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El paralelismo entre la delincuencia en el metro de la Nueva York de los ochenta y la corrupción en España
Nueva York. Años ochenta. La red suburbana del metropolitano es uno de los lugares más peligrosos del planeta. La delincuencia campa a sus anchas en una ciudad en la que demasiados individuos viven al margen de la ley.
Si analizamos la criminalidad neoyorkina de hoy en día, la situación cambió radicalmente, habiendo alcanzado en punto de inflexión con el alcalde Giuliani. Pero los motivos por el que este brusco giro tuvo lugar van más allá de las simples medidas de mano dura policial. Otras interesantes medidas de psicología social se pusieron en práctica con un éxito demostrado. Tratemos de aprender de este valioso ejemplo, porque son muchos los paralelismos que podemos establecer con el caso de la alta corrupción en España. Y éste es un problema acuciante que sin duda hay que solucionar.
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Si no existiesen paraísos fiscales, ¿Cómo sería nuestro mundo?
Nadando literalmente entre noticias sobre corrupción y evasión fiscal a golpe diario de Telediario, muchos españoles están más que hartos de saber de la existencia de unos paraísos fiscales que se dedican a acoger con los brazos abiertos el dinero que traen de otros países, sin ni siquiera preguntar sobre si es de procedencia lícita. Pero, ¿Se han preguntado ustedes cómo sería el mundo si estos paraísos fiscales no existiesen? En este artículo damos respuesta a esta intrigante pregunta.
¿Cuáles son las consecuencias de que los ministros dimitan por no estar de acuerdo con el gobierno?
Eso que en España no pasa casi nunca, ni con unos ni con otros. Eso que en España sólo ocurre cuando los políticos, no es que ya estén contra la pared, sino que casi están ya entre cuatro paredes. Eso que en España tienen más que motivos para hacerlo en muchos casos. Hablamos de que los políticos dimitan cuando tienen que hacerlo, como ocurre en tantos países de nuestro entorno. Y las consecuencias de que no veamos esta forma de actuar en nuestros dirigentes van mucho más allá de la política, y es una causa importante de deterioro social y económico en nuestra sociedad. Preocúpense por la economía, pero también por la socioeconomía.
¿Por qué podría ser una buena medida el impuesto a las bebidas azucaradas de Reino Unido?
¿Se ha detenido usted a ver qué pone en la información nutricional de los refrescos? ¿Ha leído que una única lata de refresco azucarado llega a contener hasta casi 35 gramos de azúcar, es decir, un 39% de la cantidad recomendada para todo el día por la OMS (Organización Mundial de la Salud)?
En el Reino Unido han decidido pasar a la acción tras dar por válidos ciertos informes que afirman que hay un consumo excesivo de azúcar en nuestra dieta diaria. En este exceso de azúcar parece parece que está el origen de un deterioro de la salud de los ciudadanos, por lo que en este país han decidido tomar cartas en el asunto: en un plazo de dos años introducirán un nuevo impuesto que afectará a las bebidas azucaradas. En el artículo de hoy pasaremos de puntillas sobre el tema de si estos refrescos son o no perjudiciales para nuestra salud, y trataremos de centrarnos principalmente en hacer un análisis de la efectividad de este tipo de medidas.
¿Cómo sería un mundo sin paraísos fiscales?
Desde hace unas semanas, como consecuencia del escándalo destapado sobre los «Papeles de Panamá», el tema de los paraísos fiscales ha vuelto a estar presente en las portadas de casi todos los medios, y ha copado el panorama informativo a lo largo y ancho del planeta. Pero la verdad es que este tipo de refugio para evadir impuestos nunca dejó verdaderamente de ser un tema de plena actualidad en los países desarrollados.
De este modo, las cuestiones que debemos plantearnos, más que limitarse a un caso concreto como Panamá, deberían tener algo más de profundidad: ¿Por qué hay paraísos fiscales? ¿Cómo sería el mundo si no existiesen? Y lo que puede resultar aún más interesante: ¿Es posible acabar con ellos? Éstas son sólo algunas de las preguntas que nos planteamos hoy, y a las que vamos a tratar de dar respuesta en este artículo.
La psicología laboral de negar las fatídicas evidencias o El rebaño que va mansamente al matadero
En una empresa de la que tengo referencias fidedignas por lo que me cuentan ciertos insiders, se está llevando a cabo un ajuste de plantilla más que dramático, más bien en ciertas direcciones se podría calificar hasta de un exterminio consumado. Empresas que tienen que tomar estas decisiones siempre las habrá en un libre mercado, el tema que les traigo hoy no se trata ni siquiera de las malas formas con las que a veces se abordan este tipo de eufemísticamente llamados “ajustes”, sino en por qué hay trabajadores que no son capaces de ver el negro futuro que les espera a la vuelta de la esquina.
Obviamente, las empresas que se ven en este proceso, no pueden dejar de dar servicio mientras que tengan una obligación contractual de hacerlo, o bien hasta el cierre, o bien hasta la transferencia de los procesos a la matriz o a cualquier participada radicada en la India o donde sea. De sus obligaciones contraídas surge la necesidad de mantener a la plantilla trabajando justo hasta el día de antes de apagar el interruptor en su planta española. Como toda necesidad de altos vuelos, ésta se traduce en unos jugosos objetivos para los directivos nacionales encargados de ejecutar el exterminio, pero que, por contradictorio que parezca, tienen también a la vez el encargo de mantener el servicio hasta el día D.
El bonus que les han puesto hace que estos directivos hagan todo lo posible por conseguir este objetivo, y de ahí deriva la casi siempre omnipresente forma de actuar en estas situaciones: no negar y hablar abiertamente de que hay un plan de “ajuste”, pero al mismo tiempo afirmar que se va a mantener a una “organización retenida” de la cual es muy interesante formar parte. A partir de ahí, la realidad se irá desvelando por capítulos, dando a conocer las decisiones cuando ya no quede más remedio, lo cual siembra el desconcierto entre la plantilla, y hace que la gente no sepa bien a qué atenerse. Pasando de puntillas sobre la actitud de esta clase de directivo, que antepone sin dudarlo su interés personal al interés común (ya comentamos este tema en “El cáncer del interés personal sobre el general o La falta de sentido de la responsabilidad colectiva”), vamos a centrarnos más bien en cómo su plan les acaba funcionando en la mayoría de los casos de este tipo.
La psicología del empleado es la que nos interesa pararnos a analizar hoy. El plan que les he trazado antes a grandes rasgos es un plan milimétricamente concebido para que la mayor parte de la plantilla aguante hasta el final, son fases y acciones que me consta que aparecen en diversos manuales de management. Y para conseguir su objetivo no se centra en remuneraciones ni objetivos generalizados, eso sólo es rentable para unas pocas cabezas de la organización, sino que utiliza los sentimientos y las pasiones más primitivas de los trabajadores. Los sentimientos a los que se apela resultan ser más efectivos cuanto más viscerales y básicos son, y en estos casos principalmente son dos: el miedo y la esperanza.
El miedo surge de esa preparada frase en que se cita una “organización retenida” que va a sobrevivir. No hace falta decir que la mayoría de los trabajadores va a intentar por todos los medios formar parte de ella. Resulta obvio que esto es la zanahoria, pero es al mismo tiempo también el palo, puesto que, al que no se esfuerce por formar parte de ese selecto grupo, sólo le espera la desolada calle. Es el miedo a quedarse sin trabajo lo que hace que la plantilla vea como la salida más viable entrar a formar parte de los que se quedan, más aún en un mercado laboral como el español, donde a día de hoy no resulta demasiado fácil encontrar un buen puesto de trabajo. Pero aquí entra en juego el segundo sentimiento visceral y también muy humano: la esperanza. Y es este segundo sentimiento el que más nos interesa aquí por ser menos evidente y también muy efectivo. Esto es lo que hace que estas ovejas se dirijan mansamente al matadero, porque la mayoría de los trabajadores albergan la esperanza de estar entre los que se van a salvar. No hace falta decirles que, a veces, los elegidos son fugaces puestos utilizados tan sólo para acabar de ejecutar el despiece o liquidación final de la planta española de la empresa de turno, y que además de soportar una carga de trabajo extraordinaria en un entorno en el cual hay cada vez menos plantilla en la que apoyarse, acaban teniendo idéntico final al de las ovejas que entraron primero al matadero. Y, por cierto, detrás de todos ellos suele acabar yendo el responsable de Recursos Humanos que ha ejecutado los despidos: muerto el perro se acabó la rabia. Con este último despido se “limpian” los malos rollos de la escabechina, y los que quedan en la empresa perviven en un aséptico ambiente sanitariamente higienizado.
Pero esta conjunción de miedo y esperanza es mucho más fuerte de lo que cabría pensar. Conozco casos en los que mi insider dejó claro a ciertos compañeros de su entorno más cercano que no les esperaba nada bueno en el corto/medio plazo. La reacción fue aferrarse a lo que los directivos repetían como un mantra de que había que hacer un ajuste, que iban a formar parte de la “organización retenida”, y que los jefes iban a luchar por sus puestos. Son personas inteligentes, pero no se atreven a vislumbrar la realidad. Necesitan creer que tienen una salida medianamente segura, y los directivos se la ofrecen en bandeja de deslucido latón para utilizarles sólo mientras sigan siendo estrictamente necesarios.
Antes del párrafo final, simplemente me gustaría insistir en que este post no es una apología del mantenimiento de empresas no viables. No estoy en absoluto tratando de justificar que haya que mantener a flote una empresa que no es ni va a ser rentable. Si no, hoy en día aún tendríamos talleres de armaduras medievales por doquier.
Si por desgracia se encuentran ustedes en esta situación alguna vez en su carrera profesional, mi consejo es que traten de despegarse de la masa. No tengan miedo a no dejarse arrastrar por la seguridad de saberse rodeado por compañeros en la misma situación, analicen todos los datos y acciones, y piensen por sí mismos. Tengan en cuenta que la masa también se equivoca. Los primeros en salir voluntaria o involuntariamente en estos EREs son los que luego más opciones tienen de recolocarse, puesto que, sobre todo tratándose de una gran empresa como suele ser el caso de este tipo de procesos, no sólo las condiciones de salida suelen ser mejores al principio, sino que además el mercado se va a inundar de currículums y perfiles profesionales similares, y los primeros van a tener más opciones de copar los puestos que pueda haber disponibles. Y podemos pensar también en que, al final del proceso de finiquitar la planta española, el remanente de “organización retenida” es un volumen de personal importante, en el cual ya no hay un goteo asumible de bajas incentivadas, sino que supone un importe de indemnizaciones muy importante en un corto espacio de tiempo. Esta situación se presta a que algunas empresas busquen ahorros con prácticas muy cuestionables. Sean valientes, afronten la realidad cuanto antes mejor, y reaccionen para que sean ustedes los que dirijan el rumbo de su vida laboral hacia donde más les interese. En la vida hay ocasiones en las que no hay otra opción más que lanzarse a la piscina.
Los problemas de la edad adulta en edades inapropiadas o Los niños necesitan disfrutar de su infancia
El otro día, en el comedor de mi empresa, tuve la ocasión de escuchar la sorprendente (sino escandalosa) conversación de unos padres que estaban en la mesa de al lado. Hablaban de las edades cada vez más tempranas en las que los niños empiezan a beber alcohol. Lo escandaloso de la conversación viene ahora, pues estaban comentando el caso de un niño que conocían que ya bebía habitualmente alcohol los fines de semana. El niño en cuestión tenía tan sólo 12 años, y una de las madres dijo que “A ver, a los doce años es de tontos cogerse una borrachera de coma etílico, pero bueno, no pasa nada por tomarte tus cañitas con los amigos”.
Sinceramente, no doy crédito a los extremos a los que está llegando la sociedad de este país. En otros países estos problemas no están ni mucho menos tan generalizados, y menos aún la poca responsabilidad que hay entre algunos padres y madres como la de la épica cita anterior: dicha permisividad extrema lleva a algunos de nuestros jóvenes de forma natural a límites mucho más allá de lo comúnmente permisible. Por favor, estamos hablando de 12 años, una edad que ni siquiera entra en la adolescencia, una edad a la que el individuo ni está formado físicamente ni psicológicamente, y que no es consciente del delicado equilibrio que debe alcanzar su vida entre ocio, diversión y obligaciones. Eso por no hablar los numerosos estudios que atribuyen altas probabilidades de adicción por un consumo excesivo de alcohol u otras substancias a edades tan tempranas.
Pero esto no es nada comparado con lo que les voy a relatar a continuación. ¿Han oído ya hablar del “Muelle”? Es una práctica sexual cada vez más difundida entre los jóvenes españoles y españolas que se basa en convocar en un parking o explanada a varias decenas de personas de ambos sexos, y mantener relaciones sexuales entre todos conforme las chichas van pasando sucesivamente de un chico tumbado en el suelo a otro en algo que también se denomina ruleta sexual. Si no dan crédito a lo que les cuento, lean esta noticia aparecida hace meses en los medios “El Muelle: el nuevo y arriesgado juego sexual de los adolescentes”. Y de nuevo lo más impactante de todo son las tempranas edades a las que nuestros jóvenes se inician en semejantes prácticas.
Mi pregunta ante estos dos ejemplos es simplemente: ¿Qué hemos hecho mal nuestra generación de padres para que esto esté ocurriendo hoy en día? La respuesta de una amiga fue que damos a los niños todo lo que quieren, y que así los hemos acostumbrado a que todo lo que se pueden imaginar es algo que tienen el derecho de conseguir. Razón no le falta, puesto que realmente algo que define a la generación Ni-Ni es su creencia generalizada de que pueden exigir al sistema todo lo que desean, pero sin embargo rara vez se paran a pensar en su contribución al mismo ni en sus obligaciones como ciudadanos.
Pero yo creo que además hay otra causa que también es achacable a nuestro papel de padres. Podríamos llamarlo el efecto “Infancia robada”. Me explicaré. Considero que la infancia (y la vejez) son edades con su plenitud vital si se consideran adecuadamente. Pero el egocentrismo y la prepotencia de la edad adulta nos hace ver a los ancianos como cargas que empiezan a no valerse por sí mismos, y a los niños seres inmaduros que no tienen derecho a disfrutar de la vida como se merece la edad adulta. De ahí el tremendo error de algunos padres de querer “hacer mayores” a sus hijos antes de tiempo, cercenando su feliz infancia, en la creencia de regalarles los placeres adultos de la vida. La realidad es que algunos de nuestros niños sólo reciben un viaje iniciático a una edad impropia cuya inmadurez hace que se vean inmersos en un mundo y una dinámica para la cual no tienen ni mecanismos de contención ni de defensa. De esta forma vemos como muchos jóvenes acaban en personas sin medida a las cuales ya nada en la vida les satisface ni les dice nada, con todo lo que esto conlleva personal y socioeconómicamente, bien por insatisfacción y apatía personal, bien porque decidan ir más allá de las fronteras socialmente aceptadas e incluso legales para seguir consiguiendo esos placeres a cuyo nivel de oxitocina están ya acostumbrados.
Como conclusión de hoy, simplemente me gustaría hacerles notar que cada fase y cada etapa de la vida tiene su belleza y su forma de disfrutarla, y que hay que quemar etapas sólo a su debido tiempo. No crean que demuestran más confianza en sus hijos por permitirles o por hacer la “vista gorda” ante su iniciación en prácticas impropias de su edad. A mí me encanta jugar con mis hijos y ser su amigo tanto para compartir momentos como confidencias, pero en el fondo en el fondo, el papel que me ha tocado en esta vida es el de ser su padre. Hay momentos en los que los hijos necesitan tener un padre o una madre, y no sólo para apoyarse en él o ella, sino también para que les marque unos límites y les aconseje sobre los caminos que deben rechazar. Es más, si no lo hacen ustedes por sus hijos, les puedo asegurar que nadie más lo hará, o al menos no lo harán con el cariño y la delicadeza con la que usted lo habría hecho. Ejerzan de padres, para caminar a su lado y para enseñarles desde pequeños cómo elegir por si mismos su propio camino cuando ustedes ya no tengan la suerte de estar a su lado. No es infalible, pero es la mejor receta que puedo darles.
Los extremistas y Trolles infiltrados o La tolerancia ante lo más cercano
Una de las cosas que más gratificante me resulta al revisar los seguidores de este blog es que me leen de ambos lados del espectro político español, incluidos los que son denominados como extremistas. Mi blog no pretende tener ninguna adscripción política particular; como ustedes saben, aquí se trata de razonar para llegar a una conclusión, no de partir de la premisa del credo de turno, y razonar para justificarla a toda costa.
Es por ello por lo que me alegra tanto verles ahí, en su propia diversidad, acudiendo a nuestra cita quincenal. Es la demostración de que, cuando se trata de argumentar y tener voluntad de poner un poco de sentido común en la medida de las posibilidades de un servidor, ustedes lo aprecian, lo saben valorar, y además comparten sus propias y enriquecedoras reflexiones conmigo. Como saben, las ideas que les expongo son siempre razonadas, y con la humilde intención de resultar razonables. Siempre he pensado que, en la sociedad actual, no es que la gente no piense, sino que a la gente no le queda ni el tiempo ni las ganas de pararse a pensar. Es ése uno de los motivos fundacionales de este blog: regalarme a mí mismo unos minutos quincenalmente para poder reflexionar sobre los temas que más me interesan, y de paso compartirlo con todos ustedes.
No les voy a negar que, como toda persona que está en internet, también algún Troll de esos que usan Internet para hostigar me ha dedicado con delicadeza esmerados halagos, y dichos Trolles han resultado también ser dispares en su procedencia ideológica, habiéndolos tanto de izquierdas como de derechas (y alguno de algún auto-atribuido centrismo que resulta incalificable). Como decía mi abuelo: hay de todo en todos lados.
Pero al igual que el color de estos Trolles, como les decía, también el color de mis seguidores más fieles se extiende a lo largo y ancho de todo el panorama ideológico que nos rodea. Me quedo con este hecho, y comparto con ustedes una pregunta: actuando los Trolles como actúan, tan abiertamente y de forma pública, ¿Por qué las críticas más duras sólo proceden del espectro político contrario? Aquí hay más enjundia de la que parece…
¿Qué piensan ustedes? ¿Esto se debe a que en el fondo todos llevamos un pequeño extremista dentro que nos hace ser comprensivos con el que muestra abiertamente lo que muchos no se atreven a decir? Bueno, puede ser que esto sea cierto en algunos casos. Hay gente a la que el paso de los años, o tal vez de las legislaturas, va dando una capa de barniz bajo la cual, si nos fijamos bien, hay una primera capa con trazas extremistas. Pero yo no creo que éste sea el caso de la mayoría de nosotros.
Pasando de puntillas por la psicología evolutiva, estaremos de acuerdo en que es un sentimiento natural en los animales el sentirse protegido por el agresivo que ataca a tu contrincante y que a ti ni te roza. También es natural, y más humano, sentirse amenazado ante las muestras públicas del extremismo del polo opuesto en política. Aún tenemos recientes, y nos lo han contado nuestros abuelos, cómo en la Guerra Civil española, cada vez que entraba el bando opuesto en un pueblo o ciudad, la limpia de los contrarios era algo generalizado. Tenemos pues una mezcla de sentirse protegido por el extremo más cercano a nuestra ideología, combinado con el sentirse amenazado por el extremo opuesto. Vamos, un cóctel de primitivos sentimientos que no puede resultar en otra consecuencia más que en una mayoría que prefiere “tolerar” la existencia de “su” extremo por lo que pueda venir. Una versión democrática del clásico “Si ha de ganar un extremo, que sea el mío”. No olviden que el miedo es el motivo por el cual los seres humanos son capaces de realizar sus peores acciones. Y si no que se lo pregunten a los totalitarismos, que casi siempre explotan este cortocircuito mental y psicológico para que la mayoría calle mientras eliminan a la minoría que les conviene.
Pero nuestra reflexión no puede quedarse aquí. Aún tengo algo más que compartir con ustedes. No les he nombrado antes por casualidad mi experiencia con Trolls de ambos extremos. Cuando un extremista se da cuenta de que tiene enfrente a alguien que sigue un hilo de raciocinio que involuntariamente pone en duda la base de su extremismo, pero que sin embargo lo hace con razonamientos que no se pueden descalificar automáticamente atribuyéndolos al extremo contrario, el extremista ya no tiene más salida que el insulto gratuito y acaba actuando como un auténtico Troll. Los Trolles representan el triunfo de lo pasionalmente irracional, y a veces hasta absurdo, frente a lo cuidadosamente razonado.
Me despediré hoy insistiéndoles en mi profunda satisfacción de verme leído por rojos y azules, pero no puedo negar que, en el fondo, también me refuerza el verme trolleado por algunos extremistas (que no todos) de ambos polos opuestos. Alguno de ustedes estará pensando en aquella frase del poema Labrador de Goethe: “Pero sus estridentes ladridos, sólo son señal de que cabalgamos”.