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Por qué también en bolsa la historia siempre se repite o El peso de la genética en la forma de invertir y hacer negocios
¿Acaso no se han preguntado muchas veces por qué estamos todos condenados a ver en bolsa cómo las mismas situaciones y reacciones se repiten una y otra vez, pareciendo que los inversores no aprenden de sus errores? ¿Por qué la cultura financiera que algunos tanto reclamamos en España para nuestros hijos no parece frenar en otros países esta calamidad que condena a tantas familias a ver volatilizarse sus ahorros de décadas en tan sólo unas semanas?
Son sin duda dos cuestiones muy interesantes a las cuales vamos a dar respuesta en este post. Y por mucho que a algunos les parezca que la bolsa no va con ellos y que no les afecta pues no invierten en ella, simplemente les hago notar que, primeramente, lo que pasa en bolsa acaba por afectarnos a todos cuando se transmite por los múltiples vasos comunicantes existentes entre la economía financiera y la economía real. En segundo lugar, lo bolsa no es mucho más allá que psicología de masas puesta en contexto, y lo que aprendamos del mundo de la bolsa sin duda es aplicable a otros ámbitos y aspectos de las sociedades humanas.
Empecemos con el tema introduciéndoles a un interesante experimento realizado con monos que arroja unos resultados muy significativos, que nos permiten afirmar que no todo es experiencia en el mercado, y que en general los impulsos y la genética nos guían de forma más poderosa que la experiencia de situaciones pasadas. El experimento en cuestión se resume en el artículo “El hombre también se parece al mono a la hora de hacer negocios…”. Aparte de hacer experimentos sobre la conducta de los monos a la hora de “invertir” fichas que les cambiaban por alimentos en situaciones en las cuales el número de piezas de recompensa fluctuaba (y el parecido con la forma de invertir de los humanos en bolsa fue sorprendente), los investigadores también optaron por tratar de hallar similitudes en cómo los monos se enfrentaban a la incertidumbre y cómo interiorizaban la aversión a las pérdidas y al riesgo. Simplemente les expondré la conclusión a la que experimento llega: los monos prefieren mayoritariamente gastar una de sus fichas en lo que se les mostraba parcialmente como una ficha que al descubrirla del todo el 50% de las veces resultaban ser dos, que gastar esa misma ficha en dos recompensas visibles que al ser descubiertas del todo el 50% de las veces resultaban ser sólo una única ficha.
Las conclusiones de este comportamiento son bastante claras, pero merece la pena analizarlas con algo más de detalle. Los hombres, y vemos que también los primates, tienen una aversión a perder. Los monos y nosotros preferimos ver algo y que resulte que recibimos el doble de recompensa de lo inicialmente mostrado, que ver algo y que la recompensa resulte ser la mitad. Esto ocurre aunque en promedio la ganancia sea la misma.
Pero el quid de la cuestión es que este tipo de comportamientos los llevamos en los genes. No sólo por la ambición y el pánico inherentes al riesgo de invertir, que ya les decía que se pudieron observar en la conducta de los monos, sino también porque el recuerdo de un palo en bolsa perdura mucho más que el de unas jugosas ganancias.
Vemos pues la razón por la que los ciclos económicos y bursátiles se repiten una y otra vez, incluso dentro de una misma generación, y pareciendo que los inversores y consumidores en general no aprendemos del pasado. No es que no aprendamos del pasado, es que nuestra genética graba en nuestra memoria con más intensidad las situaciones de pérdidas, con lo que luego las tenemos más presentes y nos influyen más en nuestras decisiones futuras. De ahí el pánico inversor que a veces se desata en los mercados, siempre mucho más virulento que el pánico alcista que resulta de la también humana ambición. Pero no es sólo eso, cuando los recuerdos tienden a difuminarse en nuestra memoria con el paso de los años, lo que afecta sin duda a nuestro comportamiento son los genes y su influencia en nuestra capacidad de decisión. Es ahora cuando ha quedado demostrado que nuestros genes nos inclinan a conductas que tratan de evitar el riesgo de una pérdida, especialmente cuando los recuerdos ya no están tan frescos.
Si aún llegados a este punto, siguen teniendo ustedes sus reservas respecto a este tema, no tienen mas que esperar a que madure el próximo ciclo económico. Seguro que, cuando estemos en la cresta de la ola, se encuentran con mucha gente que les jura y perjura que esta vez es distinto, que ha nacido un nuevo paradigma económico, y que ya nunca más habrá más crisis. A buen seguro que muchos de ellos son de los que luego venden sus acciones en el peor momento presas de un pánico que ya no pueden contener más. Al tiempo.
No obstante, seres humanos hay muchos y muy diversos, y siempre va a haber individuos que aprendan a sobreponerse a sus impulsos de pánico y avaricia, que sean capaces de tener su experiencia presente para domar su conducta genética, y como consecuencia son capaces de navegar con más o menos éxito en las olas de los mercados.
Les dejaré esta noche con una cuestión. El egocentrismo humano hace que seguramente ahora todos pensemos que los monos se parecen a nosotros, y que su forma de invertir y hacer negocios es similar a la nuestra. Pero la cuestión es que es exactamente al revés: somos nosotros los que nos parecemos a los monos. Y lo más intrigante de este parecido es en cuántas cosas más, en principio consideradas como conductas humanas de rango superior, somos casi idénticos a ellos. ¿Estamos genéticamente programados y en conjunto la humanidad no puede escapar de ciertos comportamientos recurrentes? Parece obvio que la respuesta es que sí. Habría que rescatar algunas teorías del determinismo de nuestros destinos, puesto que parece que estamos más predestinados de lo que nuestro supuesto libre albedrío debería permitirnos de por sí.
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La Muerte de Darwin o ¿Tiende el hombre a su auto extinción?
Señoras y señores, en lo que a la raza humana se refiere, Darwin ha muerto. Tras esta impactante frase, que de buenas a primeras hace temblar los mismos cimientos de nuestra actual comprensión sobre la evolución de las especies, se halla una reflexión que hago y de la que realmente, en cierta medida, se desprende tan contundente afirmación.
¿Han pensado ustedes alguna vez en que, si por la famosa selección natural fuese, un científico tan importante como Stephen Hawking no estaría vivo?. Desde que se vive en sociedad, los patrones de los individuos que sobreviven y cuyos genes se perpetúan, han cambiado sensiblemente. Ya no prima tanto el instinto de supervivencia, ya no priman tanto las características físicas, ya no prima tanto la ley del más fuerte… prima el reconocimiento de la sociedad hacia las tareas que para ella se desempeñan. Tanto haces tanto vales. Y si no te vales por ti mismo, con ese reconocimiento social traducido en capacidad económica, puedes conseguir que otros se ocupen de ti. Esto implica directamente que, como en el caso tan llamativo de Stephen Hawking, aunque no seas capaz de sobrevivir por tus propios medios, puedas conseguir el personal o equipamiento que te permita seguir adelante y, lo que nos ocupa y es más importante, puedas formar una familia con la que tus genes se perpetúen.
¿Qué implicaciones tiene esto?. Algunos dirán que genéticamente la raza humana puede estar debilitándose puesto que genes débiles son transmitidos a generaciones futuras… bueno, esto, sin ser falso desde un punto de vista meramente físico, es matizable. La sociedad (ojalá fuese siempre) reconoce en términos económicos lo que le aportas para satisfacer sus necesidades; por lo tanto se perpetúan los genes que en ese momento desarrollan capacidades necesarias para su evolución. Sé que esto de “evolución” es muy relativo, hay individuos en nuestro entorno sobre los cuales me pregunto realmente en función de qué obtienen tantos recursos económicos de nuestra sociedad… pero estamos “idealizando” un poco, faranduleos y mundos rosas aparte, quedémonos con el ejemplo más constructivo de Stephen Hawking.
Pero la cosa no queda ahí. La influencia que el ser humano tiene sobre su entorno, permite que esta muerte de la selección natural se extienda a otras especies. Es conocido por todos los biólogos la amenaza para la diversidad de las especies que supone la agricultura y la ganadería. Estamos hablando de extinciones de especies naturales sólo porque aportan menos beneficios económicos a explotaciones ganaderas o agrícolas. Todos los años se extinguen multitud de especies ya no salvajes, sino también ganaderas o agrícolas, porque con la globalización poco a poco se va imponiendo en todos los países la misma raza de vaca (la que produce más leche), la misma especie de trigo (la que da más grano y resiste mejor las plagas) etc. Por no citar ya el impacto directo sobre especies que conviven en su día a día con el ser humano, como son los animales de compañía. Además de la debilidad que implica la poca diversidad de genes en los animales de pura raza y con pedigree, que se traduce en alergias, vulnerabilidad ante enfermedades, etc. podemos incluso hablar de razas que sin el ser humano se extinguirían, un ejemplo de ello es la raza canina Bulldog. Esta raza, a base de cruzar y cruzar entre sí individuos con genes muy similares para acentuar las características insignia de la raza (pecho ancho, cabeza grande, caderas estrechas), se ha llegado a un punto en el que la mayoría de las crías de Bulldog, ya en el vientre de su madre, tienen un cráneo demasiado ancho para que pase de forma natural por las caderas de la hembra al dar a luz. Es un hecho que, por ello, la mayoría de los cachorros Bulldog nacen por cesárea, lo cual quiere decir que, si no fuese por la intervención humana, no podrían sobrevivir por si solos.
Tras esta argumentación, supongo que ustedes estarán de acuerdo conmigo en que Darwin ha muerto, y si no ha muerto poco le queda. Vamos ahora a pensar un poco sobre las consecuencias.
Las repercusiones del impacto de la actividad humana sobre la diversidad genética del planeta son aplastantes, y nunca lograremos saber hasta qué punto esto es bueno o malo, porque cada vez que una variación genética se pierde, y se homogeniza debido a la pervivencia de un gen concreto, una especie seguro que pierde una opción de supervivencia ante el futuro. Sí, eso es, quiero decir que la Naturaleza es muy sabia, y sabe que el futuro es impredecible, no sabemos qué nos espera a la vuelta de la esquina, por ello que una especie tenga diversidad genética implica directamente que tiene más posibilidades de supervivencia según el planeta evolucione en uno u otro sentido: de ello depende su capacidad de adaptación a nuevas condiciones de vida. Además de este punto, muy importante ya de por sí, tenemos que, cambios de condiciones de vida aparte, e incluso mirándolo desde un punto de vista egoístamente humano, es esencial en el desarrollo humano la diversidad genética en el planeta. La mayoría de las veces el hombre no inventa nada nuevo, se limita a imitar lo que ve en la naturaleza; gran parte de los fármacos se basan en principios activos descubiertos en el medio natural, por no hablar de multitud de inventos como el velcro, basados en la observación de las especies del planeta… y todo esto tiende a desaparecer.
A modo de resumen diré que, según lo hasta ahora expuesto, queda claro que la actividad humana es ya un factor determinante en la genética de cada especie, incluidos nosotros mismos.
Sobre si esta actividad conduce hacia una mayor diversidad genética, por lo que a los humanos respecta, hay fuerzas encontradas. Por un lado está el hecho de que gracias al cambio en los patrones de los individuos que sobreviven que apuntábamos antes, hay una diversidad genética adicional, que si bien aporta individuos que no sobrevivirían por medios naturales, si es cierto que son genes que se extinguirían y que no sabemos a ciencia cierta para que pueden servir en la supervivencia de nuestra especie según sean las circunstancias futuras. Por otro lado, está el hecho de que la globalización humana implica la mezcla de distintas razas, donde se perpetúan los genes dominantes, perdiéndose la diversidad genética de los genes recesivos.
En cuanto a las especies animales y vegetales, de nuevo tenemos fuerzas encontradas. Hay especies y genes que sobreviven sólo gracias a nuestra intervención, y hay extinciones de especies tanto salvajes como domésticas y ganaderas o agrícolas dependientes de nuestra actividad.
Visto lo anterior, podemos decir que, lo más probable es que tanto para los seres humanos como para las demás especies, prima la homogeneización genética de las razas, adaptando la evolución genética a las necesidades de la actividad humana: es una subyugación de la Naturaleza a nuestro poder de influencia sobre ella.
Y tras estas reflexiones nos acercamos al quid de la cuestión. Para la misma supervivencia de la especie humana, sólo hay dos alternativas. O bien el ser humano deja de impactar por la mayor, tanto directamente como indirectamente, sobre la diversidad genética del planeta, cosa que empiezo a pensar que es imposible, o bien su desarrollo tecnológico le permite superar su tradicional dependencia de la naturaleza para seguir evolucionando como especie y como sociedad. ¿Nos ayudarán los ordenadores, la globalización e Internet a conseguir una evolución tecnológica que nos permita suplir la labor genética que la Naturaleza ha desempeñado durante milenios?. Difícilmente, pues nos lleva mucho tiempo y experiencia de ventaja, y el gran problema ya no es si algún día lo llegaríamos a conseguir, sino que el impacto de la actividad humana sobre el planeta en la actualidad es ya tan importante que es ahora cuando nos tenemos que hacer esta pregunta. ¿Estamos actualmente en disposición de prescindir de la Naturaleza para nuestra evolución?. Esta pregunta apunta a una segunda cuestión de mayor calado: ¿Tiende el ser humano hacia su propia auto extinción?. Cada cual que se responda él mismo a la pregunta, y por supuesto, no toco el tema del respeto a otras especies animales y vegetales, que dejamos para otro post, aquí me limito a reflexionar desde un punto de vista meramente egoísta de la supervivencia de la especie humana.
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