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Qué entiendo por Socioeconomía o Por qué debería preocuparse por ello más que sólo por la economía
La Socioeconomía es una disciplina híbrida como tantas otras, pero el tema es que, en este caso, de su progreso en nuestras sociedades depende literalmente nuestro futuro y, lo que es más importante, también depende el futuro del mundo que dejamos a nuestros hijos. Los habituales de este blog ya sabrán de la importancia que le doy a todos los temas socioeconómicos, y espero haberles contagiado con mi inquietud por un tema clave de forma individual para cada uno de nosotros, pero que revierte inevitablemente en la sociedad en su conjunto.
Pero tratemos de definir con un poco de precisión qué es socioeconomía. Es cierto que es un concepto algo difuso, pero a mí personalmente me gusta hacer una interpretación propia del término, en la cual tiene un papel protagonista la economía, pero en la cual no hay que olvidar al co-protagonista que es la sociedad. No me prejuzguen antes de tiempo. No soy uno de esos teóricos a los que se les llena la boca hablando de idealismos totalmente irrealizables que, más que como un objetivo para avanzar, se los plantean como una meta alcanzable. Si bien no quiero entrar a juzgar la supuesta buena intención que subyace tras algunos de estos idealismos, llevarlos a la práctica resulta siempre en un desastre económico (y social) de una magnitud incalculable. Aquí tratamos la economía con su debido respeto, siendo conocedores de sus mecanismos y su gran importancia en nuestro mundo, puesto que sin economía no hay ni educación, ni sanidad, ni cultura, ni nada de nada. Tal vez el dinero no sea lo único a considerar en este mundo, pero sí que muchas cosas importantes dependen de él, por lo que satanizarlo no nos va a llevar demasiado lejos.
Pero no por ello debemos asumir que debemos ser esclavos del dinero, y que todo en nuestra sociedad y economía debe estar encaminado únicamente a maximizar los ceros de nuestras cuentas bancarias. Me niego rotundamente a aceptar como válida la famosa frase de Oscar Wilde: “En estos tiempos los jóvenes piensan que el dinero lo es todo, algo que comprueban cuando se hacen mayores”. Tampoco soy uno de esos negacionistas que, en su limitación de recursos económicos, optan por transformar su frustración en actitudes que niegan su evidente resquemor por algo que necesitan y no consiguen. Simplemente creo que nuestra sociedad está desviándose de su camino, y que aún estamos tiempo de enderezar el rumbo para apuntalar un sistema que ha demostrado ser la mejor forma de generar calidad de vida en los últimos siglos.
Soy muy consciente de que la economía es uno de los sistemas más complejos de entre los que conocemos. Hay demasiadas variables que le influyen, y de la misma manera, influye a su vez en muchas otras variables. Aquí las que más nos ocupan son las variables económicas que rigen el devenir de nuestra sociedad. Lo que queremos que sea nuestro mundo el día de mañana depende de (y a la vez está intrínsecamente vinculado a) nuestra economía. En las sociedades occidentales tenemos una serie de valores que se dan por básicos, pero que en las últimas décadas han sido paulatinamente arrinconados en baúles con olor a naftalina. Me refiero a conceptos como la honestidad, la honradez, la sinceridad, el buscar el bien común por encima del bien personal, la responsabilidad en la función pública y privada, la ética, el tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros, la justicia social, la igualdad de oportunidades, el respeto entre clases, el diálogo, y así hasta un largo etcétera, que no por largo y olvidado deberíamos dejar de volver a poner en el mapa que marca nuestro rumbo.
Un gran problema por el que nos estamos apartando de estos valores personales y sociales tan fundamentales es por la deriva de un sistema en el que es natural que siempre haya unas clases más favorecidas económicamente y otras menos. Con el paso de los años, la naturaleza humana de querer conservar lo conseguido, hace que esas clases ligeramente favorecidas creen lobbies y grupos de presión para favorecer sus intereses ante los legisladores, y ello deriva en más riqueza para los más ricos, y por lo tanto una mayor brecha económica en comparación con los más desfavorecidos. Como muestra de ello pueden observar cómo el salario medio de un directivo de empresa está en media en multiplicadores de varios cientos de veces el salario medio de su empresa, cuando este parámetro estaba en los años setenta en el orden de las pocas decenas. En todo sistema, siempre el interés de unos pocos, que se ponen más fácilmente de acuerdo en un objetivo común, va a prevalecer sobre el interés de una mayoría disgregada y dispersa. Ahí está la debilidad del sistema, porque la sostenibilidad depende precisamente de esa inmensa mayoría: la clase media.
Pero vayamos a la pregunta clave ¿Es este mundo polarizado el que queremos construir?. Les formulo la pregunta de otra forma, puesto que todos en el fondo todos buscamos la felicidad (aunque algunos se equivocan en el camino para conseguirla), ¿Lograríamos todos ser más felices en un mundo dividido en unos pocos muy ricos y una mayoría desfavorecida? No les niego que algunas personas sean capaces de hallar la felicidad en la más absoluta de las miserias, pues hay gente que logra independizarse de toda atadura material. Pero éste nunca va a ser un caso al alcance ni deseable para la mayoría. Así que tomemos el ejemplo de sociedades polarizadas. Hay algún país latinoamericano en el que me consta que hay una élite con muchos recursos económicos, y una inmensa mayoría con escasa capacidad de compra. Obviamente, los desfavorecidos en este país no son felices, porque que muera uno de tus hijos por no tener asistencia sanitaria, o que el gran problema de cada día sea conseguir alimento para tu familia, no es algo en lo que la felicidad desborde a quienes padece esta situación. Pero también conozco casos de personas con mucho dinero en este mismo país que tampoco son felices en absoluto. Son ricos que se sienten permanentemente encarcelados, siempre protegidos tras una alambrada de espino, donde las mujeres y los niños no pueden salir solos y sin protección profesional bajo ningún concepto, donde los atracos son algo más que cotidiano, donde los niños juegan a secuestros etc. Para qué seguir, ya se lo pueden imaginar: en esta sociedad en concreto, nadie, repito, nadie es feliz.
Es por ello por lo que la economía debe adquirir una nueva dimensión más allá de los valores meramente ponderables en cantidad de ceros en una cuenta corriente. Tanto dirigentes, como acaudalados, como desfavorecidos, deben ser todos conscientes de la necesidad de construir un mundo con valores, aunque también con servicios básicos; pero eso sí, siempre desde la sostenibilidad y la viabilidad económica: nada es gratis, tampoco los servicios dados por el estado. Ha se seguirse la máxima de algunas ONGs: no hay que dar el pescado, hay que dar la caña y enseñar a pescar. Hay que re-enfocarse hacia un mundo con igualdad de oportunidades, pero también en el que la economía pueda asegurar que existan oportunidades en el mercado.
No les voy a poner como ejemplo de sistema político-económico a los países nórdicos. No voy a entrar en la eterna discusión sobre si es preferible un modelo estatalista de impuestos altos y regulaciones profusas, o un modelo liberal de impuestos bajos y mercado desregulado. Salvando la distancias, ya que tampoco los países nórdicos son para nada un sistema extremista, me permito recordarles que rara vez una tendencia llevada al extremo suele resultar buena, porque el extremismo suele intensificar las vulnerabilidades y debilidades de las premisas iniciales (ninguna premisa es perfecta); no debemos descartar una solución basada en un punto de equilibrio razonable a medio camino entre la sobrerregulación y la falta absoluta de ella. Pero por el único motivo por el que les saco a colación hoy los países nórdicos es por su evolución socioeconómica, y más concretamente por el nivel de responsabilidad personal de la mayoría de agentes económicos y sociales que participan en su sistema. Su nivel de educación y su nivel ético, siendo todavía mejorables, distan años luz de los nuestros, y les permiten tener gestores públicos y privados que tienen en cuenta el bien común más que los nuestros, y que se plantean cuestiones éticas y sobre todo cómo hacer bien las cosas, algo que por estas latitudes les daría risa a demasiados políticos si simplemente se lo planteásemos.
Como resumen, preocúpense en su día a día por cómo la economía acaba configurando la realidad social en la que vivimos, y de cómo nuestra sociedad orienta sus valores y la felicidad de sus individuos hacia el progreso de la economía. Hay que romper ese actual círculo vicioso y volverlo virtuoso, orientándolo hacia unos valores que tuvimos a mediados del siglo veinte, y que las décadas han ido borrando del decálogo de nuestros dirigentes y de los libros de mesilla de todos nosotros. Empiecen por ustedes mismos, en nuestro sistema estas cosas se construyen de abajo a arriba. No flaqueen ante las actitudes reprobables de algunos. En el fondo, ellos envidian la seguridad y la firme creencia en unos valores que sólo saben sustituir por montañas de billetes transportados en bolsas de basura o por cosas aún peores. El dinero es una variable importante, pero en este mundo hay algo más que además no puede cuantificarse en número de monedas.
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Spanish Beautynomics o Cómo cumplir sus objetivos anuales puede garantizarle el despido
Las sociedades humanas solemos ser muy críticas con otras sociedades, y sin embargo profundamente autoindulgentes con nosotros mismos, una mera extensión de actitudes individuales tristemente habituales. Europa no es una excepción, y de hecho las sociedades europeas muchas veces tachan a la sociedad norteamericana de poco crítica consigo misma. En el fondo, los seres humanos no somos tan diferentes como a veces nos hacen creer y, sin querer hacer ni una crítica ni una defensa de la sociedad estadounidense, sí que me gustaría hacerles notar las excelentes piezas de autocrítica profunda que a veces este país produce.
Siempre he considerado la película «American Beauty» una de estas obras de incalculable valor, y el tema que hoy les traigo lo calificaría como la «American Beauty» del mundo económico americano. La pieza en cuestión que me dejó fascinado hace unos meses proviene del que posiblemente sea uno de los mejores periódicos del mundo, el norteamericano New York Times: «The Self-Destruction of the 1 Percent«. Les recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo, pero en caso de que no tengan el tiempo o las ganas de hacerlo, les resumiré que habla de cómo en el siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas del mundo, y en la base de su riqueza estaba la “Colleganza” un sistema que garantizaba la colaboración entre los comerciantes ya acaudalados y los emprendedores recién llegados. Era una suerte de sueño americano de hace 700 años. El declive llegó cuando la clase acaudalada se volvió oligarquía, y mediante el Libro de Oro y la “Serrata”, prohibieron la “Colleganza”, cerrando las puertas a cualquier emprendedor que no formase parte de los clanes dominantes. Las clases dirigentes pasaron a mirar tan sólo por su propio interés, y no por el interés general del sistema, una actitud cortoplacista que acabó trayéndoles su propio final, junto con el de la prosperidad económica de la ciudad-estado veneciana. El resto del artículo diserta sobre si el sistema norteamericano está corriendo la misma suerte que el veneciano, y las preguntas que se plantea el autor son profundas. El nepotismo puede ser un importante factor responsable del deterioro del sistema capitalista y, dicho sea de paso, de cualquier otro sistema pasado, presente o futuro. El nepotismo no tiene su origen en el sistema de turno, sino en la propia naturaleza humana de algunos, cuyo egoísmo les hace buscar por todos los medios la prosperidad económica para su entorno más cercano, incluso aun a costa del resto de la sociedad.
Y por no dejar solos a los americanos en su feroz y constructiva autocritica con símbolo de dólar, a continuación les contaré un caso ocurrido en España y que nos hace entrever cuan agotado está el sistema actual de no cambiar bruscamente el rumbo de la nave. Un conocido, que tenía buenas relaciones con una gran empresa española, entró a trabajar en un proveedor de dicha empresa. Mi conocido, en el plazo de un año, multiplicó la facturación con la empresa por cinco. Contento por sus logros, tuvo su reunión de revisión de objetivos anuales, y esperando una reunión triunfal y un bonus generoso, se encontró con todo lo contrario: una carta de despido y ni un euro del bonus. No se lo podía explicar, e inició un proceso judicial con el proveedor. En paralelo consiguió un nuevo trabajo en otro proveedor de la misma gran empresa, y de nuevo en el plazo de un año y poco multiplicó la facturación con ellos por siete. De nuevo le volvió a ocurrir lo mismo y le despidieron sin agradecimiento ni bonus. Inició otro proceso judicial con el segundo proveedor. En el primero de los procesos judiciales la empresa proveedora incluso llevó a cinco ejecutivos que cometieron perjurio, pero gracias a que diversos empleados de la gran empresa declararon también en el juicio y confirmaron el incremento de las cifras de ventas mientras mi conocido era gerente de la cuenta, ganó el juicio. El segundo juicio también lo ganó. Y en el transcurso de ambos procesos judiciales se fue enterando del oscuro motivo oculto tras sus dos misteriosos despidos. En ambos casos él convirtió una cuenta poco importante en una cuenta no sólo relevante, sino también apetecible por las jugosas comisiones que suponían las nuevas cifras de ventas que él había conseguido. Y claro, este hecho enseguida atrajo el interés de los altos directivos de la compañía, que no se preocupaban por asegurar la prosperidad del negocio a largo plazo premiando a un account manager que había demostrado una enorme valía, sino que lo que realmente les interesaba era colocar a uno de sus allegados en la ahora suculenta cuenta para que se llevase él las comisiones, cosa que ocurrió en ambos casos.
Finalizo ya este post que tan sólo pretende ser mi contribución personal a esa constructiva autocrítica que permite mejorar los sistemas socioeconómicos y que, sin grandes pretensiones, me gustaría calificar de «Spanish Beautynomics», parafraseando el título de la famosa película autocrítica americana con la que abría este artículo, y pretendiendo abrir un cortafuegos que nos permita salvar los muebles y servir de refugio a las muchas personas éticas y honradas de este país. El tema no es en absoluto baladí, si lo piensan bien, en ello radica el origen de la mayoría de los problemas que aquejan a España SA, siendo esto un aspecto más del cortoplacismo generalizado que nos aqueja. Les he expuesto dos ejemplos del entorno empresarial, pero el diagnóstico no es cáncer sino metástasis, y todos los agentes socioeconómicos tienen las mismas vías de agua. No cometan el error de particularizar en un ente aséptico y pensar «La culpa es del gobierno», o «de la oposición», o «de las empresas», o «de los sindicatos». Todos los agentes socioeconómicos al final están dirigidos por personas. El problema son los individuos, más concretamente ciertos tipos de individuos, y los individuos no olviden que salen de la sociedad. España necesita un líder carismático que regenere instituciones, sindicatos, empresas… y la sociedad en su conjunto. Eso sí, estarán de acuerdo en que a alguien que va a tener tanto poder de cambio hay que elegirlo con mucho, pero que mucho cuidado. El riesgo es alto, pero ¿No es más alto el riesgo de la alternativa?, y ahora mismo no tengo muy claro ni siquiera si la hay. El peor legado que nos dejan las cabezas de la Uglynomics es que cada vez hay más gente que no cree en nada, y eso es lo más peligroso.
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El ego de nuestros dirigentes y directivos o Lo polifacético de la inteligencia
Cuando alguna vez han dicho de alguien que es “muy inteligente”, ¿Han caído en la cuenta de puntualizar para qué?. Yo suelo hacerlo porque soy consciente, empezando por uno mismo, del carácter polifacético de la inteligencia: todos somos muy inteligentes para unas cosas, y poco dotados intelectualmente para otras.
Es cierto que tal vez el concepto de inteligencia se suele asociar a capacidades analíticas, pero en verdad no tiene por qué ser así. La inteligencia tiene muchos otros aspectos, no sólo el análisis, así por ejemplo se puede ser inteligente emocionalmente, tener dotes de síntesis, ser hábil para trabajos manuales (una inteligencia más aplicada), tener capacidades comunicativas, saber improvisar, y así podríamos seguir hasta completar un largo etcétera. De hecho, si me lo permiten, diría que hasta hay inteligencias calificables de inconscientes como la inteligencia genética. ¿Qué quiero decir con esto?. Muy sencillo, les pondré un ejemplo muy ilustrativo. ¿Han pensado ustedes en la obra de ingeniería que supone tejer una tela de araña?. Los arácnidos no se puede decir que sean seres vivos con una gran inteligencia práctica, pero preparar una de esas maravillosas trampas es sin duda algo difícil que no saben hacer otras especies. Lo hacen de forma instintiva, sin pensar bajo el concepto clásico de inteligencia, pero sin duda hay veces que en su mecánica labor se enfrentan a problemas que resuelven de forma admirable. No es una inteligencia analítica, pues lo hacen de forma casi automática, pero efectivamente es una habilidad “genética” que podemos calificar de inteligente en este aspecto tan concreto.
Dicho lo dicho, no les negaré que es cierto que la capacidad analítica tiene mayor espectro de aplicación. Las personas analíticas disponen de ciertas ventajas sobre las personas inteligentes desde otros puntos de vista, pero no hay que desestimar nunca otras facetas de la inteligencia de una persona.
A todo lo anterior podemos añadir como factor temporal de la inteligencia que los roles de la misma cambian con los siglos. Me explico. Aparte, como les comentaba antes, de la errónea asociación de la inteligencia a capacidades analíticas, tenemos que también equivocadamente todos solemos decir que alguien es inteligente cuando consigue sus objetivos, sean cuales fueren. Así por ejemplo, en la época de los egipcios alguien capaz de construir una pirámide era considerado inteligente, alguien capaz de reflexionar sobre filosofía entre los griegos, alguien capaz de diseñar una calzada en la época romana, alguien capaz de atesorar y reproducir textos y conocimientos en la edad media, alguien capaz de ganar batallas en cualquier época, alguien capaz de ganar unas elecciones en el imperio democrático occidental, alguien que tenga inteligencia emocional en las empresas en la última década, o alguien capaz de fundar una startup que alcance una importante base de usuarios en nuestros días, etc. Todo ello hace que la inteligencia a lo largo de la Historia sea un baile de aptitudes y capacidades con las que si uno no vale para triunfar hoy en la sociedad, tal vez mañana (o ayer) sí que lo haría. Y por supuesto, la inteligencia es condición necesaria, pero no suficiente, para progresar en la vida: la coincidencia y la fortuna también son factores fundamentales.
Pero, no nos apartemos del tema, ¿Por qué esto es así?, ¿Cuál es el porqué de este carácter polifacético de la inteligencia?. El asunto puede tener su base científica. Según la teoría de la percepción “Pandemonium” de Oliver Selfridge, en nuestros cerebros hay centros autónomos, denominados demonios, que, desde el aspecto especializado de sus conexiones neuronales, se dedican a procesar, comparar patrones y dar una respuesta, en lo cual compiten con otras regiones cerebrales. Dado que cada cerebro tiene por genética o por vivencias unas conexiones neuronales u otras, ello deriva en que cada persona tiene más desarrolladas unas áreas cerebrales determinadas, que en determinadas situaciones en las que reconocen patrones son capaces de dar una respuesta más acertada que las demás. En esta teoría se basan las redes neuronales y la inteligencia artificial moderna.
Y como supongo ya estarían esperando, pasemos al lado socioeconómico. Esta concreción de la inteligencia a determinados aspectos implica que las capacidades para dirigir un país o una empresa sólo se circunscriben a ciertas situaciones, es decir, elegimos un presidente del gobierno o un directivo de una empresa para ejercer su mandato durante los subsiguientes años, sin saber a ciencia cierta qué nos deparará el futuro y a qué situaciones se tendrá que enfrentar, y por lo tanto sin poder elegir el candidato con mejores cualidades para el trabajo a desempeñar.
En el primer caso (los políticos) tenemos además el añadido de que, como les decía en mi post «Democracia real y la contribución de las redes sociales», los políticos suelen ser elegidos por su capacidad para ganar las elecciones, en vez de por su capacidad para gobernar.
Tanto en el primer caso (los políticos) como en el segundo (los directivos de empresas), suele ocurrir que el ego de los gobernantes finalmente elegidos o de los jefes les hace creerse que son inteligentes para todo, cayendo a menudo en un narcisismo ególatra que les lleva a desarrollar una actitud de superioridad que no se puede calificar más que de cómica. En ocasiones derivan en un desprecio a la inteligencia de sus subordinados, a todas luces erróneamente y trasgrediendo el principal argumento de este post. Más pronto que tarde, la vida se encarga de demostrarles su error, y así tenemos el suelo lleno de ángeles caídos.
Una aplicación práctica de la teoría que les expongo estaría en la configuración de las jerarquías humanas en cualquier ámbito, sea una empresa, un ministerio o una asociación. Es una aplicación que lleva de moda un par de lustros, y no es más que la generalización de estructuras horizontales que maximicen el uso de los trabajadores con asignaciones matriciales. Es decir, pocos gestores, muy competentes, y de rango muy alto, se encargan de articular equipos multidisciplinares escogiendo, según sus capacidades personales, a los mejores subordinados para las tareas concretas a desempeñar para cada trabajo o proyecto, de tal forma que se aproveche lo mejor de cada uno para cada tipo de tarea. Esta horizontalidad es algo que encuentro bastante eficiente, aunque les admitiré que a veces es difícil saber verdaderamente en qué es mejor cada uno, porque hay gente que simplemente intentar destacar en casi todo. Ahora sí, una cosa es aparentar y otra serlo.
Para terminar les confesaré que me resultan muy curiosos aquellos individuos que por norma general se creen más inteligentes que los demás. Con lo que tenemos alrededor, podría citarles como ejemplo muchos casos, o más bien ciertas actitudes. Yo les diría que en realidad, si de alguien se puede decir que tiene una limitación intelectual, es de los que se creen demasiado “listos”, sin ser conscientes ni de las limitaciones de su propia inteligencia, ni de lo relativo de la tontería de los demás. Tiempo al tiempo, que el aterrizaje forzoso es siempre más traumático que el soft landing.
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Dirigentes que se meten en su papel o La asunción de valores contaminados
¿No se sienten ustedes defraudados cuando un político en la oposición nos ilusiona con los cambios que va a realizar y luego en muchos aspectos resulta ser más de lo mismo?. ¿No les llama a ustedes la atención cómo hay personas que critican vehementemente las acciones de otros y, cuando ellos están en la misma situación, acaban actuando exactamente de la misma manera que antes criticaban?. Tristemente es el pan nuestro de cada día en la sociedad. Y no duden de que este tipo de actitudes tienen un gran impacto sobre el devenir socioeconómico de nuestros sistemas. Pasemos a analizar el porqué de todo ello, tal vez en el camino aprendamos algo.
En la carrera de Psicología se estudia el germen de las actitudes que les planteaba en la pregunta del párrafo anterior. La gente se mete en su papel. Es decir, cuando alguien siente que ocupa una determinada posición familiar, social, laboral o política, tiende a actuar como se supone que tiene que actuar. Me explico con más detalle. Todos tenemos unos patrones de comportamiento determinados, según nuestra personalidad y actitudes actuales, fruto de la evolución personal y acorde a una estabilidad adquirida por la permanencia temporal en los distintos roles que nos toca desempeñar en todos nuestros círculos. El problema viene con las transiciones entre roles, y también con el simple hecho de aspirar a estas transiciones. Cuando un individuo es ascendido o progresa de algún modo en la sociedad, en vez de mantener sus patrones de comportamiento actuales, que como decíamos suelen ser fruto de sus propias características personales y de su evolución con el paso de los años, suele ocurrir que ese individuo pasa a tomar como propios los patrones de comportamiento que veía hasta ese momento como habituales en los individuos que ocupaban antes la posición que ahora ocupa él. Ése es el origen del problema, la renuncia a las ideas y valores propios a favor de otros ajenos y a menudo equivocados a mi juicio, estableciendo un mecanismo de transmisión generacional de las malas actitudes que los individuos son capaces de desarrollar.
¿Por qué esto es así?. ¿Por qué suele ocurrir esto con las actitudes negativas y no con las positivas?. Sería idílico tener la misma transmisión de valores, pero siendo ésta de valores positivos y beneficiosos para el individuo y la sociedad, pero no es lo que suele ocurrir. El problema podríamos encontrarlo en la sumisión y subyugación que se suele sufrir en determinados niveles ante el nivel jerárquicamente superior. Sí, como lo oyen, las actitudes positivas generan en todos nosotros buenos sentimientos, pero desgraciadamente su intensidad suele ser inferior a la de los generados por actitudes negativas. El ser humano, cuando sufre y tiene problemas, a corto y medio plazo, lo recuerda e interioriza más (aunque también es cierto que cuando pasa el suficiente tiempo sólo suele recordar las cosas buenas). Probablemente sea un mecanismo genético para que aprendamos de las dificultades, pero el problema es que esta mayor persistencia de lo negativo hace que éstas sean las características que se recuerdan e identifican con el papel a desempeñar en una nueva posición tras un ascenso o progresión, y por lo tanto, salvo contadas y honrosas excepciones, el nuevo individuo “hereda” ciertos patrones de comportamiento censurable de sus anteriores. Cuando uno se centra en lo negativo de su situación, de cómo le pisan la cabeza, de lo que tiene que aguantar… y la situación tiende a mantenerse durante un tiempo, normalmente acaba asumiendo su papel de sumisión como algo natural e inherente a su posición, y cuando por fin se libera del yugo, y pasa al nivel superior, suele asumir que los demás tienen que aguantar lo que él estoicamente ha aguantado, y acaba tomando para sí actitudes y patrones de comportamiento que veía en el hasta ahora su inmediato superior. Tal vez los lectores más jóvenes no me crean, no les culpo, la juventud está llena de ideales y pasiones, que si bien tienen su aspecto positivo, a veces nos alejan de la realidad del día a día, pero a lo largo de su vida, estos jóvenes verán cómo, en sus trabajos, los recién nombrados jefes suelen dejar de ser la persona que eran antes para transformarse en un híbrido entre lo que eran ellos mismos antes, y lo que era su jefe anterior. Este mecanismo hereditario me recuerda mucho a la definición de “Pobres Cabrones” que hacía el amigo tuitero @jmnavarro en su comentario de mi post “La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad”; en él retrataba cómo en la sociedad boliviana, es típico que cuando una persona progresa, desprecie a los que deja atrás.
¿Y dónde está el nexo de unión de todo esto con los temas socioeconómicos de los que suelo hablarles en mis posts?. Muy sencillo, algunos de ustedes seguramente ya lo habrán adivinado. Este problema que les comentaba es más acusado cuanto más arriba se llega en nuestras sociedades, por lo que los individuos con mayor responsabilidad familiar, social, laboral y política tienden a tener un perfil de comportamiento más afectado por este mecanismo de contaminación de valores. Nuestras sociedades y economías están dirigidas por individuos mayormente contaminados por esta herencia de patrones de comportamiento, así que, esto nos afecta como sistema socioeconómico. Para que lo vean más fácil; lo más probable de un político que progresa en un sistema corrupto, es que éste acabe siendo también corrupto; lo más probable de un trabajador que asciende en una empresa fuertemente jerarquizada y autoritaria, es que acabe siendo también jerárquico y autoritario… Sólo individuos muy “especiales”, con un ser interior rico, ético y autocrítico, que asuman como propios sólo los aspectos positivos que vean en otros, con firmes creencias en sus propios valores, y por supuesto valores adecuados, son capaces de mantenerse fieles a sí mismos a lo largo de su carrera profesional y de su evolución personal. Éste es el tipo de sociedad que deberíamos construir en vez de lo que estamos obteniendo. Éstos son los individuos que deberían progresar para construir una sociedad que nos enorgullezca al pasársela a nuestros hijos. Pero la realidad se aleja mucho de este ideal, por no decir que va en el camino opuesto.
Por poner una nota positiva a todo esto, estarán ustedes de acuerdo en que hay determinados círculos en los que lo que sí se heredan los aspectos positivos, pero el problema es que son entornos con poca repercusión e influencia sobre nuestros dirigentes y políticos. Algunos conocemos casos de amigos o conocidos que, teniendo una vida hecha en Occidente, se aventuran a irse con una ONG a África a cambio de una asignación ínfima y sólo con la recompensa de entregar sus vidas y dedicación a los más necesitados. Es éste un tipo de perfil de persona que me produce gran admiración, y los entornos en los que se mueven y que construyen a su alrededor me interesan personalmente mucho. Son amigos de los que me siento orgulloso, que me enriquecen como persona, y de los cuales me esfuerzo por aprender.
Por otro lado, las conclusiones anteriores no me hacen sino valorar positivamente aún más a esas personas que siguen siendo fieles a sí mismos a pesar de progresar, que siguen siendo encantadoras en contra de la jerarquía en la que ascienden, que no se corrompen al estar entre corruptos, que no se vuelven inhumanos cuando pasan a ocupar el puesto de un inhumano… Son personas que permiten la regeneración y renovación de actitudes e ideas, que al existir ayudan a combatir el cáncer de la decrepitud de nuestros sistemas. Son pequeñas estrellas que brillan en la oscura noche, y que nos ayudan a conservar un halo de esperanza, porque el problema a día de hoy es que, aunque no todos los individuos que progresan se contaminan de esta degeneración, sí la mayoría. No se confundan, no me he radicalizado al respecto, soy plenamente consciente de que hay muchas empresas e individuos que no son así. Observarán que me limito a hablar de mayorías predominantes, y como prueba, a la vista están los resultados: vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada, que últimamente está dando síntomas calificables incluso de dramáticos.
Y la pregunta lógica que se estarán ustedes formulando es: ¿Cómo podemos nosotros mantenernos al margen de todo esto?. Pues construyendo su mundo a base de lo bueno que hay en su vida, siendo agradecido por las cosas buenas que le rodean, reteniendo con mayor repetición e intensidad aquellos factores que son positivos… esto le ayudará personalmente, y si la mayoría lo hiciese, también lo haría colectivamente.
Terminaré este post con dos frases, la primera del libro “Seda” de Alessandro Baricco: “Tenía la tranquilidad propia de aquellas personas que sienten que en este mundo ocupan su lugar”. La otra frase es de Rousseau, y fue publicada en Twitter por @wikicitas hace unas semanas: “Es muy difícil someter a la obediencia a aquel que no busca mandar”. Unas frases de una profundidad enorme, a pesar de su sencillez. Les dejo la interpretación a su propio juicio, sólo les diré que recuerden que la competitividad desaforada, reinante en nuestras sociedades, es origen de muchos males, pues obliga a seguir desempeñando roles desnaturalizados, alejados de nuestro verdadero yo, y además de implicar un nivel de madurez personal más que cuestionable, supone un punto débil demasiado evidente.
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