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Las profundas cicatrices de la crisis o Cómo hay gente que ha recuperado la motivación en el trabajo
Hace unos años era raro encontrar un trabajador de origen español en trabajos de baja cualificación. Además, en ciertas profesiones en las que el trato al público es esencial, éste dejaba mucho que desear. Habrán observado ustedes cómo esto ha cambiado radicalmente a raíz de la profunda crisis que estamos padeciendo.
Tanto entre los camareros como en otras profesiones de baja cualificación, últimamente no sólo se vuelven a ver trabajadores de origen español, sino que además se les ve contentos, motivados, y esmerados en su trabajo. Antes de la terrible crisis que tenemos encima, los pocos trabajadores españoles que se veían en ciertos puestos, en general no parecían muy contentos a juzgar por su desempeño. ¿Qué es lo que ha podido hacer dar un giro tan radical en la atención al público?
Estarán de acuerdo ustedes en que la respuesta es bastante obvia, pero no por ello deja de merecer que la comentemos aquí. La motivación puede venir dada por dos factores antagónicos. Alguien puede estar motivado por la recompensa a conseguir con su trabajo (sueldo, posibilidades de promoción, etc.) o bien… alguien puede estar motivado por el mero hecho de tener la suerte de contar con un trabajo y poder comer cada día. En España pasamos de lo uno a lo otro tan sólo en cuestión de unos pocos trimestres.
En los días de vino y rosas, cuando por ejemplo un peón de albañil podía ganar dos mil y pico euros limpios al mes, se valoraba poco tanto el dinero como el medio para obtenerlo. Parecía que tener un trabajo era algo que se daba por sentado, puesto que todo el mundo lo tenía, y el salario se gastaba alegremente puesto que las perspectivas futuras auguraban aún más vino y más rosas.
Pero entonces llegó la maldita crisis. La rotación laboral extrema de ciertos sectores se frenó en seco, y el trabajador pasó a tomar una posición defensiva en su puesto de trabajo ante el lógico miedo a perderlo. No hace falta decir que por el camino muchos trabajadores perdieron su empleo y con él su medio de sustento; también muchos empresarios se arruinaron y tuvieron que cerrar sus empresas.
No lo olvidemos, con la crisis mucha gente lo ha pasado mal de verdad. No tener ingresos y tener varias bocas que alimentar en casa es una situación terrible. Ver pasar los meses mandando currículums y que no te llamen ni para una triste entrevista acaba incluso con la esperanza más persistente. Echarse a la calle habiendo asumido que se va a trabajar “de lo que sea”, y que ni aún con esas sea suficiente, mata tu futuro y el de tus hijos. Tratar de que los niños no sean conscientes del drama que se vive en casa es tarea imposible. No poder evitar acabar explicándoles qué está ocurriendo y por qué sólo comen en el comedor del colegio es peor aún. Los efectos psicológicos de verse en estas situaciones sin duda dejan profundas cicatrices en las personas. Son las cicatrices de la crisis. Recapacitemos, incluso el amargo trago de que a algunos nos hayan bajado el sueldo no es nada comparado con lo que les ha tocado vivir a otros.
En absoluto me gustaría que de este post sacasen ustedes como conclusión que el trabajador debe ponerse de felpudo sólo porque le den un trabajo. Nada más lejos de mi intención. La relación laboral es una relación entre dos partes con interés mutuo. Uno aporta capacidad de trabajo, y el otro le retribuye con un salario. Nadie hace favores a nadie. Pero recuerden que hemos entrado en este tema para saber por qué hoy en día hay gente que vuelve a estar motivada donde antes no lo estaba.
No sólo haberle visto las orejas al lobo, sino además haber sentido su dentellada en las carnes de tus propios hijos, hace cambiar radicalmente la concepción de la vida y el color de las gafas con las que se mira. La motivación es relativa. La visión que tenemos de la vida es relativa. No nos olvidemos pues de relativizar cuando vuelvan los días de vino y rosas, ni de relativizar en lo más profundo de la próxima crisis. Ni hemos de ponernos en el extremo de la vida alegre, ni en el extremo de la subasta moral de nuestra fuerza de trabajo. Y esto va tanto por trabajadores, como por empresarios: no debemos volver a olvidar nunca lo felices que debemos ser cuando no nos falta lo esencial.
Es triste que haya tenido que llegar una crisis así para que haya gente que vuelva a valorar lo que de verdad importa en esta vida, pero más triste es lo que les ha tocado vivir para dar semejante giro. Y no lo olviden, ahí fuera hay gente que ni siente ni padece porque han tenido la suerte de que la depresión apenas les ha rozado. A esos yo les diría que tengan algo más de empatía y solidaridad, y que, en todo caso, traten de aprender de la experiencia ajena, porque en esta vida nunca se sabe cuándo le va a tocar a uno el turno de pasar penurias. En cada vuelta de la vida hay alguien que va cambiando las sillas de sitio, y en cualquier momento puede que vayamos a sentarnos y nos caigamos al suelo.
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Por qué la imaginación contribuye a lanzarnos al éxito o El que vive pasionalmente vive dos veces
Es un hecho que las personas que proyectan con su imaginación los éxitos futuros consiguen afrontar la vida desde otra perspectiva y, lo que es también importante, proyectan una imagen de sí mismos en su entorno que ya de por sí contribuye notablemente a sus posibilidades de éxito.
Ha habido en mi vida dos situaciones recientes que me han llevado a plantearme las cuestiones sobre las que reflexiono con ustedes en este post. La primera ha sido mi reciente participación en los premios Bitácoras. La segunda es haber tenido la ocasión de seguir de cerca la participación de una amiga en un evento de primer nivel. En ninguno de los casos se materializó el éxito, o perdón, debería decir mejor que no se materializó el éxito en su máximo esplendor. Salvando las distancias entre mi modesta participación en los premios Bitácoras, y el mediático torbellino que envolvió a nuestra amiga, el paralelismo de las situaciones, vivencias y pasiones vividas en ambos casos, me han llevado a pensar que tal vez merezca la pena intentar llegar a alguna conclusión interesante.
Para empezar, ¿Qué es lo que hace que un mes antes pudiésemos ser tan felices pudiendo prescindir de conseguir una meta que parecía más una aventura que un objetivo, y que ahora parece de lo más importante en nuestra vida?. ¿Qué es lo que hace que pasemos de la mera indiferencia, o tal vez ligera curiosidad, a tener auténtica ilusión por conseguir el éxito?. La respuesta pasa por cómo conforme pasan los días vamos visualizando el éxito y cómo lo interiorizamos, y en ello estarán de acuerdo en que juega un importante papel la imaginación.
El que algo imposible se vea de repente como algo alcanzable, hace que pasemos de tener una mera fantasía a imaginar una situación que se vuelve posible. Ese cambio cualitativo es muy importante para nuestra psicología, porque cuando se tiene imaginación y mucha ilusión por algo, uno se va visualizando en la situación de éxito, en cómo cambiaría su vida, en qué supondría alcanzar la meta deseada, en la ilusión que nos haría que lo posible se volviese cierto. Esa capacidad de imaginar hace que vayamos interiorizando el futuro posible como futuro probable, y un buen día amanecemos con la curiosidad transformada en ilusión, que posteriormente adquiere un matiz de importancia en nuestra vida.
Estoy de acuerdo en que la imaginación es un arma de doble filo. Es cierto que hay personas pesimistas que simplemente imaginan el futuro pero desde un prisma de negatividad. No es el caso que nos interesa, ni creo que sea el más frecuente. De hecho pienso que la naturaleza humana tiende a ser más bien optimista por naturaleza.
El gran problema de imaginarse e interiorizar el éxito es que luego puede venir el chasco, y si lo posible se percibía como probable dicho chasco es mucho mayor y puede incluso afectarnos personalmente. Es por ello por lo que algunas personas con imaginación y optimistas se protegen queriendo conscientemente “no hacerse ilusiones”. También es cierto que muchas veces disfrazamos nuestra ilusión interior de indiferencia exterior para capear mejor en nuestros círculos sociales el posible fracaso posterior. Es más fácil superar una situación de fracaso ante uno mismo que superarlo ante otros.
Tras estar entre los quince primeros blogs de los premios Bitácoras de mi categoría, este blog ha descendido sensiblemente en las últimas clasificaciones. Ya no hay posibilidades para un blog modesto como éste. Pero afortunadamente la vida me ha enseñado a saber centrarme mayormente en los aspectos positivos más que en los negativos. El haber estado dos semanas entre los quince primeros blogs de los más reputados premios de la blogosfera a nivel global en castellano, es un logro que cuando abrí el blog nunca habría podido imaginar. Obviamente, haber conseguido el premio habría sido un auténtico éxito, pero medio éxito es un éxito completo si no lo comparamos con lo que podría haber sido y no fue. Una de las claves de la felicidad está en ponerse las gafas de color rosa y, aún es más, el poso que este tipo de vivencias va dejando en nuestra personalidad y cómo nos hace evolucionar a mejor es sin duda otro motivo de éxito a tener en cuenta.
Como colofón final simplemente decirles que, como les decía al principio, el que vive imaginando el éxito tiene una actitud positiva y proyecta ante los demás una forma de ser que ya de por sí le permite tener más posibilidades de triunfar en las metas que se proponga. En todo caso, las personas que interiorizan e imaginan los éxitos personales que se marcan, son personas que viven la vida de forma mucho más pasional, pasan sus días multiplicando sus vivencias sean reales o imaginarias, experimentando más emociones, se sienten más vivos… El que vive pasionalmente vive su vida dos veces y, dada nuestra ineludible condición de seres mortales, ¿Acaso sólo esto no es ya suficiente recompensa?.
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Por qué a veces a los ricos también lloran y no se les reconoce nada o Cómo el deporte nacional roza a veces lo inhumano
Éste no pretende ser un post clasista. Tampoco pretende justificar algunas actitudes injustificables de algunas personas, sean ricas o no. De verdad, no pretendo nada más que contarles un caso concreto que me cae muy cerca y reflexionar sobre ello, porque el tema es más general de lo que parece y tiene mucha, pero que mucha miga.
Unos amigos tenían un negocio familiar que con el paso de las décadas fue a más. Acabó siendo una Pyme con varias tiendas y una buena imagen de marca. Antes de que la crisis arrasase España, decidieron vender su empresa, y obtuvieron por ello una buena cantidad de dinero. Por otro lado, he de decirles que se trata de una gente excepcional. Son educados, nada prepotentes, ni rastro de ningún sentimiento de superioridad, tratan a todos como iguales, siguen haciendo su vida sin cambiar sus costumbres desde hace cuarenta años, no les gusta alardear, ni son gastadores en absoluto. A buen seguro que tienen sus cosas malas como todos las tenemos, pero es del tipo de gente que yo catalogo como que merece la pena.
A sus hijos y nietos les han enseñado la misma educación que ellos tienen, y los niños están acostumbrados a que todas las tardes de verano, tras la piscina, sus padres abren la puerta de su garaje (que da al jardín de su urbanización) y ellos tienen que compartir sus juguetes con todos los niños. Lo que ocurrió una de las tardes del pasado verano realmente me sorprendió. Después de estar jugando todos los niños con los juguetes de los hijos de estos amigos, los padres dijeron que era tarde y que había que recoger. Entonces el hijo mayor le dijo a otro niño que si le ayudaba a recoger sus juguetes, con los que ambos habían estado jugando juntos. El niño le hizo la burla y le espetó: “No, porque vosotros estáis forrados”, y se fue a su apartamento. Piensen en ello detenidamente, que el tema trae cola. No les digo esto precisamente por la actitud del niño en concreto (se trata de niños que ni tan siquiera son adolescentes y a los que no se les puede culpar), sino por lo que oyen en su casa y por lo que sus padres les enseñan desde su más tierna infancia.
El problema ya no es este hecho concreto que les estoy relatando. El problema es que esta familia tropieza con este tipo de actitudes bastantes veces; no es un hecho puntual. Permítanme insistir en que no estoy defendiendo ni a ricos ni atacando a las personas con capacidad económica más limitada. Simplemente les estoy contando el caso concreto de una familia que, en mi humilde opinión, recibe un trato injusto, y que es algo más habitual de lo que a priori cabría esperar.
Inevitablemente estas actitudes me han recordado a algunos comentarios que criticaba @dlacalle tras la muerte de Rosalía Mera. Sin saber sobre esta mujer más que lo públicamente conocido, parece ser que fue una persona que se preocupó bastante por los más desfavorecidos. A su muerte llegué a leer tuits fuera de lugar que decían que ya ves como el dinero no lo da todo, y que ahora vendrá otro y ocupará su lugar. Con la difunta aún caliente, no era momento de hacer este tipo de comentarios, y tengan en cuenta que ni siquiera entro a juzgar su contenido, sino el por qué alguien dice algo así en esos momentos.
Y no se confundan, como decía mi abuelo, hay de todo en todos lados, y también hay muchos ricos despreciables, pero este post no va de ese tema, ni tan siquiera va de qué tanto por ciento de los ricos son personas censurables. Yo soy el primero al que verán criticar a personas, ricas o no, que sean inhumanas, que se crean superiores, que no sean empáticas, que no traten de ayudar a los que les rodean, etc. Pero también tengo muy claro que hay gente que está deseando que los que tienen dinero cometan algún error para poder criticarles con agresividad, y si no los cometen y no les pueden criticar abiertamente, como en el caso de nuestros amigos, pues o bien se lo inventan, o bien les odian en silencio por el mero hecho de tener más dinero que ellos, sin necesitar más justificación.
Pensando un poco más allá, se darán ustedes cuenta de que la conclusión final debe ser que, independientemente de que tengan ustedes dinero o no, si les ven felices, a sus hijos puede que les digan también que no les ayudan a recoger los juguetes que han compartido. Y digo “independientemente del dinero que tengan” porque algunos se confunden y les parece que persiguen la felicidad que creen ver tras la riqueza, pero en realidad la envidia no entiende de ceros en la cuenta corriente, sino de las muescas que los momentos que nos hacen felices van labrando en nuestros corazones. A nuestros amigos, los que les envidian les envidian porque creen que con ese dinero ellos serían felices. La gente busca la felicidad, y el error es creer que el único camino a la felicidad pasa por ser ricos, cuando en realidad la riqueza sólo es (a veces) un ingrediente más de una receta que es totalmente diferente para cada persona: lo que le hace feliz a su vecino no tiene por qué hacerle feliz a usted. Como ya les he dicho en alguna otra ocasión, traten de ser todo lo felices que puedan, pero procuren que no se les note demasiado. Si no, lo mínimo que les puede pasar es que sus hijos tengan que recoger ellos solos muchos, pero que muchos juguetes.
Y no olviden que estos hechos que les relato son tan sólo la punta del iceberg. En tiempos de tranquilidad, el límite suele ser que te suelten alguna delatadora fresca como la que le soltaron al hijo de nuestros amigos. Pero en tiempos revueltos, no duden en que veríamos como hay algún individuo resentido que pretende hacer pagar muy caro a los demás los odios propios que lleva reprimiendo durante años.
Napoleón decía: “La envidia es una declaración de inferioridad”. A lo que yo añadiría que además es algo propio de gente de mal perder. Admito que la gente envidiosa es más digna de compasión que de otra cosa, pero también es cierto que, en algunos casos, en muy difícil llegar a sentir compasión por estos individuos, porque los hay que, en su injustificado afán vengativo, tratan de hacer todo el daño que les es posible. Sin más. Recuerden que al lobo siempre se le ve el rabo por algún lado, y que en este caso el rabo es de un delatador color verde intenso.
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Las ganas de dar envidia o Cómo algunos azuzan el deporte nacional
Seguro que tienen ustedes en alguno de sus círculos sociales a alguna persona de éstas que están todo el día fardando, que disfrutan creyendo que dan envidia a los demás, que hacen del alarde una constante de su forma de ser. Siempre me han sorprendido mucho este tipo de actitudes, y ahora, con los tiempos que corren, en los que algunos lo están pasando realmente mal, lo primero que pienso es que algunas personas ante las que alardean estos fardones pueden sentirse profundamente heridas. Heridas porque, cuando uno tiene problemas graves, es comprensible alegrarse de que un amigo no los tenga, pero es difícil soportar cómo te lo refrotan por la cara.
Añadiré que estos fardones, además de ser así de insensibles, también son unos inconscientes, puesto que en una sociedad en la que la envidia es el deporte nacional, con estas actitudes están cavando su propia tumba social. En todo caso, la gente, con penurias o sin ellas, envidiosa o no, no se siente a gusto con ellos, y les deja de considerar buenos amigos o incluso les da la espalda.
Como ejemplo de que la envidia es el deporte nacional en España, les sacaré a colación una complicada situación socioeconómica que se dio en España hace unos años. Con este ejemplo además se puede ver cómo nuestros políticos, conscientes de esta actitud social, no dudan en utilizarla para conseguir sus fines. El conflicto socioeconómico al que me estoy refiriendo es la huelga de controladores aéreos que hubo en España siendo José Blanco Ministro de Fomento hace unos años. No quiero entrar en este post a analizar si la huelga estaba justificada o no, ni si los controladores tenían unos privilegios exagerados a racionales, ni si sus sueldos eran desorbitados o no. Nada de esto viene al caso. Lo único que viene al caso es que en el mismo momento en el que oí a José Blanco dar unas cifras de sueldos anuales como las que dio, independientemente de si esto era una información veraz o no, yo supe que los controladores aéreos habían perdido la batalla mediática en este país. Posiblemente los privilegios de los políticos y todo lo que hay detrás de ellos sean mucho más injustificados que los de los controladores, pero José Blanco jugó su baza, y la jugó estratégicamente demostrando un profundo conocimiento de los mecanismos de la sociedad española. El resultado es que la gran mayoría de la población, tras oír la información sobre esos sueldos supuestamente desorbitados, ya no quiso saber absolutamente nada más del tema, ni siquiera se plantearon si era verdad o no. Simplemente pasaron a ver con buenos ojos el ajusticiamiento laboral del colectivo de los controladores aéreos. E insisto, no trato de hacer ningún juicio de valor sobre ello, sino simplemente llamarles la atención sobre qué hizo dar un vuelco a la situación.
Habiendo leído este post hasta aquí, parece que intentar provocar la envidia en los demás es autodestructivo, con lo cual la pregunta lógica es: ¿Por qué hay gente que lo hace?. No les voy a contestar todavía a esta pregunta, pero les voy a explicar la situación que se le planteó a un amigo para que se respondan ustedes mismos.
Mi amigo se encontraba cada varios meses por el centro a un conocido del colegio. Se paraban y charlaban un rato, y cada vez que mi amigo le preguntaba al otro que cómo le iba, este otro decía que le iba fenomenal, que era feliz con su mujer, que tenía unos niños estupendos, que estaba encantado y muy valorado en su trabajo… Tal era la insistencia en el mensaje que siempre transmitía que tras el tercer o cuarto encuentro mi amigo le preguntó: “Pero bueno, ¿Qué es eso de que te va todo tan bien, que estás tan encantado con tu vida, que eres tan feliz?. No me puedo creer que te vaya todo tan fenomenal”. A lo que el otro contestó viniéndose abajo: “Pues mira, te voy a ser sincero, mi vida es un desastre. Me voy a divorciar de mi mujer. Los niños son muy problemáticos. El trabajo no lo puedo soportar más y hay un ambiente fatal”. Mi amigo le preguntó: “Pero entonces, ¿Por qué me contabas que todo te iba tan bien?”. La respuesta fue la siguiente: “A que jode, ¿verdad?”.
Tras la lectura de esta conversación, ¿Tienen ustedes ya la respuesta a por qué hay gente que no para de alardear?. Seguro que están de acuerdo en que es por aquello del “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Realmente no creo que vayan intentando fastidiar a la gente porque sí. La verdad es que creo que son tan infelices con su vida que tratan de dar la imagen totalmente opuesta, de tal forma que viven en un mundo social paralelo en el cual, a través de la falsa imagen que los demás tienen de ellos, creen ver una ilusoria felicidad. Les aseguro que he conocido otros casos en los que esta actitud puede ser calificada hasta de patológica. Y es curioso también cómo el resto pasa en unos segundos de sentir envidia y rechazo a sentir compasión. Otra actitud que no podemos dejar pasar por alto: si te va bien te envidio y no puedo ni verte, pero si te va mal me das pena y me compadezco de ti. Algo que tampoco es muy digno de alabanzas.
Por ello les aconsejo que en esta vida traten de rodearse de gente sana, gente que ni envidie ni trate de dar envidia, gente que no se preocupe ni por lo que los demás piensen de ellos, ni se compare con las personas de su entorno. Son las personas que mayores satisfacciones les darán y con las que, si hay otras afinidades, podrán llegar a tener una relación de verdadera amistad.
Y ya saben, la próxima vez que alguien no pare de alardear ante ustedes, pregúntenle: ¿Oye, qué te falta en tu vida para ser feliz?, o mejor aún, ¿En qué te puedo ayudar para que consigas ser feliz?. Seguramente no obtengan una respuesta ni cierta ni coherente (este tipo de personas no suelen poder ser felices casi de ninguna manera), pero lo que sí les puedo asegurar es que lo más probable es que esta persona, descubierto su juego y siendo consciente de que no sólo no da envidia sino que cada vez que alardea reconoce su propia infelicidad, no vuelva a intentar darles envidia a ustedes nunca más.
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Ilustración por @el_domingobot
Un pilar del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos o La vida que se nos escurre entre los dedos
Me sorprende profundamente cómo generalmente el ser humano es capaz de tener la felicidad delante de sus propias narices y no darse cuenta hasta que la pierde y ya es demasiado tarde para disfrutar de ella. Vivimos en una permanente huida de nuestro tiempo y de nosotros mismos en la que no tenemos tiempo ni de pararnos a pensar (motivo fundacional de este blog), ni de pararnos a disfrutar de la vida y de los que nos rodean.
En parte es culpa nuestra, y en parte no. En este frenético mundo del siglo XXI que nos ha tocado vivir, el sistema nos da unas anteojeras que cogemos gustosos para ponérnoslas, y nos mete en una rueda como la de los hámsters en la que día a día corremos y corremos para no llegar a ninguna parte. Así es, les guste o no reconocerlo. Y no digo “Sistema” como un ente aséptico en impersonal; no, el sistema está formado por personas, por nosotros mismos.
Una de las actitudes en las que podemos ver reflejado lo que les estoy contando es las aspiraciones y anhelos de las personas, lo que proyectan como el futuro y/o presente que les gustaría vivir o, al menos, aparentar. Es difícil en muchos casos llegar a conocerlo verdaderamente, la sinceridad en este campo a veces brilla por su ausencia, pero, como les voy a explicar, hay otros síntomas que nos permiten hacernos una idea.
Empecemos por los niños. Sí, esas almas incólumes que poco a poco pervertimos entre todos e incluso con parte de culpa de la genética que ellos mismos desarrollan. Siempre se les dice a los niños que “¡Qué mayor!”, “Ya eres mayor”, “Como los mayores”… poniendo un injustificado énfasis en hacerles abandonar prematuramente una infancia que les pertenece y que deben disfrutar en su momento, porque ya saben ustedes que no vuelve jamás. Casi todos los niños acaban viviendo en la ilusión de hacerse más y más mayores para poder tener acceso a todos esos privilegios (ejem) que va otorgando la edad en nuestra sociedad.
Pero sigamos con los adolescentes. Aquí el problema es que, aunque ya se creen mayores sin serlo en realidad, quieren ser adultos de pleno derecho. Es cierto que tratan por todos los medios de marcar su propia personalidad diferenciándose de los adultos de verdad, pero acaban adoptando de forma sutilmente alterada muchos de sus patrones de comportamiento y objetos de consumo. Quieren Smartphone, pero el iPhone es de carrozas. Quieren moda y salir de tiendas, pero tiene que ser una moda concebida y aceptada especialmente por ellos. Quieren relaciones interpersonales y de pareja que tratan de asemejarse a las de los adultos, pero relacionándose entre sí con jerga propia y nuevos conceptos de relación que muchas veces no son tan nuevos.
Prosigamos con los adultos. Tal vez sea la franja de edad que puede estar más a gusto consigo misma, puesto que están más acomodados, tienen satisfecha la mayor parte de sus necesidades básicas y no tan básicas, y lo que es en realidad el nudo gordiano: no tienen mucho tiempo para pararse a pensar. No obstante, también hay ciertos detalles que pueden llevarnos a pensar que les empieza a gustar en cierto modo aparentar una juventud que ya ha pasado. Es habitual hoy en día que, cuando llega el fin de semana, muchos adultos cambian totalmente de indumentaria y se visten con ropa que trata de asemejarse muchas veces a la efervescente y disruptiva moda adolescente. Sí, hay que decirlo, en lo que a moda se refiere, los adolescentes tienen una fuerte influencia hoy en día sobre los adultos. Y esto es muy significativo e indicativo de que, bajo esa capa de aparente autocomplacencia, hay una incipiente inquietud por la edad que se empieza a tener.
Y finalicemos con los mayores. La moda normalmente no es un hecho revelador en este caso, suelen vestir ropa más clásica, pero casi siempre hablan abiertamente de la nostalgia de otros tiempos, que es una nostalgia por otro entorno y muchas veces también, por la persona que eran entonces. No se equivoquen, no es que les gustaría volver a ser los de antes, añoran ciertas cosas, pero, de volver atrás, casi siempre dicen que les gustaría hacerlo sabiendo lo que saben ahora.
Para demostrarles hasta qué punto hay gente que vive en esta carrera hacia ninguna parte, les comentaré una situación que se me dio en el trabajo esta semana. Un compañero, bastante “ambicioso” profesionalmente por cierto, nos anunció que él y su mujer estaban esperando un bebé. Me alegré por él y le di la enhorabuena, pero lo que me sorprendió fue lo que me dijo a continuación: “Es que ya tenéis casi todos hijos y me estabais dejando atrás”. En confianza les reconozco que no doy crédito. No tengo calificativos para el hecho de decidir algo tan importante en la vida como el tener descendencia sólo porque todos los demás lo hacen y no queremos quedarnos los últimos en la tan mal concebida carrera de la vida. Es el triunfo de la ambición por llegar antes a la meta siguiendo el camino marcado, frente a la ilusión de la trascendental y vital decisión de traer libremente al mundo una nueva vida. Son extensiones del ansia personal que se acaban volviendo sin duda cadenas que nos mantienen atados a unas metas equivocadas, y no nos dejan disfrutar en plenitud de la felicidad que nos ofrece cada momento de nuestro paso por este mundo.
Visto todo lo anterior, la pregunta obligada es: ¿Es que no hay nadie que esté a gusto con la percepción de sí mismo y con la edad que le ha tocado vivir en ese momento?. Pues hay casos y casos, pero mayormente no. Este sinvivir de anhelos por otra cosa distinta a la que tenemos es algo muy rentable, puesto que cuando la gente no se acaba de sentir a gusto consigo misma, acaba en una vana carrera que trata de encontrar la felicidad que no tiene en donde no está, y terminan buscando pues la autorrealización a menudo en otras cosas, generalmente materiales y que cuestan dinero, pilar inequívoco de la importancia del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos.
Por ello me despediré simplemente diciéndoles que disfruten de cada etapa, cada momento y cada segundo de sus vidas. Salgan de la rueda del hámster. Alégrense por esa nueva palabra que han pronunciado sus hijos. Sonrían con su alma a la nueva gracia que se le ha ocurrido al lengua de trapo de su retoño. Sientan la intensidad de sus relaciones de pareja. Tomen a sorbos una caña bien tirada en una terraza del parque. Saboreen ese cocido de los domingos de sus madres. Congelen el tiempo en esos momentos. Disfruten del instante lentamente. Fotografíen con su mente las imágenes, las sensaciones y los sentimientos. Grábenlos bien bien en su memoria. No huyan de sí mismos. Vivan, sin más, vivan en el sentido más pleno de la palabra, porque los momentos pasan por delante de nuestras narices y no vuelven jamás.
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El escarnio público del emprendedor en España o La destructiva política del Lose-Lose
Hoy les traigo un post breve sobre un tema de psicología colectiva con evidentes implicaciones socioeconómicas. Toda mi reflexión al respecto empezó a raíz del coste de renovación de servicio que la famosa aplicación de mensajería Whatsapp está pidiendo a sus usuarios. Para los que no aún les ha llegado todavía el turno, les aclararé que el coste anual está en torno a los 80 céntimos. Apenas el coste de 6 mensajes de los antiguos SMSs, con el añadido de funcionalidades adicionales como enviar fotos, clips de sonido, ubicaciones… y todo con una base de usuarios, al menos en Europa, envidiable. El negocio está claro. Es un ejemplo por antonomasia del clásico Win-Win que se enseña en las escuelas de negocio. Visto así, se puede dar por descontado que la mayoría de los usuarios de Whatsapp deberían estar dispuestos a aceptar un pago tan reducido por un servicio tan útil. Pero no, no en España.
Puedo entender que haya personas que necesiten economizar en todos los aspectos de su vida tecnológica, puedo entender que haya personas que se conformen con versiones Lite y que renuncien a funcionalidades adicionales, puedo entender que haya personas que tengan como filosofía el software libre y su programación desinteresada y colectiva, puedo entender que no se quiera pagar ningún coste habiendo servicios similares que son gratuitos, etc. Puedo entender muchas cosas, y compartir tan sólo algunas. Pero no puedo entender lo que un conocido me comentó al respecto. Siendo una persona de economía holgada, me sorprendió que no estuviese dispuesto a renovar el servicio de Whatsapp, pero aún más me sorprendió su respuesta. Simplemente me contestó que había calculado que 80 céntimos multiplicado por 100 Millones de descargas en Google Play era mucho dinero, y que no quería dárselo a ganar a la empresa.
¿Les sorprende también esta respuesta?. Analicémosla con algo más de detalle, porque, como decía mi abuela, cuando algo no se entiende es que hay algo que no se sabe. Para empezar, hay que tener en cuenta que una aplicación como Whatsapp conlleva un esfuerzo de programación, una idea-concepto feliz que alguien tuvo en su día, un mantenimiento del servicio, etc. una serie de cosas que evidentemente conllevan una inversión de esfuerzo personal y económico que de una manera u otra es justo que se recompense. Pero no, no importa nada de esto, ni tan siquiera que se trate de un Win-Win como comentábamos antes. Lo único que importa es que no se quiere participar en hacer rico a un emprendedor, ni aunque se reconozca que sería merecidamente.
¿Y cuál puede ser la causa última de este comportamiento, máxime cuando se trata de personas con una buena situación financiera?. Dicho como se me dijo, la única razón que encuentro es el deporte nacional por antonomasia, y no, no me estoy refiriendo al fútbol. ¿Qué creen ustedes que puede hacer que una persona renuncie a un buen servicio con tal de que otro no gane cantidades, por otro lado, nada desdeñables?, ¿Qué puede llevar a una persona a ocurrírsele ponerse a calcular importes que a muchos otros ni se les ha ocurrido multiplicar?, ¿Qué puede hacer que alguien se enroque en el “yo perderé, pero tú vas a perder más”?… No sé ustedes, pero a las respuestas de estas preguntas sólo les encuentro lógica si las analizo bajo el prisma de la envidia. Es uno de los sentimientos más ancestrales de la humanidad, que en el caso concreto de España, en vez de reconducirse constructivamente, se torna en un sentimiento destructivo mediante el cual se prefiere incluso perder antes de que alguien gane algo, convirtiendo el citado y frustrado Win-Win es una destructiva actitud que podríamos denominar como Lose-Lose.
¿Les suena la cantinela?. A buen seguro que este tipo de actitudes las han sufrido ustedes también alguna vez en sus propias carnes, porque la envidia se manifiesta de muchas formas, y a veces incluso contra personas que no tienen una economía precisamente boyante. Hay personas que son capaces de envidiarles hasta por la forma que tienen ustedes de dar un paso, y que ni aunque les viesen debajo de un puente, serían felices. ¿Saben qué es de verdad lo que estas personas envidian de los demás?. No, no es el dinero. Lo que en realidad envidian es la felicidad que algunos irradian, que ellos confunden la felicidad que ellos alcanzarían si viesen satisfecha el ansia propia por acumular innumerables ceros en el saldo de su cuenta bancaria. Pero en realidad, cuando ven a alguien de capacidad económica limitada, pero feliz con su vida, no pueden soportarlo.
Y este tipo de actitudes, si bien son sentimientos inherentes a muchos seres humanos, como les decía, adquieren un matiz más generalizado y dramático en España, al menos más que en otros países de nuestro entorno. Personalmente creo que esta perversión de los sentimientos humanos tiene su origen en la cultura del éxito tan arraigada en la sociedad española, como comentábamos en el post «El ansiado y fatuo éxito profesional en España o Cómo la mayoría intenta ocultar sus errores», y que en muchos casos, cuando se llega a cierta edad sin ver las ansias personales cumplidas, en vez de ser reconducidas hacia actitudes positivas, en los casos de los grandes competidores de mal perder, el asunto degenera en una envidia que no permite vivir tranquilo al que la padece, ni aunque tenga motivos más que sobrados para sentirse afortunado.
No se rebelen contra lo que les estoy contando. Es algo que es así y que costará muchos años cambiar. Pero es evidentemente un punto débil en la psicología de esas personas, ya que sacan de sí mismos un aspecto clave de su felicidad personal y lo ponen a depender de factores externos y ajenos cuyo control se les escapa. Es algo que a nivel colectivo hay que intentar cambiar porque, en primer lugar, es motivo de infelicidad para quien lo padece, y en segundo lugar, obstaculiza el progreso y el emprendimiento de un tejido empresarial que lo último que necesita es que no se recompense a los pocos que son capaces de lanzarse a llevar a cabo una buena idea. Mientras tanto, lo único que pueden hacer ustedes es velar simplemente por su propia vida y la de sus más allegados, tratar de ser moderadamente felices y, sobre todo, que no se les note demasiado.
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La necesidad de creerse rico o Cómo ganar capital sin tener más dinero
Hoy les hablaré de una actitud que, si bien les puede parecer a algunos que es natural e innata en el ser humano, creo que es la causa de muchos males que aquejan a nuestra sociedad de hoy en día, y que debe ser corregida de raíz.
Empecemos el post con una frase introductoria de Oscar Wilde: “En estos tiempos los jóvenes piensan que el dinero lo es todo, algo que comprueban cuando se hacen mayores”. Dinero. Dinero. Dinero. Es lo único que hay en la mente de mucha gente, y en aras de conseguirlo se auto justifican todo tipo de actitudes y acciones. Como se entiende de la frase anterior de Óscar Wilde, nuestros jóvenes no son ajenos a esta tendencia: es alarmante la creciente proporción de niños que, al ser preguntados al respecto, confiesan que de mayor quieren ser “ricos”. ¡¿Ricos?!. ¿Acaso es eso una profesión?. Yo diría más bien que es una consecuencia, a veces fruto de denodados esfuerzos y, tristemente hoy en día, a veces indicativa de artes calificables por lo menos de poco éticas.
Es esta actitud a edades tan tempranas el germen último del problema. Y como los menores no pueden ser culpados por ello, queda que los responsables de los valores que se les inculcan desde bien pequeñitos somos los adultos, bien a nivel individual, bien a nivel colectivo. ¿Por qué digo que es éste el germen del problema?. Muy sencillo, suelen ser las metas que uno se pone en la niñez para su vida adulta lo que hace que muchos adultos cuando crecen se sientan más o menos realizados y satisfechos con la vida que llevan. El cómo se imagina uno su vida adulta en etapas tan tempranas, tiene una poderosa influencia sobre nuestra forma de pensar y de ver el mundo durante el resto de nuestras vidas.
Y como no todos podemos ser ricos, porque la riqueza es una percepción relativa por la que uno siempre mira hacia arriba comparándose con los que más tienen, de ahí la frustración que sienten algunos al hacerse adultos y evaluar sus malogradas ansias infantiles. Es esta frustración, y cómo el ser humano trata de evitarla o reconducirla, lo verdaderamente peligroso.
De ahí los dos errores más comúnmente cometidos por los frustrados ricos. El primero es no cejar en su empeño a cualquier costa, con lo que robar, corromperse, volverse un auténtico trepa… son medios que acaban siendo justificados para intentar poner algún cero más a la cuenta corriente. El segundo es vivir en un auto engañoso e ilusorio presente endeudando el futuro: créditos por encima de nuestras posibilidades. Ambas opciones me parecen censurables y auto destructivas, pero la segunda me da más pena que rabia. Les confieso que no deja de sorprenderme cada vez que veo a alguien con pocos recursos económicos comprarse por ejemplo un coche de alta gama a base de un crédito que le esclaviza durante muchos años… o, por tomar un ejemplo más reciente de consecuencias por todos conocidas, embarcarse en un crédito hipotecario de un piso que no puede pagar. Yo mismo, como persona de limitados recursos económicos, y viendo los precios a los que ascendía el importe de una vivienda media en este país en los años de desenfreno inmobiliario, opté por el alquiler como medio de vida, ante la imposibilidad, o más bien reconocimiento de mi incapacidad adquisitiva, de poder vivir en mi propia casa. No es éticamente criticable la actitud de aquellas personas que no actuaron como yo, y que se embarcaron en un crédito desproporcionado para adquirir su primera vivienda, más bien es algo digno de comprensión por la falta de una cultura o visión financiera que les habría evitado tan amargo trago, pero sí que es criticable la actitud de otras personas que compraban un piso “para invertir”, o que contrataban la hipoteca por el 120% del valor de tasación y se compraban dos coches de lujo, etc. Hay tantas caras de la convulsa etapa que hemos vivido recientemente que hay casos de desmanes para aburrir. Y eso centrándonos en los pequeños actores financieros. Porque entre los grandes hay también actitudes censurables por doquier: ayuntamientos que recalifican y dan permisos de construcción sin control ni previsión de demanda a cambio de Dios sabe qué, bancos que conceden hipotecas al 100% y 120% del valor de tasación, grandes fondos inmobiliarios que deciden invertir en España al calor de insostenibles revalorizaciones y que pusieron su granito de arena en la huida hacia adelante de los precios inmobiliarios, etc.
Todo ello son distintas manifestaciones del mismo mal que les exponíamos al principio: Money, Money, Money… Ésta es la rueda en la que muchos están metidos desde pequeñitos y de la que es tan difícil salir por sí solo, revirtiendo nosotros mismos en una realimentación por la que a su vez contaminamos a las generaciones más jóvenes. Aquellas metas, estas actitudes. Como decía Paulo Coelho en su libro El Alquimista: “Es precisamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que la vida sea interesante”… y es que hay gente que, cuando ve que se le pasa la vida y su sueño de ser rico no se realiza, toma parte activa y trata de conseguirlo por todos los medios.
Es cierto que posiblemente llevamos en parte en los genes esta ansia y ambición por ser más ricos, algo que sin duda hay que enseñar a reconducir constructivamente desde etapas tempranas, y es curioso observar cómo se encaja esta predisposición según culturas o países. Por ejemplo, en la meca del capitalismo, Estados Unidos, la mayoría de la gente piensa durante toda su vida que el día de mañana va a ser rica, y dicen que es por ello por lo que los votantes y políticos son tan propensos a propugnar un bajo nivel impositivo a las grandes fortunas: porque están convencidos de que algún día esa política les beneficiará. En cambio en España no prima esta visión a futuro, que supone cierta válvula de escape psicológico, sino que se suele optar por el cortoplacismo rabioso y querer ya en el presente, y a cualquier costa, ver las ansias hechas realidad.
Por otro lado, es divertido observar la evolución de patrones sociales con el tiempo. Esta necesidad de la mayoría por sentirse ricos, hace que las costumbres, servicios y productos que distinguen a los ricos tiendan con el tiempo a convertirse en objeto del mercado de masas, momento en el cual alcanzan su máxima rentabilidad capitalista, y cuando la clase media ve satisfecha parcialmente su ansia al adoptar patrones de comportamiento que hasta hace poco eran exclusivos de los más acaudalados.
Pero tenemos alrededor algunos casos que dejan entrever una luz al final del túnel, hay personas que consiguen salirse de esta espiral destructiva, a veces por madurez personal, y a veces porque han sufrido desgracias que les han cambiado la pirámide de prioridades y valores y que les hacen ver la vida de otra manera. Les confieso que el envidiable equilibrio personal al que llegan estas personas, y que algunos sólo conseguimos de forma parcial, es la verdadera felicidad a nuestro alcance.
Pero, ¿Es sufrir una desgracia la única forma de valorar los verdaderos motivos de felicidad que discretamente nos ofrece la vida?. Categóricamente: NO. Es el camino más corto una vez que hemos elegido un destino errado, pero no el único. Hay personas que llegan a esta conclusión vital por propia maduración temporal. Pero tampoco debemos resignarnos a conseguir esta verdadera felicidad tan solo cuando mayormente estemos llegando al ocaso de nuestros días y ya podamos disfrutar del nuevo estatus durante tan sólo unos años más. La educación, enseñando a los niños que lo necesiten a domar su fiera interior, reconducir sus frustraciones, ayudándoles a elegir un futuro correcto, y unos ídolos adecuados en los que verse proyectados, es el mejor camino para todos, a nivel individual y colectivo. Podemos enseñarles a admirar a un médico que ha inventado una nueva vacuna para curar el paludismo, en vez de a un futbolista cuyo único mérito es dar patadas a un balón. A admirar a una persona que ha ganado un premio nobel, en vez de a un famoso cuyo único oficio es ir a fiestas y salir en los programas de cotilleo. A admirar a una persona que dedica su vida a ayudar a los más necesitados en una ONG, en vez de a un banquero de supuesto éxito con una cuenta corriente astronómica y de prácticas poco éticas.
De todo lo anterior se deduce parte del título de este post. No centren sus vidas en ganar simplemente dinero, esfuércense por ganar capital humano, que aunque pueda sonar similar, son hoy en día términos antagónicos. Recuerden que el dinero no ha de ser un fin en sí mismo, sino que es tan sólo un medio que nos permite ciertas cosas. Además, si a lo que ustedes aspiran no se compra con dinero, posiblemente sean ricos desde ya. Y tengan en cuenta una frase de nuestros abuelos: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.
Me despediré insistiéndoles en que sean felices (de verdad), pero procuren que no se les note demasiado, porque los que han tenido la desgracia de errar en los medios (y a veces hasta en el objetivo) y no llegan a serlo, por muchos ceros que tengan en sus cuentas corrientes, si se enteran de que ustedes sí que son felices, no podrán soportarles…
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¿Hacia donde se dirigen nuestros sistemas socioeconómicos?
No les puedo discutir que tanto la Macroeconomía como la Microeconomía han avanzado drásticamente a lo largo de los últimos lustros. Gracias a ello tenemos toda una suerte de indicadores que miden el pulso de nuestras economías nacionales y de nuestras empresas, y que nos permiten articular en base a ellos las políticas económicas de nuestros países.
Hasta aquí todo de color de rosa. Pero obviamente, y más aún con los tiempos que corren, hay que admitir que el sistema dista mucho todavía de ser perfecto. Uno de los motivos que mantiene a nuestros sistemas socioeconómicos y a nuestras empresas alejados de un modelo mejor son los imponderables y la ocultación. ¿Que a qué me refiero con imponderables y la ocultación?. Pues a ratios e indicadores que, teniendo a veces una repercusión extraordinaria sobre la economía y la sociedad, o bien no se pueden medir, o bien no se quieren medir.
Les pondré un ejemplo de microeconomía sencillo para que me entiendan. Hace unos años, en la empresa de un conocido, empezaron a despedir a parte del personal. Sorprendentemente, después de haberles pagado religiosamente la correspondiente indemnización, a la mayoría de ellos les llamaban en unos días para contratarles a través de una consultora y que siguiesen realizando el mismo trabajo, que seguía siendo necesario desempeñar. El salario era el mismo, más el coste que para la empresa suponía el tener que pagar el margen de la consultora a través de la que se producía la nueva contratación. Aquí, ¿Dónde está el truco?. Es sencillo. La política principal de la compañía se basaba en aumentar la productividad. Todos los bonus de los directivos estaban, en mayor o menor medida, vinculados a mejorarla. Y dividiendo la facturación (que se mantuvo estable) entre el número de cabezas (que había disminuido pues los re-contratados a través de una consultora no constaban como parte de la plantilla) la cifra mejoraba, con lo que por entonces (supongo que ahora, quince años más tarde, estos cálculos microeconómicos habrán mejorado) se consideraba que la productividad aumentaba y todos los ejecutivos cobraban sus cuantiosos bonus. Tremenda falacia empresarial que mantuvo el tenderete durante un tiempo. Los indicadores que por entonces habrían permitido detectar esta situación a tiempo no eran exactamente imponderables, se podían medir, eran costes contabilizados al fin y al cabo, pero se ocultaban deliberadamente. Y como obviamente estas prácticas iban en contra del interés de la empresa, la realidad acabó por aflorar y manifestarse por otros vericuetos, y no quiero ni contarles lo que era esta empresa en su momento y lo que es hoy en día.
Este ejemplo microeconómico que les he expuesto, tiene muchos equivalentes en macroeconomía. Algunos son imponderables, difíciles o imposibles de medir a día de hoy, y otros son casos de ocultación de igual manera. Les puedo citar casos como por ejemplo la felicidad. Es una realidad que las políticas económicas de nuestros sistemas socioeconómicos se centran principalmente en un crecimiento del PIB con una baja inflación. Es la receta del éxito en el modelo capitalista occidental. Los esfuerzos anuales de nuestros políticos y de todos nosotros se centran en aumentar año a año el Producto Interior Bruto y la facturación/beneficios de las empresas para las que trabajamos, manteniendo los precios a raya. ¿Es esto lo que realmente queremos como sociedad?. ¿Realmente lo que buscamos en nuestras vidas es que nuestros países produzcan cada vez más y más?. Yo creo que es un sinsentido, pero no critico que se haga así, puesto que la alternativa lógica es un imponderable: la felicidad de los ciudadanos.
Hace muchos años que pienso sobre esta cuestión de esta manera, y me sorprendió gratamente como hace un par de años Sarkozy empezó en Francia un debate sobre un nuevo modelo de monitorización de la calidad de vida de la sociedad francesa, y sobre cómo se debía articular la evolución socioeconómica del país hacia una consecución de mejoras en dicha variable. No sé en qué momento dicha iniciativa se desestimó ni los motivos exactos que llevaron a ello, pero el hecho es que la cosa se quedó en agua de borrajas, es decir, en nada. Entiendo que si había voluntad política en un país occidental de abordar un cambio semejante, seguramente, el hecho de que la mayoría de los indicadores a desarrollar eran imponderables o subjetivos, llevó a seguir con el modelo actual, imperfecto donde los haya. El hecho de que piense así, es porque la realidad de la macroeconomía chocó frontalmente con la intención de Sarkozy. Piénsenlo detenidamente. ¿Cómo medir la felicidad de los ciudadanos?. Acaso no pueden ustedes ser felices un par de horas al día y otro par de horas sentirse unos desgraciados… la felicidad es algo muy voluble y subjetivo, tanto que su medición mediante encuestas, aunque sean en tiempo real gracias a la tecnología, es inviable.
Otro ejemplo al respecto puede ser también clarificador: Sarkozy se encontró con otra serie de variables que sí admitían su medición, como el acceso a una buena sanidad gratuita, una educación de calidad, etc. Pero bajo una apariencia más medible se ocultan realidades igualmente imponderables. ¿Cómo medir la calidad asistencial de la sanidad pública?, ¿Y una buena educación?. Estarán de acuerdo conmigo en que puede haber formas de medir estas variables, pero también es cierto que en ellas hay ciertas notas de subjetividad y de ocultación insalvables. ¿Cómo se puede saber a ciencia cierta cuando un cirujano ha cometido un error o ha hecho un diagnóstico correcto?. Un indicador de este estilo sería sólo una punta del iceberg, puesto que estos casos a menudo no salen de la mente del mismo médico, y aunque eso ocurra tampoco salen del servicio del hospital correspondiente. Sólo se actúa en casos evidentes porque son los únicos que se llegan a conocer, y la proporción entre evidentes y ocultados puede ser tan dispar que un indicador confeccionado sólo con los evidentes no tiene porque ser concluyente.
¿Y qué me dicen de una buena educación que decíamos antes?. De nuevo con este otro caso nos encontramos con indicadores que se pueden medir. Es obvio que una estandarización internacional de pruebas de matemáticas, lenguaje, etc. es posible, y se puede medir en base a ella el nivel educativo de cada país. De hecho esto se hace hoy en día y desde hace años. Pero, ¿Qué me dicen ustedes de otro tipo de enseñanzas subjetivas como la ética, la responsabilidad social, o el comportamiento adecuado en sociedad?. Estarán ustedes de acuerdo en que una parte de nuestra felicidad viene de tener una vida tranquila en nuestros barrios. De que no haya los típicos acosadores adolescentes aterrando a nuestros hijos, de que en las noches de verano no haya juerga y decibelios en la calle, de que a los ancianos se les ceda el asiento en el autobús… ¿Cómo se mide todo esto?, es parte de nuestra felicidad, pero no sabemos cómo justificarlo en cifras. Por no hablar ya de la subjetividad de algunos con respecto a la educación. Hay corrientes políticas que incluso no distinguen entre una buena educación objetiva, y la politización de la educación. Y es que, si lo pensamos bien, en ello les pueden ir sus futuros votos, con lo cual la imponderabilidad se mezcla con la ocultación en este punto. ¿No creen?.
Y démosle al asunto una perspectiva más amplia. Internacionalicemos el problema. ¿De qué sirve saber que Francia tiene un indicador de acceso a la sanidad de 65 si no hay serie histórica comparable ni indicadores similares de otros países. ¿Se pueden articular los designios económicos de un país sin estos dos puntos?. No por ahora. Pero si se internacionalizase el problema, y se fuese generando una serie histórica, aunque por unas décadas siguiésemos rigiéndonos por el crecimiento del PIB con baja inflación, sentaríamos las bases para en un futuro poder hacerlo de un modo más apropiado. Pero debe haber voluntad política para ello en una mayoría de países, caso que creo que no se da. Y además está el añadido de que, dada la subjetividad de algunos indicadores, la estandarización de los mismos para poder comparar entre países se torna un obstáculo difícil de superar. Es fácil medir con cierta objetividad el PIB o la inflación (relativamente, pero en todo caso en nuestros sistemas socioeconómicos ya están toda la macro y microeconomía enfocadas para recabar mensualmente estos datos), aunque, ¿Creen ustedes que es posible hacer lo mismo con la felicidad, la asistencia sanitaria o una buena educación por citar tres casos?. ¿Van a estar de acuerdo todos los países en cómo medir estas variables?, y lo que es más, ¿Es un alemán feliz por los mismos motivos que un español o un neozelandés?. Estos son los imponderables cuya invisibilidad hace que nuestras sociedades se dirijan hacia metas que no tienen por qué coincidir con lo que verdaderamente queremos en nuestras vidas.
Y por último hay otros imponderables, que si bien en algunos casos también son difíciles de medir, además son casos claros y evidentes de ocultación a nivel macroeconómico. Un buen ejemplo de ello es la corrupción. Obviamente el nivel de corrupción de un país permite hacerse una idea del grado de evolución de su sociedad, así como de la eficiencia en la dedicación de los recursos económicos públicos y privados a actividades que generen pulso económico productivo. Pero, ¿Cómo medirlo?. Al igual que en el caso de los errores médicos, un indicador de este estilo sería la punta del iceberg, puesto que la mayoría de los casos no saldrían de los labios ni del político corrupto ni del que pone el dinero para que se corrompa. Y dada la horquilla de lo impreciso de este indicador y la aleatoriedad de desviación de un mes para otro entre los casos de corrupción descubiertos y los reales, debemos catalogar este indicador como un imponderable. No obstante, es cierto que hay indicadores de organismos internacionales que intentan medir el índice de corrupción política de un país. Desconozco cómo de fidedignos son, pero aquí entra en juego el segundo calificativo de la corrupción, la ocultación. No hay interés político, salvo en contadas excepciones, en que estos indicadores alcancen un nivel de relevancia importante en la vida política y económica de un país, con lo que su repercusión real no pasa mucho más allá de una columna arrinconada algunos periódicos de vez en cuando.
Una vez expuesto todo lo anterior, simplemente quiero que se queden con la idea de que nuestras vidas se encuentran regidas por cifras macro y microeconómicas que no se traducen necesariamente en lo que buscamos: calidad de vida y felicidad. Y lo que es peor, que no hay ni consenso ni voluntad real, y a veces ni posibilidad técnica, de que algún día el modelo cambie de orientación. Conclusión, como decía mi abuelo: corremos como pollos descabezados.
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