Archivo de la categoría: Economía

¿Cómo debería España hacer la transición hacia un nuevo modelo productivo?

Llevamos literalmente años oyendo hablar de que España debe dejar atrás un modelo productivo basado principalmente en el ladrillo. Hacer este tipo de comentarios, sea en campaña electoral o no, no aporta absolutamente nada. No sólo porque resultan evidentes, sino porque el modelo productivo basado fundamentalmente en el ladrillo, no es que haya que cambiarlo, es que ya no existe. Lo que hay que hacer es crear un nuevo modelo productivo. Y para esto echo en falta propuestas creativas, razonables y de futuro por parte de nuestros políticos. En este artículo les traemos algunas propuestas que espero encuentren interesantes, y que tratan de demostrar que, cuando se tiene verdadero interés, y uno se pone a trabajar y a pensar, se puede dar con ideas (creo que) de futuro.

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Si no existiesen paraísos fiscales, ¿Cómo sería nuestro mundo?

Nadando literalmente entre noticias sobre corrupción y evasión fiscal a golpe diario de Telediario, muchos españoles están más que hartos de saber de la existencia de unos paraísos fiscales que se dedican a acoger con los brazos abiertos el dinero que traen de otros países, sin ni siquiera preguntar sobre si es de procedencia lícita. Pero, ¿Se han preguntado ustedes cómo sería el mundo si estos paraísos fiscales no existiesen? En este artículo damos respuesta a esta intrigante pregunta.

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¿Cuáles son las consecuencias de que los ministros dimitan por no estar de acuerdo con el gobierno?

Eso que en España no pasa casi nunca, ni con unos ni con otros. Eso que en España sólo ocurre cuando los políticos, no es que ya estén contra la pared, sino que casi están ya entre cuatro paredes. Eso que en España tienen más que motivos para hacerlo en muchos casos. Hablamos de que los políticos dimitan cuando tienen que hacerlo, como ocurre en tantos países de nuestro entorno. Y las consecuencias de que no veamos esta forma de actuar en nuestros dirigentes van mucho más allá de la política, y es una causa importante de deterioro social y económico en nuestra sociedad. Preocúpense por la economía, pero también por la socioeconomía.

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¿Por qué podría ser una buena medida el impuesto a las bebidas azucaradas de Reino Unido?

¿Se ha detenido usted a ver qué pone en la información nutricional de los refrescos? ¿Ha leído que una única lata de refresco azucarado llega a contener hasta casi 35 gramos de azúcar, es decir, un 39% de la cantidad recomendada para todo el día por la OMS (Organización Mundial de la Salud)?

En el Reino Unido han decidido pasar a la acción tras dar por válidos ciertos informes que afirman que hay un consumo excesivo de azúcar en nuestra dieta diaria. En este exceso de azúcar parece parece que está el origen de un deterioro de la salud de los ciudadanos, por lo que en este país han decidido tomar cartas en el asunto: en un plazo de dos años introducirán un nuevo impuesto que afectará a las bebidas azucaradas. En el artículo de hoy pasaremos de puntillas sobre el tema de si estos refrescos son o no perjudiciales para nuestra salud, y trataremos de centrarnos principalmente en hacer un análisis de la efectividad de este tipo de medidas.

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¿Cómo sería un mundo sin paraísos fiscales?

Desde hace unas semanas, como consecuencia del escándalo destapado sobre los «Papeles de Panamá», el tema de los paraísos fiscales ha vuelto a estar presente en las portadas de casi todos los medios, y ha copado el panorama informativo a lo largo y ancho del planeta. Pero la verdad es que este tipo de refugio para evadir impuestos nunca dejó verdaderamente de ser un tema de plena actualidad en los países desarrollados.

De este modo, las cuestiones que debemos plantearnos, más que limitarse a un caso concreto como Panamá, deberían tener algo más de profundidad: ¿Por qué hay paraísos fiscales? ¿Cómo sería el mundo si no existiesen? Y lo que puede resultar aún más interesante: ¿Es posible acabar con ellos? Éstas son sólo algunas de las preguntas que nos planteamos hoy, y a las que vamos a tratar de dar respuesta en este artículo.

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La Teoría del Caos y el impacto en España derivado de pagar menos por la gasolina

¿Estamos ante un shock petrolífero? ¿Beneficia este hundimiento del barril de petróleo a una economía netamente importadora de crudo como la española? ¿Pagar menos por llenar el deposito tiene otro tipo de consecuencias? ¿Se está librando una guerra comercial en los mercados internacionales de esta materia prima? ¿Ha provocado la naciente industria del fracking petrolífero una reacción en los productores tradicionales?

Éstas son algunas de las preguntas sobre las que reflexionaremos en el post que les traigo hoy. Un jueves más, sean bienvenidos a éste, nuestro blog (suyo y mio).

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La igualdad de oportunidades traída por la tecnología o Cómo los APIs públicos incrementan el fair play en Internet

Hoy les traigo un tema interesante por el impacto tan relevante que está teniendo ya a día de hoy en nuestro panorama tecnológico, así como por sus importantes implicaciones socioeconómicas. La mayoría de los ciudadanos ya se han acostumbrado a no despreciar ni un ápice las posibles influencias que los nuevos avances tecnológicos pueden traer a sus vidas. Los smartphones y los ecosistemas de aplicaciones han cambiado el día a día de mucha gente, y es ya una especie de cultura básica el saber utilizar nuestros teléfonos inteligentes y algunas aplicaciones clave.

No teman, si bien el tema de hoy tiene una base evidentemente técnica, ya saben que acostumbro a explicar de forma muy clara y sencilla las bases tecnológicas de los avances que les explico, para alcanzar al final unas conclusiones generales sobre su impacto en nuestras socioeconomías y en nuestra forma de vida.

Empecemos por explicar brevemente el concepto de API. Un API (o “Application Program Interface” según sus siglas en inglés), se podría definir como un conjunto de programas informáticos que permiten acceder de una forma determinada y estándar a la funcionalidad que da un programa de mayor dimensión. Es decir, por ejemplo, cojamos su cuenta de Facebook. Todo lo que usted publica o escribe en Facebook va a sus servidores en internet, y para acceder a esos servidores usted puede usar o bien la aplicación oficial de Facebook, o bien cualquier otra aplicación de otro programador que la haya hecho para venderla en Google Play o la AppStore. ¿Cómo sabe esa aplicación de terceros acceder a su información que está en los servidores de Facebook? Muy sencillo, con un API publicado por Facebook que describe qué y cómo preguntar por información a sus servidores. De esta manera, cualquier desarrollador que esté interesado en ello puede crear su propio programa para acceder a Facebook, y por ejemplo presentarle a usted un albúm de cumpleaños con todas las fotos suyas que sus amigos han cargado en Facebook este año.

Bien, a estas alturas ya tienen el concepto de API. Vayamos un poco más allá. El caso de Facebook es sencillo, pero ¿Qué me dicen por ejemplo de una aplicación de planificación de viajes que acceda a los servidores de Renfe para ofrecerle un viaje hecho a medida que incluya unos billetes de AVE con su correspondiente precio y disponibilidad? Ufffff, el tema se complica, puesto que pasamos a hablar de información crítica de una compañía, que necesita proteger porque es esencial para su operativa diaria, por no hablar ya de su carácter estratégico. Pero es cierto que cada vez más el mercado está demandando aplicaciones como la que les describo. Es más, Renfe en este caso podría aprovecharse de la “Comunidad” de desarrolladores que hacen por su cuenta una aplicación que le va a reportar ventas por la módica cantidad de 0€. Obviamente, esos desarrolladores querrán vender su aplicación en Google Play o la AppStore, o tal vez la aplicación sea gratuita y funcionen sólo por comisión sobre venta.

Ambas opciones suponen un nuevo modelo de negocio con claras ventajas para Renfe, pero el tema que quería abordar hoy con ustedes al respecto es más profundo. Aquel concepto de “Comunidad” difusa que nadie comprendía muy bien pero que ha llegado a producir excelentes sistemas operativos como Linux que se están comiendo el mercado, adopta ahora otro cariz. Ahora la comunidad no sólo acomete proyectos generalistas de informática, sino que una especie de comunidad formada por los desarrolladores presentes en los ecosistemas de aplicaciones, es capaz de hacerle a usted sin ningún coste de entrada una aplicación. La importante derivada de esto es el principal tema de este post: para ello usted debe darle con un API acceso a cierta parte de su información más preciada. El acceso a la información que a priori era impensable que les empresas permitiesen hace tan sólo unos años, ahora se vuelve estratégico para las compañías, y son ellas mismas las que publican APIs para facilitar a terceros el acceso a sus sistemas.

Obviamente, la seguridad es un tema clave. Hay que dotarse de una infraestructura que permita compartir de forma segura sólo aquella información que se desea hacer pública. Además hay que tener un especial cuidado con los accesos que sin duda los hackers intentarán hacer a nuestros sistemas, puesto que con unas APIs mal diseñadas serán capaces de entrar en nuestros servidores informáticos hasta la cocina, y hacerse con preciada información, o bien provocarnos un desastre. Con este fin hay en el mercado diversas plataformas de gestión de APIs, dicho sea de paso.

Otra consecuencia muy importante es que este nuevo paradigma socioeconómico supone una mejora del fair play dentro del sector de la tecnología: cualquiera con ideas, ganas, tiempo y recursos puede desarrollar una aplicación para vender billetes de Renfe o de productos y servicios de cualquier otra compañía. Sin duda un nuevo aspecto del progreso en la igualdad de oportunidades que son una de las bases esenciales de las sociedades occidentales.

Pero el trasfondo de este tema es que la economía y la socioeconomía han dado un giro radical respecto a la custodia y compartición de la información empresarial y el acceso a sus servidores. Han pasado de una posición claramente defensiva y cuasi-paranoica, a una mentalidad abierta en la cual ceden parte del núcleo de su negocio a cambio de un potencial beneficio. Podríamos acuñar esto como una democratización de la información de las empresas. Una política de claro y trasgresor aperturismo informático que reporta claras ventajas para consumidores, para la comunidad de desarrolladores y para las propias empresas. Un claro ejemplo de win-win a tres bandas, que supone un progreso socioeconómico real para nuestras sociedades, no sólo por el impacto en el corto plazo de la gran utilidad para todas las partes de las nuevas aplicaciones que se están desarrollando con las APIs, sino también por el gran progreso a largo plazo que suponen estos cambios de paradigma empresarial y socioeconómico que estructuran el tejido social y productivo de las sociedades que lo adoptan. El factor desencadenante es tener más beneficios. La consecuencia a largo plazo es hacernos lograr el progreso socioeconómico. Como muchas otras veces, la disyuntiva que algunos plantean de “dinero o socioeconomía” se resuelve en este caso serializando en una secuencia temporal de “primero se intenta generar más dinero, y en ése intento se acaba haciendo progresar la socioeconomía”. No siempre ocurre de esta manera, pero al menos, cuando tengamos claro que va a ser así, no seamos ni reaccionarios ni tímidos en adoptar unos cambios que nos acaban haciendo progresar como sociedad.

Qué entiendo por Socioeconomía o Por qué debería preocuparse por ello más que sólo por la economía

La Socioeconomía es una disciplina híbrida como tantas otras, pero el tema es que, en este caso, de su progreso en nuestras sociedades depende literalmente nuestro futuro y, lo que es más importante, también depende el futuro del mundo que dejamos a nuestros hijos. Los habituales de este blog ya sabrán de la importancia que le doy a todos los temas socioeconómicos, y espero haberles contagiado con mi inquietud por un tema clave de forma individual para cada uno de nosotros, pero que revierte inevitablemente en la sociedad en su conjunto.

Pero tratemos de definir con un poco de precisión qué es socioeconomía. Es cierto que es un concepto algo difuso, pero a mí personalmente me gusta hacer una interpretación propia del término, en la cual tiene un papel protagonista la economía, pero en la cual no hay que olvidar al co-protagonista que es la sociedad. No me prejuzguen antes de tiempo. No soy uno de esos teóricos a los que se les llena la boca hablando de idealismos totalmente irrealizables que, más que como un objetivo para avanzar, se los plantean como una meta alcanzable. Si bien no quiero entrar a juzgar la supuesta buena intención que subyace tras algunos de estos idealismos, llevarlos a la práctica resulta siempre en un desastre económico (y social) de una magnitud incalculable. Aquí tratamos la economía con su debido respeto, siendo conocedores de sus mecanismos y su gran importancia en nuestro mundo, puesto que sin economía no hay ni educación, ni sanidad, ni cultura, ni nada de nada. Tal vez el dinero no sea lo único a considerar en este mundo, pero sí que muchas cosas importantes dependen de él, por lo que satanizarlo no nos va a llevar demasiado lejos.

Pero no por ello debemos asumir que debemos ser esclavos del dinero, y que todo en nuestra sociedad y economía debe estar encaminado únicamente a maximizar los ceros de nuestras cuentas bancarias. Me niego rotundamente a aceptar como válida la famosa frase de Oscar Wilde: “En estos tiempos los jóvenes piensan que el dinero lo es todo, algo que comprueban cuando se hacen mayores”. Tampoco soy uno de esos negacionistas que, en su limitación de recursos económicos, optan por transformar su frustración en actitudes que niegan su evidente resquemor por algo que necesitan y no consiguen. Simplemente creo que nuestra sociedad está desviándose de su camino, y que aún estamos tiempo de enderezar el rumbo para apuntalar un sistema que ha demostrado ser la mejor forma de generar calidad de vida en los últimos siglos.

Soy muy consciente de que la economía es uno de los sistemas más complejos de entre los que conocemos. Hay demasiadas variables que le influyen, y de la misma manera, influye a su vez en muchas otras variables. Aquí las que más nos ocupan son las variables económicas que rigen el devenir de nuestra sociedad. Lo que queremos que sea nuestro mundo el día de mañana depende de (y a la vez está intrínsecamente vinculado a) nuestra economía. En las sociedades occidentales tenemos una serie de valores que se dan por básicos, pero que en las últimas décadas han sido paulatinamente arrinconados en baúles con olor a naftalina. Me refiero a conceptos como la honestidad, la honradez, la sinceridad, el buscar el bien común por encima del bien personal, la responsabilidad en la función pública y privada, la ética, el tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros, la justicia social, la igualdad de oportunidades, el respeto entre clases, el diálogo, y así hasta un largo etcétera, que no por largo y olvidado deberíamos dejar de volver a poner en el mapa que marca nuestro rumbo.

Un gran problema por el que nos estamos apartando de estos valores personales y sociales tan fundamentales es por la deriva de un sistema en el que es natural que siempre haya unas clases más favorecidas económicamente y otras menos. Con el paso de los años, la naturaleza humana de querer conservar lo conseguido, hace que esas clases ligeramente favorecidas creen lobbies y grupos de presión para favorecer sus intereses ante los legisladores, y ello deriva en más riqueza para los más ricos, y por lo tanto una mayor brecha económica en comparación con los más desfavorecidos. Como muestra de ello pueden observar cómo el salario medio de un directivo de empresa está en media en multiplicadores de varios cientos de veces el salario medio de su empresa, cuando este parámetro estaba en los años setenta en el orden de las pocas decenas. En todo sistema, siempre el interés de unos pocos, que se ponen más fácilmente de acuerdo en un objetivo común, va a prevalecer sobre el interés de una mayoría disgregada y dispersa. Ahí está la debilidad del sistema, porque la sostenibilidad depende precisamente de esa inmensa mayoría: la clase media.

Pero vayamos a la pregunta clave ¿Es este mundo polarizado el que queremos construir?. Les formulo la pregunta de otra forma, puesto que todos en el fondo todos buscamos la felicidad (aunque algunos se equivocan en el camino para conseguirla), ¿Lograríamos todos ser más felices en un mundo dividido en unos pocos muy ricos y una mayoría desfavorecida? No les niego que algunas personas sean capaces de hallar la felicidad en la más absoluta de las miserias, pues hay gente que logra independizarse de toda atadura material. Pero éste nunca va a ser un caso al alcance ni deseable para la mayoría. Así que tomemos el ejemplo de sociedades polarizadas. Hay algún país latinoamericano en el que me consta que hay una élite con muchos recursos económicos, y una inmensa mayoría con escasa capacidad de compra. Obviamente, los desfavorecidos en este país no son felices, porque que muera uno de tus hijos por no tener asistencia sanitaria, o que el gran problema de cada día sea conseguir alimento para tu familia, no es algo en lo que la felicidad desborde a quienes padece esta situación. Pero también conozco casos de personas con mucho dinero en este mismo país que tampoco son felices en absoluto. Son ricos que se sienten permanentemente encarcelados, siempre protegidos tras una alambrada de espino, donde las mujeres y los niños no pueden salir solos y sin protección profesional bajo ningún concepto, donde los atracos son algo más que cotidiano, donde los niños juegan a secuestros etc. Para qué seguir, ya se lo pueden imaginar: en esta sociedad en concreto, nadie, repito, nadie es feliz.

Es por ello por lo que la economía debe adquirir una nueva dimensión más allá de los valores meramente ponderables en cantidad de ceros en una cuenta corriente. Tanto dirigentes, como acaudalados, como desfavorecidos, deben ser todos conscientes de la necesidad de construir un mundo con valores, aunque también con servicios básicos; pero eso sí, siempre desde la sostenibilidad y la viabilidad económica: nada es gratis, tampoco los servicios dados por el estado. Ha se seguirse la máxima de algunas ONGs: no hay que dar el pescado, hay que dar la caña y enseñar a pescar. Hay que re-enfocarse hacia un mundo con igualdad de oportunidades, pero también en el que la economía pueda asegurar que existan oportunidades en el mercado.

No les voy a poner como ejemplo de sistema político-económico a los países nórdicos. No voy a entrar en la eterna discusión sobre si es preferible un modelo estatalista de impuestos altos y regulaciones profusas, o un modelo liberal de impuestos bajos y mercado desregulado. Salvando la distancias, ya que tampoco los países nórdicos son para nada un sistema extremista, me permito recordarles que rara vez una tendencia llevada al extremo suele resultar buena, porque el extremismo suele intensificar las vulnerabilidades y debilidades de las premisas iniciales (ninguna premisa es perfecta); no debemos descartar una solución basada en un punto de equilibrio razonable a medio camino entre la sobrerregulación y la falta absoluta de ella. Pero por el único motivo por el que les saco a colación hoy los países nórdicos es por su evolución socioeconómica, y más concretamente por el nivel de responsabilidad personal de la mayoría de agentes económicos y sociales que participan en su sistema. Su nivel de educación y su nivel ético, siendo todavía mejorables, distan años luz de los nuestros, y  les permiten tener gestores públicos y privados que tienen en cuenta el bien común más que los nuestros, y que se plantean cuestiones éticas y sobre todo cómo hacer bien las cosas, algo que por estas latitudes les daría risa a demasiados políticos si simplemente se lo planteásemos.

Como resumen, preocúpense en su día a día por cómo la economía acaba configurando la realidad social en la que vivimos, y de cómo nuestra sociedad orienta sus valores y la felicidad de sus individuos hacia el progreso de la economía. Hay que romper ese actual círculo vicioso y volverlo virtuoso, orientándolo hacia unos valores que tuvimos a mediados del siglo veinte, y que las décadas han ido borrando del decálogo de nuestros dirigentes y de los libros de mesilla de todos nosotros. Empiecen por ustedes mismos, en nuestro sistema estas cosas se construyen de abajo a arriba. No flaqueen ante las actitudes reprobables de algunos. En el fondo, ellos envidian la seguridad y la firme creencia en unos valores que sólo saben sustituir por montañas de billetes transportados en bolsas de basura o por cosas aún peores. El dinero es una variable importante, pero en este mundo hay algo más que además no puede cuantificarse en número de monedas.

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El miedo a triunfar ante los demás o La envidia como freno al progreso socioeconómico

El miedo a triunfar ante los demás, no es más que el miedo a triunfar ante uno mismo. La envidia es un sentimiento más generalizado de lo deseable en nuestra sociedad, pero no por ello aceptado. Es por este motivo por el que la gente oculta a toda costa este sentimiento cuando siente envidia, a pesar de lo evidente de la tonalidad verde fluorescente de sus comentarios.

Al fin y al cabo, todos somos conscientes de que la envidia es una obvia declaración de inferioridad, por ello es lógica la tendencia general a ocultar la envidia a toda costa, pero es que además el problema es en realidad el miedo a triunfar ante uno mismo. Como demostración de lo que digo, respóndanse a la siguiente pregunta: si nadie muestra claramente su envidia, ¿Cómo es que la gente que tiene miedo a triunfar puede estar tan convencida del desastre social que les supondría tener éxito?… Han de estar muy convencidos de ello, puesto que prefieren renunciar a las mieles y los réditos del éxito ante el pavor que les produce la imagen del rechazo social. Es cierto que hay algún caso que muestra envidia de forma abierta y evidente… pero en general la gente tiene miedo al éxito porque ellos mismos han experimentado la envidia una alguna vez, conocen sus mecanismos psicológicos y saben reconocer en los demás lo extendido que está este sentimiento a nivel social. Saben perfectamente qué hay detrás de una crítica injustificada a alguien que parece estar triunfando. Ellos mismos seguramente lo hicieron alguna vez. Y optan por mantener en secreto sus modestos o no tan modestos éxitos, con la imposible intención de mantener la aceptación en sus círculos sociales.

La envidia es censurable, pero todo el mundo la siente alguna vez. El problema es cómo la reconducimos. La envidia no es mala en la medida que nos puede impulsar a mejorar. La envidia es mala cuando deriva en mal perder, o cuando alguien se enroca en su negativismo sin admitir que anhela lo que otro ha conseguido. Incluso hay gente que obstinadamente rechaza de pleno el tratar de conseguir unas metas que hasta el momento siempre había perseguido para sí, a fin de ocultar su verdadera admiración y envidia por el triunfo ajeno. La crítica gratuita, el sacar defectos sin motivo, el no reconocer ningún mérito… son todos inequívocos síntomas de color verde hospital. Estén atentos a su entorno porque no habrá semana en la que tristemente no vean u oigan actitudes como éstas.

Ya saben que sobre este tema de la envidia y el éxito les hablo con cierta frecuencia. Lo hago por las implicaciones a gran escala que este tipo de actitudes acaban teniendo en la gente que nos rodea y en la sociedad en la que vivimos. A pesar de todo lo que ya hemos comentado desde hace años sobre el tema, el otro día, mi mujer me recomendó un excelente artículo que viene a colación y que sin duda merece la pena que lean: “La envidia y el síndrome de Solomon” http://elpais.com/elpais/2013/05/17/eps/1368793042_628150.html Les resumiré que en el artículo se habla de un famoso experimento social del doctor Solomon en el que se demostraba fehacientemente cómo a la mayoría de las personas les influye enormemente la opinión de los demás y la aceptación social. Esto es así hasta tal punto que prefieren dar conscientemente una respuesta incorrecta y dejarse llevar por la equivocada mayoría, antes que arriesgarse a ser socialmente rechazados.

Creo que ha quedado claro que el punto de vista del post que les traigo hoy aporta valor respecto al artículo anterior, puesto que, según hablábamos antes, el miedo a triunfar es realmente el miedo a triunfar ante uno mismo. Un sentimiento tan ocultado como la envidia no permite reconocerla en los demás si no la ha sentido uno mismo. El tema no es que uno la reconozca a su alrededor cada dos por tres, sino que, cuando la gente visualiza para sí una carrera de éxito, inevitablemente se juzga a sí mismo de forma autorreferencial y descubre que su futuro de éxito le daría envidia a su presente de normalidad. Ahí está la clave. Sentimos envidia de nosotros mismos, y este sentimiento nos hace proyectar cómo se sentirán muchas personas de nuestro entorno si nos ven triunfar y cómo nos juzgarán de forma sumaria… y claro, siendo los seres humanos de naturaleza gregaria, en lógico que muchos opten por un futuro acompañado que siga en la normalidad, en vez de un solitario futuro de éxitos. Esto con el consiguiente perjuicio para el progreso de nuestra socioeconomia, pues se acaban cercenando muchas posibles iniciativas, innovaciones y, en definitiva, avances socioeconómicos.

A falta de una, hoy les dejaré con dos citas muy apropiadas, para que piensen en ellas esta noche. La primera es de Sir Francis Bacon y dice: “La envidia es el gusano roedor del mérito y de la gloria”. La segunda es una cita de José Luis Borges, que afirmó: “El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: Es envidiable”. Podrán observar cómo las opiniones que les ha razonado un servidor se sintetizan milimétricamente en estas dos citas. Tras leerlas, ahora piensen qué le queda a un país en el que el mérito y la gloria están roídos desde la base, y qué tenemos y qué nos espera en el futuro si a ése país le ponemos por nombre España. Les he dicho en más de una ocasión que, para progresar como sociedad, la autocrítica es fundamental, y que siempre hay que intentar solucionar los problemas empezando por uno mismo. Yo he aportado modestamente mi granito de arena con este post, pero también con mis propios esfuerzos diarios. El resto es cosa suya. Del esfuerzo de todos depende que consigamos mejorar como sociedad.

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El poder del dinero en la economía de mercado o La plutocracia en un sistema en el que el consumidor designa

¿Qué vale más en nuestros sistemas socioeconómicos? ¿Los votos que realizamos como votantes o los euros que gastamos como consumidores? La pregunta no es baladí, puesto que de ella depende nuestro futuro, el de nuestros hijos, y el de nuestro sistema.

Resulta obvio pensar que lo que regula la realidad socioeconómica de un país es su sistema político. Pero también resulta obvio que lo que estructura su sociedad es la economía. Ambas convergen en uno de los temas centrales que me encanta tratar con ustedes en este blog: la socioeconomía. Es cierto que según el país del que hablemos, hay casos en los que la política y la economía se fusionan en una sola; sin ir más lejos, por ejemplo, en sistemas totalitarios. Pero hoy en día, la frontera entre política y economía es tan tenue en la mayoría de los casos, que podríamos aventurarnos a decir que incluso muchas veces la economía gobierna la política de nuestros países.

No tengo a priori nada en contra de que la economía regule nuestros designios. De hecho, pienso que la economía es la base de todo, puesto que sin ella no hay ni educación, ni sanidad, ni políticas sociales, etc. En todo caso, lo único que me gustaría plantearme con ustedes en este post de hoy es la sostenibilidad a largo plazo de una sociedad dirigida por el dinero, además de reflexionar sobre si se trata de una opción justa para sus ciudadanos. A pesar de que es a lo que les tengo acostumbrados, en este análisis de sostenibilidad y justicia no voy a ir por partes. En este caso no. Considero que, en el tema de hoy, ambas cosas son dos caras de una misma moneda, tal y como quedará demostrado más adelante.

Desde el punto de vista económico, nuestro sistema es una plutocracia. Así como todos los votos valen lo mismo en la urna (matizable conceptualmente según el nivel de información y lo razonable de cada votante en cuestión), todas las decisiones de compra no valen lo mismo. Se puede afirmar que en nuestra economía se impone lo que más beneficios da, que suele coincidir con lo que más se vende. Pero hoy en día esta propagación no afecta sólo a productos a la venta, sino también a imagen de empresa, modelo de gobierno corporativo, filosofía empresarial, condiciones laborales, y un largo etcétera. Si compran ustedes productos a compañías con malas condiciones laborales y que exploten el trabajo infantil, están ustedes contribuyendo a que su modelo empresarial se imponga. Tenemos por lo tanto que lo que ustedes compren con su dinero, es lo que ustedes están “votando” para que se extienda como un reguero de pólvora en nuestro sistema. El problema viene en la palabra “votando”, que acabo de utilizar entrecomillada adrede. Este “votando” no es como el voto en la urna. El que más compra, y por lo tanto el que más decide qué se impone en la sociedad, es el que más capacidad de compra tiene, es decir, el que posee más dinero o activos.

Sinteticemos un poco: tenemos que vivimos en un sistema en el que los intereses económicos gobiernan mayormente la política, en el que a su vez la economía viene articulada en base a los beneficios que consiguen las empresas, y estos a su vez emanan de las decisiones de compra de los consumidores, y el que más tiene más decide (porque aunque no compre un producto, si ahorra el dinero, al final lo invertirá aunque sea en una cuenta bancaria, y eso ya es poder de decisión). Llegamos al quid de la cuestión. ¿Es justo que el que más dinero tiene tenga más poder en el sistema? Yo no seré el que les conteste. Se van a contestar ustedes mismos. ¿Cuál es la definición de democracia según la Real Academia Española?: “Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”… la pregunta obvia ahora es ¿Qué es el pueblo?… de nuevo la RAE dice “Conjunto de personas de un lugar, región o país”. Tenemos por lo tanto que, en una democracia, la política ha de venir determinada predominantemente por el conjunto de los habitantes del país. En un país con clase media predominante, esto se cumplirá a grandes rasgos. ¿Pero qué ocurre en un país donde no hay clase media predominante? Señores, que si entonces la capacidad económica rige los designios como hemos concluido antes, no hay democracia.

Pero estamos hablando de justicia, teniendo claro que hoy en día se acepta que la democracia es el sistema más justo (o el menos injusto) para el conjunto de los ciudadanos. ¿No hablábamos antes también de sostenibilidad? Recuerden que antes les decía que eran dos caras de la misma moneda. ¿Creen que es casualidad que los países con mayores diferencias sociales sean los países en los que hay más inestabilidad social? ¿Acaso no creen que la injusticia lleva a la movilización de las clases más desfavorecidas?… He ahí la insostenibilidad de un sistema injusto. Cuando una parte importante de la población no tiene nada que perder, y no ve futuro ni para sí ni para sus hijos, es proclive a pensar que no puede estar peor y que cualquier otra solución es mejor que la presente, por muy radical que sea. Y la pena es que las soluciones radicales se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban. Eso sí, lo comparta o no, no seré yo el que les culpe por pensar así cuando ya no saben ni cómo explicarles a sus hijos por qué no tienen nada en el plato, ni para qué hay que esforzarse en el colegio.

Tras el párrafo anterior, si en un país se deteriora la situación económica y se polariza la sociedad entre muchos pobres y unos pocos ricos, ¿Se puede decir que hay democracia real? ¿Es un sistema socioeconómico justo? Y… ¿Es sostenible? Espero que por fin, tras haber llegado al final de este post, tengan ustedes mismos ya las respuestas a estas tres preguntas clave sobre nuestro futuro. Yo las tengo, pero las mías valen tanto como las suyas, eso sí, siempre que se informen adecuadamente y reflexionen antes de formarse una opinión. En ese caso estaremos en igualdad de condiciones.

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