Archivo del sitio
Si no existiesen paraísos fiscales, ¿Cómo sería nuestro mundo?
Nadando literalmente entre noticias sobre corrupción y evasión fiscal a golpe diario de Telediario, muchos españoles están más que hartos de saber de la existencia de unos paraísos fiscales que se dedican a acoger con los brazos abiertos el dinero que traen de otros países, sin ni siquiera preguntar sobre si es de procedencia lícita. Pero, ¿Se han preguntado ustedes cómo sería el mundo si estos paraísos fiscales no existiesen? En este artículo damos respuesta a esta intrigante pregunta.
¿Cuáles son las consecuencias de que los ministros dimitan por no estar de acuerdo con el gobierno?
Eso que en España no pasa casi nunca, ni con unos ni con otros. Eso que en España sólo ocurre cuando los políticos, no es que ya estén contra la pared, sino que casi están ya entre cuatro paredes. Eso que en España tienen más que motivos para hacerlo en muchos casos. Hablamos de que los políticos dimitan cuando tienen que hacerlo, como ocurre en tantos países de nuestro entorno. Y las consecuencias de que no veamos esta forma de actuar en nuestros dirigentes van mucho más allá de la política, y es una causa importante de deterioro social y económico en nuestra sociedad. Preocúpense por la economía, pero también por la socioeconomía.
El poder del dinero en la economía de mercado o La plutocracia en un sistema en el que el consumidor designa
¿Qué vale más en nuestros sistemas socioeconómicos? ¿Los votos que realizamos como votantes o los euros que gastamos como consumidores? La pregunta no es baladí, puesto que de ella depende nuestro futuro, el de nuestros hijos, y el de nuestro sistema.
Resulta obvio pensar que lo que regula la realidad socioeconómica de un país es su sistema político. Pero también resulta obvio que lo que estructura su sociedad es la economía. Ambas convergen en uno de los temas centrales que me encanta tratar con ustedes en este blog: la socioeconomía. Es cierto que según el país del que hablemos, hay casos en los que la política y la economía se fusionan en una sola; sin ir más lejos, por ejemplo, en sistemas totalitarios. Pero hoy en día, la frontera entre política y economía es tan tenue en la mayoría de los casos, que podríamos aventurarnos a decir que incluso muchas veces la economía gobierna la política de nuestros países.
No tengo a priori nada en contra de que la economía regule nuestros designios. De hecho, pienso que la economía es la base de todo, puesto que sin ella no hay ni educación, ni sanidad, ni políticas sociales, etc. En todo caso, lo único que me gustaría plantearme con ustedes en este post de hoy es la sostenibilidad a largo plazo de una sociedad dirigida por el dinero, además de reflexionar sobre si se trata de una opción justa para sus ciudadanos. A pesar de que es a lo que les tengo acostumbrados, en este análisis de sostenibilidad y justicia no voy a ir por partes. En este caso no. Considero que, en el tema de hoy, ambas cosas son dos caras de una misma moneda, tal y como quedará demostrado más adelante.
Desde el punto de vista económico, nuestro sistema es una plutocracia. Así como todos los votos valen lo mismo en la urna (matizable conceptualmente según el nivel de información y lo razonable de cada votante en cuestión), todas las decisiones de compra no valen lo mismo. Se puede afirmar que en nuestra economía se impone lo que más beneficios da, que suele coincidir con lo que más se vende. Pero hoy en día esta propagación no afecta sólo a productos a la venta, sino también a imagen de empresa, modelo de gobierno corporativo, filosofía empresarial, condiciones laborales, y un largo etcétera. Si compran ustedes productos a compañías con malas condiciones laborales y que exploten el trabajo infantil, están ustedes contribuyendo a que su modelo empresarial se imponga. Tenemos por lo tanto que lo que ustedes compren con su dinero, es lo que ustedes están “votando” para que se extienda como un reguero de pólvora en nuestro sistema. El problema viene en la palabra “votando”, que acabo de utilizar entrecomillada adrede. Este “votando” no es como el voto en la urna. El que más compra, y por lo tanto el que más decide qué se impone en la sociedad, es el que más capacidad de compra tiene, es decir, el que posee más dinero o activos.
Sinteticemos un poco: tenemos que vivimos en un sistema en el que los intereses económicos gobiernan mayormente la política, en el que a su vez la economía viene articulada en base a los beneficios que consiguen las empresas, y estos a su vez emanan de las decisiones de compra de los consumidores, y el que más tiene más decide (porque aunque no compre un producto, si ahorra el dinero, al final lo invertirá aunque sea en una cuenta bancaria, y eso ya es poder de decisión). Llegamos al quid de la cuestión. ¿Es justo que el que más dinero tiene tenga más poder en el sistema? Yo no seré el que les conteste. Se van a contestar ustedes mismos. ¿Cuál es la definición de democracia según la Real Academia Española?: “Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”… la pregunta obvia ahora es ¿Qué es el pueblo?… de nuevo la RAE dice “Conjunto de personas de un lugar, región o país”. Tenemos por lo tanto que, en una democracia, la política ha de venir determinada predominantemente por el conjunto de los habitantes del país. En un país con clase media predominante, esto se cumplirá a grandes rasgos. ¿Pero qué ocurre en un país donde no hay clase media predominante? Señores, que si entonces la capacidad económica rige los designios como hemos concluido antes, no hay democracia.
Pero estamos hablando de justicia, teniendo claro que hoy en día se acepta que la democracia es el sistema más justo (o el menos injusto) para el conjunto de los ciudadanos. ¿No hablábamos antes también de sostenibilidad? Recuerden que antes les decía que eran dos caras de la misma moneda. ¿Creen que es casualidad que los países con mayores diferencias sociales sean los países en los que hay más inestabilidad social? ¿Acaso no creen que la injusticia lleva a la movilización de las clases más desfavorecidas?… He ahí la insostenibilidad de un sistema injusto. Cuando una parte importante de la población no tiene nada que perder, y no ve futuro ni para sí ni para sus hijos, es proclive a pensar que no puede estar peor y que cualquier otra solución es mejor que la presente, por muy radical que sea. Y la pena es que las soluciones radicales se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban. Eso sí, lo comparta o no, no seré yo el que les culpe por pensar así cuando ya no saben ni cómo explicarles a sus hijos por qué no tienen nada en el plato, ni para qué hay que esforzarse en el colegio.
Tras el párrafo anterior, si en un país se deteriora la situación económica y se polariza la sociedad entre muchos pobres y unos pocos ricos, ¿Se puede decir que hay democracia real? ¿Es un sistema socioeconómico justo? Y… ¿Es sostenible? Espero que por fin, tras haber llegado al final de este post, tengan ustedes mismos ya las respuestas a estas tres preguntas clave sobre nuestro futuro. Yo las tengo, pero las mías valen tanto como las suyas, eso sí, siempre que se informen adecuadamente y reflexionen antes de formarse una opinión. En ese caso estaremos en igualdad de condiciones.
Sígueme en Twitter: @DerBlaueMond
Por qué los músicos adoran a sus fans o Por qué los políticos no aprecian a sus votantes
Sé que las dos preguntas del título no parecen tener mucho que ver. En realidad están íntimamente relacionadas, y lo que es más importante, en este post veremos qué pueden hacer ustedes para mejorar la respuesta que menos les gusta.
La primera idea que me ha llevado a hacer esta reflexión es una pregunta intrigante: Si tanto músicos como políticos reciben sus ingresos, estatus y poder del pueblo en general, ¿Por qué responden luego a la gente con actitudes tan dispares?.
Empecemos con los músicos. Los artistas en general reciben mucho de sus fans, mucho cariño, mucha admiración, mucho respeto… Y es por ello por lo que la gran mayoría de los músicos se sienten en deuda con sus seguidores, y sienten que deben corresponderles de alguna manera. Por ello, la mayor parte de los artistas cuidan tanto, y quieren a sus fans. Pero es que además hay otro tema: el de la calidad del vínculo desarrollado entre artistas y fans. Este vínculo se basa generalmente en la sinceridad. Sí, como leen. El artista suele transmitir con sus obras lo que siente en su interior, lo que piensa, lo que le inspira el mundo a su alrededor… y esto el músico normalmente lo transmite con sinceridad (con permiso del marketing, según vimos en el post «El In-Store Surveillance y la brecha social o El marketing como nuevo sistema de castas a la occidental«).
Es precisamente la sinceridad lo que da esa calidad a su relación con sus seguidores. Se saben correspondidos en la mayoría de sus sentimientos más íntimos. Se ven reflejados en su obra y en sus fans. Sienten a sus seguidores como parte de sí mismos. Se sienten identificados.
Pasemos ahora a los políticos. Antes de nada, decir que no hay nada más lejos de mi intención que afirmar que todos los políticos son iguales; sin embargo, sí diré que uno de los mayores problemas de las democracias es que el perfil político actual predominante deja mucho que desear. El vínculo entre políticos y votantes suele ser desgraciadamente un vínculo destructivo, viciado, podrido desde su raíz… y les voy a explicar por qué. Al igual que el artista basa el vínculo con sus fans en la sinceridad, el político lo basa en todo lo contrario. En periodo electoral, la mayoría de los políticos tratan simplemente de decir lo que tienen que decir para ganar las elecciones. Luego la realidad de los cuatro años siguientes suele resultar ser muy distinta. Lo peor es que demasiados políticos son conscientes de estas divergencias desde la campaña electoral, pero no lo dicen. ¿Cómo llamarían a esto?. No sé si es engañar, pero en todo caso estarán de acuerdo que es no decir toda la verdad, siendo una verdad importante y que afecta de manera muy relevante a la vida de muchas personas. Y a mí eso ya me vale para catalogar a un individuo.
Tenemos pues que demasiados políticos no dicen toda la verdad a sus votantes. Pero a pesar de ello, alguno gana las elecciones, lo cual es su objetivo principal. Esto es un vínculo basado en la (llamémoslo) no-sinceridad. Es por ello por lo que el político no se siente identificado con el electorado, no se ve reflejado en ellos, no transmite lo que verdaderamente lleva en su interior, y por lo tanto no se siente en deuda ni desarrolla ningún vínculo afectivo con sus votantes. Es más, puesto que se ha salido con la suya a nuestra costa, es probable hasta que nos tenga en baja estima intelectual. De ahí que luego no piense que nos deba nada a la ciudadanía, ni valore personalmente a cada una de las personas que les hemos dado su capacidad de ganar dinero, estatus y poder.
Visto lo visto, no duden que el mayor problema de las democracias es que las capacidades para ganar las elecciones son totalmente diferentes a las necesarias para gobernar bien. De los polvos del vínculo de la campaña electoral, los lodos de los cuatro años siguientes.
¿Y qué podemos hacer para solucionar esto?. Lo tienen ustedes muy fácil: apliquen la lección aprendida del mundo de la música a cómo ejercen ustedes su democrático derecho al voto. No les voy a decir que elijan a sus políticos con cariño, sería un claro error. Sus ídolos pueden elegirlos con el corazón, pero, por favor, elijan a sus políticos con la cabeza, y a poder ser bien fría. Lo que realmente intento decirles es que, en esta vida, para recoger a menudo hay que dar primero, y generalmente uno recoge lo que siembra. Si eligen ustedes a nuestros políticos con estupidez, sólo obtendrán estupidez a cambio, y, de verdad, no se me quejen cuando les traten como a estúpidos. Si los eligen con inteligencia y raciocinio, ellos les valorarán y les respetarán como votante. No se equivoquen, para nada estoy culpando a los ciudadanos del panorama político actual. De hecho, estoy convencido de que nuestra sociedad no se ha equivocado tanto como para tener estos políticos. Pero no olviden que somos una democracia, y que está en nuestra mano cambiar las cosas.
Me despido diciéndoles que, salvando las enormes distancias, desde este modesto blog, es con esa misma sinceridad musical con la que les escribo. Por eso yo les valoro también a ustedes mucho. Y no se lo digo para que me voten como a los políticos, ya saben perfectamente que ésa nunca es la intención de mis líneas. Lo único que busco es reflexionar juntos y enriquecernos mutuamente. A ver cuántos políticos pueden decirles lo mismo.
Sígueme en Twitter: @DerBlaueMond
El cáncer del interés personal sobre el general o La falta de sentido de la responsabilidad colectiva
Como les ocurre a muchos de mis conciudadanos, dada la actual y profunda crisis por la que atraviesa España, pienso habitualmente sobre cuál es el origen del verdadero problema que nos ha traído hasta aquí, y cómo se podría solucionar, o al menos, evitar que vuelva a ocurrir.
Supongo que a estas alturas de la película, estarán ustedes de acuerdo en que el carácter económico de la actual crisis no es más que la punta del iceberg, tan solo un síntoma de una enfermedad mucho más grave, con raíces profundamente arraigadas en la clase política y parte del resto de la sociedad española. Sí, hablamos de un cáncer, una enfermedad que no me atrevo a decirles si algún día seremos capaces de superar pacíficamente o no, pero que en todo caso es una enfermedad seria y bastante más extendida de lo que a priori cabría pensar. Y digo cáncer por su carácter ya generalizado, y porque cada vez que se quita un tumor vuelve a aparecer otro provocando los mismos síntomas en un paciente que cada vez tiene menos paciencia.
No me argumenten que nosotros ya hemos pasado lo peor. Esta afirmación me parece demasiado atrevida. Tal vez hayamos tocado fondo y estemos patinando en él, pero es un fondo en el cual, si no se mejoran muchas cosas, podemos permanecer mucho tiempo… por no hablar de que, si no se toman las medidas correctas a tiempo, nuestra economía podría sondar nuevas profundidades. ¿Por qué digo esto?. Muy sencillo, las condiciones económicas actuales son excepcionales, ha habido inyecciones masivas de dinero por parte de ciertos bancos centrales. Un dinero que se ha impreso y cuyos tenedores han salido por todo el globo a la caza de rentabilidades. Ello ha derivado en una burbuja colosal en bonos gubernamentales de los países más desarrollados, los safe havens que ya no lo son, pero también de optimismo desaforado en bonos de países no tan seguros, como es el caso de España. La situación económica actual, en la que parece que las tensiones se han relajado, es un mero espejismo provocado por un mercado inundado de dinero. Y no olviden que el papel moneda es papel mojado, no tiene ningún valor más el que se le quiera dar, y su escasez o abundancia es uno de los factores que más influyen en ello.
Está claro que ha habido en toda esta crisis un problema de gestión, y la gestión es responsabilidad de nuestros políticos, pero… ¿Quién les elige?. Ahí radican los problemas de nuestra sociedad, que van más allá de lo que se ve a simple vista. No eximo en absoluto de culpas a una clase dirigente que no dirige más que en base a sus intereses personales pero, nos gusten o no, están ahí porque nosotros les elegimos. Si me dirijo a ustedes y les hago notar su responsabilidad personal, es porque ustedes y sus valores son la única esperanza para solucionar este lío tremendo. Ya he desistido de intentar apelar a la responsabilidad de nuestros políticos: parecen no querer tener solución. La peor consecuencia de una corrupción generalizada es que también se corrompan los ciudadanos. Resistan, no renuncien a su honradez. Dejen la corrupción para los corruptos, y vuelvan a sentirse orgullosos de tener un expediente inmaculado.
Seguro que si les voy citando miserias de nuestra sociedad son capaces de reconocerlas. Seguro que si reflexionan un poco, aceptarán que esas miserias afectan a la forma de pensar de ciudadanos que tienen derecho a voto. Seguro que podemos afirmar que, además, algunos de esos ciudadanos llegan a dirigentes. Esto es una peligrosa y contaminada cadena de valores equivocados que transmite muchos problemas que ya hemos analizado en posts anteriores: la cultura del éxito (monetario) rápido y sin esfuerzo, la poca tolerancia al fracaso, el poner el interés personal siempre por delante del interés colectivo, el no valorar ni ser capaces de tomar decisiones tan sólo porque son por el bien común, el cortoplacismo, la corrupción y el amiguismo, la ambición, la mentira, el pretender llevar siempre razón, el no tener capacidad de autocrítica y no reconocer nunca los propios errores… y así hasta un largo etcétera. Son evidentemente cualidades que fácilmente encajarán en muchos de nuestros dirigentes, pero si se fijan bien, también en muchos de los círculos sociales en los que se mueven. Y hay un factor más que me gustaría destacar: el no reflexionar y no pararse a pensar antes de decidir cosas importantes; si me permiten la licencia, les pondré este blog como ejemplo de intento personal para solucionarlo.
En lo que se refiere a nuestros dirigentes, si se dan cuenta, el quiz de la cuestión radica en que hoy en día muchos hacen, prensa mediante, que su interés personal acabe pareciendo ser el interés común. Según el concepto que yo tengo de la política, la realidad es que esta relación debería ser exactamente a la inversa: el político debe hacer que el interés común acabe siendo su interés personal. Y no se olviden de que además esto deberíamos hacerlo extensivo al conjunto de los ciudadanos y agentes socioeconómicos. Es algo que existió en otros momentos de nuestra historia reciente, por ejemplo en la transición, y a lo que me resisto a renunciar por mucho que la triste realidad se empeñe en hacer parecer que es algo inalcanzable.
Si les soy franco, tengo el profundo convencimiento de que esto lo podemos solucionar entre todos. Aún estamos a tiempo. Pero también es cierto que, cuanto más tarde, más difícil se vuelve la solución, puesto que, con cada zambullida de nuestra economía, más abajo queda el listón desde el que hay que empezar a recuperar.
Mentalícense, hay que rediseñar y reconstruir nuestro sistema socioeconómico de abajo arriba, pero también nuestra sociedad. A los dirigentes que hemos sufrido les damos absolutamente igual, independientemente del color que sean, de que sean políticos, sindicalistas o empresarios, gestores o negociadores… No se engañen, si la cosa se pone realmente fea, ellos se irán con sus millones a un país seguro. El dinero no tiene nombre, y toda frontera es permeable a un buen fajo de billetes. Los que nos quedaremos aquí con el desastre somos nosotros, ustedes y yo. Estamos solos, muy solos, pero recuerden que somos muchos, más que ellos y, lo que es más importante, nosotros les elegimos. Ahí está nuestra fuerza.
Sígueme en Twitter: @DerBlaueMond
Spanish Beautynomics o Cómo cumplir sus objetivos anuales puede garantizarle el despido
Las sociedades humanas solemos ser muy críticas con otras sociedades, y sin embargo profundamente autoindulgentes con nosotros mismos, una mera extensión de actitudes individuales tristemente habituales. Europa no es una excepción, y de hecho las sociedades europeas muchas veces tachan a la sociedad norteamericana de poco crítica consigo misma. En el fondo, los seres humanos no somos tan diferentes como a veces nos hacen creer y, sin querer hacer ni una crítica ni una defensa de la sociedad estadounidense, sí que me gustaría hacerles notar las excelentes piezas de autocrítica profunda que a veces este país produce.
Siempre he considerado la película «American Beauty» una de estas obras de incalculable valor, y el tema que hoy les traigo lo calificaría como la «American Beauty» del mundo económico americano. La pieza en cuestión que me dejó fascinado hace unos meses proviene del que posiblemente sea uno de los mejores periódicos del mundo, el norteamericano New York Times: «The Self-Destruction of the 1 Percent«. Les recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo, pero en caso de que no tengan el tiempo o las ganas de hacerlo, les resumiré que habla de cómo en el siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas del mundo, y en la base de su riqueza estaba la “Colleganza” un sistema que garantizaba la colaboración entre los comerciantes ya acaudalados y los emprendedores recién llegados. Era una suerte de sueño americano de hace 700 años. El declive llegó cuando la clase acaudalada se volvió oligarquía, y mediante el Libro de Oro y la “Serrata”, prohibieron la “Colleganza”, cerrando las puertas a cualquier emprendedor que no formase parte de los clanes dominantes. Las clases dirigentes pasaron a mirar tan sólo por su propio interés, y no por el interés general del sistema, una actitud cortoplacista que acabó trayéndoles su propio final, junto con el de la prosperidad económica de la ciudad-estado veneciana. El resto del artículo diserta sobre si el sistema norteamericano está corriendo la misma suerte que el veneciano, y las preguntas que se plantea el autor son profundas. El nepotismo puede ser un importante factor responsable del deterioro del sistema capitalista y, dicho sea de paso, de cualquier otro sistema pasado, presente o futuro. El nepotismo no tiene su origen en el sistema de turno, sino en la propia naturaleza humana de algunos, cuyo egoísmo les hace buscar por todos los medios la prosperidad económica para su entorno más cercano, incluso aun a costa del resto de la sociedad.
Y por no dejar solos a los americanos en su feroz y constructiva autocritica con símbolo de dólar, a continuación les contaré un caso ocurrido en España y que nos hace entrever cuan agotado está el sistema actual de no cambiar bruscamente el rumbo de la nave. Un conocido, que tenía buenas relaciones con una gran empresa española, entró a trabajar en un proveedor de dicha empresa. Mi conocido, en el plazo de un año, multiplicó la facturación con la empresa por cinco. Contento por sus logros, tuvo su reunión de revisión de objetivos anuales, y esperando una reunión triunfal y un bonus generoso, se encontró con todo lo contrario: una carta de despido y ni un euro del bonus. No se lo podía explicar, e inició un proceso judicial con el proveedor. En paralelo consiguió un nuevo trabajo en otro proveedor de la misma gran empresa, y de nuevo en el plazo de un año y poco multiplicó la facturación con ellos por siete. De nuevo le volvió a ocurrir lo mismo y le despidieron sin agradecimiento ni bonus. Inició otro proceso judicial con el segundo proveedor. En el primero de los procesos judiciales la empresa proveedora incluso llevó a cinco ejecutivos que cometieron perjurio, pero gracias a que diversos empleados de la gran empresa declararon también en el juicio y confirmaron el incremento de las cifras de ventas mientras mi conocido era gerente de la cuenta, ganó el juicio. El segundo juicio también lo ganó. Y en el transcurso de ambos procesos judiciales se fue enterando del oscuro motivo oculto tras sus dos misteriosos despidos. En ambos casos él convirtió una cuenta poco importante en una cuenta no sólo relevante, sino también apetecible por las jugosas comisiones que suponían las nuevas cifras de ventas que él había conseguido. Y claro, este hecho enseguida atrajo el interés de los altos directivos de la compañía, que no se preocupaban por asegurar la prosperidad del negocio a largo plazo premiando a un account manager que había demostrado una enorme valía, sino que lo que realmente les interesaba era colocar a uno de sus allegados en la ahora suculenta cuenta para que se llevase él las comisiones, cosa que ocurrió en ambos casos.
Finalizo ya este post que tan sólo pretende ser mi contribución personal a esa constructiva autocrítica que permite mejorar los sistemas socioeconómicos y que, sin grandes pretensiones, me gustaría calificar de «Spanish Beautynomics», parafraseando el título de la famosa película autocrítica americana con la que abría este artículo, y pretendiendo abrir un cortafuegos que nos permita salvar los muebles y servir de refugio a las muchas personas éticas y honradas de este país. El tema no es en absoluto baladí, si lo piensan bien, en ello radica el origen de la mayoría de los problemas que aquejan a España SA, siendo esto un aspecto más del cortoplacismo generalizado que nos aqueja. Les he expuesto dos ejemplos del entorno empresarial, pero el diagnóstico no es cáncer sino metástasis, y todos los agentes socioeconómicos tienen las mismas vías de agua. No cometan el error de particularizar en un ente aséptico y pensar «La culpa es del gobierno», o «de la oposición», o «de las empresas», o «de los sindicatos». Todos los agentes socioeconómicos al final están dirigidos por personas. El problema son los individuos, más concretamente ciertos tipos de individuos, y los individuos no olviden que salen de la sociedad. España necesita un líder carismático que regenere instituciones, sindicatos, empresas… y la sociedad en su conjunto. Eso sí, estarán de acuerdo en que a alguien que va a tener tanto poder de cambio hay que elegirlo con mucho, pero que mucho cuidado. El riesgo es alto, pero ¿No es más alto el riesgo de la alternativa?, y ahora mismo no tengo muy claro ni siquiera si la hay. El peor legado que nos dejan las cabezas de la Uglynomics es que cada vez hay más gente que no cree en nada, y eso es lo más peligroso.
Sígueme en Twitter: @DerBlaueMond