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Las profundas cicatrices de la crisis o Cómo hay gente que ha recuperado la motivación en el trabajo

Hace unos años era raro encontrar un trabajador de origen español en trabajos de baja cualificación. Además, en ciertas profesiones en las que el trato al público es esencial, éste dejaba mucho que desear. Habrán observado ustedes cómo esto ha cambiado radicalmente a raíz de la profunda crisis que estamos padeciendo.

Tanto entre los camareros como en otras profesiones de baja cualificación, últimamente no sólo se vuelven a ver trabajadores de origen español, sino que además se les ve contentos, motivados, y esmerados en su trabajo. Antes de la terrible crisis que tenemos encima, los pocos trabajadores españoles que se veían en ciertos puestos, en general no parecían muy contentos a juzgar por su desempeño. ¿Qué es lo que ha podido hacer dar un giro tan radical en la atención al público?

Estarán de acuerdo ustedes en que la respuesta es bastante obvia, pero no por ello deja de merecer que la comentemos aquí. La motivación puede venir dada por dos factores antagónicos. Alguien puede estar motivado por la recompensa a conseguir con su trabajo (sueldo, posibilidades de promoción, etc.) o bien… alguien puede estar motivado por el mero hecho de tener la suerte de contar con un trabajo y poder comer cada día. En España pasamos de lo uno a lo otro tan sólo en cuestión de unos pocos trimestres.

En los días de vino y rosas, cuando por ejemplo un peón de albañil podía ganar dos mil y pico euros limpios al mes, se valoraba poco tanto el dinero como el medio para obtenerlo. Parecía que tener un trabajo era algo que se daba por sentado, puesto que todo el mundo lo tenía, y el salario se gastaba alegremente puesto que las perspectivas futuras auguraban aún más vino y más rosas.

Pero entonces llegó la maldita crisis. La rotación laboral extrema de ciertos sectores se frenó en seco, y el trabajador pasó a tomar una posición defensiva en su puesto de trabajo ante el lógico miedo a perderlo. No hace falta decir que por el camino muchos trabajadores perdieron su empleo y con él su medio de sustento; también muchos empresarios se arruinaron y tuvieron que cerrar sus empresas.

No lo olvidemos, con la crisis mucha gente lo ha pasado mal de verdad. No tener ingresos y tener varias bocas que alimentar en casa es una situación terrible. Ver pasar los meses mandando currículums y que no te llamen ni para una triste entrevista acaba incluso con la esperanza más persistente. Echarse a la calle habiendo asumido que se va a trabajar “de lo que sea”, y que ni aún con esas sea suficiente, mata tu futuro y el de tus hijos. Tratar de que los niños no sean conscientes del drama que se vive en casa es tarea imposible. No poder evitar acabar explicándoles qué está ocurriendo y por qué sólo comen en el comedor del colegio es peor aún. Los efectos psicológicos de verse en estas situaciones sin duda dejan profundas cicatrices en las personas. Son las cicatrices de la crisis. Recapacitemos, incluso el amargo trago de que a algunos nos hayan bajado el sueldo no es nada comparado con lo que les ha tocado vivir a otros.

En absoluto me gustaría que de este post sacasen ustedes como conclusión que el trabajador debe ponerse de felpudo sólo porque le den un trabajo. Nada más lejos de mi intención. La relación laboral es una relación entre dos partes con interés mutuo. Uno aporta capacidad de trabajo, y el otro le retribuye con un salario. Nadie hace favores a nadie. Pero recuerden que hemos entrado en este tema para saber por qué hoy en día hay gente que vuelve a estar motivada donde antes no lo estaba.

No sólo haberle visto las orejas al lobo, sino además haber sentido su dentellada en las carnes de tus propios hijos, hace cambiar radicalmente la concepción de la vida y el color de las gafas con las que se mira. La motivación es relativa. La visión que tenemos de la vida es relativa. No nos olvidemos pues de relativizar cuando vuelvan los días de vino y rosas, ni de relativizar en lo más profundo de la próxima crisis. Ni hemos de ponernos en el extremo de la vida alegre, ni en el extremo de la subasta moral de nuestra fuerza de trabajo. Y esto va tanto por trabajadores, como por empresarios: no debemos volver a olvidar nunca lo felices que debemos ser cuando no nos falta lo esencial.

Es triste que haya tenido que llegar una crisis así para que haya gente que vuelva a valorar lo que de verdad importa en esta vida, pero más triste es lo que les ha tocado vivir para dar semejante giro. Y no lo olviden, ahí fuera hay gente que ni siente ni padece porque han tenido la suerte de que la depresión apenas les ha rozado. A esos yo les diría que tengan algo más de empatía y solidaridad, y que, en todo caso, traten de aprender de la experiencia ajena, porque en esta vida nunca se sabe cuándo le va a tocar a uno el turno de pasar penurias. En cada vuelta de la vida hay alguien que va cambiando las sillas de sitio, y en cualquier momento puede que vayamos a sentarnos y nos caigamos al suelo.

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Por qué los precios estrangulan al consumidor y la demanda o El aspecto social de la economía de escala

La crisis actual ha cambiado en España la faz de la economía y de la sociedad, pero me llama la atención cómo, en la situación actual, aún hay empresas que están llevando a cabo una boyante expansión en un país devastado por la crisis. Hay dos tipos de empresas en esta situación: las que están exportando a toda máquina, y las que han adoptado una política de bajos precios por bandera.

En este post nos vamos a centrar en las segundas: las de los bajos precios. Dejando a un lado el tema de cómo los consiguen y la ética que puede haber en las condiciones laborales de su personal, según analizamos ya en el post «El capitalismo contiene la semilla de su propia autodestrucción«, me gustaría llamarles la atención sobre el hecho de que estas empresas han dado en el clavo con su análisis del mercado nacional. El consumidor hoy en día busca bajos precios, y mayormente más por necesidad que por no valorar la calidad de productos de precio superior. Pero lo de “bajos precios” es un concepto relativo. Estarán de acuerdo que podríamos decir más bien precios justos, porque los niveles alcanzados por algunos sectores en la época de la burbuja eran ciertamente abusivos, sin demasiada correlación con la evolución de la capacidad adquisitiva del ciudadano medio español. Aquí habría que replantearse la utilidad y la composición que se utiliza en el cálculo del IPC español. Pero no nos apartemos del tema, salvo casos de necesidad, la gente no busca muchas veces pagar lo mínimo posible, busca pagar un precio más acorde con lo que puede pagar y con el producto o servicio que está pagando.

Visto lo anterior, creo que ya podemos afirmar con rotundidad que en España no hay un problema de demanda, tan sólo hay un problema de precios. Parte de este problema ha sido originado por multinacionales que, con la globalización y la unión monetaria europea, han hecho tabla rasa y has igualado precios en muchos países, sin tener en cuenta el poder adquisitivo y la demanda local. Lógicamente lo que ha ocurrido era de esperar habiendo libre circulación de mercancías intra-comunitaria, pero no habiendo generalmente ningún tipo de equiparación salarial. La movilidad geográfica de la fuerza laboral y de las empresas, tan temida por el Norte en los albores de la supresión de fronteras en la Unión Europea, no ha resultado ser tan frecuente como para poder equiparar salarios. Lo que en USA es un mercado laboral unificado, en Europa sigue siendo un mercado laboral fraccionado que compra en un mercado con libre circulación de mercancías (aunque he de admitirles mis enormes reservas respecto a este último punto).

Pero la demanda está ahí latente. Existe, aunque está remansada porque el ciudadano medio, o bien no puede, o bien no se atreve a gastar pagando un precio que considera elevado, sin saber si a medio plazo va a perder su puesto de trabajo. Una muestra de ello es cómo, cuando ha habido campañas de entradas de cine a 3€, la población ha respondido con asistencia masiva a las salas. O cómo la gente toma cuantas cervezas se tercien en cervecerías como La Sureña. O la gente que come cuantas tapas le apetecen en los 100 Montaditos. Como les decía, todo ello son ejemplos de que en España, actualmente, no hay un problema de demanda, sino tan sólo de precios… o de salarios, como prefieran ustedes enfocarlo.

Pero pasemos a analizar por qué esto es así. La deriva de la crisis, en la cual la baja demanda ha ido erosionando las cuentas de resultados poco a poco, normalmente ha llevado a ciertos sectores a ir subiendo precios en términos reales (mantenerlos en la mayoría de los casos con un salario medio a la baja equivale a subirlos), para mantener en la medida de lo posible los ingresos o minimizar las pérdidas. Craso error. Ello ha llevado a que irrumpan en bastantes sectores con una fuerza inusitada empresas que han roto ese modelo de círculo vicioso y han cogido al mercado por donde hay que cogerlo, dándole lo que busca: bajos precios. Las empresas y negocios en general deberían haberse dado cuenta antes del contexto y de la que se nos venía encima. En la situación de la economía en los comienzos de la crisis había que aplicar de forma preventiva auténticas estrategias de guerra, y en vez de replegar filas poco a poco retrocediendo con la demanda, atacar sin más dilación ajustando costes y bajando precios.

Con razón ustedes me dirán que es fácil decir esto, pero que es muy difícil llevarlo a cabo y probar de antemano su efectividad. El mejor ejemplo de la efectividad de esta economía de guerra es la fuerte expansión que están realizando el tipo de empresas que les nombraba antes. Su modelo triunfa incluso en época de crisis, porque han sabido escuchar al mercado. ¿Cómo pueden ganar dinero con precios a la baja?. Pues ajustando costes (obviamente su calidad no es la misma que la de otros negocios) y porque aplican los principios de una economía de escala: ganan dinero con el volumen.

Me despediré invitándoles a una reflexión sobre este último punto. Hay ciertos países en los que salir a cenar a un restaurante tradicional es tan caro que incluso los locales sólo pueden permitírselo una vez cada mes o mes y medio. Los márgenes de cada cena son elevados, con ello, aunque la demanda sea baja, el negocio va sobreviviendo. Pero el mismo beneficio final podría ser conseguido con márgenes reducidos y un volumen superior. Si los precios bajasen, la gente saldría a cenar más, con lo que al final los negocios ganarían el mismo dinero. Y mirándolo desde otro punto de vista más allá del beneficio empresarial, socialmente, ¿Qué procura mayor bienestar social?, ¿Poder salir si uno quiere dos o tres veces a cenar al mes con precios bajos, o salir una vez cada mes y medio con precios elevados?. La respuesta creo que no hace falta que se la diga yo, la saben ustedes mismos. Pero en los tiempos heredados de la burbuja, el modus operandi y la deriva a la que ha llevado la crisis han sido distintas… hasta que alguien se ha dado cuenta del error que la mayoría estaba cometiendo. En el mundo tan cambiante de hoy en día, superviviente es el que sabe adaptarse a nuevas condiciones, y las empresas no son ninguna excepción. Así que ya saben, permanentemente sondeen, evalúen, analicen, decidan y adáptense, porque en ello les va su propia supervivencia, y también la de sus hijos.

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La lacra económica del despilfarro de los ciudadanos o Cómo consumir de más contribuye al estancamiento durante lustros

No es mi intención abordar en este post el archiconocido despilfarro de las administraciones públicas en nuestro país. Sin restar un ápice de importancia a ese tema, el que quiero tratar con ustedes en esta ocasión se centra en el despilfarro de los ciudadanos. Algo que, como veremos, tiene serias consecuencias socioeconómicas a largo plazo para el conjunto de la sociedad, de la economía y del planeta.
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Empezaré exponiéndoles lo que nos ocurrió en una ocasión a mi mujer y a mí en el barrio. Teníamos desde hacía algunos años un pequeño macetero de hierbas artificiales en casa. Ya nos habíamos cansado de él, y aunque no nos costó mucho dinero, era bonito y estaba en perfecto estado, por lo que nos daba pena tirarlo a la basura. Se nos ocurrió bajarlo y dejarlo al lado de los contenedores de reciclaje del barrio, a ver si a alguien le interesaba y lo cogía. Bajamos y lo dejamos, y conforme lo estábamos dejando pasó una mujer de mediana edad y nos preguntó que si no lo queríamos y si lo podía coger. La mujer tenía acento alemán, lo cual no nos extrañó en absoluto; es más, nos pareció que confirmaba la idea que nos hemos formado a lo largo de los años de la sociedad centroeuropea, y más concretamente de la alemana.

¿Por qué les digo esto último?. Se lo explico, y de paso entramos a abordar ya el tema central del post. Es habitual en Centroeuropa, y con más incidencia en Alemania, tener una cultura del reciclaje mucho más arraigada que en la Europa del Sur. Muchas veces los círculos de amigos o de vecinos hacen un mercadillo en el que venden a bajo precio, intercambian, o incuso regalan, enseres y objetos que ya no necesitan pero que siguen teniendo vida útil. No lo hacen por el dinero, al menos en los casos de alemanes que conozco, sino por el simple hecho de que tienen la convicción de que todas esas cosas ha costado un dinero y unos recursos naturales y humanos fabricarlas, y que tirarlas a la basura, además de ser poco ecológico por generar más residuos, es un despilfarro económico que se puede evitar, puesto que si alguien se lo queda, se evita fabricar otro nuevo.

Igualito que en España, ¿Verdad?. Como les decía, en la Europa del Sur las cosas son bastante distintas, y para peor, pues en esto los centroeuropeos nos llevan ventaja. Aquí a la gente le gusta mayormente comprar cosas nuevas, y cuantas más mejor. Mucho me temo que ello es debido a que, como analizábamos en el post “La necesidad de creerse rico o Cómo ganar capital sin tener más dinero”, en España a la gente le gusta sentirse rica, seguramente porque en realidad no lo somos (al menos mucho menos que nuestros compañeros centroeuropeos), y a los europeos del sur gusta comprar y comprar. Craso error. No sólo por lo poco sostenible para el medio ambiente de estas conductas, sino porque como les voy a explicar, estas actitudes son causa de estancamiento económico a largo plazo.

¿Por qué estancamiento económico si producir más y más incrementa el Producto Interior Bruto (PIB)?. Ése es un buen punto a analizar y que nos va a venir bien tener claro. Tengan en cuenta que un coche nuevo contribuye al crecimiento del PIB, puesto que es algo que se ha fabricado en el país y se ha vendido. No ocurre lo mismo con el mercado de vehículos usados, donde se revenden automóviles que ya fueron fabricados y vendidos en su día, momento en que sí que contribuyeron al PIB, pero que ya no lo hacen al ser vendidos de segunda mano porque ya no se ha producido nada nuevo. Y estamos hablando del caso concreto de los automóviles, pero esto es igual para cualquier producto o materia prima. Sólo contribuye al PIB lo que se produce. Dejando a un lado si el crecimiento del PIB implica mayor riqueza real para un país, tema que ya analizamos en el post «¿Hacia dónde se dirigen nuestros sistemas socioeconómicos?”, lo que quería analizar ahora con ustedes es ¿Qué ocurre en países en los que los ciudadanos han despilfarrado en productos nuevos y en el que de repente sobreviene una grave crisis como ha ocurrido en España?. Primer escenario de los años felices: la gente despilfarra y se lo compra todo nuevo, el PIB está “artificialmente” hinchado con una demanda sobredimensionada en comparación con las necesidades básicas y reales de los ciudadanos del país, y lo que es peor, el tejido productivo se dimensiona conforme a esa demanda. Segundo escenario de la crisis posterior: en una grave crisis, gran parte del consumo se retrae fuertemente, porque la gente en apuros económicos (y los que no los tiene por miedo a tenerlos) pasa bruscamente a comprar sólo lo que en realidad necesita irremediablemente, y suele recurrir a la segunda mano y al intercambio en mucha mayor medida. Lo que en países con tradición de reutilización es una crisis más modesta porque el PIB se puede contraer, pero con fundamentos más reales y ajustados, en países sin tradición de reutilización se vuelve una brusca y fuerte contracción, puesto que el PIB estaba hinchado por necesidades superfluas y prescindibles, que de repente se tornan insostenibles. Si a ello añadimos que el tejido productivo y el empleo se han adaptado a ese escenario inflado, tenemos que se entra fácilmente en una espiral destructiva y un círculo vicioso por el que un descenso de la demanda conlleva a un ajuste del empleo, que revierte en menos demanda y de nuevo en menos empleo. No les cuento nada nuevo.

Y de aquellas aguas, estos lodos. Así estamos en la situación que estamos en España. Y ahora proliferan los mercadillos de segunda mano, el intercambio de libros escolares, las compras en eBay, etc. etc. Que no digo que todo esto esté mal, en realidad es una buena opción, lo que estaba mal era el sobre-consumo anterior y, obviamente, el batacazo posterior que sufrimos todos.

Por ello, dado que la situación actual es la que es y no va a cambiar más que con el lento discurrir de los años, ya que nuestro consumo se ha despeñado ya, aprovechemos cuando volvamos a crecer para sentar las bases de un consumo con fundamento y responsable. Con ello, aunque crezcamos menos en las épocas de bonanza, en las de crisis también caeremos menos, y de paso, el medioambiente y las generaciones venideras se lo agradecerán infinitamente. Elija usted mismo el motivo de los dos que le resulta más importante, pero por favor, por usted y por los demás, no derroche, comprar cosas que no necesita no le va a hacer más feliz en realidad, sino más bien menos, sobre todo a largo plazo, y además deja una herencia poco halagüeña a sus hijos, que tendrán que lidiar con las próximas crisis. De ustedes depende.

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Ilustración por @el_domingobot

Los perniciosos efectos de las burbujas financieras y el protagonismo del crédito

Es innegable el protagonismo del crédito en la gran mayoría de las crisis económicas que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad. Es por ello por lo que deberíamos plantearnos dos puntos:

¿Es el crédito algo realmente necesario?. ¿Evitaría su abolición las crisis económicas?.

En caso de que consideremos el crédito como un mal reconocido pero necesario, ¿Cómo podemos limitar su cuantía para no incurrir en excesos perniciosos?, ó ¿Cómo podemos al menos utilizarlo a modo de indicador adelantado de la posterior crisis?.

ImagenLa contestación a ambas preguntas es esencial en nuestro análisis y, además, en su búsqueda, tal vez lleguemos a alguna conclusión interesante.

Partamos de un hecho: el crédito es posiblemente uno de los instrumentos financieros más antiguos, sino el que más, y desde mi punto de vista, la respuesta a la primera pregunta es la opción difícil: el crédito, o al menos algunas modalidades del mismo, es ciertamente necesario en muchos ámbitos de nuestras economías. Las líneas de crédito de las empresas son necesarias para su correcto funcionamiento y evitar problemas puntuales de liquidez derivados de una desincronización entre los pagos y los cobros debidos a su actividad. La financiación de una gran obra pública, de una nueva empresa, de la compra de un piso… son todo operaciones en las que no se suele disponer en el momento del montante suficiente para su ejecución, y que gracias al crédito se pueden financiar y llevar a cabo, procediendo posteriormente a la devolución de las cantidades prestadas y obteniendo adicionalmente un beneficio, tangible o intangible, sobre ellas.

Hasta aquí todo de color de rosa. El crédito, los prestamistas… son elementos necesarios en nuestros sistemas económicos para que el españolito de a pie pueda comprarse una vivienda, para que una gran obra pueda ejecutarse cuando sea necesaria sin tener que esperar a disponer de todo el efectivo, para que gente sin recursos suficientes pueda emprender… etc.

Pero también es cierto que el crédito es un indicador inequívoco del sobrecalentamiento económico. Todas las burbujas, infladas antes de las posteriores crisis económicas, son distintas en su origen y naturaleza, si bien es cierto que el nexo de unión común a todas ellas es que van acompañadas de una burbuja de crédito pareja. Dado que éste es el factor en común a la mayoría de las debacles económicas de nuestra historia, debemos plantearnos cómo utilizarlo para anticiparnos a las crisis económicas y paliar, en la medida de lo posible, sus terribles consecuencias.

El problema es discernir qué umbral de crédito implica un nivel de endeudamiento que empiece a ser perjudicial para un sector económico, en detrimento de sus efectos beneficiosos iniciales. Para establecer este umbral, hay un punto de ruptura claro a nivel conceptual: es injusto que las generaciones actuales consuman los recursos económicos de las generaciones venideras. Podemos centrarnos en los tres ejemplos de concesión de crédito que apuntábamos antes, puesto que son, principalmente y a grandes rasgos, las causas más relevantes que llevan a endeudarse a la mayoría de individuos, instituciones y/o empresas:

Financiación privada. Es cierto que los mecanismos hipotecarios que se acuñaron en la burbuja japonesa de finales de los años 80, por los cuales la ingeniería financiera llevó a crear hipotecas que se heredaban de padres a hijos, es injusto. Los padres, por muy padres que sean, no tienen el derecho de hipotecar el futuro de sus hijos.

Financiación pública. Pero también es cierto que la financiación de obras e infraestructuras públicas es otro tema, puesto que éstas se quedan para beneficio actual y futuro. Con ello, es más justo endeudar los ingresos futuros para una obra presente, puesto que las generaciones venideras también disfrutarán de esa infraestructura… todo esto con un límite, claro.

Financiación de empresas. Por otro lado, la financiación de empresas es un asunto más peliagudo. En él se combinan los factores de los dos puntos anteriores.

Sobre el primer punto, la financiación privada, es sencillo legislar contra las hipotecas «heredables» en el caso de menores; la cosa se complica para adultos que decidan extender los años de repago de la hipoteca más allá de su esperanza de vida con el consentimiento consciente de hijos mayores de edad. A mí me parece un sinsentido, pero supongo que, al igual que pasó en España con el «Los pisos nunca bajan de precio», fue una práctica extendida entre la sociedad japonesa del momento. Algunos argumentarán que esto no es una práctica fuera de lo común, puesto que las hipotecas de un individuo, al igual que el resto de sus deudas, pasan automáticamente a los herederos, pero hay una diferencia cualitativa. Una hipoteca normal lleva casi siempre asociado un seguro de vida, de tal forma que si el titular fallece, la deuda puede ser cancelada con el importe del seguro sin mayores problemas. Sin embargo, una hipoteca «heredada» es multigeneracional, y pasa automáticamente como tal de padres a hijos. Otros argumentarán que al fin y al cabo los hijos heredan la hipoteca pero también el piso. Craso error, puesto que en muchos casos, debido al pinchazo de la burbuja, el precio del activo en el mercado es inferior a coste de la deuda pendiente de saldar. Tenemos claro pues que éste es un problema a evitar con evidente perjuicio para las generaciones venideras. ¿Cómo resolverlo?, mayormente puede solucionarse, o al menos que sea hecho consecuentemente, con formación financiera como parte obligatoria de la educación de nuestros hijos, enseñando los riesgos asociados a los créditos en particular y a cualquier producto financiero en general, y permitiendo que el común de los mortales tenga unas nociones básicas para gestionar su economía personal y/o familiar con un mínimo sentido. Esto nos vale no sólo para el caso de hipotecas «heredadas», sino en general para cualquier hipoteca, ya que estarán ustedes de acuerdo en que, «heredada» o no, una hipoteca a 40 años suscrita por una persona en su cuarentena, es ya de por sí un riesgo evidente para el que la formación financiera también ayudaría.

Respecto al segundo caso de financiación, la financiación pública, tal y como apuntábamos antes, es justo consumir cierto nivel de recursos de las generaciones venideras en la ejecución de una gran obra o infraestructura que quedará para uso y disfrute de la sociedad presente, pero también futura. La infraestructura obviamente ha de tener cierto sentido y ser objeto de una necesidad real por parte de la comunidad (léase, no entra en este apartado construir aeropuertos para los que luego no hay vuelos, autopistas sin tráfico, parques solares sin más ROI que el debido a las primas estatales, etc.). La pregunta del millón es pues: ¿Hasta qué punto es lícito consumir en el presente los recursos de nuestros descendientes?. Difícil cuestión. Respuesta salomónica: déficit cero. Es lo mejor que se me ocurre. Un estado, una comunidad, o un ayuntamiento, puede endeudarse y adelantar el consumo de futuros recursos siempre y cuando tenga equilibrio en sus cuentas anuales presentes, y la mejor manera de reflejar en cifras su sostenibilidad es exigir un déficit cero. El nivel de endeudamiento de una entidad, es decir, su deuda bruta, lo que debe, es importante, pero más relevante es su nivel de déficit. Recordemos que déficit es la cantidad que gasta año a año excediendo a sus ingresos, es decir, una brújula que nos indica la sostenibilidad futura de las cuentas de la institución. Éste es pues nuestro factor clave y nos debemos ceñir a él. Poner el umbral en cero ya es una cuestión más subjetiva, pero tratándose de mantener la sostenibilidad futura, qué mejor opción que la de ser un poco ortodoxo y no deteriorar el balance año a año empezando por el año en curso (contemplando tal vez la excepción a la regla para situaciones de emergencia, imprevisibles y de difícil repetición en ejercicios posteriores: léase, una gran catástrofe natural, etc.).

Como apuntaba antes, el caso de la financiación de las empresas es más complicado, puesto que combina simultáneamente factores de los dos casos anteriores: por un lado, las empresas son entidades generalmente privadas, y por otro, con su endeudamiento los dirigentes actuales de las empresas consumen recursos futuros de los accionistas cuya gestión correspondería a otros responsables venideros, y a la vez la expansión de las líneas de producción de las corporaciones, su expansión en nuevos mercados, etc. , es algo que, al igual que las obras sufragadas con la financiación pública, queda para la posteridad, al menos para la más inmediata, aunque ésta sea normalmente circunscrita a accionistas privados. Pero, por si esta disquisición no es poca, además hay que detenerse en un sub-caso más difícil todavía: las empresas de emprendedores en nuevas tecnologías. Las conclusiones que saquemos para este sub-caso que diferenciamos son extensibles en mayor o menor medida a la generalidad de la financiación empresarial, dado que, aunque en otro orden de magnitudes, la casuística podemos considerarla similar.

Sigamos pues con las empresas de emprendedores en nuevas tecnologías. Es por todos sabido que normalmente los nuevos modelos de negocio suponen una inversión inicial mucho más importante que en el caso de un negocio ya establecido, y que además el consiguiente endeudamiento perdura más en el tiempo hasta que se empiezan a obtener beneficios derivados de su actividad, que se ven compensados por la posibilidad de adquirir una posición dominante en un nuevo e importante mercado en proceso de creación, pero ¿Dónde poner el límite?. Es fácil decir ahora que la crisis «.com» era previsible, aunque unos meses después de que Terra saliese al mercado, e incluso antes de la famosa portada de «The Economist», el que subscribe fue uno de los que ya la anticipó, pero ¿Cuál es el umbral entre endeudamiento beneficioso y pernicioso?, ¿Hasta dónde se puede invertir en una empresa que va a desarrollar su actividad en un mercado de nueva creación?. Cuestión aún más difícil ésta, sobre todo cuando ese mercado de nueva creación es a todas luces desconocido en el presente: no se sabe ni su volumen, ni su relevancia en cifras concretas, ni su retorno de la inversión… no se sabe nada a ciencia cierta más que que es el futuro seguro, igual que nos pasó con el advenimiento de internet.

Era obvio que en el caso de las «.com» no tenía ningún sentido que hubiese empresas que recababan del mercado ingentes sumas de dinero sin ni siquiera tener un modelo de negocio mínimamente definido, ni presente ni futuro. Había empresas cuya única actividad conocida era celebrar opulentas fiestas en las que se paseaba la jet-set del mundo empresarial y social, pero que luego de internet apenas tenían algo en su nombre y en la descripción de su futura intención de actividad. Como les decía antes, esto es muy fácil decirlo a posteriori. En su momento poca gente lo veíamos, poca gente decía que era un sinsentido que Terra Networks en sólo tres meses, y con unas cifras ridículas y un modelo de negocio con monetización muy relativa, pasase a colocarse en el top ten de las empresas españolas por capitalización bursátil. ¿Por qué ocurre todo esto?. Por ambición humana. La proyección de un nuevo modelo de negocio transforma en símbolo de dólar las pupilas de las entidades o individuos con capital a invertir: tienen recursos, pero quieren aún más, y mercados que son el futuro, y que aún no tienen presente, son el caldo de cultivo ideal para dar rienda suelta a la ambición más desmedida. Y de aquellos polvos, estos lodos. Pero no nos apartemos de la cuestión principal de este post, ¿Cómo evitar este tipo de burbujas de crédito?. ¿Cómo utilizarlas de termómetro?. Aquí hemos pinchado. No se puede adivinar el futuro para saber las cifras que un nuevo mercado arrojará, con lo que no es ponderable el nivel de endeudamiento máximo que sobre estas cifras se debería permitir a las entidades e individuos que tratan de hacerse con una parte del pastel. Tampoco se puede poner un límite al número máximo de empresas que aspiran a repartirse ese nuevo nicho. Lo único que se me antoja propicio es el sentido común, pero dado que es el menos común de los sentidos, está claro que estamos abocados a repetir y repetir burbujas de crédito con cada nuevo avance tecnológico o productivo que se produzca en nuestra civilización. Llevamos la ambición en los genes. No tenemos remedio. E incluso, aunque asumamos que una generación escarmienta en una refriega como las «.com», vendrá otra más joven que experimentará los mismos sentimientos de ambición sin la experiencia de situaciones similares pasadas, y que volverá sistemáticamente a reproducir los mismos errores. Lo que les decía, sentido común y, si me lo permiten, leerse un poco los libros y la prensa especializada, donde, aunque uno siempre encuentra opiniones que se adaptan a cada actitud individual o empresarial posible, como perlas en el mar, también se encuentran reseñas de lo que yo entiendo que son datos que llevan a actitudes responsables y sostenibles para el conjunto de la economía y la sociedad. Están ahí, simplemente búsquenlas, reconózcanlas y téngalas en cuenta en sus decisiones personales o corporativas. Y eso sí, cuando vean un PER (Price-Earnings-Ratio ó parámetro que mide la capitalización bursátil de una empresa en base a sus beneficios reales) estratosférico, hagan como Warren Buffet, dejen que esos duros, o esos millones, se los gane otro, porque lo que sí les puedo asegurar es que habrá otro que venga a llevárselos, aunque luego su decisión pueda llevarle a la ruina.

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La ley del goteo en España o por qué las situaciones se tornan insostenibles

Es un inequívoco signo de poca anticipación el hecho de que, en este país llamado España, es una tortura política, social y económica el tener que ver cómo pasan los días sin que situaciones que se van volviendo insostenibles sean corregidas de raíz. En otros países de nuestro entorno son mucho más “sensibles” a este tipo de sucesiones de pequeñas anomalías, y por lo tanto aplican un correctivo antes de que sea demasiado tarde, cosa que no suele ocurrir en nuestro caso.

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¿A qué me estoy refiriendo?… pues a muchas cosas, a todas a las que nuestras actitudes personales se enfrentan día a día, pero en el caso concreto de este post, nos limitaremos a las que repercuten sobre el devenir socioeconómico de nuestra sociedad. Centrándonos en este aspecto, es un auténtico cáncer la querencia general a dejar deteriorarse tanto las situaciones que, cuando ya nuestros políticos se ponen manos a la obra y abordan el problema, suele ser tan tarde que las medidas a tomar son mucho más perjudiciales, y además dan peores resultados que si el problema se hubiese corregido a tiempo.

Pero, para que me entiendan mejor, pongamos algunos ejemplos ilustrativos. El más inmediato puede ser la evolución del número de desempleados y el deterioro del cuadro macroeconómico en la actual crisis. La opinión general continuamente pensaba que ya habíamos tocado fondo, que ya llegaban los “brotes verdes”, que a partir de aquí ya todo era recuperar, que ya vienen tiempos mejores… hasta que la situación degeneró tanto que ya era insostenible, y los votantes buscaron alternativas en el partido que estaba en la oposición en ese momento, con un resultado que ahora ya está a la vista de todos.

Otro ejemplo habitual es la corrupción. La opinión pública en su conjunto no es muchas veces consciente de que lo que vemos en este tema es sólo la punta del iceberg, y que cuando hay una sucesión constante de casos de corruptelas, lo que subyace detrás es una corrupción generalizada difícil de corregir. Pero no, en general lo que se tiende a ver es una sucesión de pequeños casos que se consideran aislados, que éste caso de corrupción será ya el último que se destape, que ya se habrá barrido toda la casa… hasta que la corrupción ha calado tan hondo que ya dificulta el progreso económico del país, y es sólo entonces cuando la mayoría de los votantes toman cartas en el asunto y tienen en consideración este tema en su decisión de voto. De nuevo el goteo, leve pero constante, no nos hace reaccionar hasta que es demasiado tarde.

Y por ponerles otro ejemplo, aunque ya no tenga relación alguna con la economía, pero sí con esta forma tan miope que tenemos de ver las cosas en este país. ¿Qué pensarían ustedes si en España hubiese una catástrofe cada año que segase la vida de 1.500 personas?. Que habría que hacer algo, que esto es insoportable… ¿Saben que ésta es la cifra de muertes anuales en accidentes de tráfico?. La seguridad vial es el único caso que se me ocurre en el que nuestros políticos han decidido actuar sin que el grueso de la población lo considerase una emergencia ineludible. Si lo han hecho por afán recaudatorio o no, es algo que nunca sabremos. También es cierto que el coste político de haberlo hecho es cuasi-nulo, puesto que nadie va a cambiar su intención de voto por una multa. Pero hay mucha gente que en vez de ver que en 2003, en vez de 1.500, fueron 4.000 muertes, se quejan de que no se puede correr y de que sólo quieren nuestro dinero. De nuevo un goteo pequeño pero constante de muertes semana a semana no hace reaccionar a la mayoría.

Por verle algún aspecto positivo, podríamos decir que en esta actitud subyace un injustificado optimismo que nos hace pensar que ya por fin hemos tocado fondo, que sólo ha ido un poco a peor pero que de aquí ya remontamos… y mes tras mes, el deterioro continúa, gradual pero inexorable. Un golpe fuerte nos aturde, pero nos hace reaccionar. Un sinfín de pequeños golpes nos hace pensar que ya no habrá ninguno más a partir de ahora, y que éste ha sido el último a soportar, pero muchas veces hay uno posterior que nos hace ir aún a peor. Así es la actitud predominante en este país, y de ahí sus consecuencias.

El problema es que los políticos no actúan hasta que no les duele la intención de voto, así que mientras que el grueso de la población no veamos el peligro detrás de cada pequeña sucesión de cifras, no veremos a nuestros políticos tomando medidas correctivas, porque el coste electoral no está justificado, y, sin duda, medidas, en principio duras, serían vistas como sacrificios inútiles por culpa de visiones agoreras. Así es. Tal vez nuestros dirigentes sepan en muchos casos lo que se avecina, tal vez sean conscientes de los peligros de nos acechan, tal vez tengan menos miopía de la que suponemos… pero no actúan hasta que la mayoría no lo transforma en clamor popular, porque sólo cuando el grueso de la población ve el peligro, el tomar medidas va a suponer un rédito en forma de votos, aunque sea a largo plazo, y si no es así, la preocupación general justificará de alguna manera las nuevas políticas a implementar. Ésta es la cruda realidad. El dictamen de las urnas es así, recordemos que la democracia es sólo el “menos malo” de los sistemas políticos conocidos, y éste es sin duda unos de sus puntos flacos. Quiero creer que los italianos supieron ver este problema en la actual crisis, y por ello se perfiló un gabinete temporal de tecnócratas que no dependiesen de los votos de sus ciudadanos. Es la única manera que se les ocurrió de que se tomasen las medidas adecuadas por unos gobernantes que se tenían que preocupar más por el país que por lo que éste pensase de ellos.

Y se preguntarán ustedes el porqué de este tema para este post, que cuál es la relación con los temas socioeconómicos a los que les tengo acostumbrados… es muy sencillo. La situación de emergencia nacional es la que se encuentra España, de plena actualidad incluso a nivel mundial, es consecuencia de no haber tomado las medidas adecuadas a tiempo. Si la mayoría hubiese sabido ver lo que se avecinaba en los indicadores adelantados que se publicaban ya antes del estallido de la crisis, seguramente no estaríamos donde estamos. Y créanme, aparte del sentido común, había múltiples indicadores que ya anticipaban lo que luego ha venido. Pueden consultarlos libremente, indicadores como el consumo de cemento u otros estaban dando inequívocas señales de aviso, pero poca gente nos fijábamos en ellos, dejándose llevar la mayoría por un optimismo desaforado por el que creían que el caduco modelo productivo español iba a seguir en crecimiento hasta el infinito y más allá. Pero no, la cruda realidad nos fue corroyendo poco a poco los cimientos, con un goteo mes a mes de cifras de desempleados que a día de hoy ya se ha hecho insoportable. Por todo esto les repito lo que ya les he dicho muchas veces. Lean, contrasten, hagan crítica constructiva, fórmense una opinión justificada, miren un poquito más al futuro y no se centren tanto en el presente… y traten de ver tendencias más que cifras puntuales. Detrás de sus actitudes individuales hay mucho más de lo que imaginan, háganlo por ustedes mismos y por el bien del conjunto de la sociedad. No se equivoquen, no estoy volcando las culpas de la actual situación sobre los ciudadanos, eso sería muy muy injusto, pero, como les decía, la democracia es el “menos malo” de los sistemas conocidos, y éstas son las reglas del juego, así que, mientras no cambien, juguemos con ellas nuestra mano lo mejor que podamos. La verdadera democracia se construye de abajo a arriba.

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El piñazo del siglo o ¿Por qué China tendrá un aterrizaje brusco?

Empecemos con un poco de historia económica. Japón, finales de los años 80. Las empresas japonesas se expandían por todo el mundo al calor de una divisa y una economía al rojo vivo. En Estados Unidos compraban empresas, edificios emblemáticos, propiedades… algo que levantó ampollas entre los nacionalistas norteamericanos que veían aquello como una invasión japonesa, en lo que algunos dieron en llamar “La venganza de Pearl Harbor”. Se llegaron a extremos tan irracionales como que los jardines del palacio imperial de Tokio llegaron a tener una valoración inmobiliaria equivalente a la de la totalidad del estado de California.

Y como no hay mal que cien años dure, como todos los excesos se pagan, y como ocurre con todas las burbujas que se suceden en nuestras economías, Japón no fue menos y pinchó. Pinchó y mucho. Al final de la burbuja, el índice selectivo de su bolsa, el Nikkei 225, alcanzaba los casi 40.000 puntos. Hoy en día, más de veinte años después, está a 10.000 puntos, habiendo tocado niveles alrededor de los 8.000 en algunos momentos de las últimas crisis.

¿Por qué China ha de ser un caso diferente al expuesto de Japón y a los que se han sucedido a lo largo de la historia de la humanidad?. No es por nada que tenga que ver con los genes japoneses, ni chinos, ni españoles… es algo que tiene que ver con la naturaleza humana. El ego de un país en expansión cala profundo en la forma de pensar y de actuar de su sociedad, y, creyéndose invencibles, se cometen excesos que más tarde se tornan incomprensibles. Ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia, y seguirá ocurriendo periódicamente, porque las nuevas generaciones tienden a olvidar lo que les contaron sus abuelos, y una y otra vez se vuelven a cometer los mismos errores con unas décadas de diferencia. China no es diferente. Los chinos no son distintos. Están sembrando nuestros mercados con productos Made in China, comprando propiedades inmobiliarias por todo el mundo, comprando nuestra deuda, cogiendo traspasos de negocios… a lo que además hemos de añadir que, aunque ya pinchadas parcialmente, tienen en casa burbujas inmobiliarias y bursátiles indicativas de futuros problemas (o ya casi presentes).

Una vez dicho todo lo anterior, supongo que estamos todos de acuerdo en que aterrizaje, más pronto o más tarde, lo habrá. Ninguna economía, ningún imperio, ningún estado, ha crecido permanentemente hasta el infinito, y menos aún con las tasas de crecimiento oficiales que caracterizan actualmente a la economía china. Las diferencias vienen en cuanto a si será un aterrizaje suave o lo que los anglosajones llaman un Hard Landing. Yo sinceramente me inclino por lo segundo, y les voy a explicar lo que me lleva a pensar de esta forma. Como decíamos antes, es ese ego humano y esa sensación de poder y de ser invencibles la que lleva a cometer excesos que al poco se demuestran perniciosos y que contribuyen a empeorar el inevitable aterrizaje. Pero teniendo en cuenta las características del régimen chino, estas formas de pensar a buen seguro que estarán acentuadas hasta el extremo entre los cargos del Politburó de la República Popular de China. Estos gobernantes tienen dosis de control sobre su sistema y sobre sus ciudadanos muy superiores a las de las economías occidentales, y por lo tanto su sensación de poder sobre las situaciones nacionales y sobre la población china, así como el auto-inducido ego que ello supone, derivan en que no sólo habrán cometido excesos mucho más flagrantes que en las burbujas de economías democráticas, sino que además, cuando el castillo de naipes empiece a derrumbarse, pasarán las mismas fases que todos hemos visto, pero acentuadas al extremo: incapacidad de ver lo que se avecina, posterior negación de la crisis, se admite una ligera ralentización, y al final, cuando ya el tenderete no se tiene en pie, todo se viene abajo.

Porque se hagan una idea de hasta qué punto las autoridades chinas ejercen su poder sobre la ciudadanía, les contaré un caso anecdótico, pero muy significativo. Tal vez sepan ustedes que en la ciudad de Pekín, en los monumentales atascos que se forman, los agentes de policía que están “dirigiendo” el tráfico reciben habitualmente instrucciones para dar prioridad a uno u otro sentido según donde esté el apoderado de turno que está inmerso en el atasco y que, por encima del común del resto de los mortales, no quiere o no puede sufrir la retención y llama inmediatamente para que agilicen su recorrido. ¿Se imaginan ustedes que ocurriese lo mismo en cualquier capital occidental?.

El “todo se viene abajo” del que hablábamos antes, como decíamos, puede ser un Soft Landing o un Hard Landing. Según les razonaba, yo estoy convencido de que será un Hard Landing a todas luces, por los motivos que les he explicado en el párrafo anterior: la extrema sensación de poder de sus políticos les hace creerse invencibles, lo que se traduce en cometer excesos de proporciones extraordinarias, para posteriormente negar y ocultar la situación, lo que no lleva más que a no tomar las medidas adecuadas a tiempo, y por todo ello no pueden llegar a otro puerto más que al de un aterrizaje brusco.

Pero el problema chino puede ser más complicado de absorber a nivel mundial y nacional de lo que lo que fue el pinchazo japonés (recordemos que Japón lleva más de dos décadas de digestión). Primeramente que la globalización ha traído consigo una interdependencia mucho mayor entre todas las economías del planeta que la que había a finales de los años 80. China exporta productos a los mercados de todo el mundo, y lo que afecte a su economía, en una medida u otra, se transmitirá al resto de las economías del planeta. Primer problema: el mal chino nos afectará a todos. Y en segundo lugar, China necesita irremediablemente tasas de crecimiento por encima del 8% para poder absorber en sus ciudades el éxodo masivo desde el medio rural. Si China deja de crecer, su situación puede desembocar en una crisis muy importante de consecuencias impredecibles, que pueden conllevar un estallido social. Y esto, en un país de más de mil trescientos millones de habitantes, que además es la fábrica del mundo, estarán de acuerdo en que no tenemos la más remota idea de a dónde nos puede llevar a todos.

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