Archivos Mensuales: noviembre 2013
Un pilar del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos o La vida que se nos escurre entre los dedos
Me sorprende profundamente cómo generalmente el ser humano es capaz de tener la felicidad delante de sus propias narices y no darse cuenta hasta que la pierde y ya es demasiado tarde para disfrutar de ella. Vivimos en una permanente huida de nuestro tiempo y de nosotros mismos en la que no tenemos tiempo ni de pararnos a pensar (motivo fundacional de este blog), ni de pararnos a disfrutar de la vida y de los que nos rodean.
En parte es culpa nuestra, y en parte no. En este frenético mundo del siglo XXI que nos ha tocado vivir, el sistema nos da unas anteojeras que cogemos gustosos para ponérnoslas, y nos mete en una rueda como la de los hámsters en la que día a día corremos y corremos para no llegar a ninguna parte. Así es, les guste o no reconocerlo. Y no digo “Sistema” como un ente aséptico en impersonal; no, el sistema está formado por personas, por nosotros mismos.
Una de las actitudes en las que podemos ver reflejado lo que les estoy contando es las aspiraciones y anhelos de las personas, lo que proyectan como el futuro y/o presente que les gustaría vivir o, al menos, aparentar. Es difícil en muchos casos llegar a conocerlo verdaderamente, la sinceridad en este campo a veces brilla por su ausencia, pero, como les voy a explicar, hay otros síntomas que nos permiten hacernos una idea.
Empecemos por los niños. Sí, esas almas incólumes que poco a poco pervertimos entre todos e incluso con parte de culpa de la genética que ellos mismos desarrollan. Siempre se les dice a los niños que “¡Qué mayor!”, “Ya eres mayor”, “Como los mayores”… poniendo un injustificado énfasis en hacerles abandonar prematuramente una infancia que les pertenece y que deben disfrutar en su momento, porque ya saben ustedes que no vuelve jamás. Casi todos los niños acaban viviendo en la ilusión de hacerse más y más mayores para poder tener acceso a todos esos privilegios (ejem) que va otorgando la edad en nuestra sociedad.
Pero sigamos con los adolescentes. Aquí el problema es que, aunque ya se creen mayores sin serlo en realidad, quieren ser adultos de pleno derecho. Es cierto que tratan por todos los medios de marcar su propia personalidad diferenciándose de los adultos de verdad, pero acaban adoptando de forma sutilmente alterada muchos de sus patrones de comportamiento y objetos de consumo. Quieren Smartphone, pero el iPhone es de carrozas. Quieren moda y salir de tiendas, pero tiene que ser una moda concebida y aceptada especialmente por ellos. Quieren relaciones interpersonales y de pareja que tratan de asemejarse a las de los adultos, pero relacionándose entre sí con jerga propia y nuevos conceptos de relación que muchas veces no son tan nuevos.
Prosigamos con los adultos. Tal vez sea la franja de edad que puede estar más a gusto consigo misma, puesto que están más acomodados, tienen satisfecha la mayor parte de sus necesidades básicas y no tan básicas, y lo que es en realidad el nudo gordiano: no tienen mucho tiempo para pararse a pensar. No obstante, también hay ciertos detalles que pueden llevarnos a pensar que les empieza a gustar en cierto modo aparentar una juventud que ya ha pasado. Es habitual hoy en día que, cuando llega el fin de semana, muchos adultos cambian totalmente de indumentaria y se visten con ropa que trata de asemejarse muchas veces a la efervescente y disruptiva moda adolescente. Sí, hay que decirlo, en lo que a moda se refiere, los adolescentes tienen una fuerte influencia hoy en día sobre los adultos. Y esto es muy significativo e indicativo de que, bajo esa capa de aparente autocomplacencia, hay una incipiente inquietud por la edad que se empieza a tener.
Y finalicemos con los mayores. La moda normalmente no es un hecho revelador en este caso, suelen vestir ropa más clásica, pero casi siempre hablan abiertamente de la nostalgia de otros tiempos, que es una nostalgia por otro entorno y muchas veces también, por la persona que eran entonces. No se equivoquen, no es que les gustaría volver a ser los de antes, añoran ciertas cosas, pero, de volver atrás, casi siempre dicen que les gustaría hacerlo sabiendo lo que saben ahora.
Para demostrarles hasta qué punto hay gente que vive en esta carrera hacia ninguna parte, les comentaré una situación que se me dio en el trabajo esta semana. Un compañero, bastante “ambicioso” profesionalmente por cierto, nos anunció que él y su mujer estaban esperando un bebé. Me alegré por él y le di la enhorabuena, pero lo que me sorprendió fue lo que me dijo a continuación: “Es que ya tenéis casi todos hijos y me estabais dejando atrás”. En confianza les reconozco que no doy crédito. No tengo calificativos para el hecho de decidir algo tan importante en la vida como el tener descendencia sólo porque todos los demás lo hacen y no queremos quedarnos los últimos en la tan mal concebida carrera de la vida. Es el triunfo de la ambición por llegar antes a la meta siguiendo el camino marcado, frente a la ilusión de la trascendental y vital decisión de traer libremente al mundo una nueva vida. Son extensiones del ansia personal que se acaban volviendo sin duda cadenas que nos mantienen atados a unas metas equivocadas, y no nos dejan disfrutar en plenitud de la felicidad que nos ofrece cada momento de nuestro paso por este mundo.
Visto todo lo anterior, la pregunta obligada es: ¿Es que no hay nadie que esté a gusto con la percepción de sí mismo y con la edad que le ha tocado vivir en ese momento?. Pues hay casos y casos, pero mayormente no. Este sinvivir de anhelos por otra cosa distinta a la que tenemos es algo muy rentable, puesto que cuando la gente no se acaba de sentir a gusto consigo misma, acaba en una vana carrera que trata de encontrar la felicidad que no tiene en donde no está, y terminan buscando pues la autorrealización a menudo en otras cosas, generalmente materiales y que cuestan dinero, pilar inequívoco de la importancia del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos.
Por ello me despediré simplemente diciéndoles que disfruten de cada etapa, cada momento y cada segundo de sus vidas. Salgan de la rueda del hámster. Alégrense por esa nueva palabra que han pronunciado sus hijos. Sonrían con su alma a la nueva gracia que se le ha ocurrido al lengua de trapo de su retoño. Sientan la intensidad de sus relaciones de pareja. Tomen a sorbos una caña bien tirada en una terraza del parque. Saboreen ese cocido de los domingos de sus madres. Congelen el tiempo en esos momentos. Disfruten del instante lentamente. Fotografíen con su mente las imágenes, las sensaciones y los sentimientos. Grábenlos bien bien en su memoria. No huyan de sí mismos. Vivan, sin más, vivan en el sentido más pleno de la palabra, porque los momentos pasan por delante de nuestras narices y no vuelven jamás.
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Ilustración por @el_domingobot
La emoción de hacer el mal o El indicador de la violencia de los videojuegos
Hace unas semanas leí una noticia en relación al lanzamiento mundial de la nueva versión del archiconocido juego Grand Theft Auto V. No suelo seguir las novedades de la industria de los videojuegos, pero el titular me llamó poderosamente la atención: “Los jugadores se identifican con los malos; los héroes no funcionan”. El artículo en sí no merecía la pena, pero sí que la merece la reflexión a la que induce el titular.
Para los que no lo conozcan, les resumiré que el juego Grand Theft Auto es una saga de videojuegos en los que el jugador encarna el papel de un delincuente que hace de las suyas por una ciudad imaginaria, que en realidad está inspirada en Los Ángeles. Las tropelías posibles van desde robar coches, a atracar bancos, enfrentarse a bandas rivales, etc. Todo coronado por un realismo impactante y una acción trepidante. Su millonario creador vive en una ostentosa mansión de Nueva York y desde allí, con motivo del lanzamiento de la nueva entrega, hizo las declaraciones del titular que antes les mencionaba.
Recordarán ustedes que en el post “El Alter Ego en Twitter ó Cuál es nuestra verdadera personalidad” ya tratamos la reprobable naturaleza de algunos individuos, que aflora fácilmente en entornos virtuales como Twitter. Pero ahora les invito a una nueva reflexión que va más allá de aquel post y de la Web2.0. La reflexión viene por el hecho de que Grand Theft Auto es un súper-ventas, uno de los juegos más exitosos de la historia de los videojuegos. Como afirma el titular que abría este post: hay mucha gente a la que le gusta jugar a ser el malo de la película.
Podríamos pensar que la muestra de video-jugadores no es representativa de la sociedad en su conjunto, y que son más propensos a la violencia que otros colectivos, pero creo que ésta es una aproximación errada. Las consolas, y en especial los smartphones, han democratizado en los últimos años tanto la industria de los videojuegos, que creo que hoy en día la muestra es claramente representativa.
¿Quiere entonces decir esto que una parte importante de la población disfruta haciendo el mal?. Al menos eso es lo que parece indicar en una primera aproximación el hecho de que los jugadores adultos eligen mayoritariamente juegos de contenido violento, tomando el papel de delincuentes, frente a la posibilidad de encarnar a un héroe. Un hecho que corrobora esta suposición es que los personajes que más éxito tienen son aquellos que, aparte de perpetrar actos delictivos, demuestran tener una personalidad dual en la que también se muestran en ocasiones humanos y vulnerables. Éste es un signo inequívoco de la naturaleza humana que permite afirmar que se siente cierta empatía hacia estos personajes, ya que esa dualidad es algo experimentado también por la mayoría de la sociedad. ¿Prueba esto la hipótesis de que los jugadores se sienten identificados con este tipo de ambiguos protagonistas?. No se preocupen, aún hay algún resquicio para poder seguir manejando hipótesis benévolas. Es bastante factible que haya gente que sienta curiosidad por saber qué se siente al realizar cierto tipo de acciones a las que no tienen acceso en la vida real. Pero al mismo tiempo, son acciones cuyas consecuencias reales les desagradan porque verdaderamente no les gusta hacer sufrir a los demás. Con ello, podríamos pensar que los videojuegos incluso pueden ejercer una función social, permitiendo vivir una ilusoria fantasía a personas que, viendo satisfecha su curiosidad al menos virtualmente, no van a aventurarse a experimentar nunca en el submundo de nuestra sociedad.
Pero no todo es de color de rosa. Sólo tenemos la tranquilidad de la benevolente naturaleza de una supuesta mayoría. Para unos pocos tenemos la vil naturaleza que retratábamos en el post del Alter Ego de Twitter que les recordaba al principio: ejercen la violencia en entornos en los que creen que ellos no van a sufrir ninguna represalia, y si la vida real se torna algún día en un entorno de este tipo, no dudan en violar, asesinar y hacer sufrir a sus congéneres. A esto hay que añadir ahora la naturaleza inicialmente bondadosa de otros pocos individuos que, una vez que encuentran un inusitado disfrute en los juegos violentos, descubren una nueva faceta de su personalidad, y posiblemente, una vez que conocen el placer que les reporta, están dispuestos a profundizar en el mundo real en un nuevo mundo de sombrías experiencias. Yo les he intentado ayudar con los razonamientos y qué puede llevar por dentro la gente. Ahora les toca a ustedes poner la proporción en la sociedad de cada tipo de jugador, o mejor aún, de sopesar su propia contribución personal a uno u otro grupo. Por mi parte, sigo confiando en que la mera experimentación inofensiva y lúdica sea lo que busque la mayoría, pero les invito a asomarse a su abismo interior y a que reflexionen sobre su verdadera naturaleza. Sólo ustedes pueden saber la verdad. Según sea el caso, los demás esperamos no llegar a descubrirla jamás.
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