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La Teoría del Caos y el impacto en España derivado de pagar menos por la gasolina
¿Estamos ante un shock petrolífero? ¿Beneficia este hundimiento del barril de petróleo a una economía netamente importadora de crudo como la española? ¿Pagar menos por llenar el deposito tiene otro tipo de consecuencias? ¿Se está librando una guerra comercial en los mercados internacionales de esta materia prima? ¿Ha provocado la naciente industria del fracking petrolífero una reacción en los productores tradicionales?
Éstas son algunas de las preguntas sobre las que reflexionaremos en el post que les traigo hoy. Un jueves más, sean bienvenidos a éste, nuestro blog (suyo y mio).
Por qué también en bolsa la historia siempre se repite o El peso de la genética en la forma de invertir y hacer negocios
¿Acaso no se han preguntado muchas veces por qué estamos todos condenados a ver en bolsa cómo las mismas situaciones y reacciones se repiten una y otra vez, pareciendo que los inversores no aprenden de sus errores? ¿Por qué la cultura financiera que algunos tanto reclamamos en España para nuestros hijos no parece frenar en otros países esta calamidad que condena a tantas familias a ver volatilizarse sus ahorros de décadas en tan sólo unas semanas?
Son sin duda dos cuestiones muy interesantes a las cuales vamos a dar respuesta en este post. Y por mucho que a algunos les parezca que la bolsa no va con ellos y que no les afecta pues no invierten en ella, simplemente les hago notar que, primeramente, lo que pasa en bolsa acaba por afectarnos a todos cuando se transmite por los múltiples vasos comunicantes existentes entre la economía financiera y la economía real. En segundo lugar, lo bolsa no es mucho más allá que psicología de masas puesta en contexto, y lo que aprendamos del mundo de la bolsa sin duda es aplicable a otros ámbitos y aspectos de las sociedades humanas.
Empecemos con el tema introduciéndoles a un interesante experimento realizado con monos que arroja unos resultados muy significativos, que nos permiten afirmar que no todo es experiencia en el mercado, y que en general los impulsos y la genética nos guían de forma más poderosa que la experiencia de situaciones pasadas. El experimento en cuestión se resume en el artículo “El hombre también se parece al mono a la hora de hacer negocios…”. Aparte de hacer experimentos sobre la conducta de los monos a la hora de “invertir” fichas que les cambiaban por alimentos en situaciones en las cuales el número de piezas de recompensa fluctuaba (y el parecido con la forma de invertir de los humanos en bolsa fue sorprendente), los investigadores también optaron por tratar de hallar similitudes en cómo los monos se enfrentaban a la incertidumbre y cómo interiorizaban la aversión a las pérdidas y al riesgo. Simplemente les expondré la conclusión a la que experimento llega: los monos prefieren mayoritariamente gastar una de sus fichas en lo que se les mostraba parcialmente como una ficha que al descubrirla del todo el 50% de las veces resultaban ser dos, que gastar esa misma ficha en dos recompensas visibles que al ser descubiertas del todo el 50% de las veces resultaban ser sólo una única ficha.
Las conclusiones de este comportamiento son bastante claras, pero merece la pena analizarlas con algo más de detalle. Los hombres, y vemos que también los primates, tienen una aversión a perder. Los monos y nosotros preferimos ver algo y que resulte que recibimos el doble de recompensa de lo inicialmente mostrado, que ver algo y que la recompensa resulte ser la mitad. Esto ocurre aunque en promedio la ganancia sea la misma.
Pero el quid de la cuestión es que este tipo de comportamientos los llevamos en los genes. No sólo por la ambición y el pánico inherentes al riesgo de invertir, que ya les decía que se pudieron observar en la conducta de los monos, sino también porque el recuerdo de un palo en bolsa perdura mucho más que el de unas jugosas ganancias.
Vemos pues la razón por la que los ciclos económicos y bursátiles se repiten una y otra vez, incluso dentro de una misma generación, y pareciendo que los inversores y consumidores en general no aprendemos del pasado. No es que no aprendamos del pasado, es que nuestra genética graba en nuestra memoria con más intensidad las situaciones de pérdidas, con lo que luego las tenemos más presentes y nos influyen más en nuestras decisiones futuras. De ahí el pánico inversor que a veces se desata en los mercados, siempre mucho más virulento que el pánico alcista que resulta de la también humana ambición. Pero no es sólo eso, cuando los recuerdos tienden a difuminarse en nuestra memoria con el paso de los años, lo que afecta sin duda a nuestro comportamiento son los genes y su influencia en nuestra capacidad de decisión. Es ahora cuando ha quedado demostrado que nuestros genes nos inclinan a conductas que tratan de evitar el riesgo de una pérdida, especialmente cuando los recuerdos ya no están tan frescos.
Si aún llegados a este punto, siguen teniendo ustedes sus reservas respecto a este tema, no tienen mas que esperar a que madure el próximo ciclo económico. Seguro que, cuando estemos en la cresta de la ola, se encuentran con mucha gente que les jura y perjura que esta vez es distinto, que ha nacido un nuevo paradigma económico, y que ya nunca más habrá más crisis. A buen seguro que muchos de ellos son de los que luego venden sus acciones en el peor momento presas de un pánico que ya no pueden contener más. Al tiempo.
No obstante, seres humanos hay muchos y muy diversos, y siempre va a haber individuos que aprendan a sobreponerse a sus impulsos de pánico y avaricia, que sean capaces de tener su experiencia presente para domar su conducta genética, y como consecuencia son capaces de navegar con más o menos éxito en las olas de los mercados.
Les dejaré esta noche con una cuestión. El egocentrismo humano hace que seguramente ahora todos pensemos que los monos se parecen a nosotros, y que su forma de invertir y hacer negocios es similar a la nuestra. Pero la cuestión es que es exactamente al revés: somos nosotros los que nos parecemos a los monos. Y lo más intrigante de este parecido es en cuántas cosas más, en principio consideradas como conductas humanas de rango superior, somos casi idénticos a ellos. ¿Estamos genéticamente programados y en conjunto la humanidad no puede escapar de ciertos comportamientos recurrentes? Parece obvio que la respuesta es que sí. Habría que rescatar algunas teorías del determinismo de nuestros destinos, puesto que parece que estamos más predestinados de lo que nuestro supuesto libre albedrío debería permitirnos de por sí.
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La gran falacia de la bolsa o El dinero que se crea y se destruye
“El dinero ni se crea ni se destruye”. ¿Quién no ha oído alguna vez esta frase?. Habitualmente utilizada para cargar contra los denominados “especuladores” en bolsa, se suele decir que éstos ganan lo que pierden otros. Pero en este post les voy a demostrar la gran falacia que supone este razonamiento, y cómo en bolsa el dinero se crea y se destruye.
Pongámonos en contexto y saquemos el cuaderno Rubio de hacer cuentas. No se me asusten, son operaciones elementales, y gracias a ellas vamos a analizar el tema que nos ocupa y a sacar conclusiones interesantes. Tomemos como ejemplo un círculo de amigos: Daniel, Agustín, Javier y Emilio. Supongamos que Daniel y Agustín fundan con 1.000€ cada uno en acciones la empresa Champis S.A., una sociedad dedicada a la producción mayorista de champiñones de cultivo intensivo. Debido a una pasión desbordada por el consumo de champiñones en las cartas de todos los restaurantes a nivel nacional, la previsión de incremento de ventas hace que Javier quiera entrar a formar parte del negocio, a la vez que Daniel cree que es buen momento para vender su participación y dedicarse a otros menesteres. Daniel le vende sus acciones a Javier por 2.000€. Daniel obtiene un beneficio contante y sonante de 1.000€, pero lo realmente interesante es ¿Qué es lo que piensa Agustín de todo esto?.
Agustín, a diferencia de Daniel, efectivamente no tiene los beneficios contantes y sonantes en su bolsillo, puesto que no ha vendido sus acciones, que sigue manteniendo. Pero, al igual que haría el común de los mortales inversores, él cuenta de cara a su economía familiar con que tiene 2.000€ invertidos en acciones de Champis S.A., con un beneficio de 1.000€ sobre su inversión inicial. Craso error. El dinero en bolsa no se tiene hasta que no se ha vendido. Agustín se compra un nuevo coche contando con que tiene 2.000€ invertidos en acciones.
Pero como a veces ocurre, todo negocio es susceptible de venirse abajo, y, para desgracia de nuestros amigos, hay una contaminación a gran escala de las cosechas de champiñones debido a una bacteria presente en el estiércol de caballo con el que todos los cultivadores han abonado sus champiñones. El desastre es total. La gente no se atreve a comer champiñones, y éstos son retirados de las cartas de casi todos los restaurantes con la misma velocidad con la que entraron. Sobre Champis S.A. se cierne un oscuro futuro con una caída de ventas catastrófica. Agustín necesita dinero para otros proyectos personales, y se ve forzado a vender su participación a pesar de saber que no es buen momento, y se la vende por 500€ a Emilio.
Ahora tenemos que Javier, que compró la participación de Daniel por 2.000€, piensa que tiene 1.500€ de pérdidas según la última valoración de las acciones que ha hecho Emilio al comprar. Agustín piensa igualmente que ha perdido 1.500€ con sus acciones, puesto que con la compra-venta de Daniel a Javier él valoró sus acciones en 2.000€. Daniel efectivamente tiene 1.000€ de beneficios con la acertada venta de sus acciones a Javier. Emilio no tiene ni prisa ni beneficio o pérdidas, puesto que la valoración actual es la valoración a la que él le compró sus acciones a Agustín.
Sumemos. A valoración de 500€ por paquete de acciones, tenemos que en conjunto, el global de lo que la gente percibe como dinero que ha perdido, asciende a 3.000€: 1.500€ que piensa Javier que ha perdido con las acciones que todavía posee, y otros 1.500€ que piensa Agustín que ha perdido con su compra-venta. Por otro lado, el global de lo que la gente considera como dinero que ha ganado, asciende únicamente a los 1.000€ que Daniel ha ganado con su compra-venta con Javier. Emilio se queda en tablas. Y he aquí el error tan común en los círculos bursátiles. A valoración actual tenemos pérdidas totales de 3.000€, y ganancias totales de 1.000€. Se ha destruido más dinero del que se ha creado, y eso que todavía hay en nuestro círculo de amigos dos paquetes de acciones de 500€ cada uno por un importe total de 1.000€. Efectivamente el dinero se ha creado y se ha destruido. No todo lo que ha ganado Daniel es lo que han perdido Agustín y Javier, puesto que ni siquiera coinciden los importes totales de pérdidas y ganancias.
Esto que hemos visto con este ejemplo breve pero, espero, ilustrativo, es algo que ocurre a gran escala en todos los parquets mundiales de negociación de acciones. Ni más ni menos.
Y deben sacar ustedes una conclusión importante y obvia: recuerden, en bolsa, y en general en cualquier transacción comercial, no hay beneficio (ni pérdida) hasta que no se vende. Ya sé que es muy fácil decirlo y muy difícil de aplicar. La mayor parte de la gente tiende a pensar que tiene una casa valorada en X€, unas acciones valoradas en Y€… y en base a ello se construye una percepción de su economía familiar, con una falsa sensación de riqueza.
La otra conclusión importante es que el dinero en bolsa vemos como sí que se crea y se destruye, al menos desde la percepción del inversor que contabiliza sus activos según la valoración actual del mercado, lo cual ocurre en la inmensa mayoría de los casos. Y esta percepción es algo fundamental para la evolución de nuestras economías, puesto que la sensación de riqueza de los consumidores que comentábamos antes es algo que les empuja a comprar, y por lo tanto a tirar de la economía, algo relevante en todos los países, pero más aún si cabe en Estados Unidos, donde el consumo supone más de dos tercios del Producto Interior Bruto. Los Bancos Centrales de todo el mundo lo saben, y por ello a veces sus declaraciones van directamente destinadas a hacer subir la bolsa, para espolear esta fuente de sensación de riqueza familiar y corporativa.
Pero, aún hay más posibles conclusiones, tal y como ocurre habitualmente en los círculos bursátiles, Agustín y Javier van a cargar las tintas contra Daniel, porque piensan que él ha ganado lo que ellos han perdido; ¿Y cómo le van a llamar?… Adivinen ustedes, el término bursátilmente satánico por antonomasia: “Especulador”. Como corolario podemos plantearnos cuál es definición de especulador. Hay dos aspectos, el teórico, y el práctico. En teoría especulador es aquel que gana ingentes sumas de dinero en plazos muy cortos de tiempo y sin apenas esfuerzo. En la práctica es aquel que gana dinero cuando la mayoría lo pierde. Piensen detenidamente en ello, es así. Me despido aclarándoles que no estoy haciendo apología de la especulación, es obvio que sí que existen malvados especuladores que son capaces de empujar al precipicio a cualquier país, entidad, empresa o persona para sacar un beneficio económico, cuanto más rápido y mayor sea, mejor. Pero no confundan a estos especuladores estilo Soros, que hizo su fortuna sacando a la libra del Sistema Monetario Europeo, con inversores a medio y largo plazo, inversores estables, que en la mayoría de los casos son beneficiosos para el sistema, que aportan financiación de calidad a nuestras empresas y estados, y que, a veces, tienen la visión o la suerte de tener beneficios cuando la mayoría obtiene pérdidas. No busquen en ellos los cabezas de turco para descargar sus iras ante una pérdida económica.
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Los perniciosos efectos de las burbujas financieras y el protagonismo del crédito
Es innegable el protagonismo del crédito en la gran mayoría de las crisis económicas que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad. Es por ello por lo que deberíamos plantearnos dos puntos:
¿Es el crédito algo realmente necesario?. ¿Evitaría su abolición las crisis económicas?.
En caso de que consideremos el crédito como un mal reconocido pero necesario, ¿Cómo podemos limitar su cuantía para no incurrir en excesos perniciosos?, ó ¿Cómo podemos al menos utilizarlo a modo de indicador adelantado de la posterior crisis?.
La contestación a ambas preguntas es esencial en nuestro análisis y, además, en su búsqueda, tal vez lleguemos a alguna conclusión interesante.
Partamos de un hecho: el crédito es posiblemente uno de los instrumentos financieros más antiguos, sino el que más, y desde mi punto de vista, la respuesta a la primera pregunta es la opción difícil: el crédito, o al menos algunas modalidades del mismo, es ciertamente necesario en muchos ámbitos de nuestras economías. Las líneas de crédito de las empresas son necesarias para su correcto funcionamiento y evitar problemas puntuales de liquidez derivados de una desincronización entre los pagos y los cobros debidos a su actividad. La financiación de una gran obra pública, de una nueva empresa, de la compra de un piso… son todo operaciones en las que no se suele disponer en el momento del montante suficiente para su ejecución, y que gracias al crédito se pueden financiar y llevar a cabo, procediendo posteriormente a la devolución de las cantidades prestadas y obteniendo adicionalmente un beneficio, tangible o intangible, sobre ellas.
Hasta aquí todo de color de rosa. El crédito, los prestamistas… son elementos necesarios en nuestros sistemas económicos para que el españolito de a pie pueda comprarse una vivienda, para que una gran obra pueda ejecutarse cuando sea necesaria sin tener que esperar a disponer de todo el efectivo, para que gente sin recursos suficientes pueda emprender… etc.
Pero también es cierto que el crédito es un indicador inequívoco del sobrecalentamiento económico. Todas las burbujas, infladas antes de las posteriores crisis económicas, son distintas en su origen y naturaleza, si bien es cierto que el nexo de unión común a todas ellas es que van acompañadas de una burbuja de crédito pareja. Dado que éste es el factor en común a la mayoría de las debacles económicas de nuestra historia, debemos plantearnos cómo utilizarlo para anticiparnos a las crisis económicas y paliar, en la medida de lo posible, sus terribles consecuencias.
El problema es discernir qué umbral de crédito implica un nivel de endeudamiento que empiece a ser perjudicial para un sector económico, en detrimento de sus efectos beneficiosos iniciales. Para establecer este umbral, hay un punto de ruptura claro a nivel conceptual: es injusto que las generaciones actuales consuman los recursos económicos de las generaciones venideras. Podemos centrarnos en los tres ejemplos de concesión de crédito que apuntábamos antes, puesto que son, principalmente y a grandes rasgos, las causas más relevantes que llevan a endeudarse a la mayoría de individuos, instituciones y/o empresas:
Financiación privada. Es cierto que los mecanismos hipotecarios que se acuñaron en la burbuja japonesa de finales de los años 80, por los cuales la ingeniería financiera llevó a crear hipotecas que se heredaban de padres a hijos, es injusto. Los padres, por muy padres que sean, no tienen el derecho de hipotecar el futuro de sus hijos.
Financiación pública. Pero también es cierto que la financiación de obras e infraestructuras públicas es otro tema, puesto que éstas se quedan para beneficio actual y futuro. Con ello, es más justo endeudar los ingresos futuros para una obra presente, puesto que las generaciones venideras también disfrutarán de esa infraestructura… todo esto con un límite, claro.
Financiación de empresas. Por otro lado, la financiación de empresas es un asunto más peliagudo. En él se combinan los factores de los dos puntos anteriores.
Sobre el primer punto, la financiación privada, es sencillo legislar contra las hipotecas «heredables» en el caso de menores; la cosa se complica para adultos que decidan extender los años de repago de la hipoteca más allá de su esperanza de vida con el consentimiento consciente de hijos mayores de edad. A mí me parece un sinsentido, pero supongo que, al igual que pasó en España con el «Los pisos nunca bajan de precio», fue una práctica extendida entre la sociedad japonesa del momento. Algunos argumentarán que esto no es una práctica fuera de lo común, puesto que las hipotecas de un individuo, al igual que el resto de sus deudas, pasan automáticamente a los herederos, pero hay una diferencia cualitativa. Una hipoteca normal lleva casi siempre asociado un seguro de vida, de tal forma que si el titular fallece, la deuda puede ser cancelada con el importe del seguro sin mayores problemas. Sin embargo, una hipoteca «heredada» es multigeneracional, y pasa automáticamente como tal de padres a hijos. Otros argumentarán que al fin y al cabo los hijos heredan la hipoteca pero también el piso. Craso error, puesto que en muchos casos, debido al pinchazo de la burbuja, el precio del activo en el mercado es inferior a coste de la deuda pendiente de saldar. Tenemos claro pues que éste es un problema a evitar con evidente perjuicio para las generaciones venideras. ¿Cómo resolverlo?, mayormente puede solucionarse, o al menos que sea hecho consecuentemente, con formación financiera como parte obligatoria de la educación de nuestros hijos, enseñando los riesgos asociados a los créditos en particular y a cualquier producto financiero en general, y permitiendo que el común de los mortales tenga unas nociones básicas para gestionar su economía personal y/o familiar con un mínimo sentido. Esto nos vale no sólo para el caso de hipotecas «heredadas», sino en general para cualquier hipoteca, ya que estarán ustedes de acuerdo en que, «heredada» o no, una hipoteca a 40 años suscrita por una persona en su cuarentena, es ya de por sí un riesgo evidente para el que la formación financiera también ayudaría.
Respecto al segundo caso de financiación, la financiación pública, tal y como apuntábamos antes, es justo consumir cierto nivel de recursos de las generaciones venideras en la ejecución de una gran obra o infraestructura que quedará para uso y disfrute de la sociedad presente, pero también futura. La infraestructura obviamente ha de tener cierto sentido y ser objeto de una necesidad real por parte de la comunidad (léase, no entra en este apartado construir aeropuertos para los que luego no hay vuelos, autopistas sin tráfico, parques solares sin más ROI que el debido a las primas estatales, etc.). La pregunta del millón es pues: ¿Hasta qué punto es lícito consumir en el presente los recursos de nuestros descendientes?. Difícil cuestión. Respuesta salomónica: déficit cero. Es lo mejor que se me ocurre. Un estado, una comunidad, o un ayuntamiento, puede endeudarse y adelantar el consumo de futuros recursos siempre y cuando tenga equilibrio en sus cuentas anuales presentes, y la mejor manera de reflejar en cifras su sostenibilidad es exigir un déficit cero. El nivel de endeudamiento de una entidad, es decir, su deuda bruta, lo que debe, es importante, pero más relevante es su nivel de déficit. Recordemos que déficit es la cantidad que gasta año a año excediendo a sus ingresos, es decir, una brújula que nos indica la sostenibilidad futura de las cuentas de la institución. Éste es pues nuestro factor clave y nos debemos ceñir a él. Poner el umbral en cero ya es una cuestión más subjetiva, pero tratándose de mantener la sostenibilidad futura, qué mejor opción que la de ser un poco ortodoxo y no deteriorar el balance año a año empezando por el año en curso (contemplando tal vez la excepción a la regla para situaciones de emergencia, imprevisibles y de difícil repetición en ejercicios posteriores: léase, una gran catástrofe natural, etc.).
Como apuntaba antes, el caso de la financiación de las empresas es más complicado, puesto que combina simultáneamente factores de los dos casos anteriores: por un lado, las empresas son entidades generalmente privadas, y por otro, con su endeudamiento los dirigentes actuales de las empresas consumen recursos futuros de los accionistas cuya gestión correspondería a otros responsables venideros, y a la vez la expansión de las líneas de producción de las corporaciones, su expansión en nuevos mercados, etc. , es algo que, al igual que las obras sufragadas con la financiación pública, queda para la posteridad, al menos para la más inmediata, aunque ésta sea normalmente circunscrita a accionistas privados. Pero, por si esta disquisición no es poca, además hay que detenerse en un sub-caso más difícil todavía: las empresas de emprendedores en nuevas tecnologías. Las conclusiones que saquemos para este sub-caso que diferenciamos son extensibles en mayor o menor medida a la generalidad de la financiación empresarial, dado que, aunque en otro orden de magnitudes, la casuística podemos considerarla similar.
Sigamos pues con las empresas de emprendedores en nuevas tecnologías. Es por todos sabido que normalmente los nuevos modelos de negocio suponen una inversión inicial mucho más importante que en el caso de un negocio ya establecido, y que además el consiguiente endeudamiento perdura más en el tiempo hasta que se empiezan a obtener beneficios derivados de su actividad, que se ven compensados por la posibilidad de adquirir una posición dominante en un nuevo e importante mercado en proceso de creación, pero ¿Dónde poner el límite?. Es fácil decir ahora que la crisis «.com» era previsible, aunque unos meses después de que Terra saliese al mercado, e incluso antes de la famosa portada de «The Economist», el que subscribe fue uno de los que ya la anticipó, pero ¿Cuál es el umbral entre endeudamiento beneficioso y pernicioso?, ¿Hasta dónde se puede invertir en una empresa que va a desarrollar su actividad en un mercado de nueva creación?. Cuestión aún más difícil ésta, sobre todo cuando ese mercado de nueva creación es a todas luces desconocido en el presente: no se sabe ni su volumen, ni su relevancia en cifras concretas, ni su retorno de la inversión… no se sabe nada a ciencia cierta más que que es el futuro seguro, igual que nos pasó con el advenimiento de internet.
Era obvio que en el caso de las «.com» no tenía ningún sentido que hubiese empresas que recababan del mercado ingentes sumas de dinero sin ni siquiera tener un modelo de negocio mínimamente definido, ni presente ni futuro. Había empresas cuya única actividad conocida era celebrar opulentas fiestas en las que se paseaba la jet-set del mundo empresarial y social, pero que luego de internet apenas tenían algo en su nombre y en la descripción de su futura intención de actividad. Como les decía antes, esto es muy fácil decirlo a posteriori. En su momento poca gente lo veíamos, poca gente decía que era un sinsentido que Terra Networks en sólo tres meses, y con unas cifras ridículas y un modelo de negocio con monetización muy relativa, pasase a colocarse en el top ten de las empresas españolas por capitalización bursátil. ¿Por qué ocurre todo esto?. Por ambición humana. La proyección de un nuevo modelo de negocio transforma en símbolo de dólar las pupilas de las entidades o individuos con capital a invertir: tienen recursos, pero quieren aún más, y mercados que son el futuro, y que aún no tienen presente, son el caldo de cultivo ideal para dar rienda suelta a la ambición más desmedida. Y de aquellos polvos, estos lodos. Pero no nos apartemos de la cuestión principal de este post, ¿Cómo evitar este tipo de burbujas de crédito?. ¿Cómo utilizarlas de termómetro?. Aquí hemos pinchado. No se puede adivinar el futuro para saber las cifras que un nuevo mercado arrojará, con lo que no es ponderable el nivel de endeudamiento máximo que sobre estas cifras se debería permitir a las entidades e individuos que tratan de hacerse con una parte del pastel. Tampoco se puede poner un límite al número máximo de empresas que aspiran a repartirse ese nuevo nicho. Lo único que se me antoja propicio es el sentido común, pero dado que es el menos común de los sentidos, está claro que estamos abocados a repetir y repetir burbujas de crédito con cada nuevo avance tecnológico o productivo que se produzca en nuestra civilización. Llevamos la ambición en los genes. No tenemos remedio. E incluso, aunque asumamos que una generación escarmienta en una refriega como las «.com», vendrá otra más joven que experimentará los mismos sentimientos de ambición sin la experiencia de situaciones similares pasadas, y que volverá sistemáticamente a reproducir los mismos errores. Lo que les decía, sentido común y, si me lo permiten, leerse un poco los libros y la prensa especializada, donde, aunque uno siempre encuentra opiniones que se adaptan a cada actitud individual o empresarial posible, como perlas en el mar, también se encuentran reseñas de lo que yo entiendo que son datos que llevan a actitudes responsables y sostenibles para el conjunto de la economía y la sociedad. Están ahí, simplemente búsquenlas, reconózcanlas y téngalas en cuenta en sus decisiones personales o corporativas. Y eso sí, cuando vean un PER (Price-Earnings-Ratio ó parámetro que mide la capitalización bursátil de una empresa en base a sus beneficios reales) estratosférico, hagan como Warren Buffet, dejen que esos duros, o esos millones, se los gane otro, porque lo que sí les puedo asegurar es que habrá otro que venga a llevárselos, aunque luego su decisión pueda llevarle a la ruina.
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La indómita naturaleza del capitalismo popular
La indómita naturaleza del capitalismo popular. Sí, éste es el título de este post en el cual vamos a analizar un punto débil del sistema económico predominante a nivel global en nuestro planeta. En esta ocasión no les estoy advirtiendo de un peligro futuro, sino de un presente que tenemos todos los días delante de nosotros, y sobre cuya naturaleza tal vez no nos hayamos parado a pensar detenidamente.
En el capitalismo popular, hay agentes económicos grandes y pequeños, poderosos e insignificantes, influyentes y sin influencia… pero hay un hecho relevante a destacar en estas dicotomías: la clase media con poder adquisitivo, predominante en las sociedades que han desarrollado el sistema capitalista con éxito, es el agente económico más importante de entre todos los existentes. Es lo que en otros posts ya les he venido anticipando sobre la tremenda importancia de sus decisiones individuales y de la correspondiente agregación de nuestras decisiones de compra, inversión y voto.
Es éste un post por el cual todos debemos sentirnos aludidos, pues todos adquirimos bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades y antojos, todos tenemos inversiones (no, no hace falta tener acciones para formar parte de este grupo, una mera cuenta bancaria es ya de por sí un producto de inversión), y todos tenemos derecho a voto.
Debido a la obviedad del carácter popular y agregativo del derecho a voto en las democracias, pasaremos de puntillas por este punto, ya que en él está claro que la mayoría impone su criterio (o más bien el criterio que luego resulte tener el político de turno).
Respecto a los otros dos puntos, decisiones de compra e inversión, vamos a analizarlos con mayor detenimiento, puesto que es en ellos donde radica la intencionalidad del título de este post. Para empezar, podemos unificar ambos tipos de decisiones en uno, ya que bien mirado, ambas cosas son dos caras de la misma moneda. Aunque tenemos el matiz de que cuando se invierte en una empresa (por ejemplo comprando sus acciones) se dedican recursos a la producción sin obtener un producto a cambio, y cuando se compra un producto, se adquiere un bien o servicio a cambio de ceder un margen a la empresa productora. En ambos casos hay un intercambio monetario por el cual el consumidor o inversor está dando recursos a la empresa para que ésta los dedique a sus fines corporativos. Y con la agregación de muchos pequeños consumidores o inversores, se otorgan grandes recursos a grandes corporaciones para que se extiendan a lo largo y ancho del planeta, y hagan y deshagan según sus propios intereses o convicciones.
Y he aquí el quid de la cuestión. Individualmente la clase media apenas tiene poder ni capacidad de influencia, pero en su conjunto, las dimensiones del capitalismo popular arrojan unas cifras globales tan importantes, que no hay entidad capitalista que pueda contrarrestar sus efectos sobre el sistema económico. Ningún inversor institucional ni ninguna entidad pública, ni siquiera los bancos centrales, son capaces de equilibrar los mercados cuando la mayoría toma la misma decisión de compra o de venta, creándose en el sistema capitalista embudos que dejan atrapados a miles de inversores/compradores, porque la entrada suele ser lenta y gota a gota, y la salida a menudo es agregada y producto del pánico. Recuerden la famosa frase reflejo de esta naturaleza: la bolsa sube por la escalera y baja por el ascensor. Y esto es extrapolable a muchos otros ámbitos, puesto que la bolsa no es en esencia más que agregaciones de decisiones de compra y de venta, tras las cuales subyacen las necesidades y pasiones humanas, igual que en otros escenarios de esta compleja obra en la que todos actuamos.
Dicho lo cual, es aquí donde subyace el problema, en ese embudo que a modo gráfico he citado. De ahí que, tomando de nuevo el ejemplo de la bolsa, en días de pánico bursátil, suele haber declaraciones tranquilizadoras, mensajes benevolentes… ya que incluso los bancos centrales tienen una artillería limitada para combatir el pánico generalizado, y las instituciones deben optar por convencer a la mayoría y que cambie de parecer y deje de despeñar los maltrechos índices. Para ello, tratan de estabilizar la situación utilizando los medios con más impacto sobre el origen del mal: los telediarios y las portadas de los periódicos.
Hay que decir, que estamos hablando de despeñe de índices, pánico bajista… esto es sólo porque en la mayoría de los casos el embudo es de salida, pero en los sistemas capitalistas a veces también se producen embudos de entrada, que aunque sean más lentos, son más peligrosos, puesto que los segundos originan que posteriormente ocurran los primeros que, normalmente, son más rápidos y virulentos. No hay más que recordar la burbuja.com o la burbuja inmobiliaria cuyas consecuencias aún estamos pagando a día de hoy.
Pero por último, les diré que, fiel a la teoría Contrarian, no todos los agentes institucionales tratan de apaciguar los mercados en situaciones de pánico comprador o vendedor. Sólo pueden ser catalogados en éste grupo los agentes cuyos intereses emanan del bienestar de la mayoría de los individuos, es decir, los políticos e instituciones públicas (tomen esta afirmación con alfileres). Pero es cierto que también hay otros agentes institucionales que provocan estas situaciones y las alimentan para provocar bandazos de los que sacar buen provecho. No hay más que ponerse en el lugar de los grandes inversores para darse cuenta que, debido a los volúmenes que ellos manejan, cuando los precios están altos y se quieren salir del valor, hay que convencer a muchos pequeños de que tienen que comprar acciones para que ellos puedan salir a buen precio. Y lo mismo en el fondo del valle, para que los grandes puedan comprar a buen precio, tienen que convencer a muchos pequeños de que es momento de vender.
Los pequeños inversores, presas del pánico alcista o bajista, suelen hacer caso de los grandes titulares, pero ¿Y los grandes?, ¿Acaso no son presa de sentimientos volubles como los más pequeños?. Sí, sí que lo son, pero suelen ser inversores cuya capacidad económica les permite centrarse en horizontes más lejanos, independizándose de los vaivenes diarios o semanales, y sacando provecho de los ciclos de largo plazo que son, no lo duden, el beneficio más seguro.
Pero ante su indignación por esta realidad, no acudan al recurso fácil del odio hacia los grandes, lo realmente triste del tema es que estoy seguro que el 90% del común de los mortales (y tal vez me quede corto) actuaría de igual forma si estuviese en su lugar, y muchos ni siquiera lo saben. Como ya hemos hablado en otros casos, esto también es una cuestión de naturaleza humana. ¿Acaso no venden la mayoría de ustedes un coche que les empieza a dar problemas sin mentar nada de averías?. ¿Acaso no dejarían de mencionar los defectos de su piso si necesitaran venderlo?. La mayoría trata de conseguir el mayor precio de venta y el menor de compra para sus activos y pertenencias. Son las mismas actitudes pero en diferentes situaciones, solo que a ellos la vida les da la ocasión de desarrollar fatalmente esas semillas existentes en sus patrones de comportamiento. No se confundan, no estoy justificando de ningún modo estas actitudes tan criticables, simplemente intento hacerles comprender su origen.
Y estos últimos párrafos, más centrados en los devaneos bursátiles, como les decía antes, son aplicables a cualquier intercambio de productos o servicios de una sociedad de consumo. Así que terminaré centrándome en dos cosas a modo de resumen:
1) La próxima vez que lean un titular que les provoque un profundo desasosiego, domen su animal interior y traten de centrarse en el largo plazo y no actuar presa del pánico alcista o bajista, no hay que correr detrás de los precios ni vender a cualquier precio.
2) Consideren sus decisiones individuales como parte de un todo, asuman la responsabilidad que como pequeños agentes económicos les corresponde, y actúen con equilibrio y raciocinio. Ya les he dicho muchas veces que detrás sus decisiones individuales hay mucho más de lo que ustedes piensan.
Y recuerden, de todas formas, los agentes económicos que son los gobiernos, siempre tienen un arma infalible y definitiva: legislar, que en el fondo es para lo que verdaderamente les pagamos.
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