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El paralelismo entre la delincuencia en el metro de la Nueva York de los ochenta y la corrupción en España


Nueva York. Años ochenta. La red suburbana del metropolitano es uno de los lugares más peligrosos del planeta. La delincuencia campa a sus anchas en una ciudad en la que demasiados individuos viven al margen de la ley.
Si analizamos la criminalidad neoyorkina de hoy en día, la situación cambió radicalmente, habiendo alcanzado en punto de inflexión con el alcalde Giuliani. Pero los motivos por el que este brusco giro tuvo lugar van más allá de las simples medidas de mano dura policial. Otras interesantes medidas de psicología social se pusieron en práctica con un éxito demostrado. Tratemos de aprender de este valioso ejemplo, porque son muchos los paralelismos que podemos establecer con el caso de la alta corrupción en España. Y éste es un problema acuciante que sin duda hay que solucionar. 
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¿Cómo debería España hacer la transición hacia un nuevo modelo productivo?

Llevamos literalmente años oyendo hablar de que España debe dejar atrás un modelo productivo basado principalmente en el ladrillo. Hacer este tipo de comentarios, sea en campaña electoral o no, no aporta absolutamente nada. No sólo porque resultan evidentes, sino porque el modelo productivo basado fundamentalmente en el ladrillo, no es que haya que cambiarlo, es que ya no existe. Lo que hay que hacer es crear un nuevo modelo productivo. Y para esto echo en falta propuestas creativas, razonables y de futuro por parte de nuestros políticos. En este artículo les traemos algunas propuestas que espero encuentren interesantes, y que tratan de demostrar que, cuando se tiene verdadero interés, y uno se pone a trabajar y a pensar, se puede dar con ideas (creo que) de futuro.

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La Teoría del Caos y el impacto en España derivado de pagar menos por la gasolina

¿Estamos ante un shock petrolífero? ¿Beneficia este hundimiento del barril de petróleo a una economía netamente importadora de crudo como la española? ¿Pagar menos por llenar el deposito tiene otro tipo de consecuencias? ¿Se está librando una guerra comercial en los mercados internacionales de esta materia prima? ¿Ha provocado la naciente industria del fracking petrolífero una reacción en los productores tradicionales?

Éstas son algunas de las preguntas sobre las que reflexionaremos en el post que les traigo hoy. Un jueves más, sean bienvenidos a éste, nuestro blog (suyo y mio).

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Las ganas de dar envidia o Cómo algunos azuzan el deporte nacional

Seguro que tienen ustedes en alguno de sus círculos sociales a alguna persona de éstas que están todo el día fardando, que disfrutan creyendo que dan envidia a los demás, que hacen del alarde una constante de su forma de ser. Siempre me han sorprendido mucho este tipo de actitudes, y ahora, con los tiempos que corren, en los que algunos lo están pasando realmente mal, lo primero que pienso es que algunas personas ante las que alardean estos fardones pueden sentirse profundamente heridas. Heridas porque, cuando uno tiene problemas graves, es comprensible alegrarse de que un amigo no los tenga, pero es difícil soportar cómo te lo refrotan por la cara.
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Añadiré que estos fardones, además de ser así de insensibles, también son unos inconscientes, puesto que en una sociedad en la que la envidia es el deporte nacional, con estas actitudes están cavando su propia tumba social. En todo caso, la gente, con penurias o sin ellas, envidiosa o no, no se siente a gusto con ellos, y les deja de considerar buenos amigos o incluso les da la espalda.

Como ejemplo de que la envidia es el deporte nacional en España, les sacaré a colación una complicada situación socioeconómica que se dio en España hace unos años. Con este ejemplo además se puede ver cómo nuestros políticos, conscientes de esta actitud social, no dudan en utilizarla para conseguir sus fines. El conflicto socioeconómico al que me estoy refiriendo es la huelga de controladores aéreos que hubo en España siendo José Blanco Ministro de Fomento hace unos años. No quiero entrar en este post a analizar si la huelga estaba justificada o no, ni si los controladores tenían unos privilegios exagerados a racionales, ni si sus sueldos eran desorbitados o no. Nada de esto viene al caso. Lo único que viene al caso es que en el mismo momento en el que oí a José Blanco dar unas cifras de sueldos anuales como las que dio, independientemente de si esto era una información veraz o no, yo supe que los controladores aéreos habían perdido la batalla mediática en este país. Posiblemente los privilegios de los políticos y todo lo que hay detrás de ellos sean mucho más injustificados que los de los controladores, pero José Blanco jugó su baza, y la jugó estratégicamente demostrando un profundo conocimiento de los mecanismos de la sociedad española. El resultado es que la gran mayoría de la población, tras oír la información sobre esos sueldos supuestamente desorbitados, ya no quiso saber absolutamente nada más del tema, ni siquiera se plantearon si era verdad o no. Simplemente pasaron a ver con buenos ojos el ajusticiamiento laboral del colectivo de los controladores aéreos. E insisto, no trato de hacer ningún juicio de valor sobre ello, sino simplemente llamarles la atención sobre qué hizo dar un vuelco a la situación.

Habiendo leído este post hasta aquí, parece que intentar provocar la envidia en los demás es autodestructivo, con lo cual la pregunta lógica es: ¿Por qué hay gente que lo hace?. No les voy a contestar todavía a esta pregunta, pero les voy a explicar la situación que se le planteó a un amigo para que se respondan ustedes mismos.

Mi amigo se encontraba cada varios meses por el centro a un conocido del colegio. Se paraban y charlaban un rato, y cada vez que mi amigo le preguntaba al otro que cómo le iba, este otro decía que le iba fenomenal, que era feliz con su mujer, que tenía unos niños estupendos, que estaba encantado y muy valorado en su trabajo… Tal era la insistencia en el mensaje que siempre transmitía que tras el tercer o cuarto encuentro mi amigo le preguntó: “Pero bueno, ¿Qué es eso de que te va todo tan bien, que estás tan encantado con tu vida, que eres tan feliz?. No me puedo creer que te vaya todo tan fenomenal”. A lo que el otro contestó viniéndose abajo: “Pues mira, te voy a ser sincero, mi vida es un desastre. Me voy a divorciar de mi mujer. Los niños son muy problemáticos. El trabajo no lo puedo soportar más y hay un ambiente fatal”. Mi amigo le preguntó: “Pero entonces, ¿Por qué me contabas que todo te iba tan bien?”. La respuesta fue la siguiente: “A que jode, ¿verdad?”.

Tras la lectura de esta conversación, ¿Tienen ustedes ya la respuesta a por qué hay gente que no para de alardear?. Seguro que están de acuerdo en que es por aquello del “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Realmente no creo que vayan intentando fastidiar a la gente porque sí. La verdad es que creo que son tan infelices con su vida que tratan de dar la imagen totalmente opuesta, de tal forma que viven en un mundo social paralelo en el cual, a través de la falsa imagen que los demás tienen de ellos, creen ver una ilusoria felicidad. Les aseguro que he conocido otros casos en los que esta actitud puede ser calificada hasta de patológica. Y es curioso también cómo el resto pasa en unos segundos de sentir envidia y rechazo a sentir compasión. Otra actitud que no podemos dejar pasar por alto: si te va bien te envidio y no puedo ni verte, pero si te va mal me das pena y me compadezco de ti. Algo que tampoco es muy digno de alabanzas.

Por ello les aconsejo que en esta vida traten de rodearse de gente sana, gente que ni envidie ni trate de dar envidia, gente que no se preocupe ni por lo que los demás piensen de ellos, ni se compare con las personas de su entorno. Son las personas que mayores satisfacciones les darán y con las que, si hay otras afinidades, podrán llegar a tener una relación de verdadera amistad.

Y ya saben, la próxima vez que alguien no pare de alardear ante ustedes, pregúntenle: ¿Oye, qué te falta en tu vida para ser feliz?, o mejor aún, ¿En qué te puedo ayudar para que consigas ser feliz?. Seguramente no obtengan una respuesta ni cierta ni coherente (este tipo de personas no suelen poder ser felices casi de ninguna manera), pero lo que sí les puedo asegurar es que lo más probable es que esta persona, descubierto su juego y siendo consciente de que no sólo no da envidia sino que cada vez que alardea reconoce su propia infelicidad, no vuelva a intentar darles envidia a ustedes nunca más.

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Ilustración por @el_domingobot

La necesidad socioeconómica de levantarse y seguir adelante o El hartazgo del pesimismo

Los que me siguen por Twitter ya saben que llevo bastantes meses harto del pesimismo reinante en España. Las cosas están mal, no puedo decir lo contrario, pero no puedo soportar todo ese negativismo que nos ha contagiado a todos, y que ha calado tan hondo en nuestra forma de ver las cosas.

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Sé que socialmente y económicamente se tiene que notar que hay mucha gente pasándolo muy pero que muy mal. Sé que tiene que ser muy duro no tener recursos para alimentar a tus propios hijos, que ya se han detectado en varios colegios que en el recreo hay niños buscando comida por las papeleras, que es difícil encontrar la motivación en el trabajo cuando en 2007 ganabas 2.500€ como peón de albañil y ahora no te llega casi para cubrir gastos de taxista… Todo esto son historias reales de gente que se ha ido cruzando en mi vida y de noticias leídas de varias fuentes. Sé que hay mucho sufrimiento detrás. Sé que no tengo derecho a censurar ciertos comportamientos cuando tengo la suerte de conservar (no sin penurias) mi puesto de trabajo. Si, lo entiendo todo, se lo confieso de todo corazón, pero a los que podemos seguir tirando del carro, les pido sinceramente que basta ya. Basta ya de negativismo, basta ya de lamentarse, basta ya de pesimismo, basta de derrotismo… Basta ya. Para empezar porque es cruel estar en ese plan cuando hay niños que no tienen ni para comer. Porque así no vamos a ninguna parte. Y no les estoy pidiendo que no sean (constructivamente) críticos con nuestro entorno y nuestro sistema, hay muchas cosas al descubierto que mejorar o incluso que cambiar radicalmente, pero, por favor, háganlo desde el positivismo y las ganas de progresar.

¿Por qué creo que deben hacerme caso?. Les contare una experiencia personal que espero les sirva de ejemplo. Mis abuelos eran, como los de casi todos, de la generación de la post-guerra. Apenas pudieron ir al colegio unos pocos años. Mi abuelo a los 12 años iba al campo a arar con las burras, y mi abuela con edad similar tuvo que empezar a trabajar en la panadería familiar. No cometan el error de sentirse superiores en algún modo a esta generación. Somos lo que somos gracias a su esfuerzo. Tal vez tengamos mejor formación y conocimientos técnicos, pero la realidad es que, en lo que a evolución personal se refiere, no podemos compararnos con ellos. Ellos sufrieron es sus carnes los horrores de una guerra fratricida. Ellos vieron truncado su futuro porque el hambre les obligaba a deslomarse simplemente para sobrevivir. Ellos tuvieron vivencias que espero no las tengamos nosotros. Muchas veces, cuando peor te trata la vida, es cuando las personas sacamos lo mejor de nosotros mismos. Nuestros abuelos sobrevivieron y salieron reforzados de las dificultades. Se volvieron a levantar una y otra vez para seguir adelante.

Y es de mi abuela más concretamente de la que les quiero contar una vivencia que me cambió la vida, y que aún hoy me la sigue cambiando. Ella estaba gravemente enferma. Le quedaban pocos días para morir. Apenas se movía. La muerte ya dormía paciente a su lado en la cama. Y mi abuela, como casi todas las abuelas, no tenía un pelo de tonta. Estoy seguro de que ella ya “barruntaba” (verbo que ella usaba) que su fin se acercaba. Estaba con dosis muy altas de morfina. Consciente a ratos. Pero aún tenía algún momento de lucidez entre vahídos. Yo estaba dormido en un sillón al pie de su cama. Me desperté y la vi risueña, mirándome en silencio y sonriéndome. Cuando me vio despertar me dijo, “¿Puedes por favor darme mis gafas?”. Yo se las puse. Recuerdo como si fuese ayer cómo con sus ojillos agrandados por las lentes hipermétropes me dijo: “¿Puedes traerme mi diccionario?. Voy a leer”. Todavía conservo ese viejo diccionario ilustrado que tanto le gustaba leer y en el que me enseñó tantas palabras. Era el libro que más leía. ¡Tenía tantas ganas de aprender lo que no pudo aprender de niña en la escuela, que no dejó de intentar recuperar el tiempo perdido en toda su vida!. Incluso cuando ella sabía que se moría. Yo entonces, en mi juventud, todavía más ignorante de lo que lo soy hoy, no podía comprender cómo en su situación conservaba su ímpetu, su fuerza vital, sus ganas. ¿Para qué?, me preguntaba una y otra vez, ¿Para qué?. Efectivamente a los pocos días murió, y no ha sido hasta pasados unos cuantos años cuando he logrado comprender su forma de comportarse y vivir. Ella lo hizo por simple y llana dignidad, para consigo misma y para con los que le queríamos. Porque hay que exprimir la vida hasta el último minuto, incluso cuando el fin se atisba cerca. ¿Qué piensan ustedes ahora de sus problemas comparados con saber que el fin de sus días está cerca y que está siendo un trance física y psíquicamente tremendamente doloroso?. A ella no le oí quejarse nunca. Y no todos los hombres y mujeres de esas generaciones eran iguales, pero sí la mayoría. Vivieron tiempos más duros que los nuestros, que les cambiaron la forma de pensar y de ver la vida. Como tributo a lo que somos, y por necesidad vital, no debemos olvidar las lecciones que nuestros abuelos nos daban de pequeños, que con el tiempo se van abriendo cual caja de Pandora para revelar nuevas interpretaciones y matices que antes pasaban desapercibidos.

Es por ello por lo que les digo a ustedes, y me digo a mi mismo: tomemos ejemplo, no desperdiciemos el saber que les costó tanto sufrimiento a nuestros abuelos. Levántense cada mañana y arréglense como si fuese un gran día. No les hablo de si se tienen que poner camisa o camiseta, sino simplemente de que se arreglen como ustedes se vean bien, tal y como hacían cuando eran tiempos mejores. Sean positivos. Por pequeñas y pocas que sean, fíjense en las cosas buenas que hay en su vida, que seguro que las hay. Dejen de echar culpas a los demás y empiecen por sí mismos a ver qué pueden hacer ustedes por mejorar. Sé que algunos tienen problemas muy graves, pero sigan adelante, no tienen que pensar en ellos. Vayan a cada entrevista de trabajo como si el puesto fuese a ser suyo. Y tantas otras cosas que ustedes ya saben que tienen que cambiar. Mi abuela murió dándome en silencio una lección magistral. No voy a dejar que caiga en saco roto. Tampoco lo hagan ustedes.

Tal y como ustedes se ven a sí mismos, y cómo ven el mundo que les rodea, es algo muy importante que revierte sobre ustedes mismos y sus vidas. Y no sólo sobre sus vidas, sino sobre la sociedad en general y sobre la misma economía. El optimismo generalizado suele generar crecimiento. No se rindan. No cejen en su empeño. Nunca nunca nunca dejen de luchar. Sigan adelante. Cómo afrontar el problema es parte de la solución. Si nuestros abuelos lo consiguieron en peores condiciones, nosotros también podemos. A por ello.

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Ilustración por José Domingo: @el_domingobot

El ansiado y fatuo éxito profesional en España o Cómo la mayoría intenta ocultar sus errores

El otro día estaba en una reunión de seguimiento de un proyecto en la empresa en la que trabajo, y, tras haberme informado por otras vías, sabía que todas las partes iban con retraso en la ejecución de sus respectivas tareas. Ellos no sabían que yo era consciente de ello, y tampoco lo dije de primeras. El caso es que fue muy curioso poder comprobar lo que muchas otras veces sospechaba: la mayoría de las personas tratan en estos casos de retrasar lo más posible su reconocimiento de los retrasos en los que están incurriendo, a la espera de que otros “confiesen” antes y así ellos ganar algo de tiempo sin quedar mal.

Y allí estábamos todos mirándonos cara a cara, aparentando que todo iba con normalidad, y esperando a ver quién era el primero en reconocer lo que todos deberían reconocer desde un principio. Al final la liebre saltó por donde tenía que saltar. La persona encargada de las últimas tareas antes del pase a Producción, supongo que consciente al igual que yo de que había retrasos, y responsable de acabar sus tareas a tiempo por tener una fecha inamovible por detrás, empezó a tirar del hilo sibilinamente hasta que alguno de los involucrados no aguantó más la presión y reconoció que necesitaba más tiempo para la ejecución de sus tareas. En ese mismo momento, se notó en la reunión cómo el resto de participantes empezó automáticamente a calcular si esos días de más que se iban a dar les servían a ellos de margen adicional para no tener que confesar de la misma manera. A los que les valía se callaron, y a los que no volvieron a esperar a ver si alguien más reconocía que necesitaba más tiempo. Al final, tirando de todos los hilos, se llegó a varias ampliaciones de plazos que resultaron en una planificación más realista, pero no confesaron todos los que debían.

¿Qué hay en las mentes de esos profesionales que ocultan sus problemas?. Principalmente tenemos dos opciones: miedo y ambición. Pueden coexistir ambos motivos en ciertas personas, o puede darse tan sólo uno u otro. Miedo a perder el empleo, miedo a dar la imagen de ser un mal profesional, miedo a la reprobación por parte del grupo… Ambición por quedar siempre como el mejor, ambición por demostrar lo que se vale, ambición para tener más papeletas para conseguir el siguiente ascenso o incremento salarial… Las motivaciones pueden ser múltiples y de muy diversa índole, pero se pueden agrupar principalmente en estos dos sentimientos genéricos que les decía.

Pero, y… ¿Por qué la gente es así?. En parte es debido a un tema de importantes consecuencias socioeconómicas y que ya hemos tratado aquí en otros posts: la cultura del éxito. Sí, esa ansia por ser el mejor, por llegar a lo más alto, por ganar mucho dinero, por tener mucho poder… a costa de lo que haga falta. En aras de conseguir semejantes metas, todo suele valer, pero hay ciertos individuos, de motivaciones aún más fatuas si caben, que están plenamente convencidos de que es algo que justamente se merecen. Es cierto que ese autoengañoso convencimiento les sirve en cierta medida de disculpa (el peor trepa es aquel que, aún siendo consciente de su incompetencia, trata de pisar cuantas cabezas sea necesario para subir inmerecidamente), pero sus actitudes son fruto de una autoindulgencia y una autocomplacencia que a veces dejan mucho que desear. Me explico. Todos cometemos errores en nuestro trabajo, es natural y normal, nadie es perfecto, pero este tipo de personas tienen una curiosa habilidad para, en sus mentes, minimizar los errores propios y resaltar los ajenos. Es muy frecuente ver cómo hay personas que cuando ellos cometen un error lo disculpan con toda naturalidad, haciéndolo ver como algo sin importancia, pero cuando da la casualidad de que posteriormente otro comete ese mismo error, se le echan encima con todo tipo de agravios. A mí, que desde pequeño me han enseñado que “no quieras para los demás lo que no quieras para ti mismo”, estas actitudes me parecen muy cuestionables, indicativas de un egocentrismo y un egoísmo que, por desgracia, es demasiadas veces predominante en nuestra sociedad. Lo pueden ver ustedes en la gente de su entorno con pequeñas actitudes del día a día, o lo pueden ver en cómo se enfrentan a grandes problemas. No son tan significativos los hechos y su relativa importancia, como saber qué es lo que la gente que les rodea lleva verdaderamente por dentro. Y para no perder el sentido de la autocrítica, apliquen primero el “Conócete a ti mismo” de Sócrates, no vaya a ser que estén viendo la paja en el ojo ajeno… En el caso de aquellos individuos que, sin ser conscientes de cómo ellos mismos relativizan los errores propios y maximizan los ajenos, tras este inequívoco signo de autoindulgencia, viene posteriormente la inherente autocomplacencia: se acaban creyendo su ilusoria sensación de perfección, y acaban viviendo en un irreal estado de satisfacción consigo mismo cuya peligrosa toma de contacto con la realidad puede conllevar desastrosos efectos sobre su bienestar psicológico.

Por otro lado, también es cierto que, a las personas que reconocen sus errores y retrasos, les suele ocurrir que en su entorno profesional, los «listos», conocedores de su actitud, cuando han de imputar un retraso propio a alguna otra causa ajena, tratan por todos los medios de que las culpas recaigan sobre esas personas, dado que si encajan bien la responsabilidad sobre su tejado, saben que las van a asumir como propias. No les diré qué opino sobre este tipo de «listos» cuando los detecto (se lo pueden imaginar), pero el patrón habitual de comportamiento debería cambiar sensiblemente para con ellos, porque la comprensión sólo la merece quien sabe apreciarla, y por mucho que se puedan entender sus motivaciones y problemas, ello no implica que sus actitudes sean igualmente reprobables.

Al punto anterior de cómo está articulada ya la sociedad en nuestro país, por el cual el que es responsable y asume culpas, se las suele llevar todas en el mismo lado de la cara, añadiría el punto cultural que les cité antes, que no sé discernir si es causa o consecuencia de dichas actitudes: la cultura del éxito y el enfoque del fracaso. Las diferencias culturales entre España y otros países, como por ejemplo EEUU o Japón, es abismal. Basta con mirar un Curriculum Vitae de un español y de un norteamericano. El español sólo muestra los éxitos, como si la perfección profesional fuese una meta alcanzable y alcanzada. El norteamericano muestra también los fracasos, porque en la cultura laboral y empresarial estadounidense se entiende que el que se ha equivocado, ya ha aprendido de ello. Esto se considera un valor añadido frente a quien no ha tropezado en esa piedra, puesto que, como todos sabemos, cualidades personales aparte, aquí como mejor se aprende es de nuestros propios errores. Dignas de elogio son aquellas personas tan inteligentes (o tan empáticas) que logran aprender con la misma intensidad de los errores de los demás… se ahorran un amargo camino, pero son los menos. El egocentrismo y el egoísmo que citábamos antes tiene aquí otro aspecto negativo: nubla la vista de los individuos más allá de las consecuencias propias, no permitiéndoles aprender de las circunstancias de otros. Estarán de acuerdo ustedes en que, en cualquier caso, es un castigo justo, e incluso tal vez merecido.

El final autodestructivo de este tipo de conductas es algo a evitar a nivel personal y social, por lo que debemos entre todos pasar de la cultura del éxito a la cultura de la tolerancia al fallo, tal y como les comentaba antes, al igual que ocurre en otros países que citaba como EEUU o Japón, y que tan bien retrataba el colega tuitero @danielcunado en su post “La tolerancia al fracaso como motor de innovación”. A la vista están los resultados, no hay más que ver que tanto japoneses como norteamericanos nos llevan ventaja en este punto de vista concreto y sus consecuencias más directas: tejido industrial y tecnológico, innovación, patentes per cápita, calidad de la producción, tolerancia al fracaso y su inherente equilibrio psico-social, etc. y no tan directas: corrupción, aspiración al enriquecimiento rápido y fácil, falta de cultura del esfuerzo, educación errónea en los principios meramente cortoplacistas que se transmiten a los más jóvenes, valores equivocados, fines que justifican los medios, etc. Y es que detrás de este ansia sin medida del éxito porque sí hay muchas más consecuencias de las que ustedes imaginan. No lo duden, el éxito es cortoplacista y limitado generalmente al ámbito profesional, y la tolerancia al fallo es a largo plazo y con beneficios también personales. Elijan ustedes lo que más les interese, a partir de este punto la decisión ya depende únicamente de uno mismo.

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La ley del goteo en España o por qué las situaciones se tornan insostenibles

Es un inequívoco signo de poca anticipación el hecho de que, en este país llamado España, es una tortura política, social y económica el tener que ver cómo pasan los días sin que situaciones que se van volviendo insostenibles sean corregidas de raíz. En otros países de nuestro entorno son mucho más “sensibles” a este tipo de sucesiones de pequeñas anomalías, y por lo tanto aplican un correctivo antes de que sea demasiado tarde, cosa que no suele ocurrir en nuestro caso.

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¿A qué me estoy refiriendo?… pues a muchas cosas, a todas a las que nuestras actitudes personales se enfrentan día a día, pero en el caso concreto de este post, nos limitaremos a las que repercuten sobre el devenir socioeconómico de nuestra sociedad. Centrándonos en este aspecto, es un auténtico cáncer la querencia general a dejar deteriorarse tanto las situaciones que, cuando ya nuestros políticos se ponen manos a la obra y abordan el problema, suele ser tan tarde que las medidas a tomar son mucho más perjudiciales, y además dan peores resultados que si el problema se hubiese corregido a tiempo.

Pero, para que me entiendan mejor, pongamos algunos ejemplos ilustrativos. El más inmediato puede ser la evolución del número de desempleados y el deterioro del cuadro macroeconómico en la actual crisis. La opinión general continuamente pensaba que ya habíamos tocado fondo, que ya llegaban los “brotes verdes”, que a partir de aquí ya todo era recuperar, que ya vienen tiempos mejores… hasta que la situación degeneró tanto que ya era insostenible, y los votantes buscaron alternativas en el partido que estaba en la oposición en ese momento, con un resultado que ahora ya está a la vista de todos.

Otro ejemplo habitual es la corrupción. La opinión pública en su conjunto no es muchas veces consciente de que lo que vemos en este tema es sólo la punta del iceberg, y que cuando hay una sucesión constante de casos de corruptelas, lo que subyace detrás es una corrupción generalizada difícil de corregir. Pero no, en general lo que se tiende a ver es una sucesión de pequeños casos que se consideran aislados, que éste caso de corrupción será ya el último que se destape, que ya se habrá barrido toda la casa… hasta que la corrupción ha calado tan hondo que ya dificulta el progreso económico del país, y es sólo entonces cuando la mayoría de los votantes toman cartas en el asunto y tienen en consideración este tema en su decisión de voto. De nuevo el goteo, leve pero constante, no nos hace reaccionar hasta que es demasiado tarde.

Y por ponerles otro ejemplo, aunque ya no tenga relación alguna con la economía, pero sí con esta forma tan miope que tenemos de ver las cosas en este país. ¿Qué pensarían ustedes si en España hubiese una catástrofe cada año que segase la vida de 1.500 personas?. Que habría que hacer algo, que esto es insoportable… ¿Saben que ésta es la cifra de muertes anuales en accidentes de tráfico?. La seguridad vial es el único caso que se me ocurre en el que nuestros políticos han decidido actuar sin que el grueso de la población lo considerase una emergencia ineludible. Si lo han hecho por afán recaudatorio o no, es algo que nunca sabremos. También es cierto que el coste político de haberlo hecho es cuasi-nulo, puesto que nadie va a cambiar su intención de voto por una multa. Pero hay mucha gente que en vez de ver que en 2003, en vez de 1.500, fueron 4.000 muertes, se quejan de que no se puede correr y de que sólo quieren nuestro dinero. De nuevo un goteo pequeño pero constante de muertes semana a semana no hace reaccionar a la mayoría.

Por verle algún aspecto positivo, podríamos decir que en esta actitud subyace un injustificado optimismo que nos hace pensar que ya por fin hemos tocado fondo, que sólo ha ido un poco a peor pero que de aquí ya remontamos… y mes tras mes, el deterioro continúa, gradual pero inexorable. Un golpe fuerte nos aturde, pero nos hace reaccionar. Un sinfín de pequeños golpes nos hace pensar que ya no habrá ninguno más a partir de ahora, y que éste ha sido el último a soportar, pero muchas veces hay uno posterior que nos hace ir aún a peor. Así es la actitud predominante en este país, y de ahí sus consecuencias.

El problema es que los políticos no actúan hasta que no les duele la intención de voto, así que mientras que el grueso de la población no veamos el peligro detrás de cada pequeña sucesión de cifras, no veremos a nuestros políticos tomando medidas correctivas, porque el coste electoral no está justificado, y, sin duda, medidas, en principio duras, serían vistas como sacrificios inútiles por culpa de visiones agoreras. Así es. Tal vez nuestros dirigentes sepan en muchos casos lo que se avecina, tal vez sean conscientes de los peligros de nos acechan, tal vez tengan menos miopía de la que suponemos… pero no actúan hasta que la mayoría no lo transforma en clamor popular, porque sólo cuando el grueso de la población ve el peligro, el tomar medidas va a suponer un rédito en forma de votos, aunque sea a largo plazo, y si no es así, la preocupación general justificará de alguna manera las nuevas políticas a implementar. Ésta es la cruda realidad. El dictamen de las urnas es así, recordemos que la democracia es sólo el “menos malo” de los sistemas políticos conocidos, y éste es sin duda unos de sus puntos flacos. Quiero creer que los italianos supieron ver este problema en la actual crisis, y por ello se perfiló un gabinete temporal de tecnócratas que no dependiesen de los votos de sus ciudadanos. Es la única manera que se les ocurrió de que se tomasen las medidas adecuadas por unos gobernantes que se tenían que preocupar más por el país que por lo que éste pensase de ellos.

Y se preguntarán ustedes el porqué de este tema para este post, que cuál es la relación con los temas socioeconómicos a los que les tengo acostumbrados… es muy sencillo. La situación de emergencia nacional es la que se encuentra España, de plena actualidad incluso a nivel mundial, es consecuencia de no haber tomado las medidas adecuadas a tiempo. Si la mayoría hubiese sabido ver lo que se avecinaba en los indicadores adelantados que se publicaban ya antes del estallido de la crisis, seguramente no estaríamos donde estamos. Y créanme, aparte del sentido común, había múltiples indicadores que ya anticipaban lo que luego ha venido. Pueden consultarlos libremente, indicadores como el consumo de cemento u otros estaban dando inequívocas señales de aviso, pero poca gente nos fijábamos en ellos, dejándose llevar la mayoría por un optimismo desaforado por el que creían que el caduco modelo productivo español iba a seguir en crecimiento hasta el infinito y más allá. Pero no, la cruda realidad nos fue corroyendo poco a poco los cimientos, con un goteo mes a mes de cifras de desempleados que a día de hoy ya se ha hecho insoportable. Por todo esto les repito lo que ya les he dicho muchas veces. Lean, contrasten, hagan crítica constructiva, fórmense una opinión justificada, miren un poquito más al futuro y no se centren tanto en el presente… y traten de ver tendencias más que cifras puntuales. Detrás de sus actitudes individuales hay mucho más de lo que imaginan, háganlo por ustedes mismos y por el bien del conjunto de la sociedad. No se equivoquen, no estoy volcando las culpas de la actual situación sobre los ciudadanos, eso sería muy muy injusto, pero, como les decía, la democracia es el “menos malo” de los sistemas conocidos, y éstas son las reglas del juego, así que, mientras no cambien, juguemos con ellas nuestra mano lo mejor que podamos. La verdadera democracia se construye de abajo a arriba.

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La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad

Como muchas personas que tienen la ilusión de algún día poder dejar de tener preocupaciones por la limitación de su capacidad económica, juego de vez en cuando a la lotería primitiva. Siempre que juego pienso en la paradoja que supone el hecho de que todos los participantes en los sorteos juegan obviamente por tener opción a ganar alguno de los abultados premios, lo cual es sin duda una actitud que podemos tachar de egoísta, pues ambiciona meramente un incremento sustancial de los recursos propios (y todo lo que ello conlleva). Pero este germen egoísta, que se traduce en echar un boleto para el siguiente sorteo, en la práctica, se traduce en que entre todos los participantes, se elije imparcialmente uno al que se “libera” de la carga de tener que trabajar día a día para obtener los recursos económicos necesarios para vivir. Esto puede ser visto como un inequívoco acto de solidaridad colectiva.

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Y he aquí la paradoja a la que apuntaba antes. Egoísmo que se traduce en solidaridad. Y esta misma y sorprendente conversión de actitudes se produce en otros ámbitos más serios del sistema capitalista. Es obvia en el sector asegurador, en el Fondo de Garantía Salarial, en el Fondo de Garantía de Depósitos, en la Seguridad Social (donde la haya) y hasta en la misma recaudación de impuestos que financia los estados del bienestar.

Pero hay otros planos en los que esta paradoja se reproduce también, y que son hoy en día de plena actualidad. Me refiero a las operaciones de rescate que tanto revuelo han y están originando en la Eurozona. Una vez llegados a este punto, pasemos a analizarlo con mayor detenimiento.

¿Qué es en esencia una operación de rescate?. La cruda realidad es que no es más que la aportación de recursos económicos a un país con la mera intención de que no colapse y pueda seguir atendiendo a los pagos comprometidos con la financiación que previamente se le ha venido dando en los años anteriores. Lo único que se pretende es poder seguir cobrando las deudas. De este punto son plenamente conscientes los países rescatados en la Eurozona: no importan las prestaciones estatales, ni la justicia social, ni siquiera la economía local. Sólo importa el asegurarse el pago de los saldos deudores, y por ello ahora el IVA en Irlanda es de hasta un 23%, en Grecia se recorta lo innecesario y lo necesario, etc. Pero no nos alejemos de la intención de este post, estos rescates, a pesar de su intencionalidad y las consecuencias sobre las sociedades rescatadas, al fin y al cabo son dar recursos económicos a países “rotos” que no pueden financiarse en los mercados internacionales dada su delicada situación, y si bien es cierto que vienen acompañados de medidas draconianas, de nuevo se puede ver como un egoísmo que se torna forzosamente en solidaridad, puesto que no podrían obtener recursos económicos de ninguna otra manera.

Este último punto de los rescates, que en los últimos meses ha venido acaparando portadas de medios centrándose en el caso concreto de la Eurozona, es aplicable a la economía global. Con la globalización, la interconexión entre casi todas las economías del planeta es un hecho indiscutible, derivándose de ello el impacto que la crisis en un país puede tener en todos los países de su entorno económico. Es por este hecho por el que hoy en día, cuando ciertos países sufren dificultades económicas, de una forma u otra, se acaba articulando una asistencia internacional para acudir en su ayuda.

Pero esta “Solidaridad Interesada” no soluciona realmente todos los problemas humanitarios, puesto que es cierto que esta asistencia sólo llega a países con nexos económicos con las economías más importantes del planeta, que hacen valer en este tipo de temas su capacidad de influencia. En el caso de los países más pobres, los que se supone deberían ser los receptores primeros de la solidaridad internacional, sólo son objeto de ella en la medida que son productores de materias primas cuya interrupción de suministro impacta sobre las economías de las principales potencias. Lo cual revierte en un círculo vicioso para los países que ni tienen una economía desarrollada (y por lo tanto sin interrelaciones con las potencias),  ni tienen recursos naturales que explotar (un sector primario que permite alcanzar la relevancia económica internacional aunque no se disponga de una economía desarrollada): no importan, y como no importan cada vez se hunden más en su aislada situación.

Algunos argumentarán que esto no es solidaridad, pero centrémonos en lo positivo, a efectos prácticos, el resultado final es el mismo que el de la solidaridad genuina: los demás se preocupan de que el país en riesgo no se hunda. No entro ya en el tema de si esto se consigue o no, ni en los conflictos de intereses que se dan entre diferentes potencias económicas, ni en la ética de esta solidaridad forzosa… simplemente me ciño a reflexionar sobre su existencia y naturaleza. Pero lo que sin duda queda ahora por resolver es el tema al que apuntábamos antes: la solidaridad con los países que no importan de ningún modo, que además, tristemente, suelen ser los más necesitados.

No les discutiré que para estos casos hay que ceñirse al lema de “En vez de darles pescado, enséñales a usar la caña de pescar”: muchas ONGs hoy en día lo aplican. El problema viene cuando en un país ni hay ONG desplegando recursos, ni hay caña, ni hay pescado, ni lago en el que pescar… Este tipo de zonas están abocadas a una progresiva despoblación que, a veces, sólo se ve frenada por el repentino descubrimiento de materias primas que explotar. En África saben bien que en estos casos, es habitual que se inicie en esa zona una guerrilla que trata de dominar las zonas productoras. ¿Casualidad o causalidad?. Siento decirles que yo no tengo una respuesta, pero mucho me temo que, en algunos casos, los entresijos del poder económico son insondables.

Al final, lo que verdaderamente nos queda al común de los mortales es lo que decían nuestros abuelos: no es feliz quién más tiene, sino quien menos necesita. Porque el tener a veces nos lleva a preocupaciones que no nos merecemos, y lo que es más, si visitan ustedes algún país pobre, podrán comprobar como, por lo general, el ser humano cuanto más tiene menos feliz es, supongo que por el miedo a perder lo acumulado. ¿Nos hacen nuestras pertenencias más insolidarios?. Tal vez, pero, no se engañen, a pesar del argumento de los párrafos anteriores de que hay en nuestras sociedades un egoísmo que se torna solidaridad, la verdadera solidaridad es aquella que se produce en la escasez… porque estarán de acuerdo en que, a pesar de la diferencia de la importancia en cantidades absolutas, no es lo mismo que un millonario done para una buena causa una cantidad despreciable en comparación con su patrimonio, a que una familia Nubia comparta con la familia de al lado lo único que tienen para comer ese día. El capitalismo tiene sus cosas buenas y malas, pero es cierto que su esencia, el sinvivir de consumir y poseer, muchas veces nos hace perder el norte.

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Las deudas de Merkozy o ¿Por qué Francia y Alemania están en deuda con la Europa periférica?

En este mundo hiperconectado, en el que la mayor parte de la información está disponible para todos en internet, sigue chocando que se olviden tan rápidamente los condicionantes de un pasado no tan lejano. Hagamos un poco de memoria y veamos por qué el dúo Merkozy (como se conoce en círculos económicos al dúo Merkel y Sarkozy) está en deuda con la Europa periférica, y por qué no se deben ver los necesarios rescates sólo como una consecuencia del presente, sino también como una consecuencia de circunstancias preexistentes que se remontan a cuando se fundó el Euro, y de las que tanto Francia como Alemania se han estado beneficiando durante toda la década pasada.

En el momento del lanzamiento del Euro, recordemos que tanto Francia como Alemania incumplían con su déficit el Pacto de Estabilidad, estaban en una fase de estancamiento, que en el caso de Alemania se debía parcialmente a la larga digestión de la reunificación. Mientras, España y los periféricos como el Tigre Celta u otros, iban viento en popa y hacían alarde de su posición económica aventajada. Y de aquellos lodos estos barros. Todo esto se tradujo en que el cambio de conversión al Euro del Marco alemán, la Peseta española y todas las divisas europeas, perpetuaron esta situación haciéndola extensible a toda la década. Me explico. Entonces, debido al estancamiento alemán y francés, el Marco y el Franco cotizaban a un tipo artificialmente bajo respecto al resto de economías de la Eurozona. Debido a que en aquel momento se estableció el tipo de conversión de todas las monedas al Euro, la consecuencia ha sido que aquella situación económica, a nivel de divisas, se ha perpetuado hasta hoy y se mantendrá mientras dure el Euro. Estos años atrás, Francia, y en mayor medida Alemania, han disfrutado de una economía boyante gracias a sus exportaciones. Bien es cierto que sus economías son exportadoras a todo el mundo, pero también lo es que sus principales socios comerciales están dentro de la Eurozona y el tipo de conversión les ha permitido ser mucho más competitivos respecto a nosotros.

Si a este punto del tipo de cambio le sumamos el hecho de que los tipos de interés del recién nacido BCE se mantuvieron bajos para incentivar el crecimiento en el corazón de la Eurozona, cuando la situación económica de los periféricos requería un repunte de los mismos para atajar las burbujas inmobiliarias nacientes en economías como la española o la irlandesa, tenemos que, al menos en una medida importante, hoy los periféricos estamos pagando el coste del estancamiento alemán y francés de principios de la década pasada.

Pero dejémonos de centrarnos en el pasado, hablemos mejor del presente y del futuro. Tanto que se habla de las contribuciones de capital alemán a los países periféricos, ¿Contribuye España al crecimiento alemán con algún capital?. Rotundamente sí: capital humano. Es por todos conocido que Alemania se ha convertido en el destino de decenas de miles de ingenieros españoles desempleados, bien formados, con idiomas, con experiencia. ¿Acaso no es este tipo de capital más importante que el meramente financiero?. Yo creo que sí, puesto que un ingeniero formado en las universidades españolas es el producto de muchos años de esfuerzo personal y social hasta que llega al mercado de trabajo. Y ahora resulta que, en lo mejor de su carrera, emigran a la ingenierilmente deficitaria Alemania para tributar allí. Triste negocio el que con esto hace la sociedad española. Y los alemanes pensarán que los ingenieros españoles no irían allí si no fuese porque aquí no tienen trabajo; eso es cierto en la mayoría de los casos, pero también es cierto que ellos no los habrían importado si no les hiciesen falta. Es un caso similar al de los capitales financieros alemanes que, junto con los de otros países, financiaron el boom español (por norma general los bancos españoles son deficitarios en capitales) y que ahora corren peligro. ¿Acaso los bancos alemanes no habrían preferido invertir en la seguridad de su propio país?, el motivo por el que vinieron aquí fue porque necesitaban invertir ingentes cantidades de dinero obtenidas durante toda la década de sus exportaciones, efectivamente, un excedente de capitales, y además buscaban réditos mayores a los que se les ofrecían en Alemania. Esos capitales, junto con los tipos bajos del BCE, también contribuyeron a la formación de nuestra burbuja particular, por no hablar de la inversión directa de ciudadanos alemanes en propiedades españolas.

No es mi intención volcar sobre Francia y Alemania todas las culpas de los males que afectan actualmente a los periféricos, aquí ha habido muchas cosas que se han hecho mal y de cuya gran mayoría sólo somos responsable nosotros.  No me tachen de anti-alemán ni anti-francés, soy más bien todo lo contrario: siento un profundo respeto y admiración por ambos países, pero me creo en mi derecho y en mi deber de expresar cuando no estoy de acuerdo en algo con ellos. Es la intención de este post relativizar esa concepción particularmente alemana, y en menor medida francesa, de que ellos han hecho sus deberes y ahora tienen que poner su dinero para rescatar a los que no los han hecho, ya que, parte de su dinero actual viene de nosotros, y parte de nuestras penurias actuales se deben a ellos.

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