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Un pilar del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos o La vida que se nos escurre entre los dedos
Me sorprende profundamente cómo generalmente el ser humano es capaz de tener la felicidad delante de sus propias narices y no darse cuenta hasta que la pierde y ya es demasiado tarde para disfrutar de ella. Vivimos en una permanente huida de nuestro tiempo y de nosotros mismos en la que no tenemos tiempo ni de pararnos a pensar (motivo fundacional de este blog), ni de pararnos a disfrutar de la vida y de los que nos rodean.
En parte es culpa nuestra, y en parte no. En este frenético mundo del siglo XXI que nos ha tocado vivir, el sistema nos da unas anteojeras que cogemos gustosos para ponérnoslas, y nos mete en una rueda como la de los hámsters en la que día a día corremos y corremos para no llegar a ninguna parte. Así es, les guste o no reconocerlo. Y no digo “Sistema” como un ente aséptico en impersonal; no, el sistema está formado por personas, por nosotros mismos.
Una de las actitudes en las que podemos ver reflejado lo que les estoy contando es las aspiraciones y anhelos de las personas, lo que proyectan como el futuro y/o presente que les gustaría vivir o, al menos, aparentar. Es difícil en muchos casos llegar a conocerlo verdaderamente, la sinceridad en este campo a veces brilla por su ausencia, pero, como les voy a explicar, hay otros síntomas que nos permiten hacernos una idea.
Empecemos por los niños. Sí, esas almas incólumes que poco a poco pervertimos entre todos e incluso con parte de culpa de la genética que ellos mismos desarrollan. Siempre se les dice a los niños que “¡Qué mayor!”, “Ya eres mayor”, “Como los mayores”… poniendo un injustificado énfasis en hacerles abandonar prematuramente una infancia que les pertenece y que deben disfrutar en su momento, porque ya saben ustedes que no vuelve jamás. Casi todos los niños acaban viviendo en la ilusión de hacerse más y más mayores para poder tener acceso a todos esos privilegios (ejem) que va otorgando la edad en nuestra sociedad.
Pero sigamos con los adolescentes. Aquí el problema es que, aunque ya se creen mayores sin serlo en realidad, quieren ser adultos de pleno derecho. Es cierto que tratan por todos los medios de marcar su propia personalidad diferenciándose de los adultos de verdad, pero acaban adoptando de forma sutilmente alterada muchos de sus patrones de comportamiento y objetos de consumo. Quieren Smartphone, pero el iPhone es de carrozas. Quieren moda y salir de tiendas, pero tiene que ser una moda concebida y aceptada especialmente por ellos. Quieren relaciones interpersonales y de pareja que tratan de asemejarse a las de los adultos, pero relacionándose entre sí con jerga propia y nuevos conceptos de relación que muchas veces no son tan nuevos.
Prosigamos con los adultos. Tal vez sea la franja de edad que puede estar más a gusto consigo misma, puesto que están más acomodados, tienen satisfecha la mayor parte de sus necesidades básicas y no tan básicas, y lo que es en realidad el nudo gordiano: no tienen mucho tiempo para pararse a pensar. No obstante, también hay ciertos detalles que pueden llevarnos a pensar que les empieza a gustar en cierto modo aparentar una juventud que ya ha pasado. Es habitual hoy en día que, cuando llega el fin de semana, muchos adultos cambian totalmente de indumentaria y se visten con ropa que trata de asemejarse muchas veces a la efervescente y disruptiva moda adolescente. Sí, hay que decirlo, en lo que a moda se refiere, los adolescentes tienen una fuerte influencia hoy en día sobre los adultos. Y esto es muy significativo e indicativo de que, bajo esa capa de aparente autocomplacencia, hay una incipiente inquietud por la edad que se empieza a tener.
Y finalicemos con los mayores. La moda normalmente no es un hecho revelador en este caso, suelen vestir ropa más clásica, pero casi siempre hablan abiertamente de la nostalgia de otros tiempos, que es una nostalgia por otro entorno y muchas veces también, por la persona que eran entonces. No se equivoquen, no es que les gustaría volver a ser los de antes, añoran ciertas cosas, pero, de volver atrás, casi siempre dicen que les gustaría hacerlo sabiendo lo que saben ahora.
Para demostrarles hasta qué punto hay gente que vive en esta carrera hacia ninguna parte, les comentaré una situación que se me dio en el trabajo esta semana. Un compañero, bastante “ambicioso” profesionalmente por cierto, nos anunció que él y su mujer estaban esperando un bebé. Me alegré por él y le di la enhorabuena, pero lo que me sorprendió fue lo que me dijo a continuación: “Es que ya tenéis casi todos hijos y me estabais dejando atrás”. En confianza les reconozco que no doy crédito. No tengo calificativos para el hecho de decidir algo tan importante en la vida como el tener descendencia sólo porque todos los demás lo hacen y no queremos quedarnos los últimos en la tan mal concebida carrera de la vida. Es el triunfo de la ambición por llegar antes a la meta siguiendo el camino marcado, frente a la ilusión de la trascendental y vital decisión de traer libremente al mundo una nueva vida. Son extensiones del ansia personal que se acaban volviendo sin duda cadenas que nos mantienen atados a unas metas equivocadas, y no nos dejan disfrutar en plenitud de la felicidad que nos ofrece cada momento de nuestro paso por este mundo.
Visto todo lo anterior, la pregunta obligada es: ¿Es que no hay nadie que esté a gusto con la percepción de sí mismo y con la edad que le ha tocado vivir en ese momento?. Pues hay casos y casos, pero mayormente no. Este sinvivir de anhelos por otra cosa distinta a la que tenemos es algo muy rentable, puesto que cuando la gente no se acaba de sentir a gusto consigo misma, acaba en una vana carrera que trata de encontrar la felicidad que no tiene en donde no está, y terminan buscando pues la autorrealización a menudo en otras cosas, generalmente materiales y que cuestan dinero, pilar inequívoco de la importancia del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos.
Por ello me despediré simplemente diciéndoles que disfruten de cada etapa, cada momento y cada segundo de sus vidas. Salgan de la rueda del hámster. Alégrense por esa nueva palabra que han pronunciado sus hijos. Sonrían con su alma a la nueva gracia que se le ha ocurrido al lengua de trapo de su retoño. Sientan la intensidad de sus relaciones de pareja. Tomen a sorbos una caña bien tirada en una terraza del parque. Saboreen ese cocido de los domingos de sus madres. Congelen el tiempo en esos momentos. Disfruten del instante lentamente. Fotografíen con su mente las imágenes, las sensaciones y los sentimientos. Grábenlos bien bien en su memoria. No huyan de sí mismos. Vivan, sin más, vivan en el sentido más pleno de la palabra, porque los momentos pasan por delante de nuestras narices y no vuelven jamás.
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Ilustración por @el_domingobot
La mutación del yo en la economía de consumo o Quién narices es ése del espejo
¿Quién soy yo?… ésta es una pregunta fundamental que hay gente que no se plantea, pero en cuya respuesta se basa nuestro sentido de la identidad, el concepto que tenemos de nosotros mismos, la esencia de nuestra personalidad… Habituados a que cambiamos de personalidad muy lentamente a lo largo de los años, mirándonos introspectivamente, hay gente que incluso tiene la idea de que “yo soy el mismo de siempre”, y que siempre han pensado de igual forma. Esto, aún siendo evidentemente falso, es una actitud bastante extendida, probablemente fruto de la necesidad de estabilidad de casi todo ser humano, y que ahora está en peligro por lo que técnicamente se denomina “Mutación del yo”.
Este concepto de “Mutación del yo” es algo muy interesante que paso a explicarles. Está comprobado que las modas (y la publicidad cómo medio de difusión de las mismas) nos afectan a todos. Y sí, digo a todos, consciente de que en encuestas sobre el tema la gran mayoría piensa que la publicidad afecta mucho a las personas de su entorno, pero casi nada a sí mismos. Tengamos capacidad de autocrítica y admitámoslo, la publicidad, de forma consciente o inconsciente, ejerce una poderosa influencia sobre nuestras vidas. Y sus consecuencias afectan a ese concepto de nosotros mismos del cuál hablábamos al principio de este post.
Genéticamente se cree que nuestra psiquis está preparada para cambios muy lentos de personalidad. Es esa esencial necesidad de estabilidad que antes apuntábamos. Pero todos sabemos que la moda y las tendencias cada vez evolucionan más rápido, puesto que sacan beneficio de dicho cambio: la mutación de nuestro yo suele implicar cambios de look, de ropa, de complementos, de costumbres, etc. que se traducen en que gastemos parte de nuestro dinero para seguir la moda o adaptar nuestras vidas a los sucesivos roles que vamos asumiendo. Y no hablo de moda como algo meramente del sector textil, hablo de modas y tendencias en general. Respecto a este tema hay dos enfoques principales, según las teorías de Eriksson, el enfoque es funcional, se acentúa el polo “yo”, realmente no cambia el mundo, sino la posición del sujeto en ese mundo, o mejor aún, la autoposición del sujeto en el mundo, porque hay multitud de roles ahí fuera entre los que elegir, segmentados por edad, posición social, formación, capacidad económica, afiliación política, aficiones… etc. el marketing es profuso en la cantidad de yos que nos ofrece. También hay que ser justos y citar que hay otras teorías con enfoques estructurales, propias de Kohlberg, que acentúan el polo “mundo”, por las que los cambios a lo largo de la vida son simplemente fases sucesivas que nos conducen a un progresivo mejor conocimiento del mundo físico y social que nos rodea, que se presenta como estable, siendo sus cambios un hecho meramente perceptual y rigiéndose el mundo por principios morales objetivos y universales. No sé qué pensarán ustedes, pero a mí me parece que efectivamente con la edad vamos conociendo mejor el mundo que nos rodea, pero igualmente cierto es que también nuestra posición relativa respecto a él va cambiando. Me decanto por una teoría híbrida con enfoques tanto funcionales como estructurales, además de pensar que el mundo en sí mismo también va cambiando con el tiempo, puesto que el mundo está compuesto por todos nosotros y nuestros propios cambios revierten en él.
Pero volviendo al tema de la velocidad de cambio del yo, su aceleración en nuestras sociedades hace que ya empiece a haber individuos en las consultas de los psicólogos y psiquiatras que han perdido el concepto de sí mismos, con unas consecuencias desastrosas para su psique y para su desempeño en nuestra sociedad. No se tomen el tema a la ligera, sean empáticos y sepan ver la gravedad del asunto, porque es un problema muy importante para los afectados: las afecciones mentales son las peores. Además, dado que en nuestra sociedad la velocidad de mutación del yo cada vez se acentúa más, es muy probable que en el futuro este tipo de afecciones sean mucho más conocidas de lo que lo son actualmente.
Es evidente también que hay individuos en nuestras sociedades que viven al margen de las modas y tendencias, pero, ¿No es eso también una moda en sí mismo?… no seguir una tendencia también se traduce en actitudes y consumo de “otro” tipo de tendencia opuesto al general… al final, en una rueda u otra, todos estamos presos de la moda.
Decidir: ése es uno de los problemas para los afectados por la hipermutabilidad de su yo. Muchas decisiones que tomamos en nuestro día a día son lógicas y racionales, pero igualmente cierto es que muchas otras las tomamos basándonos en cómo se supone que tenemos que actuar si formamos parte de éste o aquel colectivo, si yo soy de ésta o aquella manera, si pienso así o asá… Apenas somos conscientes de la mayoría de estas decisiones, muchas las tomamos de forma casi automática, sin pararnos a reflexionar, pero las personas con problemas de percepción de su yo, tienen muchas dificultades para tomar este tipo de decisiones, incluso las aparentemente más simples y sin consecuencias importantes, reduciéndose su capacidad de decisión, su independencia y pudiendo derivar en afecciones mentales: cuando la psique se desequilibra, revienta por cualquier lado, y las consecuencias pueden ser muy distintas, pero en todos los casos graves para el paciente y su entorno.
Pero, seamos prácticos, ¿Qué podemos hacer para evitar esta hipermutabilidad del yo?. Poca cosa, la moda, las tendencias y la publicidad van a estar siempre ahí en una sociedad de consumo, y la permeabilidad de nuestro yo al respecto no depende de actitudes controlables por nosotros mismos. Es una cuestión de nuestras características personales, aunque también es cierto que, en cierta medida, se puede tratar de aprender a no ser tan dependientes del entorno, pero esto siempre tiene un impacto limitado en determinados individuos y es de progresión lenta.
Los conspiranoicos seguro que estarán pensando que esta hipermutabilidad del yo, que al fin y al cabo es una forma de dirigirnos, puede transcender más allá de los campos de la moda y las tendencias, y abarcar nuestra forma de pensar en muchos otros ámbitos, incluidas las ideas políticas. ¿Nos están volviendo más “dirigibles”?. La respuesta es sí, pero lo que nunca sabremos es si lo están haciendo de forma premeditada. Lo que es un hecho es que, en las sociedades democráticas, si no puedes cambiar las reglas del juego por las que la mayoría decide, sólo puedes intentar cambiar lo que la mayoría piensa. Y ahí está el juego. Lo vemos todos los días en los telediarios, tanto partidos de un bando como del otro tratan de convencer a los ciudadanos de premisas que simplemente forman parte de sus intereses partidistas (en el mejor de los casos, lo cual es aún más triste).
Pero un momento, se supone que yo soy apolítico, no sólo no profeso ninguna afiliación concreta, sino que tampoco me gusta hablar de política, ¿O no era yo así?, ¿O cómo era yo en realidad?… ¿Quién soy yo y quién narices es ése que me mira a través del espejo?.
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