Archivos Mensuales: febrero 2013

La naranja mecánica de los trepas o Cómo vengarse de uno mismo

Seguramente habrán oído ustedes de aquel famoso experimento que se realizó con primates hace ya algunos años. Se pretendía analizar ciertos comportamientos psico-sociales en los ambientes laborales humanos. El experimento en cuestión se basaba en encerrar en una habitación a cinco primates, con un mástil que subía hasta el techo, en donde había un manojo de plátanos. Obviamente, en cuanto los primates se percataron de la presencia de las bananas, intentaron todos subir a cogerlas. El más fuerte acabó trepando por el mástil y, cuando estaba a punto de alcanzar la comida, un chorro de agua helada a presión le precipitó hacia el suelo, mojándole a él y a todos sus compañeros. Tras varias intentonas con el mismo resultado, los primates acabaron por desistir en su intento de saciar su apetito, y adoptaron una posición pasota ante la presencia de los plátanos en el techo de la estancia.

Pasadas unas horas de tranquilidad, una vez que todos los monos habían calmado sus ansias, los investigadores sacaron uno de los monos presentes e introdujeron un nuevo primate en la habitación. Este primate había estado completamente aislado y no tenía ni idea del chorro de agua que salía del techo. Obviamente, al ver las bananas en lo alto del mástil, empezó a trepar para cogerlas, pero todos los demás monos que había en la estancia, que sabían lo que ocurría al intentar coger la fruta, empezaron a retenerle por la fuerza y a tirones, intentando evitar el consiguiente baño de agua helada a presión para todos. El novato no sabía de qué iba el tema, pero al final cedió a la violenta insistencia de sus nuevos compañeros y optó por sentarse en un rincón.

Pasadas unas horas más, los investigadores hicieron de nuevo lo mismo, sacaron a uno de los monos antiguos de la habitación e introdujeron en la estancia un nuevo primate. De nuevo el recién llegado, al reparar en los plátanos del techo, intentó trepar por todos los medios a cogerlos, pero, al igual que ocurrió la vez anterior, todos los demás monos le impidieron que llegase arriba. Lo más curioso era que el mono más agresivo e insistente con las lógicas actitudes del nuevo era el último mono que habían introducido en la habitación, y que no tenía ni idea de qué ocurría cuando se llegaba a lo alto del mástil, puesto que sus compañeros le habían impedido llegar arriba y nunca había llegado a sufrir el chorro de agua en sus carnes.

Para independizar el experimento de actitudes y personalidades individuales, los investigadores fueron sacando e introduciendo nuevos monos en la estancia cada pocas horas. Siempre ocurría lo mismo, incluso cuando todos los monos presentes en la habitación eran ya nuevos, a pesar de que ninguno había llegado a sentir el chorro de agua helada.

Las conclusiones son obvias, así como su aplicabilidad a los entornos de trabajo de nuestra sociedad, en la que la inexperiencia y la ambición, que suelen ser más típicas de la juventud que de la madurez, son obvias. Siempre hay unas mieles del éxito que se quieren alcanzar, y siempre hay alguno que en su ansía de superación a veces se lleva un palo que generalmente afecta a todos, perpetuándose estas actitudes incluso cuando ya nadie ha visto o recuerda el escarmiento.

Pero pensemos un poco más allá. Probablemente, en estas situaciones en las que en ocasiones se escarmienta a los ambiciosos, los humanos lo que hacen en realidad es vengarse de sí mismos a través de los demás. Sí, en efecto, el ansia trepadora es muchas veces algo que, si bien resulta evidente para los más maduros, a pesar de su generalización en algunos ambientes, los jóvenes suelen ocultarla como si de algo especial y personal se tratase. Y ciertas actitudes a algunos viejos del lugar no hacen sino recordarles lo que ellos mismos pensaban cuando eran trabajadores jóvenes. Seguros de que los pensamientos de los nuevos van por los mismos derroteros por los que iban los suyos a su edad, algunos se sienten con derecho a sibilinamente promocionar, e incluso participar, en un castigo.

Esas actitudes son cruelmente injustas por su generalización, y más aún por ser en realidad una expiación de los pecados propios, lo cual conlleva una manifiesta ausencia de capacidad de autocrítica. Siempre es mejor elegir un cabeza de turco: es más cómodo y fácil que afrontar una autocrítica personal, en este caso, además, con efectos retroactivos.

Pero no acabo aquí con este post. Aún hay más en lo que se refiere a estos casos en los que finalmente se da un escarmiento al trepa en cuestión. ¿Han leído ustedes “La Naranja Mecánica” de Anthony Burguess?. Para los que no, les resumiré que la novela trata de un individuo ultraviolento e inadaptado socialmente, que delinque a placer con violencia gratuita y extrema. Finalmente acepta participar en un programa experimental con el tratamiento Ludovico, un novedoso programa de reinserción social que, aplicando los principios de Pavlov, acaba por inducir en el protagonista una respuesta condicionada cada vez que se le pasa por la mente ejercer la violencia contra sus conciudadanos. Este individuo acaba por reinsertarse, al menos funcionalmente, y pasa a hacer el bien en la sociedad. Pero es entonces cuando, a pesar de su aparente y nueva bondad, se va encontrando con sus antiguas víctimas, que no dudan en vengarse de él. Lo que nos interesa de la novela para este post es esta conclusión última. Esa sed de venganza que, como les decía, en ocasiones alcanza en nuestra sociedad un nivel de sinsentido tal, que a veces los mayores del lugar se vengan de sí mismos a través de la figura de los más jóvenes. Y lo que es todavía peor y más cruel, cuando el joven trepa es ya un ángel caído, hay gente que ni aún en esa situación siente compasión por él, y sigue vengándose con saña de una figura derrotada, haciendo cierto el dicho de hacer leña del árbol caído.

Y las consecuencias, con escarmiento o sin él, de dar este trato a los jóvenes excesivamente ambiciosos son importantes para nuestros sistemas socioeconómicos. En caso de escarmiento los perjuicios son evidentes, con individuos derrotados que, al ser objeto de mobbing o algo parecido a él, caen a veces incluso en la depresión, perdiendo en todo caso características muy positivas que una vez tuvieron. Si no hay escarmiento, los jóvenes ambiciosos o bien acaban cayendo en la apatía viendo que sus ansiadas metas nunca acaban de llegar, o bien acaban dándose cuenta del juego de los jefes, que les ponen una zanahoria en el hocico para que sigan adelante dando lo mejor de sí mismos. En uno y otro caso, hay un desaprovechamiento de capacidades y actitudes, ya que los jóvenes, si bien es cierto que generalmente se caracterizan por esas aspiraciones a veces desmedidas, también tienen una personalidad que, por norma general, tiene muchos aspectos destacables: empuje, entrega al trabajo sin reparar en esfuerzos, motivación por el mero hecho de tener un trabajo, ilusión, creatividad, innovación, capacidad de cambiar las cosas partiendo desde cero sin los “esto siempre se ha hecho así”, y así hasta completar un largo etcétera. En vez de haber una formación en las carreras o institutos sobre ambientes laborales y aspiraciones personales, en vez de una reconducción de conductas en las empresas cuando una mente se aparta del camino adecuado, en vez de una crítica constructiva por parte de los compañeros o jefes que intuyen que un trabajador se está excediendo en sus aspiraciones… como en los ambientes laborales reina la despersonalización y la poca humanidad, nadie opta por ninguna de estas opciones más constructivas.

Éste es el sistema socioeconómico que estamos construyendo entre todos, en donde la humanidad y los valores personales y profesionales brillan por su ausencia, y en donde se permite e incluso incentiva que el joven ambicioso acabe en trepa desaforado, dando síntomas de un cortoplacismo brutal en el cual impera simplemente el exprimir hoy por hoy al máximo al que se presta al juego, sin reparar en que en los plazos más largos, en caso de ser bien enfocado, el trabajador hace aflorar personal y profesionalmente actitudes y aptitudes muy beneficiosas para la empresa y para el conjunto de la sociedad. Ello tiene sin duda importantes consecuencias macroeconómicas en un país en el que la innovación no es precisamente una de las características destacables de nuestra economía, en lo cual las mentes más jóvenes tienen mucho que aportar en caso de ser educadas a tiempo, enseñándoles a reconducir las pasiones profesionales que suelen experimentar en sus etapas más tempranas. Y ya no es sólo por el egoísmo de mejorar la macroeconomía de todos, a veces, hay casos en los que se trata de un tema meramente personal y de calidad humana.

Sean maduros, distingan entre ustedes y los demás, no prejuzguen y, obviamente, traten de no vengarse. Cada persona es un mundo. Cada mundo tiene sus detalles. El patrón propio no es aplicable a los demás. Si generalizan y proyectan sus propios demonios sobre los demás, corren el peligro de cometer errores de bulto, y en todo caso, la venganza puede satisfacerles a algunos momentáneamente, pero, además de no ser buena per se, es un cáncer para la conciencia que les puede afectar unos años más adelante. Saquen sus propias conclusiones de este cuento de plátanos y naranjas, probablemente no sean tan dulces como estas frutas, pero sin duda les han de llevar a la conclusión de que hay que dejar discurrir la vida de cada uno sin participar en vendettas de ningún tipo, más tarde o más pronto, cada cual acaba encontrando su punto de equilibro por sí solo, en todo caso hay que ayudar constructivamente a los jóvenes mostrándoles la meta correcta y dejando que ellos solos encuentren su propio camino. Salvo determinados casos para los que no hay cura conocida, la inexperiencia acaba siendo sustituida por la tranquilidad de haber encontrado lo que de verdad importa en esta vida. Y para los que no, ellos se lo pierden.

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El ansiado y fatuo éxito profesional en España o Cómo la mayoría intenta ocultar sus errores

El otro día estaba en una reunión de seguimiento de un proyecto en la empresa en la que trabajo, y, tras haberme informado por otras vías, sabía que todas las partes iban con retraso en la ejecución de sus respectivas tareas. Ellos no sabían que yo era consciente de ello, y tampoco lo dije de primeras. El caso es que fue muy curioso poder comprobar lo que muchas otras veces sospechaba: la mayoría de las personas tratan en estos casos de retrasar lo más posible su reconocimiento de los retrasos en los que están incurriendo, a la espera de que otros “confiesen” antes y así ellos ganar algo de tiempo sin quedar mal.

Y allí estábamos todos mirándonos cara a cara, aparentando que todo iba con normalidad, y esperando a ver quién era el primero en reconocer lo que todos deberían reconocer desde un principio. Al final la liebre saltó por donde tenía que saltar. La persona encargada de las últimas tareas antes del pase a Producción, supongo que consciente al igual que yo de que había retrasos, y responsable de acabar sus tareas a tiempo por tener una fecha inamovible por detrás, empezó a tirar del hilo sibilinamente hasta que alguno de los involucrados no aguantó más la presión y reconoció que necesitaba más tiempo para la ejecución de sus tareas. En ese mismo momento, se notó en la reunión cómo el resto de participantes empezó automáticamente a calcular si esos días de más que se iban a dar les servían a ellos de margen adicional para no tener que confesar de la misma manera. A los que les valía se callaron, y a los que no volvieron a esperar a ver si alguien más reconocía que necesitaba más tiempo. Al final, tirando de todos los hilos, se llegó a varias ampliaciones de plazos que resultaron en una planificación más realista, pero no confesaron todos los que debían.

¿Qué hay en las mentes de esos profesionales que ocultan sus problemas?. Principalmente tenemos dos opciones: miedo y ambición. Pueden coexistir ambos motivos en ciertas personas, o puede darse tan sólo uno u otro. Miedo a perder el empleo, miedo a dar la imagen de ser un mal profesional, miedo a la reprobación por parte del grupo… Ambición por quedar siempre como el mejor, ambición por demostrar lo que se vale, ambición para tener más papeletas para conseguir el siguiente ascenso o incremento salarial… Las motivaciones pueden ser múltiples y de muy diversa índole, pero se pueden agrupar principalmente en estos dos sentimientos genéricos que les decía.

Pero, y… ¿Por qué la gente es así?. En parte es debido a un tema de importantes consecuencias socioeconómicas y que ya hemos tratado aquí en otros posts: la cultura del éxito. Sí, esa ansia por ser el mejor, por llegar a lo más alto, por ganar mucho dinero, por tener mucho poder… a costa de lo que haga falta. En aras de conseguir semejantes metas, todo suele valer, pero hay ciertos individuos, de motivaciones aún más fatuas si caben, que están plenamente convencidos de que es algo que justamente se merecen. Es cierto que ese autoengañoso convencimiento les sirve en cierta medida de disculpa (el peor trepa es aquel que, aún siendo consciente de su incompetencia, trata de pisar cuantas cabezas sea necesario para subir inmerecidamente), pero sus actitudes son fruto de una autoindulgencia y una autocomplacencia que a veces dejan mucho que desear. Me explico. Todos cometemos errores en nuestro trabajo, es natural y normal, nadie es perfecto, pero este tipo de personas tienen una curiosa habilidad para, en sus mentes, minimizar los errores propios y resaltar los ajenos. Es muy frecuente ver cómo hay personas que cuando ellos cometen un error lo disculpan con toda naturalidad, haciéndolo ver como algo sin importancia, pero cuando da la casualidad de que posteriormente otro comete ese mismo error, se le echan encima con todo tipo de agravios. A mí, que desde pequeño me han enseñado que “no quieras para los demás lo que no quieras para ti mismo”, estas actitudes me parecen muy cuestionables, indicativas de un egocentrismo y un egoísmo que, por desgracia, es demasiadas veces predominante en nuestra sociedad. Lo pueden ver ustedes en la gente de su entorno con pequeñas actitudes del día a día, o lo pueden ver en cómo se enfrentan a grandes problemas. No son tan significativos los hechos y su relativa importancia, como saber qué es lo que la gente que les rodea lleva verdaderamente por dentro. Y para no perder el sentido de la autocrítica, apliquen primero el “Conócete a ti mismo” de Sócrates, no vaya a ser que estén viendo la paja en el ojo ajeno… En el caso de aquellos individuos que, sin ser conscientes de cómo ellos mismos relativizan los errores propios y maximizan los ajenos, tras este inequívoco signo de autoindulgencia, viene posteriormente la inherente autocomplacencia: se acaban creyendo su ilusoria sensación de perfección, y acaban viviendo en un irreal estado de satisfacción consigo mismo cuya peligrosa toma de contacto con la realidad puede conllevar desastrosos efectos sobre su bienestar psicológico.

Por otro lado, también es cierto que, a las personas que reconocen sus errores y retrasos, les suele ocurrir que en su entorno profesional, los «listos», conocedores de su actitud, cuando han de imputar un retraso propio a alguna otra causa ajena, tratan por todos los medios de que las culpas recaigan sobre esas personas, dado que si encajan bien la responsabilidad sobre su tejado, saben que las van a asumir como propias. No les diré qué opino sobre este tipo de «listos» cuando los detecto (se lo pueden imaginar), pero el patrón habitual de comportamiento debería cambiar sensiblemente para con ellos, porque la comprensión sólo la merece quien sabe apreciarla, y por mucho que se puedan entender sus motivaciones y problemas, ello no implica que sus actitudes sean igualmente reprobables.

Al punto anterior de cómo está articulada ya la sociedad en nuestro país, por el cual el que es responsable y asume culpas, se las suele llevar todas en el mismo lado de la cara, añadiría el punto cultural que les cité antes, que no sé discernir si es causa o consecuencia de dichas actitudes: la cultura del éxito y el enfoque del fracaso. Las diferencias culturales entre España y otros países, como por ejemplo EEUU o Japón, es abismal. Basta con mirar un Curriculum Vitae de un español y de un norteamericano. El español sólo muestra los éxitos, como si la perfección profesional fuese una meta alcanzable y alcanzada. El norteamericano muestra también los fracasos, porque en la cultura laboral y empresarial estadounidense se entiende que el que se ha equivocado, ya ha aprendido de ello. Esto se considera un valor añadido frente a quien no ha tropezado en esa piedra, puesto que, como todos sabemos, cualidades personales aparte, aquí como mejor se aprende es de nuestros propios errores. Dignas de elogio son aquellas personas tan inteligentes (o tan empáticas) que logran aprender con la misma intensidad de los errores de los demás… se ahorran un amargo camino, pero son los menos. El egocentrismo y el egoísmo que citábamos antes tiene aquí otro aspecto negativo: nubla la vista de los individuos más allá de las consecuencias propias, no permitiéndoles aprender de las circunstancias de otros. Estarán de acuerdo ustedes en que, en cualquier caso, es un castigo justo, e incluso tal vez merecido.

El final autodestructivo de este tipo de conductas es algo a evitar a nivel personal y social, por lo que debemos entre todos pasar de la cultura del éxito a la cultura de la tolerancia al fallo, tal y como les comentaba antes, al igual que ocurre en otros países que citaba como EEUU o Japón, y que tan bien retrataba el colega tuitero @danielcunado en su post “La tolerancia al fracaso como motor de innovación”. A la vista están los resultados, no hay más que ver que tanto japoneses como norteamericanos nos llevan ventaja en este punto de vista concreto y sus consecuencias más directas: tejido industrial y tecnológico, innovación, patentes per cápita, calidad de la producción, tolerancia al fracaso y su inherente equilibrio psico-social, etc. y no tan directas: corrupción, aspiración al enriquecimiento rápido y fácil, falta de cultura del esfuerzo, educación errónea en los principios meramente cortoplacistas que se transmiten a los más jóvenes, valores equivocados, fines que justifican los medios, etc. Y es que detrás de este ansia sin medida del éxito porque sí hay muchas más consecuencias de las que ustedes imaginan. No lo duden, el éxito es cortoplacista y limitado generalmente al ámbito profesional, y la tolerancia al fallo es a largo plazo y con beneficios también personales. Elijan ustedes lo que más les interese, a partir de este punto la decisión ya depende únicamente de uno mismo.

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