las den hechas, eso sí, con un envoltorio muy bonito, a un precio módico, y a poder ser sin que les hagan pensar mucho, por favor. No saben lo extremadamente peligroso que esto puede resultar. Mantengan siempre un constructivo espíritu crítico con ellos, pero guarden como oro en paño a aquellos que piensan diferente, nunca se sabe cuándo el futuro nos va a hacer necesitar sus ideas.

(Y ahora les voy a pedir un favor, sigan pensando en este último párrafo mientras se ponen la canción «I will survive» de Gloria Gaynor hasta que se raye el disco, digo, hasta que se borren los bits. Es una estupenda banda sonora ochentera para lo que quería transmitirles hoy: «But now I hold my head up high! […] And I’ll survive! I will survive!»)

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Spanish Beautynomics o Cómo cumplir sus objetivos anuales puede garantizarle el despido

Las sociedades humanas solemos ser muy críticas con otras sociedades, y sin embargo profundamente autoindulgentes con nosotros mismos, una mera extensión de actitudes individuales tristemente habituales. Europa  no es una excepción, y de hecho las sociedades europeas muchas veces tachan a la sociedad norteamericana de poco crítica consigo misma. En el fondo, los seres humanos no somos tan diferentes como a veces nos hacen creer y, sin querer hacer ni una crítica ni una defensa de la sociedad estadounidense, sí que me gustaría hacerles notar las excelentes piezas de autocrítica profunda que a veces este país produce.

Siempre he considerado la película «American Beauty» una de estas obras de incalculable valor, y el tema que hoy les traigo lo calificaría como la «American Beauty» del mundo económico americano. La pieza en cuestión que me dejó fascinado hace unos meses proviene del que posiblemente sea uno de los mejores periódicos del mundo, el norteamericano New York Times: «The Self-Destruction of the 1 Percent«. Les recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo, pero en caso de que no tengan el tiempo o las ganas de hacerlo, les resumiré que habla de cómo en el siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas del mundo, y en la base de su riqueza estaba la “Colleganza” un sistema que garantizaba la colaboración entre los comerciantes ya acaudalados y los emprendedores recién llegados. Era una suerte de sueño americano de hace 700 años. El declive llegó cuando la clase acaudalada se volvió oligarquía, y mediante el Libro de Oro y la “Serrata”, prohibieron la “Colleganza”, cerrando las puertas a cualquier emprendedor que no formase parte de los clanes dominantes. Las clases dirigentes pasaron a mirar tan sólo por su propio interés, y no por el interés general del sistema, una actitud cortoplacista que acabó trayéndoles su propio final, junto con el de la prosperidad económica de la ciudad-estado veneciana. El resto del artículo diserta sobre si el sistema norteamericano está corriendo la misma suerte que el veneciano, y las preguntas que se plantea el autor son profundas. El nepotismo puede ser un importante factor responsable del deterioro del sistema capitalista y, dicho sea de paso, de cualquier otro sistema pasado, presente o futuro. El nepotismo no tiene su origen en el sistema de turno, sino en la propia naturaleza humana de algunos, cuyo egoísmo les hace buscar por todos los medios la prosperidad económica para su entorno más cercano, incluso aun a costa del resto de la sociedad.

Y por no dejar solos a los americanos en su feroz y constructiva autocritica con símbolo de dólar, a continuación les contaré un caso ocurrido en España y que nos hace entrever cuan agotado está el sistema actual de no cambiar bruscamente el rumbo de la nave. Un conocido, que tenía buenas relaciones con una gran empresa española, entró a trabajar en un proveedor de dicha empresa. Mi conocido, en el plazo de un año, multiplicó la facturación con la empresa por cinco. Contento por sus logros, tuvo su reunión de revisión de objetivos anuales, y esperando una reunión triunfal y un bonus generoso, se encontró con todo lo contrario: una carta de despido y ni un euro del bonus. No se lo podía explicar, e inició un proceso judicial con el proveedor. En paralelo consiguió un nuevo trabajo en otro proveedor de la misma gran empresa, y de nuevo en el plazo de un año y poco multiplicó la facturación con ellos por siete. De nuevo le volvió a ocurrir lo mismo y le despidieron sin agradecimiento ni bonus. Inició otro proceso judicial con el segundo proveedor. En el primero de los procesos judiciales la empresa proveedora incluso llevó a cinco ejecutivos que cometieron perjurio, pero gracias a que diversos empleados de la gran empresa declararon también en el juicio y confirmaron el incremento de las cifras de ventas mientras mi conocido era gerente de la cuenta, ganó el juicio. El segundo juicio también lo ganó. Y en el transcurso de ambos procesos judiciales se fue enterando del oscuro motivo oculto tras sus dos misteriosos despidos. En ambos casos él convirtió una cuenta poco importante en una cuenta no sólo relevante, sino también apetecible por las jugosas comisiones que suponían las nuevas cifras de ventas que él había conseguido. Y claro, este hecho enseguida atrajo el interés de los altos directivos de la compañía, que no se preocupaban por asegurar la prosperidad del negocio a largo plazo premiando a un account manager que había demostrado una enorme valía, sino que lo que realmente les interesaba era colocar a uno de sus allegados en la ahora suculenta cuenta para que se llevase él las comisiones, cosa que ocurrió en ambos casos.

Finalizo ya este post que tan sólo pretende ser mi contribución personal a esa constructiva autocrítica que permite mejorar los sistemas socioeconómicos y que, sin grandes pretensiones, me gustaría calificar de «Spanish Beautynomics», parafraseando el título de la famosa película autocrítica americana con la que abría este artículo, y pretendiendo abrir un cortafuegos que nos permita salvar los muebles y servir de refugio a las muchas personas éticas y honradas de este país. El tema no es en absoluto baladí, si lo piensan bien, en ello radica el origen de la mayoría de los problemas que aquejan a España SA, siendo esto un aspecto más del cortoplacismo generalizado que nos aqueja. Les he expuesto dos ejemplos del entorno empresarial, pero el diagnóstico no es cáncer sino metástasis, y todos los agentes socioeconómicos tienen las mismas vías de agua. No cometan el error de particularizar en un ente aséptico y pensar «La culpa es del gobierno», o «de la oposición», o «de las empresas», o «de los sindicatos». Todos los agentes socioeconómicos al final están dirigidos por personas. El problema son los individuos, más concretamente ciertos tipos de individuos, y los individuos no olviden que salen de la sociedad. España necesita un líder carismático que regenere instituciones, sindicatos, empresas… y la sociedad en su conjunto. Eso sí, estarán de acuerdo en que a alguien que va a tener tanto poder de cambio hay que elegirlo con mucho, pero que mucho cuidado. El riesgo es alto, pero ¿No es más alto el riesgo de la alternativa?, y ahora mismo no tengo muy claro ni siquiera si la hay. El peor legado que nos dejan las cabezas de la Uglynomics es que cada vez hay más gente que no cree en nada, y eso es lo más peligroso.

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Por qué los precios estrangulan al consumidor y la demanda o El aspecto social de la economía de escala

La crisis actual ha cambiado en España la faz de la economía y de la sociedad, pero me llama la atención cómo, en la situación actual, aún hay empresas que están llevando a cabo una boyante expansión en un país devastado por la crisis. Hay dos tipos de empresas en esta situación: las que están exportando a toda máquina, y las que han adoptado una política de bajos precios por bandera.

En este post nos vamos a centrar en las segundas: las de los bajos precios. Dejando a un lado el tema de cómo los consiguen y la ética que puede haber en las condiciones laborales de su personal, según analizamos ya en el post «El capitalismo contiene la semilla de su propia autodestrucción«, me gustaría llamarles la atención sobre el hecho de que estas empresas han dado en el clavo con su análisis del mercado nacional. El consumidor hoy en día busca bajos precios, y mayormente más por necesidad que por no valorar la calidad de productos de precio superior. Pero lo de “bajos precios” es un concepto relativo. Estarán de acuerdo que podríamos decir más bien precios justos, porque los niveles alcanzados por algunos sectores en la época de la burbuja eran ciertamente abusivos, sin demasiada correlación con la evolución de la capacidad adquisitiva del ciudadano medio español. Aquí habría que replantearse la utilidad y la composición que se utiliza en el cálculo del IPC español. Pero no nos apartemos del tema, salvo casos de necesidad, la gente no busca muchas veces pagar lo mínimo posible, busca pagar un precio más acorde con lo que puede pagar y con el producto o servicio que está pagando.

Visto lo anterior, creo que ya podemos afirmar con rotundidad que en España no hay un problema de demanda, tan sólo hay un problema de precios. Parte de este problema ha sido originado por multinacionales que, con la globalización y la unión monetaria europea, han hecho tabla rasa y has igualado precios en muchos países, sin tener en cuenta el poder adquisitivo y la demanda local. Lógicamente lo que ha ocurrido era de esperar habiendo libre circulación de mercancías intra-comunitaria, pero no habiendo generalmente ningún tipo de equiparación salarial. La movilidad geográfica de la fuerza laboral y de las empresas, tan temida por el Norte en los albores de la supresión de fronteras en la Unión Europea, no ha resultado ser tan frecuente como para poder equiparar salarios. Lo que en USA es un mercado laboral unificado, en Europa sigue siendo un mercado laboral fraccionado que compra en un mercado con libre circulación de mercancías (aunque he de admitirles mis enormes reservas respecto a este último punto).

Pero la demanda está ahí latente. Existe, aunque está remansada porque el ciudadano medio, o bien no puede, o bien no se atreve a gastar pagando un precio que considera elevado, sin saber si a medio plazo va a perder su puesto de trabajo. Una muestra de ello es cómo, cuando ha habido campañas de entradas de cine a 3€, la población ha respondido con asistencia masiva a las salas. O cómo la gente toma cuantas cervezas se tercien en cervecerías como La Sureña. O la gente que come cuantas tapas le apetecen en los 100 Montaditos. Como les decía, todo ello son ejemplos de que en España, actualmente, no hay un problema de demanda, sino tan sólo de precios… o de salarios, como prefieran ustedes enfocarlo.

Pero pasemos a analizar por qué esto es así. La deriva de la crisis, en la cual la baja demanda ha ido erosionando las cuentas de resultados poco a poco, normalmente ha llevado a ciertos sectores a ir subiendo precios en términos reales (mantenerlos en la mayoría de los casos con un salario medio a la baja equivale a subirlos), para mantener en la medida de lo posible los ingresos o minimizar las pérdidas. Craso error. Ello ha llevado a que irrumpan en bastantes sectores con una fuerza inusitada empresas que han roto ese modelo de círculo vicioso y han cogido al mercado por donde hay que cogerlo, dándole lo que busca: bajos precios. Las empresas y negocios en general deberían haberse dado cuenta antes del contexto y de la que se nos venía encima. En la situación de la economía en los comienzos de la crisis había que aplicar de forma preventiva auténticas estrategias de guerra, y en vez de replegar filas poco a poco retrocediendo con la demanda, atacar sin más dilación ajustando costes y bajando precios.

Con razón ustedes me dirán que es fácil decir esto, pero que es muy difícil llevarlo a cabo y probar de antemano su efectividad. El mejor ejemplo de la efectividad de esta economía de guerra es la fuerte expansión que están realizando el tipo de empresas que les nombraba antes. Su modelo triunfa incluso en época de crisis, porque han sabido escuchar al mercado. ¿Cómo pueden ganar dinero con precios a la baja?. Pues ajustando costes (obviamente su calidad no es la misma que la de otros negocios) y porque aplican los principios de una economía de escala: ganan dinero con el volumen.

Me despediré invitándoles a una reflexión sobre este último punto. Hay ciertos países en los que salir a cenar a un restaurante tradicional es tan caro que incluso los locales sólo pueden permitírselo una vez cada mes o mes y medio. Los márgenes de cada cena son elevados, con ello, aunque la demanda sea baja, el negocio va sobreviviendo. Pero el mismo beneficio final podría ser conseguido con márgenes reducidos y un volumen superior. Si los precios bajasen, la gente saldría a cenar más, con lo que al final los negocios ganarían el mismo dinero. Y mirándolo desde otro punto de vista más allá del beneficio empresarial, socialmente, ¿Qué procura mayor bienestar social?, ¿Poder salir si uno quiere dos o tres veces a cenar al mes con precios bajos, o salir una vez cada mes y medio con precios elevados?. La respuesta creo que no hace falta que se la diga yo, la saben ustedes mismos. Pero en los tiempos heredados de la burbuja, el modus operandi y la deriva a la que ha llevado la crisis han sido distintas… hasta que alguien se ha dado cuenta del error que la mayoría estaba cometiendo. En el mundo tan cambiante de hoy en día, superviviente es el que sabe adaptarse a nuevas condiciones, y las empresas no son ninguna excepción. Así que ya saben, permanentemente sondeen, evalúen, analicen, decidan y adáptense, porque en ello les va su propia supervivencia, y también la de sus hijos.

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Un pilar del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos o La vida que se nos escurre entre los dedos

Me sorprende profundamente cómo generalmente el ser humano es capaz de tener la felicidad delante de sus propias narices y no darse cuenta hasta que la pierde y ya es demasiado tarde para disfrutar de ella. Vivimos en una permanente huida de nuestro tiempo y de nosotros mismos en la que no tenemos tiempo ni de pararnos a pensar (motivo fundacional de este blog), ni de pararnos a disfrutar de la vida y de los que nos rodean.
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En parte es culpa nuestra, y en parte no. En este frenético mundo del siglo XXI que nos ha tocado vivir, el sistema nos da unas anteojeras que cogemos gustosos para ponérnoslas, y nos mete en una rueda como la de los hámsters en la que día a día corremos y corremos para no llegar a ninguna parte. Así es, les guste o no reconocerlo. Y no digo “Sistema” como un ente aséptico en impersonal; no, el sistema está formado por personas, por nosotros mismos.

Una de las actitudes en las que podemos ver reflejado lo que les estoy contando es las aspiraciones y anhelos de las personas, lo que proyectan como el futuro y/o presente que les gustaría vivir o, al menos, aparentar. Es difícil en muchos casos llegar a conocerlo verdaderamente, la sinceridad en este campo a veces brilla por su ausencia, pero, como les voy a explicar, hay otros síntomas que nos permiten hacernos una idea.

Empecemos por los niños. Sí, esas almas incólumes que poco a poco pervertimos entre todos e incluso con parte de culpa de la genética que ellos mismos desarrollan. Siempre se les dice a los niños que “¡Qué mayor!”, “Ya eres mayor”, “Como los mayores”… poniendo un injustificado énfasis en hacerles abandonar prematuramente una infancia que les pertenece y que deben disfrutar en su momento, porque ya saben ustedes que no vuelve jamás. Casi todos los niños acaban viviendo en la ilusión de hacerse más y más mayores para poder tener acceso a todos esos privilegios (ejem) que va otorgando la edad en nuestra sociedad.

Pero sigamos con los adolescentes. Aquí el problema es que, aunque ya se creen mayores sin serlo en realidad, quieren ser adultos de pleno derecho. Es cierto que tratan por todos los medios de marcar su propia personalidad diferenciándose de los adultos de verdad, pero acaban adoptando de forma sutilmente alterada muchos de sus patrones de comportamiento y objetos de consumo. Quieren Smartphone, pero el iPhone es de carrozas. Quieren moda y salir de tiendas, pero tiene que ser una moda concebida y aceptada especialmente por ellos. Quieren relaciones interpersonales y de pareja que tratan de asemejarse a las de los adultos, pero relacionándose entre sí con jerga propia y nuevos conceptos de relación que muchas veces no son tan nuevos.

Prosigamos con los adultos. Tal vez sea la franja de edad que puede estar más a gusto consigo misma, puesto que están más acomodados, tienen satisfecha la mayor parte de sus necesidades básicas y no tan básicas, y lo que es en realidad el nudo gordiano: no tienen mucho tiempo para pararse a pensar. No obstante, también hay ciertos detalles que pueden llevarnos a pensar que les empieza a gustar en cierto modo aparentar una juventud que ya ha pasado. Es habitual hoy en día que, cuando llega el fin de semana, muchos adultos cambian totalmente de indumentaria y se visten con ropa que trata de asemejarse muchas veces a la efervescente y disruptiva moda adolescente. Sí, hay que decirlo, en lo que a moda se refiere, los adolescentes tienen una fuerte influencia hoy en día sobre los adultos. Y esto es muy significativo e indicativo de que, bajo esa capa de aparente autocomplacencia, hay una incipiente inquietud por la edad que se empieza a tener.

Y finalicemos con los mayores. La moda normalmente no es un hecho revelador en este caso, suelen vestir ropa más clásica, pero casi siempre hablan abiertamente de la nostalgia de otros tiempos, que es una nostalgia por otro entorno y muchas veces también, por la persona que eran entonces. No se equivoquen, no es que les gustaría volver a ser los de antes, añoran ciertas cosas, pero, de volver atrás, casi siempre dicen que les gustaría hacerlo sabiendo lo que saben ahora.

Para demostrarles hasta qué punto hay gente que vive en esta carrera hacia ninguna parte, les comentaré una situación que se me dio en el trabajo esta semana. Un compañero, bastante “ambicioso” profesionalmente por cierto, nos anunció que él y su mujer estaban esperando un bebé. Me alegré por él y le di la enhorabuena, pero lo que me sorprendió fue lo que me dijo a continuación: “Es que ya tenéis casi todos hijos y me estabais dejando atrás”. En confianza les reconozco que no doy crédito. No tengo calificativos para el hecho de decidir algo tan importante en la vida como el tener descendencia sólo porque todos los demás lo hacen y no queremos quedarnos los últimos en la tan mal concebida carrera de la vida. Es el triunfo de la ambición por llegar antes a la meta siguiendo el camino marcado, frente a la ilusión de la trascendental y vital decisión de traer libremente al mundo una nueva vida. Son extensiones del ansia personal que se acaban volviendo sin duda cadenas que nos mantienen atados a unas metas equivocadas, y no nos dejan disfrutar en plenitud de la felicidad que nos ofrece cada momento de nuestro paso por este mundo.

Visto todo lo anterior, la pregunta obligada es: ¿Es que no hay nadie que esté a gusto con la percepción de sí mismo y con la edad que le ha tocado vivir en ese momento?. Pues hay casos y casos, pero mayormente no. Este sinvivir de anhelos por otra cosa distinta a la que tenemos es algo muy rentable, puesto que cuando la gente no se acaba de sentir a gusto consigo misma, acaba en una vana carrera que trata de encontrar la felicidad que no tiene en donde no está, y terminan buscando pues la autorrealización a menudo en otras cosas, generalmente materiales y que cuestan dinero, pilar inequívoco de la importancia del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos.

Por ello me despediré simplemente diciéndoles que disfruten de cada etapa, cada momento y cada segundo de sus vidas. Salgan de la rueda del hámster. Alégrense por esa nueva palabra que han pronunciado sus hijos. Sonrían con su alma a la nueva gracia que se le ha ocurrido al lengua de trapo de su retoño. Sientan la intensidad de sus relaciones de pareja. Tomen a sorbos una caña bien tirada en una terraza del parque. Saboreen ese cocido de los domingos de sus madres. Congelen el tiempo en esos momentos. Disfruten del instante lentamente. Fotografíen con su mente las imágenes, las sensaciones y los sentimientos. Grábenlos bien bien en su memoria. No huyan de sí mismos. Vivan, sin más, vivan en el sentido más pleno de la palabra, porque los momentos pasan por delante de nuestras narices y no vuelven jamás.

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Ilustración por @el_domingobot