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Spanish Beautynomics o Cómo cumplir sus objetivos anuales puede garantizarle el despido
Las sociedades humanas solemos ser muy críticas con otras sociedades, y sin embargo profundamente autoindulgentes con nosotros mismos, una mera extensión de actitudes individuales tristemente habituales. Europa no es una excepción, y de hecho las sociedades europeas muchas veces tachan a la sociedad norteamericana de poco crítica consigo misma. En el fondo, los seres humanos no somos tan diferentes como a veces nos hacen creer y, sin querer hacer ni una crítica ni una defensa de la sociedad estadounidense, sí que me gustaría hacerles notar las excelentes piezas de autocrítica profunda que a veces este país produce.
Siempre he considerado la película «American Beauty» una de estas obras de incalculable valor, y el tema que hoy les traigo lo calificaría como la «American Beauty» del mundo económico americano. La pieza en cuestión que me dejó fascinado hace unos meses proviene del que posiblemente sea uno de los mejores periódicos del mundo, el norteamericano New York Times: «The Self-Destruction of the 1 Percent«. Les recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo, pero en caso de que no tengan el tiempo o las ganas de hacerlo, les resumiré que habla de cómo en el siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas del mundo, y en la base de su riqueza estaba la “Colleganza” un sistema que garantizaba la colaboración entre los comerciantes ya acaudalados y los emprendedores recién llegados. Era una suerte de sueño americano de hace 700 años. El declive llegó cuando la clase acaudalada se volvió oligarquía, y mediante el Libro de Oro y la “Serrata”, prohibieron la “Colleganza”, cerrando las puertas a cualquier emprendedor que no formase parte de los clanes dominantes. Las clases dirigentes pasaron a mirar tan sólo por su propio interés, y no por el interés general del sistema, una actitud cortoplacista que acabó trayéndoles su propio final, junto con el de la prosperidad económica de la ciudad-estado veneciana. El resto del artículo diserta sobre si el sistema norteamericano está corriendo la misma suerte que el veneciano, y las preguntas que se plantea el autor son profundas. El nepotismo puede ser un importante factor responsable del deterioro del sistema capitalista y, dicho sea de paso, de cualquier otro sistema pasado, presente o futuro. El nepotismo no tiene su origen en el sistema de turno, sino en la propia naturaleza humana de algunos, cuyo egoísmo les hace buscar por todos los medios la prosperidad económica para su entorno más cercano, incluso aun a costa del resto de la sociedad.
Y por no dejar solos a los americanos en su feroz y constructiva autocritica con símbolo de dólar, a continuación les contaré un caso ocurrido en España y que nos hace entrever cuan agotado está el sistema actual de no cambiar bruscamente el rumbo de la nave. Un conocido, que tenía buenas relaciones con una gran empresa española, entró a trabajar en un proveedor de dicha empresa. Mi conocido, en el plazo de un año, multiplicó la facturación con la empresa por cinco. Contento por sus logros, tuvo su reunión de revisión de objetivos anuales, y esperando una reunión triunfal y un bonus generoso, se encontró con todo lo contrario: una carta de despido y ni un euro del bonus. No se lo podía explicar, e inició un proceso judicial con el proveedor. En paralelo consiguió un nuevo trabajo en otro proveedor de la misma gran empresa, y de nuevo en el plazo de un año y poco multiplicó la facturación con ellos por siete. De nuevo le volvió a ocurrir lo mismo y le despidieron sin agradecimiento ni bonus. Inició otro proceso judicial con el segundo proveedor. En el primero de los procesos judiciales la empresa proveedora incluso llevó a cinco ejecutivos que cometieron perjurio, pero gracias a que diversos empleados de la gran empresa declararon también en el juicio y confirmaron el incremento de las cifras de ventas mientras mi conocido era gerente de la cuenta, ganó el juicio. El segundo juicio también lo ganó. Y en el transcurso de ambos procesos judiciales se fue enterando del oscuro motivo oculto tras sus dos misteriosos despidos. En ambos casos él convirtió una cuenta poco importante en una cuenta no sólo relevante, sino también apetecible por las jugosas comisiones que suponían las nuevas cifras de ventas que él había conseguido. Y claro, este hecho enseguida atrajo el interés de los altos directivos de la compañía, que no se preocupaban por asegurar la prosperidad del negocio a largo plazo premiando a un account manager que había demostrado una enorme valía, sino que lo que realmente les interesaba era colocar a uno de sus allegados en la ahora suculenta cuenta para que se llevase él las comisiones, cosa que ocurrió en ambos casos.
Finalizo ya este post que tan sólo pretende ser mi contribución personal a esa constructiva autocrítica que permite mejorar los sistemas socioeconómicos y que, sin grandes pretensiones, me gustaría calificar de «Spanish Beautynomics», parafraseando el título de la famosa película autocrítica americana con la que abría este artículo, y pretendiendo abrir un cortafuegos que nos permita salvar los muebles y servir de refugio a las muchas personas éticas y honradas de este país. El tema no es en absoluto baladí, si lo piensan bien, en ello radica el origen de la mayoría de los problemas que aquejan a España SA, siendo esto un aspecto más del cortoplacismo generalizado que nos aqueja. Les he expuesto dos ejemplos del entorno empresarial, pero el diagnóstico no es cáncer sino metástasis, y todos los agentes socioeconómicos tienen las mismas vías de agua. No cometan el error de particularizar en un ente aséptico y pensar «La culpa es del gobierno», o «de la oposición», o «de las empresas», o «de los sindicatos». Todos los agentes socioeconómicos al final están dirigidos por personas. El problema son los individuos, más concretamente ciertos tipos de individuos, y los individuos no olviden que salen de la sociedad. España necesita un líder carismático que regenere instituciones, sindicatos, empresas… y la sociedad en su conjunto. Eso sí, estarán de acuerdo en que a alguien que va a tener tanto poder de cambio hay que elegirlo con mucho, pero que mucho cuidado. El riesgo es alto, pero ¿No es más alto el riesgo de la alternativa?, y ahora mismo no tengo muy claro ni siquiera si la hay. El peor legado que nos dejan las cabezas de la Uglynomics es que cada vez hay más gente que no cree en nada, y eso es lo más peligroso.
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La naranja mecánica de los trepas o Cómo vengarse de uno mismo
Seguramente habrán oído ustedes de aquel famoso experimento que se realizó con primates hace ya algunos años. Se pretendía analizar ciertos comportamientos psico-sociales en los ambientes laborales humanos. El experimento en cuestión se basaba en encerrar en una habitación a cinco primates, con un mástil que subía hasta el techo, en donde había un manojo de plátanos. Obviamente, en cuanto los primates se percataron de la presencia de las bananas, intentaron todos subir a cogerlas. El más fuerte acabó trepando por el mástil y, cuando estaba a punto de alcanzar la comida, un chorro de agua helada a presión le precipitó hacia el suelo, mojándole a él y a todos sus compañeros. Tras varias intentonas con el mismo resultado, los primates acabaron por desistir en su intento de saciar su apetito, y adoptaron una posición pasota ante la presencia de los plátanos en el techo de la estancia.
Pasadas unas horas de tranquilidad, una vez que todos los monos habían calmado sus ansias, los investigadores sacaron uno de los monos presentes e introdujeron un nuevo primate en la habitación. Este primate había estado completamente aislado y no tenía ni idea del chorro de agua que salía del techo. Obviamente, al ver las bananas en lo alto del mástil, empezó a trepar para cogerlas, pero todos los demás monos que había en la estancia, que sabían lo que ocurría al intentar coger la fruta, empezaron a retenerle por la fuerza y a tirones, intentando evitar el consiguiente baño de agua helada a presión para todos. El novato no sabía de qué iba el tema, pero al final cedió a la violenta insistencia de sus nuevos compañeros y optó por sentarse en un rincón.
Pasadas unas horas más, los investigadores hicieron de nuevo lo mismo, sacaron a uno de los monos antiguos de la habitación e introdujeron en la estancia un nuevo primate. De nuevo el recién llegado, al reparar en los plátanos del techo, intentó trepar por todos los medios a cogerlos, pero, al igual que ocurrió la vez anterior, todos los demás monos le impidieron que llegase arriba. Lo más curioso era que el mono más agresivo e insistente con las lógicas actitudes del nuevo era el último mono que habían introducido en la habitación, y que no tenía ni idea de qué ocurría cuando se llegaba a lo alto del mástil, puesto que sus compañeros le habían impedido llegar arriba y nunca había llegado a sufrir el chorro de agua en sus carnes.
Para independizar el experimento de actitudes y personalidades individuales, los investigadores fueron sacando e introduciendo nuevos monos en la estancia cada pocas horas. Siempre ocurría lo mismo, incluso cuando todos los monos presentes en la habitación eran ya nuevos, a pesar de que ninguno había llegado a sentir el chorro de agua helada.
Las conclusiones son obvias, así como su aplicabilidad a los entornos de trabajo de nuestra sociedad, en la que la inexperiencia y la ambición, que suelen ser más típicas de la juventud que de la madurez, son obvias. Siempre hay unas mieles del éxito que se quieren alcanzar, y siempre hay alguno que en su ansía de superación a veces se lleva un palo que generalmente afecta a todos, perpetuándose estas actitudes incluso cuando ya nadie ha visto o recuerda el escarmiento.
Pero pensemos un poco más allá. Probablemente, en estas situaciones en las que en ocasiones se escarmienta a los ambiciosos, los humanos lo que hacen en realidad es vengarse de sí mismos a través de los demás. Sí, en efecto, el ansia trepadora es muchas veces algo que, si bien resulta evidente para los más maduros, a pesar de su generalización en algunos ambientes, los jóvenes suelen ocultarla como si de algo especial y personal se tratase. Y ciertas actitudes a algunos viejos del lugar no hacen sino recordarles lo que ellos mismos pensaban cuando eran trabajadores jóvenes. Seguros de que los pensamientos de los nuevos van por los mismos derroteros por los que iban los suyos a su edad, algunos se sienten con derecho a sibilinamente promocionar, e incluso participar, en un castigo.
Esas actitudes son cruelmente injustas por su generalización, y más aún por ser en realidad una expiación de los pecados propios, lo cual conlleva una manifiesta ausencia de capacidad de autocrítica. Siempre es mejor elegir un cabeza de turco: es más cómodo y fácil que afrontar una autocrítica personal, en este caso, además, con efectos retroactivos.
Pero no acabo aquí con este post. Aún hay más en lo que se refiere a estos casos en los que finalmente se da un escarmiento al trepa en cuestión. ¿Han leído ustedes “La Naranja Mecánica” de Anthony Burguess?. Para los que no, les resumiré que la novela trata de un individuo ultraviolento e inadaptado socialmente, que delinque a placer con violencia gratuita y extrema. Finalmente acepta participar en un programa experimental con el tratamiento Ludovico, un novedoso programa de reinserción social que, aplicando los principios de Pavlov, acaba por inducir en el protagonista una respuesta condicionada cada vez que se le pasa por la mente ejercer la violencia contra sus conciudadanos. Este individuo acaba por reinsertarse, al menos funcionalmente, y pasa a hacer el bien en la sociedad. Pero es entonces cuando, a pesar de su aparente y nueva bondad, se va encontrando con sus antiguas víctimas, que no dudan en vengarse de él. Lo que nos interesa de la novela para este post es esta conclusión última. Esa sed de venganza que, como les decía, en ocasiones alcanza en nuestra sociedad un nivel de sinsentido tal, que a veces los mayores del lugar se vengan de sí mismos a través de la figura de los más jóvenes. Y lo que es todavía peor y más cruel, cuando el joven trepa es ya un ángel caído, hay gente que ni aún en esa situación siente compasión por él, y sigue vengándose con saña de una figura derrotada, haciendo cierto el dicho de hacer leña del árbol caído.
Y las consecuencias, con escarmiento o sin él, de dar este trato a los jóvenes excesivamente ambiciosos son importantes para nuestros sistemas socioeconómicos. En caso de escarmiento los perjuicios son evidentes, con individuos derrotados que, al ser objeto de mobbing o algo parecido a él, caen a veces incluso en la depresión, perdiendo en todo caso características muy positivas que una vez tuvieron. Si no hay escarmiento, los jóvenes ambiciosos o bien acaban cayendo en la apatía viendo que sus ansiadas metas nunca acaban de llegar, o bien acaban dándose cuenta del juego de los jefes, que les ponen una zanahoria en el hocico para que sigan adelante dando lo mejor de sí mismos. En uno y otro caso, hay un desaprovechamiento de capacidades y actitudes, ya que los jóvenes, si bien es cierto que generalmente se caracterizan por esas aspiraciones a veces desmedidas, también tienen una personalidad que, por norma general, tiene muchos aspectos destacables: empuje, entrega al trabajo sin reparar en esfuerzos, motivación por el mero hecho de tener un trabajo, ilusión, creatividad, innovación, capacidad de cambiar las cosas partiendo desde cero sin los “esto siempre se ha hecho así”, y así hasta completar un largo etcétera. En vez de haber una formación en las carreras o institutos sobre ambientes laborales y aspiraciones personales, en vez de una reconducción de conductas en las empresas cuando una mente se aparta del camino adecuado, en vez de una crítica constructiva por parte de los compañeros o jefes que intuyen que un trabajador se está excediendo en sus aspiraciones… como en los ambientes laborales reina la despersonalización y la poca humanidad, nadie opta por ninguna de estas opciones más constructivas.
Éste es el sistema socioeconómico que estamos construyendo entre todos, en donde la humanidad y los valores personales y profesionales brillan por su ausencia, y en donde se permite e incluso incentiva que el joven ambicioso acabe en trepa desaforado, dando síntomas de un cortoplacismo brutal en el cual impera simplemente el exprimir hoy por hoy al máximo al que se presta al juego, sin reparar en que en los plazos más largos, en caso de ser bien enfocado, el trabajador hace aflorar personal y profesionalmente actitudes y aptitudes muy beneficiosas para la empresa y para el conjunto de la sociedad. Ello tiene sin duda importantes consecuencias macroeconómicas en un país en el que la innovación no es precisamente una de las características destacables de nuestra economía, en lo cual las mentes más jóvenes tienen mucho que aportar en caso de ser educadas a tiempo, enseñándoles a reconducir las pasiones profesionales que suelen experimentar en sus etapas más tempranas. Y ya no es sólo por el egoísmo de mejorar la macroeconomía de todos, a veces, hay casos en los que se trata de un tema meramente personal y de calidad humana.
Sean maduros, distingan entre ustedes y los demás, no prejuzguen y, obviamente, traten de no vengarse. Cada persona es un mundo. Cada mundo tiene sus detalles. El patrón propio no es aplicable a los demás. Si generalizan y proyectan sus propios demonios sobre los demás, corren el peligro de cometer errores de bulto, y en todo caso, la venganza puede satisfacerles a algunos momentáneamente, pero, además de no ser buena per se, es un cáncer para la conciencia que les puede afectar unos años más adelante. Saquen sus propias conclusiones de este cuento de plátanos y naranjas, probablemente no sean tan dulces como estas frutas, pero sin duda les han de llevar a la conclusión de que hay que dejar discurrir la vida de cada uno sin participar en vendettas de ningún tipo, más tarde o más pronto, cada cual acaba encontrando su punto de equilibro por sí solo, en todo caso hay que ayudar constructivamente a los jóvenes mostrándoles la meta correcta y dejando que ellos solos encuentren su propio camino. Salvo determinados casos para los que no hay cura conocida, la inexperiencia acaba siendo sustituida por la tranquilidad de haber encontrado lo que de verdad importa en esta vida. Y para los que no, ellos se lo pierden.
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