Archivos Mensuales: octubre 2012

Neurociencia o La próxima gran revolución tecnológica

El final de la década de los noventa, y el principio de la década de 2000 a 2010, se han caracterizado por haber visto una profunda revolución de las telecomunicaciones y la informática. Los reputados visionarios de determinados foros internacionales nos dicen que la próxima gran revolución va a venir de la mano de la medicina y la técnica. Y yo creo que razón no les falta, pero me atrevería en este post a aventurar con mayor nivel de detalle el alcance de estos futuros avances.

Lo que podemos acuñar ya como Neurociencia puede ser una realidad antes de lo que podamos imaginar. Hace ya algunos años, se publicó un exitoso experimento por el cual se conectó un chip electrónico a las neuronas de un ratón, y era posible que los impulsos eléctricos de uno y otro interaccionasen entre sí. Futurista y prometedor, ¿No?. Pero realmente, puede ser más o menos sencillo transmitir impulsos eléctricos cerebrales a un chip y viceversa, puesto que, al fin y al cabo, son ambos señales eléctricas, y, aunque de diferentes voltajes y características, resulta a priori más o menos sencillo concebir su interoperabilidad mediante las conversiones eléctricas que puedan ser necesarias entre medias.

El alcance de la Neurociencia como tal llegaría mucho más allá de esta mera interacción eléctrica. Estoy de acuerdo en que dicha interacción es verdaderamente la base de todo este nuevo campo, pero es una base tan elemental que su mera existencia no deja más que un largo camino por delante. Porque se hagan una idea, esta interacción eléctrica sería el equivalente a poder transmitir un byte de un ordenador a otro a través de un cable. Esto es algo que es necesario, pero sobre ello hay que construir todo internet, con sus protocolos e información para que ese dato a transmitir tenga significado, y sobre ello van después las redes sociales, aplicaciones, etc. Por lo tanto, y comparando con la fecha de la primera transmisión de información entre computadoras, pueden quedarnos décadas de avances en el nuevo campo de la Neurociencia hasta que se pueda traducir en innovadoras aplicaciones prácticas para los seres vivos. Una de ellas sería la virtualización de los seres humanos que les proponía en el post de “Futura revolución: La inversa de Matrix o… no tan inversa” como única salida para el futuro de nuestra civilización: para interaccionar con nuestras vidas virtualizadas sería obviamente necesario disponer de todo un gran sistema, al estilo de The Matrix, con el que los impulsos eléctricos de nuestros cerebros interactuarían.

Pero pasemos a analizar con un poco más de detalle qué implicaciones pueden tener estos avances neurocientíficos y el porqué de su posible complejidad. Empecemos por la base. Un impulso eléctrico es una señal que en electrónica digital traduce un bit de valor “0” por 0 voltios, y un bit de valor “1” por 5 voltios. Desconozco las especificaciones de las señales eléctricas biológicas de nuestros cerebros, si bien a buen seguro son también una señal eléctrica con variaciones de voltaje, aunque de una magnitud muy inferior a un voltio. Pero la similitud de ambas señales está ahí, sólo hace falta una mera conversión de umbrales eléctricos. Y, como decíamos antes, ésta es la base de todo, pero es una base tan elemental que nos queda mucho camino por recorrer.

El primer escollo puede venir por el tipo de señal de los cerebros. Los chips sabemos que son digitales: reducen todos los datos que manejan a ceros y unos (recordemos, 0 voltios o 5 voltios). Pero, ¿Cómo son las señales del cerebro?. Analógicas. ¿Qué quiere decir esto?: que las señales eléctricas que nuestros cerebros emiten y reciben no son una sucesión de ceros y unos, sino que son señales que varían libremente en voltaje dentro de un rango eléctrico determinado. Para que se hagan una idea, podemos usar el símil de la música: ustedes oyen una señal analógica que varía en tono e intensidad según unos patrones determinados (los que produce el grupo musical en concreto que esté interpretando), pero en el CD esa señal está almacenada como una sucesión de ceros y unos que se utilizan para reconstruir una señal analógica continua que hace vibrar el aire y después llega a sus oídos. El símil de la audición se queda corto, puesto que se limita a “grabar” un sonido analógico, traducirlo a digital, almacenar los ceros y unos en el CD, y luego el proceso inverso: recuperar los ceros y unos del CD, reconstruir una señal analógica, y hacer vibrar el aire para que llegue a nuestros oídos. El problema con las señales cerebrales es que no sabemos aún apenas nada sobre ellas, y que su procesado no se limita a grabarlas para luego reproducirlas, sino en descifrar la información que contienen y en base a ello interactuar con chips electrónicos de uno u otro modo. Dado el amplio espectro de funciones del cerebro, la cantidad de información contenida en estas señales analógicas es tan enorme que no hay que descartar que se pueda dar cierto nivel de multiplexación (coexistencia de diferentes señales con información sobre una única señal de salida resultante), lo cual no añade sino un nivel más de complejidad al asunto. Y el gran escollo es que a día de hoy apenas tenemos idea de cómo el cerebro almacena, procesa y transmite esas cantidades ingentes de información a cada segundo.

Pero vayamos un paso más allá. Analicemos con un poco más de detalle el funcionamiento del cerebro haciendo símiles con la arquitectura de los ordenadores que todos tenemos en casa (es el invento humano que más similitud puede tener con el cerebro). A grandes rasgos, podemos diferenciar entre almacenamiento y procesamiento. Almacenamiento es lo que hace la RAM o el disco duro, guardar datos. Procesamiento es lo que hace la CPU o procesador, transformar información y hacer cálculos para obtener un resultado.

Empecemos por el almacenamiento. Las principales características del mismo son la persistencia de los datos y su direccionamiento. La persistencia es obvia, pues un dato debe estar ahí cuando vamos a buscarlo… eso sí, hemos podido olvidarlo ya en el caso del cerebro, o puede haber sufrido una corrupción de datos en el caso del ordenador. Para el tema que nos ocupa, la persistencia no es algo sobre lo que debamos profundizar. Caso diferente es el direccionamiento, pero es un concepto sencillo: para almacenar o recuperar un dato, hemos de saber su ubicación: dónde está almacenado. En un ordenador esto se limita a una ristra de bits (ceros y unos) que indican la posición en el chip donde está el dato a grabar o leer. Sencillo, ¿No?. Pero, ¿Cómo será en el caso del cerebro?. ¿Cómo sabe el cerebro dónde ha de guardar un dato u otro?, ¿Y cómo sabe dónde ir a buscarlo después?. La cuestión además se complica puesto que se sabe que nuestro cerebro tiene diferentes tipos de memoria en base a la procedencia de los estímulos: visual, olfativa, táctil, auditiva, de los propios pensamientos… y diferentes tipos de memoria en base a su persistencia: instantánea, reciente, pasada… Desconozco las respuestas a todas estas cuestiones que les acabo de plantear, y sobre ellas posiblemente algún programa de Eduardo Punset pueda arrojar algo más de luz, pero a buen seguro todavía siguen siendo en buena medida misterios insondables para la ciencia.

¿Y qué me dicen respecto a la capacidad de proceso?. Si les digo que, al menos en arquitectura de computadores, la memoria es el caso fácil, no se me echen a temblar, que no voy a abordar en este párrafo el lenguaje ensamblador de nuestros cerebros, podemos hacernos una idea del asunto con cuestiones sencillas. ¿Dónde reside nuestra conciencia?, ¿Es algo similar a nuestra “alma” con una ubicación determinada en el cerebro o está distribuida por varias regiones cerebrales?, ¿Hay en el cerebro un punto físico único por el que discurran todos nuestros pensamientos, a modo de red troncal, donde poder “pinchar” cables que puedan permitirnos interactuar totalmente con chips electrónicos?. Dado que podemos tener en paralelo varios pensamientos diferentes a un mismo tiempo, ¿Cómo codifica ésto el cerebro en señales?, ¿Se trata de una única señal multiplexada entre neuronas o varias señales diferentes?. Es relativamente sencillo almacenar una sensación visual, auditiva… pues se trata simplemente de “copiar” en la memoria la señal que viene del sentido correspondiente, pero ¿Cómo se memoriza un pensamiento?. ¿Y qué me dicen de la creatividad?: es, junto con los sentimientos, uno de los principales factores diferenciales entre una mente humana y una artificial (ya abordamos este tema en otro post: “En el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos o Redes Sociales vs Inteligencia Artificial”). ¿Cómo genera el cerebro una nueva idea?, ¿Cómo se procesa la información de la que disponemos para que se nos ocurra algo nuevo?. Siento decirles de nuevo que no tengo respuestas, pero realmente la intención de éste párrafo y el anterior se limitaba a hacerles entrever el alcance y la complejidad de los avances que tenemos por delante en este campo.

Pero aventurémonos un poco con aplicaciones prácticas de estos supuestos avances de la Neurociencia. Dada la idea de la complejidad que el análisis anterior nos ha permitido tener, podríamos decir que veremos primeramente implantes de memoria que nos permitan multiplicar tanto el número de datos que somos capaces de recordar, como incrementar o hacer que su persistencia sea mayor, o incluso perpetua. Como veíamos, la memoria es conceptualmente mucho más sencilla de manejar desde un punto de vista funcional. Y les confesaré que, a partir de cierta edad, éste sería un avance con un impacto social importante, puesto que la evolución del raciocinio, y la pérdida de memoria, son dos hechos constatados con el paso de los años en la especie humana. ¿Se imaginan dónde llegaría nuestra especie si pudiésemos actuar con la experiencia de un sexagenario y la memoria de un niño?. Posteriormente tal vez veamos implantes de capacidad de proceso para ampliar la potencia de cálculo y pensamiento de nuestros cerebros, tema que se me antoja mucho más complejo. Con todo ello, lo único que puede diferenciar a una persona de avanzada edad de una joven será la experiencia adquirida con el paso de los años, aunque tal vez ése sea el siguiente paso a realizar: que vendan a la gente joven implantes neuronales para poder razonar y pensar como una persona que tiene ya una dilatada experiencia en la vida. Estarán de acuerdo conmigo en que las implicaciones socioeconómicas de todo esto son de una magnitud insondable. Pero algo que deberá preocuparnos en su momento será que estos avances no nos lleven a una oligarquía, en la que las personas con más recursos económicos sean las que más capacidades psíquicas puedan bioimplantarse, y por lo tanto sean las clases que se perpetúen como directivos de nuestras empresas y gobiernos por ser las más capacitadas e “inteligentes” (si, ya sé que en nuestras democracias los más capacitados o “inteligentes” no tienen por qué coincidir con los directivos de empresas o gobiernos, pero es cierto que ayuda a llegar más alto).

Pero no se desanimen, este es un futuro que está ahí, y puede que la complejidad que les he hecho entrever haga que tarde un poco más en llegar, si bien está claro que, más pronto o más tarde, lo veremos hecho realidad, el infinito temporal es lo único que tenemos por delante, eso sí, si no nos autoextinguimos antes.

Para finalizar, me gustaría disculparme por el nivel técnico de este post. He intentado simplificar y hacer entendible para cualquier persona los conceptos que hemos manejado, pero para el tema sobre el que hemos reflexionado, era imposible no abordar estos aspectos.

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Los perniciosos efectos de las burbujas financieras y el protagonismo del crédito

Es innegable el protagonismo del crédito en la gran mayoría de las crisis económicas que ha habido a lo largo de la historia de la humanidad. Es por ello por lo que deberíamos plantearnos dos puntos:

¿Es el crédito algo realmente necesario?. ¿Evitaría su abolición las crisis económicas?.

En caso de que consideremos el crédito como un mal reconocido pero necesario, ¿Cómo podemos limitar su cuantía para no incurrir en excesos perniciosos?, ó ¿Cómo podemos al menos utilizarlo a modo de indicador adelantado de la posterior crisis?.

ImagenLa contestación a ambas preguntas es esencial en nuestro análisis y, además, en su búsqueda, tal vez lleguemos a alguna conclusión interesante.

Partamos de un hecho: el crédito es posiblemente uno de los instrumentos financieros más antiguos, sino el que más, y desde mi punto de vista, la respuesta a la primera pregunta es la opción difícil: el crédito, o al menos algunas modalidades del mismo, es ciertamente necesario en muchos ámbitos de nuestras economías. Las líneas de crédito de las empresas son necesarias para su correcto funcionamiento y evitar problemas puntuales de liquidez derivados de una desincronización entre los pagos y los cobros debidos a su actividad. La financiación de una gran obra pública, de una nueva empresa, de la compra de un piso… son todo operaciones en las que no se suele disponer en el momento del montante suficiente para su ejecución, y que gracias al crédito se pueden financiar y llevar a cabo, procediendo posteriormente a la devolución de las cantidades prestadas y obteniendo adicionalmente un beneficio, tangible o intangible, sobre ellas.

Hasta aquí todo de color de rosa. El crédito, los prestamistas… son elementos necesarios en nuestros sistemas económicos para que el españolito de a pie pueda comprarse una vivienda, para que una gran obra pueda ejecutarse cuando sea necesaria sin tener que esperar a disponer de todo el efectivo, para que gente sin recursos suficientes pueda emprender… etc.

Pero también es cierto que el crédito es un indicador inequívoco del sobrecalentamiento económico. Todas las burbujas, infladas antes de las posteriores crisis económicas, son distintas en su origen y naturaleza, si bien es cierto que el nexo de unión común a todas ellas es que van acompañadas de una burbuja de crédito pareja. Dado que éste es el factor en común a la mayoría de las debacles económicas de nuestra historia, debemos plantearnos cómo utilizarlo para anticiparnos a las crisis económicas y paliar, en la medida de lo posible, sus terribles consecuencias.

El problema es discernir qué umbral de crédito implica un nivel de endeudamiento que empiece a ser perjudicial para un sector económico, en detrimento de sus efectos beneficiosos iniciales. Para establecer este umbral, hay un punto de ruptura claro a nivel conceptual: es injusto que las generaciones actuales consuman los recursos económicos de las generaciones venideras. Podemos centrarnos en los tres ejemplos de concesión de crédito que apuntábamos antes, puesto que son, principalmente y a grandes rasgos, las causas más relevantes que llevan a endeudarse a la mayoría de individuos, instituciones y/o empresas:

Financiación privada. Es cierto que los mecanismos hipotecarios que se acuñaron en la burbuja japonesa de finales de los años 80, por los cuales la ingeniería financiera llevó a crear hipotecas que se heredaban de padres a hijos, es injusto. Los padres, por muy padres que sean, no tienen el derecho de hipotecar el futuro de sus hijos.

Financiación pública. Pero también es cierto que la financiación de obras e infraestructuras públicas es otro tema, puesto que éstas se quedan para beneficio actual y futuro. Con ello, es más justo endeudar los ingresos futuros para una obra presente, puesto que las generaciones venideras también disfrutarán de esa infraestructura… todo esto con un límite, claro.

Financiación de empresas. Por otro lado, la financiación de empresas es un asunto más peliagudo. En él se combinan los factores de los dos puntos anteriores.

Sobre el primer punto, la financiación privada, es sencillo legislar contra las hipotecas «heredables» en el caso de menores; la cosa se complica para adultos que decidan extender los años de repago de la hipoteca más allá de su esperanza de vida con el consentimiento consciente de hijos mayores de edad. A mí me parece un sinsentido, pero supongo que, al igual que pasó en España con el «Los pisos nunca bajan de precio», fue una práctica extendida entre la sociedad japonesa del momento. Algunos argumentarán que esto no es una práctica fuera de lo común, puesto que las hipotecas de un individuo, al igual que el resto de sus deudas, pasan automáticamente a los herederos, pero hay una diferencia cualitativa. Una hipoteca normal lleva casi siempre asociado un seguro de vida, de tal forma que si el titular fallece, la deuda puede ser cancelada con el importe del seguro sin mayores problemas. Sin embargo, una hipoteca «heredada» es multigeneracional, y pasa automáticamente como tal de padres a hijos. Otros argumentarán que al fin y al cabo los hijos heredan la hipoteca pero también el piso. Craso error, puesto que en muchos casos, debido al pinchazo de la burbuja, el precio del activo en el mercado es inferior a coste de la deuda pendiente de saldar. Tenemos claro pues que éste es un problema a evitar con evidente perjuicio para las generaciones venideras. ¿Cómo resolverlo?, mayormente puede solucionarse, o al menos que sea hecho consecuentemente, con formación financiera como parte obligatoria de la educación de nuestros hijos, enseñando los riesgos asociados a los créditos en particular y a cualquier producto financiero en general, y permitiendo que el común de los mortales tenga unas nociones básicas para gestionar su economía personal y/o familiar con un mínimo sentido. Esto nos vale no sólo para el caso de hipotecas «heredadas», sino en general para cualquier hipoteca, ya que estarán ustedes de acuerdo en que, «heredada» o no, una hipoteca a 40 años suscrita por una persona en su cuarentena, es ya de por sí un riesgo evidente para el que la formación financiera también ayudaría.

Respecto al segundo caso de financiación, la financiación pública, tal y como apuntábamos antes, es justo consumir cierto nivel de recursos de las generaciones venideras en la ejecución de una gran obra o infraestructura que quedará para uso y disfrute de la sociedad presente, pero también futura. La infraestructura obviamente ha de tener cierto sentido y ser objeto de una necesidad real por parte de la comunidad (léase, no entra en este apartado construir aeropuertos para los que luego no hay vuelos, autopistas sin tráfico, parques solares sin más ROI que el debido a las primas estatales, etc.). La pregunta del millón es pues: ¿Hasta qué punto es lícito consumir en el presente los recursos de nuestros descendientes?. Difícil cuestión. Respuesta salomónica: déficit cero. Es lo mejor que se me ocurre. Un estado, una comunidad, o un ayuntamiento, puede endeudarse y adelantar el consumo de futuros recursos siempre y cuando tenga equilibrio en sus cuentas anuales presentes, y la mejor manera de reflejar en cifras su sostenibilidad es exigir un déficit cero. El nivel de endeudamiento de una entidad, es decir, su deuda bruta, lo que debe, es importante, pero más relevante es su nivel de déficit. Recordemos que déficit es la cantidad que gasta año a año excediendo a sus ingresos, es decir, una brújula que nos indica la sostenibilidad futura de las cuentas de la institución. Éste es pues nuestro factor clave y nos debemos ceñir a él. Poner el umbral en cero ya es una cuestión más subjetiva, pero tratándose de mantener la sostenibilidad futura, qué mejor opción que la de ser un poco ortodoxo y no deteriorar el balance año a año empezando por el año en curso (contemplando tal vez la excepción a la regla para situaciones de emergencia, imprevisibles y de difícil repetición en ejercicios posteriores: léase, una gran catástrofe natural, etc.).

Como apuntaba antes, el caso de la financiación de las empresas es más complicado, puesto que combina simultáneamente factores de los dos casos anteriores: por un lado, las empresas son entidades generalmente privadas, y por otro, con su endeudamiento los dirigentes actuales de las empresas consumen recursos futuros de los accionistas cuya gestión correspondería a otros responsables venideros, y a la vez la expansión de las líneas de producción de las corporaciones, su expansión en nuevos mercados, etc. , es algo que, al igual que las obras sufragadas con la financiación pública, queda para la posteridad, al menos para la más inmediata, aunque ésta sea normalmente circunscrita a accionistas privados. Pero, por si esta disquisición no es poca, además hay que detenerse en un sub-caso más difícil todavía: las empresas de emprendedores en nuevas tecnologías. Las conclusiones que saquemos para este sub-caso que diferenciamos son extensibles en mayor o menor medida a la generalidad de la financiación empresarial, dado que, aunque en otro orden de magnitudes, la casuística podemos considerarla similar.

Sigamos pues con las empresas de emprendedores en nuevas tecnologías. Es por todos sabido que normalmente los nuevos modelos de negocio suponen una inversión inicial mucho más importante que en el caso de un negocio ya establecido, y que además el consiguiente endeudamiento perdura más en el tiempo hasta que se empiezan a obtener beneficios derivados de su actividad, que se ven compensados por la posibilidad de adquirir una posición dominante en un nuevo e importante mercado en proceso de creación, pero ¿Dónde poner el límite?. Es fácil decir ahora que la crisis «.com» era previsible, aunque unos meses después de que Terra saliese al mercado, e incluso antes de la famosa portada de «The Economist», el que subscribe fue uno de los que ya la anticipó, pero ¿Cuál es el umbral entre endeudamiento beneficioso y pernicioso?, ¿Hasta dónde se puede invertir en una empresa que va a desarrollar su actividad en un mercado de nueva creación?. Cuestión aún más difícil ésta, sobre todo cuando ese mercado de nueva creación es a todas luces desconocido en el presente: no se sabe ni su volumen, ni su relevancia en cifras concretas, ni su retorno de la inversión… no se sabe nada a ciencia cierta más que que es el futuro seguro, igual que nos pasó con el advenimiento de internet.

Era obvio que en el caso de las «.com» no tenía ningún sentido que hubiese empresas que recababan del mercado ingentes sumas de dinero sin ni siquiera tener un modelo de negocio mínimamente definido, ni presente ni futuro. Había empresas cuya única actividad conocida era celebrar opulentas fiestas en las que se paseaba la jet-set del mundo empresarial y social, pero que luego de internet apenas tenían algo en su nombre y en la descripción de su futura intención de actividad. Como les decía antes, esto es muy fácil decirlo a posteriori. En su momento poca gente lo veíamos, poca gente decía que era un sinsentido que Terra Networks en sólo tres meses, y con unas cifras ridículas y un modelo de negocio con monetización muy relativa, pasase a colocarse en el top ten de las empresas españolas por capitalización bursátil. ¿Por qué ocurre todo esto?. Por ambición humana. La proyección de un nuevo modelo de negocio transforma en símbolo de dólar las pupilas de las entidades o individuos con capital a invertir: tienen recursos, pero quieren aún más, y mercados que son el futuro, y que aún no tienen presente, son el caldo de cultivo ideal para dar rienda suelta a la ambición más desmedida. Y de aquellos polvos, estos lodos. Pero no nos apartemos de la cuestión principal de este post, ¿Cómo evitar este tipo de burbujas de crédito?. ¿Cómo utilizarlas de termómetro?. Aquí hemos pinchado. No se puede adivinar el futuro para saber las cifras que un nuevo mercado arrojará, con lo que no es ponderable el nivel de endeudamiento máximo que sobre estas cifras se debería permitir a las entidades e individuos que tratan de hacerse con una parte del pastel. Tampoco se puede poner un límite al número máximo de empresas que aspiran a repartirse ese nuevo nicho. Lo único que se me antoja propicio es el sentido común, pero dado que es el menos común de los sentidos, está claro que estamos abocados a repetir y repetir burbujas de crédito con cada nuevo avance tecnológico o productivo que se produzca en nuestra civilización. Llevamos la ambición en los genes. No tenemos remedio. E incluso, aunque asumamos que una generación escarmienta en una refriega como las «.com», vendrá otra más joven que experimentará los mismos sentimientos de ambición sin la experiencia de situaciones similares pasadas, y que volverá sistemáticamente a reproducir los mismos errores. Lo que les decía, sentido común y, si me lo permiten, leerse un poco los libros y la prensa especializada, donde, aunque uno siempre encuentra opiniones que se adaptan a cada actitud individual o empresarial posible, como perlas en el mar, también se encuentran reseñas de lo que yo entiendo que son datos que llevan a actitudes responsables y sostenibles para el conjunto de la economía y la sociedad. Están ahí, simplemente búsquenlas, reconózcanlas y téngalas en cuenta en sus decisiones personales o corporativas. Y eso sí, cuando vean un PER (Price-Earnings-Ratio ó parámetro que mide la capitalización bursátil de una empresa en base a sus beneficios reales) estratosférico, hagan como Warren Buffet, dejen que esos duros, o esos millones, se los gane otro, porque lo que sí les puedo asegurar es que habrá otro que venga a llevárselos, aunque luego su decisión pueda llevarle a la ruina.

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