Archivos Mensuales: diciembre 2012

La necesidad de creerse rico o Cómo ganar capital sin tener más dinero

Hoy les hablaré de una actitud que, si bien les puede parecer a algunos que es natural e innata en el ser humano, creo que es la causa de muchos males que aquejan a nuestra sociedad de hoy en día, y que debe ser corregida de raíz.
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Empecemos el post con una frase introductoria de Oscar Wilde: “En estos tiempos los jóvenes piensan que el dinero lo es todo, algo que comprueban cuando se hacen mayores”. Dinero. Dinero. Dinero. Es lo único que hay en la mente de mucha gente, y en aras de conseguirlo se  auto justifican todo tipo de actitudes y acciones. Como se entiende de la frase anterior de Óscar Wilde, nuestros jóvenes no son ajenos a esta tendencia: es alarmante la creciente proporción de niños que, al ser preguntados al respecto, confiesan que de mayor quieren ser “ricos”. ¡¿Ricos?!. ¿Acaso es eso una profesión?. Yo diría más bien que es una consecuencia, a veces fruto de denodados esfuerzos y, tristemente hoy en día, a veces indicativa de artes calificables por lo menos de poco éticas.

Es esta actitud a edades tan tempranas el germen último del problema. Y como los menores no pueden ser culpados por ello, queda que los responsables de los valores que se les inculcan desde bien pequeñitos somos los adultos, bien a nivel individual, bien a nivel colectivo. ¿Por qué digo que es éste el germen del problema?. Muy sencillo, suelen ser las metas que uno se pone en la niñez para su vida adulta lo que hace que muchos adultos cuando crecen se sientan más o menos realizados y satisfechos con la vida que llevan. El cómo se imagina uno su vida adulta en etapas tan tempranas, tiene una poderosa influencia sobre nuestra forma de pensar y de ver el mundo durante el resto de nuestras vidas.

Y como no todos podemos ser ricos, porque la riqueza es una percepción relativa por la que uno siempre mira hacia arriba comparándose con los que más tienen, de ahí la frustración que sienten algunos al hacerse adultos y evaluar sus malogradas ansias infantiles. Es esta frustración, y cómo el ser humano trata de evitarla o reconducirla, lo verdaderamente peligroso.

De ahí los dos errores más comúnmente cometidos por los frustrados ricos. El primero es no cejar en su empeño a cualquier costa, con lo que robar, corromperse, volverse un auténtico trepa… son medios que acaban siendo justificados para intentar poner algún cero más a la cuenta corriente. El segundo es vivir en un auto engañoso e ilusorio presente endeudando el futuro: créditos por encima de nuestras posibilidades. Ambas opciones me parecen censurables y auto destructivas, pero la segunda me da más pena que rabia. Les confieso que no deja de sorprenderme cada vez que veo a alguien con pocos recursos económicos comprarse por ejemplo un coche de alta gama a base de un crédito que le esclaviza durante muchos años… o, por tomar un ejemplo más reciente de consecuencias por todos conocidas, embarcarse en un crédito hipotecario de un piso que no puede pagar. Yo mismo, como persona de limitados recursos económicos, y viendo los precios a los que ascendía el importe de una vivienda media en este país en los años de desenfreno inmobiliario, opté por el alquiler como medio de vida, ante la imposibilidad, o más bien reconocimiento de mi incapacidad adquisitiva, de poder vivir en mi propia casa. No es éticamente criticable la actitud de aquellas personas que no actuaron como yo, y que se embarcaron en un crédito desproporcionado para adquirir su primera vivienda, más bien es algo digno de comprensión por la falta de una cultura o visión financiera que les habría evitado tan amargo trago, pero sí que es criticable la actitud de otras personas que compraban un piso “para invertir”, o que contrataban la hipoteca por el 120% del valor de tasación y se compraban dos coches de lujo, etc. Hay tantas caras de la convulsa etapa que hemos vivido recientemente que hay casos de desmanes para aburrir. Y eso centrándonos en los pequeños actores financieros. Porque entre los grandes hay también actitudes censurables por doquier: ayuntamientos que recalifican y dan permisos de construcción sin control ni previsión de demanda a cambio de Dios sabe qué, bancos que conceden hipotecas al 100% y 120% del valor de tasación, grandes fondos inmobiliarios que deciden invertir en España al calor de insostenibles revalorizaciones y que pusieron su granito de arena en la huida hacia adelante de los precios inmobiliarios, etc.

Todo ello son distintas manifestaciones del mismo mal que les exponíamos al principio: Money, Money, Money… Ésta es la rueda en la que muchos están metidos desde pequeñitos y de la que es tan difícil salir por sí solo, revirtiendo nosotros mismos en una realimentación por la que a su vez contaminamos a las generaciones más jóvenes. Aquellas metas, estas actitudes. Como decía Paulo Coelho en su libro El Alquimista: “Es precisamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que la vida sea interesante”… y es que hay gente que, cuando ve que se le pasa la vida y su sueño de ser rico no se realiza, toma parte activa y trata de conseguirlo por todos los medios.

Es cierto que posiblemente llevamos en parte en los genes esta ansia y ambición por ser más ricos, algo que sin duda hay que enseñar a reconducir constructivamente desde etapas tempranas, y es curioso observar cómo se encaja esta predisposición según culturas o países. Por ejemplo, en la meca del capitalismo, Estados Unidos, la mayoría de la gente piensa durante toda su vida que el día de mañana va a ser rica, y dicen que es por ello por lo que los votantes y políticos son tan propensos a propugnar un bajo nivel impositivo a las grandes fortunas: porque están convencidos de que algún día esa política les beneficiará. En cambio en España no prima esta visión a futuro, que supone cierta válvula de escape psicológico, sino que se suele optar por el cortoplacismo rabioso y querer ya en el presente, y a cualquier costa, ver las ansias hechas realidad.

Por otro lado, es divertido observar la evolución de patrones sociales con el tiempo. Esta necesidad de la mayoría por sentirse ricos, hace que las costumbres, servicios y productos que distinguen a los ricos tiendan con el tiempo a convertirse en objeto del mercado de masas, momento en el cual alcanzan su máxima rentabilidad capitalista, y cuando la clase media ve satisfecha parcialmente su ansia al adoptar patrones de comportamiento que hasta hace poco eran exclusivos de los más acaudalados.

Pero tenemos alrededor algunos casos que dejan entrever una luz al final del túnel, hay personas que consiguen salirse de esta espiral destructiva, a veces por madurez personal, y a veces porque han sufrido desgracias que les han cambiado la pirámide de prioridades y valores y que les hacen ver la vida de otra manera. Les confieso que el envidiable equilibrio personal al que llegan estas personas, y que algunos sólo conseguimos de forma parcial, es la verdadera felicidad a nuestro alcance.

Pero, ¿Es sufrir una desgracia la única forma de valorar los verdaderos motivos de felicidad que discretamente nos ofrece la vida?. Categóricamente: NO. Es el camino más corto una vez que hemos elegido un destino errado, pero no el único. Hay personas que llegan a esta conclusión vital por propia maduración temporal. Pero tampoco debemos resignarnos a conseguir esta verdadera felicidad tan solo cuando mayormente estemos llegando al ocaso de nuestros días y ya podamos disfrutar del nuevo estatus durante tan sólo unos años más. La educación, enseñando a los niños que lo necesiten a domar su fiera interior, reconducir sus frustraciones, ayudándoles a elegir un futuro correcto, y unos ídolos adecuados en los que verse proyectados, es el mejor camino para todos, a nivel individual y colectivo. Podemos enseñarles a admirar a un médico que ha inventado una nueva vacuna para curar el paludismo, en vez de a un futbolista cuyo único mérito es dar patadas a un balón. A admirar a una persona que ha ganado un premio nobel, en vez de a un famoso cuyo único oficio es ir a fiestas y salir en los programas de cotilleo. A admirar a una persona que dedica su vida a ayudar a los más necesitados en una ONG, en vez de a un banquero de supuesto éxito con una cuenta corriente astronómica y de prácticas poco éticas.

De todo lo anterior se deduce parte del título de este post. No centren sus vidas en ganar simplemente dinero, esfuércense por ganar capital humano, que aunque pueda sonar similar, son hoy en día términos antagónicos. Recuerden que el dinero no ha de ser un fin en sí mismo, sino que es tan sólo un medio que nos permite ciertas cosas. Además, si a lo que ustedes aspiran no se compra con dinero, posiblemente sean ricos desde ya. Y tengan en cuenta una frase de nuestros abuelos: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.

Me despediré insistiéndoles en que sean felices (de verdad), pero procuren que no se les note demasiado, porque los que han tenido la desgracia de errar en los medios (y a veces hasta en el objetivo) y no llegan a serlo, por muchos ceros que tengan en sus cuentas corrientes, si se enteran de que ustedes sí que son felices, no podrán soportarles…

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El ego de nuestros dirigentes y directivos o Lo polifacético de la inteligencia

Cuando alguna vez han dicho de alguien que es “muy inteligente”, ¿Han caído en la cuenta de puntualizar para qué?. Yo suelo hacerlo porque soy consciente, empezando por uno mismo, del carácter polifacético de la inteligencia: todos somos muy inteligentes para unas cosas, y poco dotados intelectualmente para otras.
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Es cierto que tal vez el concepto de inteligencia se suele asociar a capacidades analíticas, pero en verdad no tiene por qué ser así. La inteligencia tiene muchos otros aspectos, no sólo el análisis, así por ejemplo se puede ser inteligente emocionalmente, tener dotes de síntesis, ser hábil para trabajos manuales (una inteligencia más aplicada), tener capacidades comunicativas, saber improvisar, y así podríamos seguir hasta completar un largo etcétera. De hecho, si me lo permiten, diría que hasta hay inteligencias calificables de inconscientes como la inteligencia genética. ¿Qué quiero decir con esto?. Muy sencillo, les pondré un ejemplo muy ilustrativo. ¿Han pensado ustedes en la obra de ingeniería que supone tejer una tela de araña?. Los arácnidos no se puede decir que sean seres vivos con una gran inteligencia práctica, pero preparar una de esas maravillosas trampas es sin duda algo difícil que no saben hacer otras especies. Lo hacen de forma instintiva, sin pensar bajo el concepto clásico de inteligencia, pero sin duda hay veces que en su mecánica labor se enfrentan a problemas que resuelven de forma admirable. No es una inteligencia analítica, pues lo hacen de forma casi automática, pero efectivamente es una habilidad “genética” que podemos calificar de inteligente en este aspecto tan concreto.

Dicho lo dicho, no les negaré que es cierto que la capacidad analítica tiene mayor espectro de aplicación. Las personas analíticas disponen de ciertas ventajas sobre las personas inteligentes desde otros puntos de vista, pero no hay que desestimar nunca otras facetas de la inteligencia de una persona.

A todo lo anterior podemos añadir como factor temporal de la inteligencia que los roles de la misma cambian con los siglos. Me explico. Aparte, como les comentaba antes, de la errónea asociación de la inteligencia a capacidades analíticas, tenemos que también equivocadamente todos solemos decir que alguien es inteligente cuando consigue sus objetivos, sean cuales fueren. Así por ejemplo, en la época de los egipcios alguien capaz de construir una pirámide era considerado inteligente, alguien capaz de reflexionar sobre filosofía entre los griegos, alguien capaz de diseñar una calzada en la época romana, alguien capaz de atesorar y reproducir textos y conocimientos en la edad media, alguien capaz de ganar batallas en cualquier época, alguien capaz de ganar unas elecciones en el imperio democrático occidental, alguien que tenga inteligencia emocional en las empresas en la última década, o alguien capaz de fundar una startup que alcance una importante base de usuarios en nuestros días, etc. Todo ello hace que la inteligencia a lo largo de la Historia sea un baile de aptitudes y capacidades con las que si uno no vale para triunfar hoy en la sociedad, tal vez mañana (o ayer) sí que lo haría. Y por supuesto, la inteligencia es condición necesaria, pero no suficiente, para progresar en la vida: la coincidencia y la fortuna también son factores fundamentales.

Pero, no nos apartemos del tema, ¿Por qué esto es así?, ¿Cuál es el porqué de este carácter polifacético de la inteligencia?. El asunto puede tener su base científica. Según la teoría de la percepción “Pandemonium” de Oliver Selfridge, en nuestros cerebros hay centros autónomos, denominados demonios, que, desde el aspecto especializado de sus conexiones neuronales, se dedican a procesar, comparar patrones y dar una respuesta, en lo cual compiten con otras regiones cerebrales. Dado que cada cerebro tiene por genética o por vivencias unas conexiones neuronales u otras, ello deriva en que cada persona tiene más desarrolladas unas áreas cerebrales determinadas, que en determinadas situaciones en las que reconocen patrones son capaces de dar una respuesta más acertada que las demás. En esta teoría se basan las redes neuronales y la inteligencia artificial moderna.

Y como supongo ya estarían esperando, pasemos al lado socioeconómico. Esta concreción de la inteligencia a determinados aspectos implica que las capacidades para dirigir un país o una empresa sólo se circunscriben a ciertas situaciones, es decir, elegimos un presidente del gobierno o un directivo de una empresa para ejercer su mandato durante los subsiguientes años, sin saber a ciencia cierta qué nos deparará el futuro y a qué situaciones se tendrá que enfrentar, y por lo tanto sin poder elegir el candidato con mejores cualidades para el trabajo a desempeñar.

En el primer caso (los políticos) tenemos además el añadido de que, como les decía en mi post «Democracia real y la contribución de las redes sociales», los políticos suelen ser elegidos por su capacidad para ganar las elecciones, en vez de por su capacidad para gobernar.

Tanto en el primer caso (los políticos) como en el segundo (los directivos de empresas), suele ocurrir que el ego de los gobernantes finalmente elegidos o de los jefes les hace creerse que son inteligentes para todo, cayendo a menudo en un narcisismo ególatra que les lleva a desarrollar una actitud de superioridad que no se puede calificar más que de cómica. En ocasiones derivan en un desprecio a la inteligencia de sus subordinados, a todas luces erróneamente y trasgrediendo el principal argumento de este post. Más pronto que tarde, la vida se encarga de demostrarles su error, y así tenemos el suelo lleno de ángeles caídos.

Una aplicación práctica de la teoría que les expongo estaría en la configuración de las jerarquías humanas en cualquier ámbito, sea una empresa, un ministerio o una asociación. Es una aplicación que lleva de moda un par de lustros, y no es más que la generalización de estructuras horizontales que maximicen el uso de los trabajadores con asignaciones matriciales. Es decir, pocos gestores, muy competentes, y de rango muy alto, se encargan de articular equipos multidisciplinares escogiendo, según sus capacidades personales, a los mejores subordinados para las tareas concretas a desempeñar para cada trabajo o proyecto, de tal forma que se aproveche lo mejor de cada uno para cada tipo de tarea. Esta horizontalidad es algo que encuentro bastante eficiente, aunque les admitiré que a veces es difícil saber verdaderamente en qué es mejor cada uno, porque hay gente que simplemente intentar destacar en casi todo. Ahora sí, una cosa es aparentar y otra serlo.

Para terminar les confesaré que me resultan muy curiosos aquellos individuos que por norma general se creen más inteligentes que los demás. Con lo que tenemos alrededor, podría citarles como ejemplo muchos casos, o más bien ciertas actitudes. Yo les diría que en realidad, si de alguien se puede decir que tiene una limitación intelectual, es de los que se creen demasiado “listos”, sin ser conscientes ni de las limitaciones de su propia inteligencia, ni de lo relativo de la tontería de los demás. Tiempo al tiempo, que el aterrizaje forzoso es siempre más traumático que el soft landing.

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