Archivos Mensuales: enero 2013

Lo relativo de nuestro mundo o La colección de átomos que somos en el universo

¿No han pensado nunca en la escala atómica que compone todos los objetos que nos rodean en nuestro quehacer diario?. ¿Nunca han mirado al cielo y se han dado cuenta de qué poco somos en el conjunto del Universo?. Son escalas que, si bien son distintas a lo que podemos percibir a simple vista, están ahí como muestra permanente de la relatividad de nuestro mundo. Y ahí en medio estamos nosotros, a medio camino entre la insignificancia de un átomo y la extraordinaria dimensión de una galaxia.

Es absolutamente fascinante cómo de los principios básicos de la mecánica cuántica, de las escalas atómica y subatómica, y de un puñado de leyes más o menos ininteligibles para la mayoría de los individuos, se construyen sistemas extremadamente complejos como puede ser el mismo ser humano. Nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras acciones, nuestros movimientos… todo, absolutamente todo, se reduce a partículas elementales y a la interacción entre ellas. Es la magia que hay bajo nuestro mundo rutinario, que hace que cada elemento o acción sea un pequeño milagro. ¿Es todo esto parte de un juego de algún creador o ente superior?. Ahí está la gracia: no lo sabemos a ciencia cierta. Si tuviésemos esa certeza posiblemente nuestro mundo se desvirtuaría, por ello tenemos que seguir adelante con la rutina diaria como si nada, reservando tal vez algún pequeño momento para reflexionar sobre lo divino y lo humano como ahora hacemos juntos con este post.

Pero… el átomo es un misterio filosófico, en el cual confluyen conceptos del pensamiento con la evidencia de la ciencia, ya que no nos podemos olvidar de su omnipresente existencia y de la certeza de que cada uno de nosotros está compuesto de electrones, núcleos, spins… ¿Y qué hay de las galaxias?, ¿Y del Universo?. Mirando hacia arriba el panorama tampoco es tranquilizador, e invita de nuevo a una reflexión sobre la dimensión de nuestro mundo, pero esta vez sintiéndonos una ínfima parte del todo. Y aún así somos una suerte de mecano compuesto de partículas subatómicas, un pequeño milagro cuyo peso específico dentro de la totalidad no pasa de ser meramente anecdótico. ¿Para qué tanta ley subatómica que soporta individuos cuya relatividad en el Universo es más que evidente?. ¿Qué sentido tiene que nos sintamos en medio de dos escalas para ser únicamente conscientes de la nada que somos a pesar de nuestra complejidad?. Lo difícil tras estas reflexiones es tener que ir con prisa al supermercado para poder comprar la cena antes de que cierren esta noche… ¿Qué más da?… como les decía, ahí está la gracia y el motivo por el que la indeterminación de nuestro mundo es necesaria: conociendo la verdad, en caso de que exista, nuestro día a día carecería de sentido alguno, y nadie reuniría la motivación suficiente para seguir adelante en un mundo de escala humana, pero sin dimensión específica, a medio camino entre lo mínimo y lo máximo conocido. No tenemos más remedio que dejarnos las anteojeras puestas y, sin pensar demasiado, seguir adelante con la insignificancia de nuestras vidas.

Planteándonos la relatividad de las dimensiones de nuestro mundo, no podemos saber si hay algo más allá del Universo. ¿Por qué no pensar que todo nuestro Universo es tan sólo una gota de agua que cae al vacío en otro mundo de entidad superior?. Añadiendo a la relatividad del espacio, la relatividad del tiempo, tenemos que todo lo que podamos imaginar es posible. Una vida de nuestro mundo puede ser un segundo de otro mundo. Nada es cierto. Nada es constante. Todo es relativo. Y lo que es peor, hay mucho más que desconocemos de lo que conocemos.

¿Saben ustedes que las estrellas no están donde las vemos en el firmamento?. Dado que el tiempo es relativo, la red espacio-temporal se deforma cerca de los agujeros negros o los cuerpos celestes de gran masa, y el camino más “corto” deja de ser la línea recta, por ello la luz, que elige siempre el camino más rápido, en estas situaciones pasa a describir pequeñas curvas, que hacen que cuando la luz llega a nuestros ojos, la estrella correspondiente no esté físicamente donde la vemos. Por otro lado, hay otro hecho astronómico también inquietante: muchas de las estrellas que vemos en el firmamento ya han desaparecido hace años, lo que ocurre es que la última luz que emitieron antes de desaparecer todavía está viajando por el espacio, y al estar aún llegando a la Tierra, podemos verlas aunque ya no existan. Cuestiones como estas nos hacen plantearnos ya no sólo la dimensión de nuestro mundo, asunto que ya de por sí no era baladí, sino también la misma veracidad de la información que nos llega de nuestros sentidos. No sólo tenemos que dudar de lo que somos, sino que también de lo que percibimos. Ahí es nada.

Partiendo pues desde el reconocimiento de la más absoluta ignorancia humana, todo es posible desde un prisma filosófico. Podría ser incluso que Dios fuese una fórmula matemática que diese un sentido unificado a todo el Universo o a la entidad que pudiese haber por encima de él. Podría ser, podría ser… no podemos decir otra cosa sintiéndonos tan desubicados y perdidos. Pero eso sí, procuren dormir esta noche, ir a trabajar mañana (o buscar un trabajo en caso de que por desgracia no lo tengan), cuidar de sus hijos si los tienen… porque aunque estos quehaceres no tengan la más mínima relevancia dentro del todo, al fin y al cabo es lo que compone nuestras insignificantes vidas, y, para bien o para mal, la certeza de que si no van bien sufrimos es de lo poco que tenemos como seguro.

Y si algún día tienen algún problema que les desborde, no lo duden, miren al cielo, observen la Luna e imagínensela suspendida en medio de la Vía Láctea girando alrededor de la Tierra. Serán conscientes de lo limitado de cualquier dificultad que podamos tener en nuestras vidas, porque no somos más que una pequeñez perdida en una recóndita esquina de la inmensidad del Universo.

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Los cracks que te cruzas por la calle o La humildad en el éxito

Hoy voy a abordar un pensamiento que me cruza a menudo por la mente cuando voy andando por la calle y me cruzo con la gente. ¿Nunca han pensado ustedes que pueden estar cruzándose con personas de aparente normalidad y sencillez pero que luego son unos auténticos cracks?. Me fascina este pensamiento. Estar como si nada delante de una persona digna de gran admiración por su desempeño personal o profesional, ensimismado en la propia ignorancia, sin saber a quién se tiene delante en realidad.

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Es la sencillez de estas personas lo que más admiración me produce, puesto que muchas veces, nada en ellos hace sospechar lo que en realidad hay detrás. Conozco varios casos de gente de gran reputación y aparente normalidad que no hacen sino confirmar la gran calidad personal de estos individuos. Reclamo desde aquí la capacidad de liderazgo de estas personas para ocupar puestos de responsabilidad en nuestra sociedad, y permitir una renovación de valores en ciertos estamentos en los que este tipo de actitudes brillan por su ausencia.

Bien es cierto que, a priori, es difícil saber, incluso para uno mismo, si vamos a formar parte de ese selecto club de cracks que se mantienen humildes, o de los que se lo creen e irradian una prepotente aura de superioridad. Porque sí, tengo que admitirles que ese segundo colectivo puede parecernos más numeroso ya que llaman mucho más la atención frente a la a menudo silenciosa humildad de los primeros. El éxito es una miel cuyas consecuencias se desconocen hasta que no se degusta. La personalidad de cada uno está ahí latente, y sólo se desarrolla en uno u otro sentido cuando confluyen los factores que la hacen evolucionar y desencadenan unas u otras actitudes.

Pero ahondemos un poco más en el tema, que parece interesante. ¿Qué es lo que puede convertir a una persona en un crack humilde o en un crack engreído?. Me atrevería a decir que la respuesta es la confianza en sí mismo y el auto reconocimiento. Sí, aquellas personas que saben lo que son y lo que quieren es difícil que se vuelvan arrogantes. Son aquellos que no se confieren a sí mismos un reconocimiento personal o profesional los que buscan ese reconocimiento en los demás: craso error. Sacan de sí mismos el punto de poder que supone el poder definirse uno el concepto de sí mismo, y dejan que ese importante factor recaiga en su entorno. Pasan a depender de lo que los demás piensen de ellos y del trato que les den. Las personas que tratan a los demás desde la distancia que les confiere una cierta posición social son personas que normalmente tienen en su interior un profundo sentimiento de inferioridad, que necesitan ver mitigado con el reflejo fatuo que supone mirar a los demás por encima del hombro y que te traten como a una eminencia. Un buen punto débil, sí señor. Obstáculo insalvable para que estas personas alcancen la estabilidad emocional y la verdadera felicidad personal.

Pero estamos hablando de cracks en cualquier caso. He de reconocerles que hay aún un tercer tipo de individuo que me sorprende cada vez que me cruzo con uno de ellos. Es el tipo arrogante por naturaleza. El que sin ser un crack ni por asomo, despide un tufo de superioridad totalmente injustificado (si es que algo así puede justificarse), y que trata a los demás como inferiores con una naturalidad que no hace sino demostrar lo poco que se quiere a sí mismo. Van arrasando por el mundo con esas actitudes y, como muchas veces la gente somos así, muchas personas de su entorno se creen el papel que están representando y les dispensan un trato diferenciado respecto a otras personas, dándoles sin ser conscientes el ansiado reconocimiento que tan desesperadamente buscan.

Alguien decía que las personas son encantadoras hasta que se lo creen y dejan de serlo. Por favor, si se esfuerzan y además tienen la suerte en esta vida de progresar y alcanzar un status personal, profesional o social relevante, no se lo crean, echarían a perder esa magnífica joya en bruto que llevan en su interior. Estén atentos a las señales que les envían los que más les quieren, son a menudo las únicas sinceras en esta sociedad de interesados, hipócritas y de tanta apariencia. Y ya de paso, sin apenas darse cuenta, se convertirán en unos cracks auténticos, líderes de sí mismos y dignos de verdadera admiración por las personas que realmente merecen la pena. No saben la tranquilidad que da saber quién somos sin necesitar el escrutinio de aquellos que no merecen influencia sobre nuestras vidas, y lo divertido que es ver cómo reclaman infantilmente su papel cuando finalmente se dan cuenta de que no se les tiene en cuenta en la medida que a ellos les gustaría.

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