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El respeto al valiente en la empresa o El desprecio por la fidelidad perruna

El otro día tuve una conference call en la que participaba uno de los directivos de alto nivel de la multinacional en la que trabajo. La situación era tensa. En un proyecto estratégico había habido un problema por parte un proveedor, cuya solución ahora requería realizar una serie de tareas adicionales, con el consiguiente impacto en la planificación de un proyecto con gran visibilidad en el consejo de administración de la compañía.

En la conference, tras discutir con el proveedor los nuevos requerimientos, conversación difícil porque trataban por todos los medios de intentar colocar la pelota en nuestro campo y pasarnos el problema de tener que realizar las nuevas tareas, llegamos a un acuerdo de mínimos para realizar al menos las tareas necesarias a más corto plazo. Una vez acepté los requerimientos más acuciantes del proveedor, la conference pasó a una segunda fase, menos peligrosa porque ya nadie intentaba volcar las culpas sobre mí, pero en la que la presión era mucho mayor. Tomó la palabra la directiva usuaria de alto nivel. Me pidió la fecha en la que las nuevas tareas estarían finalizadas. Mi plazo, que se ajusta al máximo a lo estrictamente necesario, fue de dos semanas. Aquello yo ya era consciente de que abría una vía de agua en el proyecto, pero es el tiempo mínimo que les cuesta a nuestro equipo llevar a cabo unas tareas como éstas. Se hizo un silencio sepulcral en la sala en la que yo estaba y en la línea por la que manteníamos la conference.

La directiva, desde su estratosférico cargo, decidió poner presión sobre mí. Me dijo que era un proyecto estratégico para la compañía, y que era muy importante que saliese en fechas. Mi segunda respuesta fue idéntica a la primera: necesitábamos dos semanas para realizar las tareas. Se hizo en la sala y en la línea telefónica un silencio más sepulcral aún que el primero; era un silencio realmente incómodo, y los que tratan con anglosajones saben lo violentos y peligrosos que pueden llegar a ser sus silencios. Por tercera vez la directiva de altos vuelos aumentó la presión de la caldera, esta vez hasta rozar el máximo, y me dijo vocalizando de forma anormalmente lenta y con voz tajante que era un proyecto crítico para la compañía y que no se podían permitir un retraso en el plan de proyecto. Para poner aún más presión sobre mí, añadió que estaba segura de que yo podía mejorar mis fechas, “¿Podéis hacerlo en una semana?”.

¡Qué iba a hacer yo!. No podía comprometerme con una fecha poco realista, primero porque iba a suponer para nuestro equipo una carga de trabajo inasumible, y segundo porque era un plazo que no podía garantizar. Durante el tenso silencio que siguió a continuación, llegué a la conclusión de que tenía que mantener el tipo ante la presión, ya que si aceptaba ese plazo, cuando probablemente no llegásemos a tiempo, el problema sería nuestro. Si por el contrario mantenía el plazo mínimo necesario, el problema era del que lo había creado: del proveedor que nos había pasado los requisitos incompletos. Así que, tras la larga pausa con ruido eléctrico de fondo en el altavoz de conferencias, volví a decir exactamente lo mismo que las otras dos veces anteriores: el plazo necesario para realizar las nuevas tareas es de dos semanas.

Se oyó a gente carraspear, algunos tosían incómodos, otros simplemente callaban. La directiva, no sé si sintiéndose agraviada, entonces pasó a otro estadio. Estrechándome el cerco,  se dirigió a mí con voz grave y me dijo que quería tener una conference call diaria conmigo todas las tardes para que le informase puntualmente del progreso de los trabajos. Aquello sonaba a algún tipo de amenazante actitud por la que me comunicaban que desde arriba me iban a estar mirando mi trabajo al milímetro. Ya sabemos lo que eso significa: al más mínimo contratiempo se entera hasta el presidente, y la culpa para el que suscribe, con el consiguiente riesgo de pérdida de mi puesto de trabajo. Como uno ya tiene una edad, mi respuesta fue de lo más diplomática, sin aceptar para nada la clara amenaza que se cernía sobre mí: “Me parece una idea fantástica. Así tendré la ocasión de informarle puntualmente y de primera mano sobre la evolución de nuestros hitos del proyecto”.

A partir de ese momento, el tono de la directiva dio un giro radical. Dejó de sonar tan pausadamente grave y amenazante, y pasó a ser más cercana y amigable. Con ella en línea, acabamos de definir con el proveedor los requisitos de las otras tareas que se necesitaban para más adelante. La directiva se dio cuenta de que el trabajo era crítico y complejo, sobre todo por las implicaciones que podría tener a posteriori si todo no estaba bien atado. Creo que también fue consciente de que nuestro nivel técnico y de gestión era de valorar. Y además, me consta que mi persistencia en mantener los plazos mínimos a los que me podía comprometer, pese a suponerle un problema grave en su proyecto, le hicieron verme más como un enabler que como un inútil obstáculo a superar en su camino.

Acabó la conference agradeciéndome amablemente a mí personalmente mi colaboración. No tuve más conferences con ella como las que había propuesto antes para hacerme un seguimiento intensivo. El proyecto evolucionó sin contratiempos y completamos nuestros hitos un poco antes de lo comprometido. La alta directiva me agradeció personalmente mi profesionalidad y dedicación, así como la del equipo con el que trabajé. Nos envió una felicitación expresa por escrito que acabó en el comité de calidad de la compañía. Unos halagos que no son muchas veces habituales en estos lares, por lo que su valor es más gratificante si cabe.

Las conclusiones que podemos extraer de todo esto son importantes, especialmente en el mundo de la empresa y en la relación con directivos con mucho poder. Este perfil de directivo está acostumbrado generalmente a la gente que asiente a todo, que nunca se atreve a decir que no a algo, aunque ese algo sea imposible. Pero no se equivoquen, precisamente porque esto suele ser la norma habitual nunca, repito, nunca valoran la fidelidad perruna. Es más, les infunde cierto sentimiento de desprecio. Cuando llega una persona y no cede ante ellos, siempre por supuesto respaldado por unos buenos motivos, inicialmente les despierta ciertas ganas de hacer redoblar su fuerza sobre el alma díscola que sobresale entre la masa servil. Pero, insisto, si los motivos son realistas y justificados, acaban sintiendo cierta admiración por ese mindundi que ha osado desafiar su autoridad y presión. Si ese mindundi demuestra además valía profesional, el directivo top-level se acaba poniendo en sus manos en aquellos aspectos que se le escapan por su visión de alto nivel.

Me despediré advirtiéndoles no obstante del riesgo de entrar en estas dinámicas, puesto que si uno trata con directivos con poder, y se comete algún error (que alguno todos cometemos a veces), las consecuencias pueden ser importantes para la carrera profesional propia. Tampoco caigan en confundir lo que les expongo con la resistencia automática y el impedimento gratuito. Los directivos suelen despreciar la fidelidad perruna, pero odian a los “Doctores NO”. Traten de ser enablers, diferenciándose claramente de los stoppers. Para ello, anticipen riesgos y peligros reales para así poder tenerlos en cuenta antes de que se materialicen en un problema; los directivos saben apreciar esto. Y sobre todo, recuerden que la patada para adelante no resuelve nada. Postergar un problema no va a solucionarlo. España es un país de lidias; sean valientes y cojan el toro por los cuernos. Recuerden que los directivos valientes suelen detestar la cobardía y, aunque a veces parezca que no se aprecia a corto plazo, en el largo plazo siempre se valorará que es mejor resolver el hoy que complicar el mañana. Porque no duden que el mañana siempre acaba llegando, y sólo los valientes se atreven a lanzarse a por él antes de tiempo.

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La dictadura de la mayoría o El democrático exterminio de las notas discordantes

Estaba el otro día haciendo deporte y escuchando música en mi Smartphone con una aplicación de streaming. Sonaba el vibrante “Hawkmoon 269” de U2, y recordé la épica cara B de aquel emblemático álbum “Rattle and Hum”. Pensé cuánto había cambiado desde los ochenta el panorama musical y cultural (en mi modesta opinión para peor), y acabé llegando a la conclusión de que la música y la cultura sólo son la punta de un iceberg, en el que a menudo no reparamos, pero que esta teniendo una creciente influencia en nuestras vidas y sociedades.

Mucha gente de mi generación y anteriores está totalmente de acuerdo en que la década de los ochenta, y las inmediatamente anteriores, fueron décadas muy productivas y constructivamente creativas en casi todos los planos. Y en este post me gustaría reflexionar con ustedes por qué hemos ido a peor en este aspecto, y qué podemos hacer nosotros como individuos para remediar este grave problema.

Ya que hemos empezado con el mundo de la música, sigamos con él, porque las conclusiones a las que lleguemos verán como nos valen para un amplio espectro de aspectos socioeconómicos. Hace tan sólo unos lustros, todos nos comprábamos un LP, y solíamos escucharlo concienzudamente. Había un canal de comunicación directo del artista al consumidor, por el cual uno escuchaba su obra como conjunto, y esas “Caras B” que a menudo de primeras resultaban un poco ásperas de escuchar, tras perseverar en escucharlas, muchas veces se volvían en una joya cultural para nuestros oídos. A eso lo llamo yo que el artista nos ha transmitido algo más importante que su propia música: desde su especializada y profesional posición, ha contribuido a educar nuestro sentido y gusto musical, haciéndolo evolucionar, y a nosotros personalmente con él. Hoy en día esto no ocurre. Casi todo el mundo añade a su playlist el hit de cada disco nuevo, y como mucho escucha el disco completo de pasada y se guarda tan sólo las dos o tres canciones más pegadizas. La música ya no es un canal de comunicación, sino un mero producto de consumo. La gente no admira una obra, sino que rellena el ambiente o su vida con una melodía de fondo que simplemente le regala a sus oídos algo fácil de escuchar. En el mejor de los casos, se escucha música con la utilitaria intención de alegrarnos algún instante o cambiarnos el estado de ánimo.

Vemos pues como el panorama musical está aquejado de los mismos problemas que nuestra sociedad en general. En este mundo todo es reflejo de todo. Con este ejemplo en clave de sol vemos una vez más cómo el cortoplacismo, cómo la recompensa instantánea, cómo el utilitarismo, prevalece totalmente hoy en día sobre el educar a largo plazo, sobre el esfuerzo por ir domando poco a poco los sentidos y las conciencias, sobre la evolución sin una utilidad u objetivo más allá del mero progreso.

Al igual que en el post de ”La Muerte de Darwin o ¿Tiende el hombre a su auto extinción?” les hablé del peligro de que el ser humano cercenase la biodiversidad del planeta, les hablo ahora del gran peligro que supone que nuestra sociedad haya entrado en una espiral de suicida homogeneización cultural, ideológica y social, que diezma letalmente la diversidad en nuestros sistemas socioeconómicos. La diversidad es totalmente necesaria, fomenta la creatividad y, lo que es más importante, recuerden que el futuro es totalmente impredecible, y al igual que un gen extraño y aparentemente sin utilidad puede suponer en unos años la supervivencia de una especie, una idea aparentemente improductiva puede suponer en unos años la supervivencia de nuestra sociedad.

Esta letal homogeneidad se ve en múltiples aspectos de nuestras vidas. Desde el mundo de la cultura que nos ha servido de entradilla, al mundo de la moda, pasando por la política, los mercados, las ideas… como me decía una amiga compositora y cantante hace unas semanas cuando le expuse algunas de estas ideas: el marketing está matando la música, y yo añado que el marketing no sólo está matando la música, lo está matando todo. Todo está siendo homogeneizado por la dictadura de la mayoría, que en la práctica se está traduciendo en un democrático exterminio de las notas discordantes que debería haber en todos los aspectos de nuestras sociedades. Todo producto, toda prenda de vestir, toda canción, toda obra, toda idea… antes de ser lanzada al mercado, a las vallas publicitarias y a los telediarios, pasa por el implacable escrutinio del marketing, cuyo único objetivo es llegar a la mayoría de los individuos. Normalmente se obvia y se pasa por alto toda idea que se salga de la generalidad. Esto acaba siendo como la pescadilla que se muerde la cola, y supone en la práctica una implacable apisonadora que aplana nuestras mentes haciéndolas peligrosamente similares, con el único fin de paquetizarnos a nosotros también como consumidores, de tal manera que, cuanto más grande y homogéneo sea el paquete, más rentable resulta dirigirse a él para venderle.

Podríamos decir que hoy en día, a todos los niveles de nuestra sociedad, vivimos en la era del pensamiento único democrático, en el cual el marketing de la mayoría va imponiendo a casi todos sus homogéneos principios, que tras tanta generalización se acaban volviendo de color gris mortecino. Pero no desesperen, la tecnología y el progreso que aún nos queda ha abierto una puerta a la esperanza. Como les expuse en el post «La Teoría del Caos 2.0 o La potencialidad de un comentario en las Redes Sociales«, las redes sociales y su rápido y alto impacto en nuestras sociedades, permiten que una idea individual a priori limitada a un único individuo, pueda rápidamente propagarse por todas nuestras conciencias y pueda cambiar el parecer de toda la sociedad en tan sólo unas horas. Esto es algo que se empieza a intuir en determinadas instancias, y desde aquí les auguro que el próximo (sino actual) campo de batalla de la democracia se librará en las redes sociales. Hay que dar un pequeño golpe de timón a nuestras sociedades, y corregir el rumbo para volver a dirigirnos hacia la verdadera democracia, que es algo distinto a la dictadura de la mayoría hacia la que nos estamos desviando poco a poco. Hay que matizar que diversidad no debe ser sinónimo de autodestrucción, y que desde la tolerancia hay que saber restringir preventivamente los radicalismos. El mundo de los años 80 consiguió este caldo de cultivo de ideas, no veo por qué no vamos a poder conseguirlo de nuevo ahora.

Me gustaría despedirme hoy recordándoles el incalculable valor de la creatividad, de la imaginación, de la excepción que confirma la regla, de las voces disonantes, de las notas discordantes… en resumen, el valor de las ideas. Esas ideas que hoy en día algunos prefieren que se las den hechas, eso sí, con un envoltorio muy bonito, a un precio módico, y a poder ser sin que les hagan pensar mucho, por favor. No saben lo extremadamente peligroso que esto puede resultar. Mantengan siempre un constructivo espíritu crítico con ellos, pero guarden como oro en paño a aquellos que piensan diferente, nunca se sabe cuándo el futuro nos va a hacer necesitar sus ideas.

(Y ahora les voy a pedir un favor, sigan pensando en este último párrafo mientras se ponen la canción «I will survive» de Gloria Gaynor hasta que se raye el disco, digo, hasta que se borren los bits. Es una estupenda banda sonora ochentera para lo que quería transmitirles hoy: «But now I hold my head up high! […] And I’ll survive! I will survive!»)

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El Mundo Feliz de Aldous Huxley como imperativo socioeconómico o La ingeniería social en una raza de superdotados

Hace unos días publicaron un interesante artículo sobre cómo la ingeniería genética podría conseguir super-humanos con coeficientes intelectuales de hasta 1.000 puntos. Pero antes de abordar un cambio tan radical, deberíamos plantearnos cuestiones éticas y socioeconómicas de vital importancia para la sostenibilidad y la justicia en las sociedades humanas. El artículo en cuestión es “Superintelligent humans with IQ of 1000”.

Me gustaría antes de nada resumir a grandes rasgos los aspectos de la magnífica y visionaria obra de Aldous Huxley “Un Mundo Feliz”. En ella el autor teoriza con una sociedad en la que engendran artificialmente individuos diseñados genéticamente con una capacidad intelectual segmentada. Hay varios tipos de perfiles, y cada cual tiene una inteligencia pre-establecida. De esta manera, cada individuo perteneciente a cada perfil tiene pre-diseñada su evolución laboral y profesional en la vida, acorde a sus aptitudes. Con ello, en este mundo feliz, no hay insatisfacción social, no hay lucha de clases, no hay ansia profesional desmedida… Cada cual aspira sólo a lo que puede aspirar en base al intelecto que la ingeniería genética le ha dado. Este mundo feliz de Huxley es una bonita teoría con implicaciones éticas que sin duda son lo más importante del asunto.

Ahora bien, volviendo a la noticia que nos ocupa, ¿Sería sostenible una sociedad en la que todos los individuos tuviesen un coeficiente intelectual de 1.000?. La primera respuesta debería ser un NO rotundo. En líneas generales, se podría pensar que la proporción de mentes alienadas desempeñando trabajos para los que están sobre-cualificados sería insostenible, con todas las implicaciones e impacto social que ello conlleva. Pero pensando un poco más allá, la respuesta debería ser un NO con matices. Con matices porque por un lado la robotización de las labores fabriles más alienantes es un factor en continua expansión, y por otro porque incluso hoy en día tener un coeficiente intelectual alto no es garantía de nada en el mundo laboral: estamos ya rodeados de personas muy inteligentes que están desempeñando tareas totalmente alienantes.

Por otro lado, también es cierto que es mucho más alienante apretar tuercas con un coeficiente intelectual de 100 que si se tiene uno de 1.000. Y también es cierto que hoy en día la disparidad tanto de coeficientes intelectuales como de otras aptitudes humanas hace que haya una heterogeneidad en la sociedad que permite (o debería permitir) una selección más eficiente de cada perfil de candidato para cada puesto en cuestión. Ambos factores se tornarían perversos en un mundo diseñado genéricamente y con sólo coeficientes de 1.000. El nivel de frustración sería insoportable para los individuos que se dediquen a los trabajos más alienantes, y la homogeneidad intelectual haría que los procesos de selección fuesen injustos por naturaleza, puesto que la mayor parte de los candidatos podrían hacer el trabajo de forma cuasi-óptima, y la selección probablemente se volvería discriminación.

Mención aparte, y en cierta medida admiración, merecen aquellos individuos a los que, siendo muy inteligentes, no les aliena desempeñar trabajos para los que están sobre-cualificados, porque han aprendido a valorar y disfrutar de la vida en otros planos que no sean el laboral, y para los que el trabajo es simplemente un medio que les da recursos para hacer lo que realmente les realiza. Les daré la razón en que hay pocas personas así en nuestras sociedades, y también en que se puede disfrutar igualmente fuera del trabajo con el dinero que éste nos reporta, pero eso no quita que además podamos tener un trabajo que también nos haga disfrutar durante nuestra jornada laboral.

Entonces habíamos llegado al punto en el cual creemos que una sociedad diseñada genéticamente para tener en su conjunto un coeficiente de 1.000 no es viable, al menos de momento, pero, ¿Es algo que podamos evitar?. Piensen ustedes un poco sobre el tema. Para empezar hay regímenes en el mundo donde la justicia y la ética brillan por su ausencia, y además ni siquiera construir un mundo ético y justo está entre sus objetivos. Si a esto añadimos el hecho de que para un país en concreto es una gran ventaja competitiva disponer de una población con coeficiente intelectual 1.000 cuando los demás países no lo tienen, ya tenemos en la coctelera todos los ingredientes para un coctel de alta graduación: siempre va a haber un primer país que se lance a ganar esa ventaja competitiva y empiece a “crear” población con genes de coeficiente 1.000. A partir de ahí sólo hay dos opciones: los países que no puedan o no quieran ir por ese camino, y los países que se lancen a la carrera con ése mismo objetivo 1.000. Seguramente habrá casos de ambos lados, pero obviamente los que no acaben teniendo una población con coeficiente 1.000 serán países automáticamente discriminados en casi todos los aspectos, siendo origen de desigualdades y una nueva forma de injusticia internacional. La brecha de este futuro es una brecha intelectual, y se mide en genes manipulados.

Si éste es un futuro inevitable, y además es un futuro de dudosa ética, justicia y sostenibilidad, ¿Qué podemos hacer para evitar los posibles problemas o al menos minimizarlos?. Ahí está la solución, tal vez las opciones no sean tan negras como las pintamos, puesto que hay una nueva disciplina que abrirá toda una gama de grises que hay que conseguir: la ingeniería social. Sí, amigos, sí, he aquí una nueva ciencia que sin duda en unos años será fundamental para la estructuración de nuestras sociedades. Para que una sociedad sea sostenible deberá regirse por ciertos principios aún por formular y, lo que es más arriesgado, aún por comprobar.

Pero un momento, ¿Acaso la selección genética de Huxley que determinaba el coeficiente intelectual de cada estrato social no era una forma de ingeniería social?. Sin lugar a dudas, sí que lo era. Aunque hoy en día hay muchos más aspectos, opciones y tecnologías sobre la mesa para sentar las bases de esta incipiente ingeniería social, léase por ejemplo las redes sociales. Sin duda, la anticipatoria visión de Huxley está ahí, y seguro que el resultado final de algunas sociedades no difiere mucho de lo que él imaginó. El campo de batalla está marcado, de todos nosotros depende poner las reglas del juego a tiempo, eso sí, mucho me temo en que, en algo tan importante geoestratégicamente, siempre va a haber alguien que juegue con las cartas marcadas. De ahí el riesgo casi cierto, y lo negro de los nubarrones de este futuro que les he pintado. Tal vez sea mejor vivir feliz en la ignorancia del infradotado que vivir alienado en la capacidad del superdotado. Decidan ustedes por sus hijos, de tener que tomar esta decisión por ellos no les librará nadie en el futuro, porque ellos nacerán producto ya de una u otra opción: alea jacta est.

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Por qué a veces a los ricos también lloran y no se les reconoce nada o Cómo el deporte nacional roza a veces lo inhumano

Éste no pretende ser un post clasista. Tampoco pretende justificar algunas actitudes injustificables de algunas personas, sean ricas o no. De verdad, no pretendo nada más que contarles un caso concreto que me cae muy cerca y reflexionar sobre ello, porque el tema es más general de lo que parece y tiene mucha, pero que mucha miga.

Unos amigos tenían un negocio familiar que con el paso de las décadas fue a más. Acabó siendo una Pyme con varias tiendas y una buena imagen de marca. Antes de que la crisis arrasase España, decidieron vender su empresa, y obtuvieron por ello una buena cantidad de dinero. Por otro lado, he de decirles que se trata de una gente excepcional. Son educados, nada prepotentes, ni rastro de ningún sentimiento de superioridad, tratan a todos como iguales, siguen haciendo su vida sin cambiar sus costumbres desde hace cuarenta años, no les gusta alardear, ni son gastadores en absoluto. A buen seguro que tienen sus cosas malas como todos las tenemos, pero es del tipo de gente que yo catalogo como que merece la pena.

A sus hijos y nietos les han enseñado la misma educación que ellos tienen, y los niños están acostumbrados a que todas las tardes de verano, tras la piscina, sus padres abren la puerta de su garaje (que da al jardín de su urbanización) y ellos tienen que compartir sus juguetes con todos los niños. Lo que ocurrió una de las tardes del pasado verano realmente me sorprendió. Después de estar jugando todos los niños con los juguetes de los hijos de estos amigos, los padres dijeron que era tarde y que había que recoger. Entonces el hijo mayor le dijo a otro niño que si le ayudaba a recoger sus juguetes, con los que ambos habían estado jugando juntos. El niño le hizo la burla y le espetó: “No, porque vosotros estáis forrados”, y se fue a su apartamento. Piensen en ello detenidamente, que el tema trae cola. No les digo esto precisamente por la actitud del niño en concreto (se trata de niños que ni tan siquiera son adolescentes y a los que no se les puede culpar), sino por lo que oyen en su casa y por lo que sus padres les enseñan desde su más tierna infancia.

El problema ya no es este hecho concreto que les estoy relatando. El problema es que esta familia tropieza con este tipo de actitudes bastantes veces; no es un hecho puntual. Permítanme insistir en que no estoy defendiendo ni a ricos ni atacando a las personas con capacidad económica más limitada. Simplemente les estoy contando el caso concreto de una familia que, en mi humilde opinión, recibe un trato injusto, y que es algo más habitual de lo que a priori cabría esperar.

Inevitablemente estas actitudes me han recordado a algunos comentarios que criticaba @dlacalle tras la muerte de Rosalía Mera. Sin saber sobre esta mujer más que lo públicamente conocido, parece ser que fue una persona que se preocupó bastante por los más desfavorecidos. A su muerte llegué a leer tuits fuera de lugar que decían que ya ves como el dinero no lo da todo, y que ahora vendrá otro y ocupará su lugar. Con la difunta aún caliente, no era momento de hacer este tipo de comentarios, y tengan en cuenta que ni siquiera entro a juzgar su contenido, sino el por qué alguien dice algo así en esos momentos.

Y no se confundan, como decía mi abuelo, hay de todo en todos lados, y también hay muchos ricos despreciables, pero este post no va de ese tema, ni tan siquiera va de qué tanto por ciento de los ricos son personas censurables. Yo soy el primero al que verán criticar a personas, ricas o no, que sean inhumanas, que se crean superiores, que no sean empáticas, que no traten de ayudar a los que les rodean, etc. Pero también tengo muy claro que hay gente que está deseando que los que tienen dinero cometan algún error para poder criticarles con agresividad, y si no los cometen y no les pueden criticar abiertamente, como en el caso de nuestros amigos, pues o bien se lo inventan, o bien les odian en silencio por el mero hecho de tener más dinero que ellos, sin necesitar más justificación.

Pensando un poco más allá, se darán ustedes cuenta de que la conclusión final debe ser que, independientemente de que tengan ustedes dinero o no, si les ven felices, a sus hijos puede que les digan también que no les ayudan a recoger los juguetes que han compartido. Y digo “independientemente del dinero que tengan” porque algunos se confunden y les parece que persiguen la felicidad que creen ver tras la riqueza, pero en realidad la envidia no entiende de ceros en la cuenta corriente, sino de las muescas que los momentos que nos hacen felices van labrando en nuestros corazones. A nuestros amigos, los que les envidian les envidian porque creen que con ese dinero ellos serían felices. La gente busca la felicidad, y el error es creer que el único camino a la felicidad pasa por ser ricos, cuando en realidad la riqueza sólo es (a veces) un ingrediente más de una receta que es totalmente diferente para cada persona: lo que le hace feliz a su vecino no tiene por qué hacerle feliz a usted. Como ya les he dicho en alguna otra ocasión, traten de ser todo lo felices que puedan, pero procuren que no se les note demasiado. Si no, lo mínimo que les puede pasar es que sus hijos tengan que recoger ellos solos muchos, pero que muchos juguetes.

Y no olviden que estos hechos que les relato son tan sólo la punta del iceberg. En tiempos de tranquilidad, el límite suele ser que te suelten alguna delatadora fresca como la que le soltaron al hijo de nuestros amigos. Pero en tiempos revueltos, no duden en que veríamos como hay algún individuo resentido que pretende hacer pagar muy caro a los demás los odios propios que lleva reprimiendo durante años.

Napoleón decía: “La envidia es una declaración de inferioridad”. A lo que yo añadiría que además es algo propio de gente de mal perder. Admito que la gente envidiosa es más digna de compasión que de otra cosa, pero también es cierto que, en algunos casos, en muy difícil llegar a sentir compasión por estos individuos, porque los hay que, en su injustificado afán vengativo, tratan de hacer todo el daño que les es posible. Sin más. Recuerden que al lobo siempre se le ve el rabo por algún lado, y que en este caso el rabo es de un delatador color verde intenso.

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iPhone vs Android o La reticencia a reconocer que hay una opción mejor

Hace tiempo que he detectado que a muchos usuarios de iPhone no les agrada demasiado que se empiece hablar de las maravillas de Android. A buen seguro que si hablase de las maravillas de iOS ocurriría tres cuartos de lo mismo con muchos usuarios de Android. Suele ser políticamente incorrecto hablar con pasión de tu opción tecnológica de Smartphone, puesto que es frecuente que haya susceptibilidades que se sientan heridas, ya que están plenamente convencidas de que su opción es la mejor y con diferencia.

Últimamente he observado la misma actitud con las aplicaciones. Yo no soy una persona que se instale la primera aplicación que se encuentra; trato de probar las distintas opciones, indagar, leer posts con comparativas, etc. Por ello a veces ha habido aplicaciones que ya he desechado por ciertos motivos, optando por otra opción similar. Cuando veo a algún amigo que usa una aplicación, a veces surge el tema de la aplicación que usa en concreto, y cuando expongo mi punto de vista y por qué opté por otra opción, a veces noto cierta resistencia al cambio que no acabo de ver del todo justificada ni coherentemente razonada. O las desventajas de la aplicación que ya tiene son demasiado evidentes, o si no la suele defender sin muchas reservas. Obviamente cada cual puede usar la aplicación que le apetezca sin tener que dar ninguna explicación al respecto, pero me llama poderosamente la atención la cerrazón de algunos ante una opción que puede ser mejor y facilitarte más la vida.

¿Por qué se da esta situación habitualmente en nuestro entorno?. En algunos casos puede ocurrir que exista cierta pereza tecnológica por empezar a usar otra aplicación con otro interfaz, y con la que “hay que hacerse”, pero creo que no acaba de ser una justificación al 100% salvo en caso de personas mayores u otros casos con poca capacidad de adaptación tecnológica. Además, las aplicaciones de hoy en día suelen caracterizarse por su facilidad de uso, y por tener un interfaz por lo general bastante intuitivo. ¿Cuál es entonces el origen de esta resistencia al cambio?. No les voy a contestar todavía, les daré alguna pista más. ¿Acaso esas mismas personas que se muestran reticentes a siquiera evaluar una aplicación distinta a la propia no adoptan radicalmente otra actitud cuando esa nueva aplicación la han descubierto por sí mismos en Google Play o en la Appstore?. Por lo que yo he podido observar en mi entorno, si el descubrimiento parte de ellos, la actitud es radicalmente diferente, y pasan de la resistencia ante lo que les propone otro, a la defensa y el proselitismo de la nueva aplicación que acaban de descubrir. Se puede decir que hasta están emocionados por el uso que pueden hacer de la nueva aplicación, vamos, como un niño con Smartphone nuevo.

Visto lo anterior, mucho me temo que la resistencia de la que hablábamos se debe pues a una cierta dosis de orgullo, un “lo mío es lo mejor”, un “lo he descubierto yo primero”, una cierta sensación de inferioridad porque tenga que venir otra persona a descubrirle algo nuevo sobrentendiéndose que vivía en la ignorancia… Vamos, actitudes poco positivas que no hacen sino poner freno a un progreso tecnológico que debería centrarse en reconocer la mejor opción en el mercado y darle un market share acorde a ello. No les digo que esto no acabe ocurriendo de una manera u otra, pero es un proceso mucho más lento de lo que debería ser, y que ocurre cuando las cosas se caen por su propio peso y cuando las desventajas de mantenerse anclado a opciones peores implica tantos inconvenientes que es mejor tragarse el orgullo y optar por aceptar aquella sugerencia que nos hizo un amigo hace meses, normalmente sin reconocerlo explícitamente.

Pero hay algo de información útil para emprendedores que podemos sacar de todo esto. El emprendedor que consigue colar su aplicación en nuestros smartphones, tiene ya hecha una parte importante del camino a la popularización. Aunque su aplicación no sea la mejor desde el principio, si cumple unos mínimos de calidad, novedad y funcionalidad, ya tiene un punto importante ganado, puesto que va a encontrar cierta dosis de fidelidad per se. La gente concede cierto margen de tolerancia a una aplicación que han descubierto ellos mismos y que se acaban de descargar (al menos si es gratis y no están pendientes del plazo de devolución del importe en Google Play o la Appstore). Esto obviamente no implica que el tiempo no acabe poniendo las cosas en su sitio, y si no los emprendedores no se esfuerzan por poner su aplicación a la cabeza en cuanto a funcionalidad y servicio, acabarán viendo cómo sus usuarios optan por una aplicación mejor de uno de sus competidores.

Y lo importante es que estamos hablando sólo de iPhones y Androids o de Apps, pero estas actitudes son generalizables al conjunto del comportamiento del día a día de algunos. De todas formas, todos podemos ser así en cierta medida dependiendo del contexto, por lo que tenemos que esforzarnos por mantener una mentalidad abierta al cambio y auto-concedernos la libertad de poder elegir libremente la mejor opción sin ataduras irracionales. Lo contrario es una rémora para el progreso, tanto tecnológico como social e intelectual. Además de tener clara la meta a alcanzar, también es importante la predisposición a caminar.

Me despido de ustedes con una cita: decía Joubert que los que no se retractan nunca se aman más a sí mismos que a la verdad. Y los hay que no se retractan ni tan siquiera por el egoísmo de poder empezar a utilizar una aplicación sugerida por un amigo, aunque les pueda cambiar la vida a mejor. En este tipo de personas, estarán ustedes de acuerdo en que esto es sólo la punta del iceberg.

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El cáncer del interés personal sobre el general o La falta de sentido de la responsabilidad colectiva

Como les ocurre a muchos de mis conciudadanos, dada la actual y profunda crisis por la que atraviesa España, pienso habitualmente sobre cuál es el origen del verdadero problema que nos ha traído hasta aquí, y cómo se podría solucionar, o al menos, evitar que vuelva a ocurrir.

Supongo que a estas alturas de la película, estarán ustedes de acuerdo en que el carácter económico de la actual crisis no es más que la punta del iceberg, tan solo un síntoma de una enfermedad mucho más grave, con raíces profundamente arraigadas en la clase política y parte del resto de la sociedad española. Sí, hablamos de un cáncer, una enfermedad que no me atrevo a decirles si algún día seremos capaces de superar pacíficamente o no, pero que en todo caso es una enfermedad seria y bastante más extendida de lo que a priori cabría pensar. Y digo cáncer por su carácter ya generalizado, y porque cada vez que se quita un tumor vuelve a aparecer otro provocando los mismos síntomas en un paciente que cada vez tiene menos paciencia.

No me argumenten que nosotros ya hemos pasado lo peor. Esta afirmación me parece demasiado atrevida. Tal vez hayamos tocado fondo y estemos patinando en él, pero es un fondo en el cual, si no se mejoran muchas cosas, podemos permanecer mucho tiempo… por no hablar de que, si no se toman las medidas correctas a tiempo, nuestra economía podría sondar nuevas profundidades. ¿Por qué digo esto?. Muy sencillo, las condiciones económicas actuales son excepcionales, ha habido inyecciones masivas de dinero por parte de ciertos bancos centrales. Un dinero que se ha impreso y cuyos tenedores han salido por todo el globo a la caza de rentabilidades. Ello ha derivado en una burbuja colosal en bonos gubernamentales de los países más desarrollados, los safe havens que ya no lo son, pero también de optimismo desaforado en bonos de países no tan seguros, como es el caso de España. La situación económica actual, en la que parece que las tensiones se han relajado, es un mero espejismo provocado por un mercado inundado de dinero. Y no olviden que el papel moneda es papel mojado, no tiene ningún valor más el que se le quiera dar, y su escasez o abundancia es uno de los factores que más influyen en ello.

Está claro que ha habido en toda esta crisis un problema de gestión, y la gestión es responsabilidad de nuestros políticos, pero… ¿Quién les elige?. Ahí radican los problemas de nuestra sociedad, que van más allá de lo que se ve a simple vista. No eximo en absoluto de culpas a una clase dirigente que no dirige más que en base a sus intereses personales pero, nos gusten o no, están ahí porque nosotros les elegimos. Si me dirijo a ustedes y les hago notar su responsabilidad personal, es porque ustedes y sus valores son la única esperanza para solucionar este lío tremendo. Ya he desistido de intentar apelar a la responsabilidad de nuestros políticos: parecen no querer tener solución. La peor consecuencia de una corrupción generalizada es que también se corrompan los ciudadanos. Resistan, no renuncien a su honradez. Dejen la corrupción para los corruptos, y vuelvan a sentirse orgullosos de tener un expediente inmaculado.

Seguro que si les voy citando miserias de nuestra sociedad son capaces de reconocerlas. Seguro que si reflexionan un poco, aceptarán que esas miserias afectan a la forma de pensar de ciudadanos que tienen derecho a voto. Seguro que podemos afirmar que, además, algunos de esos ciudadanos llegan a dirigentes. Esto es una peligrosa y contaminada cadena de valores equivocados que transmite muchos problemas que ya hemos analizado en posts anteriores: la cultura del éxito (monetario) rápido y sin esfuerzo, la poca tolerancia al fracaso, el poner el interés personal siempre por delante del interés colectivo, el no valorar ni ser capaces de tomar decisiones tan sólo porque son por el bien común, el cortoplacismo, la corrupción y el amiguismo, la ambición, la mentira, el pretender llevar siempre razón, el no tener capacidad de autocrítica y no reconocer nunca los propios errores… y así hasta un largo etcétera. Son evidentemente cualidades que fácilmente encajarán en muchos de nuestros dirigentes, pero si se fijan bien, también en muchos de los círculos sociales en los que se mueven. Y hay un factor más que me gustaría destacar: el no reflexionar y no pararse a pensar antes de decidir cosas importantes; si me permiten la licencia, les pondré este blog como ejemplo de intento personal para solucionarlo.

En lo que se refiere a nuestros dirigentes, si se dan cuenta, el quiz de la cuestión radica en que hoy en día muchos hacen, prensa mediante, que su interés personal acabe pareciendo ser el interés común. Según el concepto que yo tengo de la política, la realidad es que esta relación debería ser exactamente a la inversa: el político debe hacer que el interés común acabe siendo su interés personal. Y no se olviden de que además esto deberíamos hacerlo extensivo al conjunto de los ciudadanos y agentes socioeconómicos. Es algo que existió en otros momentos de nuestra historia reciente, por ejemplo en la transición, y a lo que me resisto a renunciar por mucho que la triste realidad se empeñe en hacer parecer que es algo inalcanzable.

Si les soy franco, tengo el profundo convencimiento de que esto lo podemos solucionar entre todos. Aún estamos a tiempo. Pero también es cierto que, cuanto más tarde, más difícil se vuelve la solución, puesto que, con cada zambullida de nuestra economía, más abajo queda el listón desde el que hay que empezar a recuperar.

Mentalícense, hay que rediseñar y reconstruir nuestro sistema socioeconómico de abajo arriba, pero también nuestra sociedad. A los dirigentes que hemos sufrido les damos absolutamente igual, independientemente del color que sean, de que sean políticos, sindicalistas o empresarios, gestores o negociadores… No se engañen, si la cosa se pone realmente fea, ellos se irán con sus millones a un país seguro. El dinero no tiene nombre, y toda frontera es permeable a un buen fajo de billetes. Los que nos quedaremos aquí con el desastre somos nosotros, ustedes y yo. Estamos solos, muy solos, pero recuerden que somos muchos, más que ellos y, lo que es más importante, nosotros les elegimos. Ahí está nuestra fuerza.

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Spanish Beautynomics o Cómo cumplir sus objetivos anuales puede garantizarle el despido

Las sociedades humanas solemos ser muy críticas con otras sociedades, y sin embargo profundamente autoindulgentes con nosotros mismos, una mera extensión de actitudes individuales tristemente habituales. Europa  no es una excepción, y de hecho las sociedades europeas muchas veces tachan a la sociedad norteamericana de poco crítica consigo misma. En el fondo, los seres humanos no somos tan diferentes como a veces nos hacen creer y, sin querer hacer ni una crítica ni una defensa de la sociedad estadounidense, sí que me gustaría hacerles notar las excelentes piezas de autocrítica profunda que a veces este país produce.

Siempre he considerado la película «American Beauty» una de estas obras de incalculable valor, y el tema que hoy les traigo lo calificaría como la «American Beauty» del mundo económico americano. La pieza en cuestión que me dejó fascinado hace unos meses proviene del que posiblemente sea uno de los mejores periódicos del mundo, el norteamericano New York Times: «The Self-Destruction of the 1 Percent«. Les recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo, pero en caso de que no tengan el tiempo o las ganas de hacerlo, les resumiré que habla de cómo en el siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas del mundo, y en la base de su riqueza estaba la “Colleganza” un sistema que garantizaba la colaboración entre los comerciantes ya acaudalados y los emprendedores recién llegados. Era una suerte de sueño americano de hace 700 años. El declive llegó cuando la clase acaudalada se volvió oligarquía, y mediante el Libro de Oro y la “Serrata”, prohibieron la “Colleganza”, cerrando las puertas a cualquier emprendedor que no formase parte de los clanes dominantes. Las clases dirigentes pasaron a mirar tan sólo por su propio interés, y no por el interés general del sistema, una actitud cortoplacista que acabó trayéndoles su propio final, junto con el de la prosperidad económica de la ciudad-estado veneciana. El resto del artículo diserta sobre si el sistema norteamericano está corriendo la misma suerte que el veneciano, y las preguntas que se plantea el autor son profundas. El nepotismo puede ser un importante factor responsable del deterioro del sistema capitalista y, dicho sea de paso, de cualquier otro sistema pasado, presente o futuro. El nepotismo no tiene su origen en el sistema de turno, sino en la propia naturaleza humana de algunos, cuyo egoísmo les hace buscar por todos los medios la prosperidad económica para su entorno más cercano, incluso aun a costa del resto de la sociedad.

Y por no dejar solos a los americanos en su feroz y constructiva autocritica con símbolo de dólar, a continuación les contaré un caso ocurrido en España y que nos hace entrever cuan agotado está el sistema actual de no cambiar bruscamente el rumbo de la nave. Un conocido, que tenía buenas relaciones con una gran empresa española, entró a trabajar en un proveedor de dicha empresa. Mi conocido, en el plazo de un año, multiplicó la facturación con la empresa por cinco. Contento por sus logros, tuvo su reunión de revisión de objetivos anuales, y esperando una reunión triunfal y un bonus generoso, se encontró con todo lo contrario: una carta de despido y ni un euro del bonus. No se lo podía explicar, e inició un proceso judicial con el proveedor. En paralelo consiguió un nuevo trabajo en otro proveedor de la misma gran empresa, y de nuevo en el plazo de un año y poco multiplicó la facturación con ellos por siete. De nuevo le volvió a ocurrir lo mismo y le despidieron sin agradecimiento ni bonus. Inició otro proceso judicial con el segundo proveedor. En el primero de los procesos judiciales la empresa proveedora incluso llevó a cinco ejecutivos que cometieron perjurio, pero gracias a que diversos empleados de la gran empresa declararon también en el juicio y confirmaron el incremento de las cifras de ventas mientras mi conocido era gerente de la cuenta, ganó el juicio. El segundo juicio también lo ganó. Y en el transcurso de ambos procesos judiciales se fue enterando del oscuro motivo oculto tras sus dos misteriosos despidos. En ambos casos él convirtió una cuenta poco importante en una cuenta no sólo relevante, sino también apetecible por las jugosas comisiones que suponían las nuevas cifras de ventas que él había conseguido. Y claro, este hecho enseguida atrajo el interés de los altos directivos de la compañía, que no se preocupaban por asegurar la prosperidad del negocio a largo plazo premiando a un account manager que había demostrado una enorme valía, sino que lo que realmente les interesaba era colocar a uno de sus allegados en la ahora suculenta cuenta para que se llevase él las comisiones, cosa que ocurrió en ambos casos.

Finalizo ya este post que tan sólo pretende ser mi contribución personal a esa constructiva autocrítica que permite mejorar los sistemas socioeconómicos y que, sin grandes pretensiones, me gustaría calificar de «Spanish Beautynomics», parafraseando el título de la famosa película autocrítica americana con la que abría este artículo, y pretendiendo abrir un cortafuegos que nos permita salvar los muebles y servir de refugio a las muchas personas éticas y honradas de este país. El tema no es en absoluto baladí, si lo piensan bien, en ello radica el origen de la mayoría de los problemas que aquejan a España SA, siendo esto un aspecto más del cortoplacismo generalizado que nos aqueja. Les he expuesto dos ejemplos del entorno empresarial, pero el diagnóstico no es cáncer sino metástasis, y todos los agentes socioeconómicos tienen las mismas vías de agua. No cometan el error de particularizar en un ente aséptico y pensar «La culpa es del gobierno», o «de la oposición», o «de las empresas», o «de los sindicatos». Todos los agentes socioeconómicos al final están dirigidos por personas. El problema son los individuos, más concretamente ciertos tipos de individuos, y los individuos no olviden que salen de la sociedad. España necesita un líder carismático que regenere instituciones, sindicatos, empresas… y la sociedad en su conjunto. Eso sí, estarán de acuerdo en que a alguien que va a tener tanto poder de cambio hay que elegirlo con mucho, pero que mucho cuidado. El riesgo es alto, pero ¿No es más alto el riesgo de la alternativa?, y ahora mismo no tengo muy claro ni siquiera si la hay. El peor legado que nos dejan las cabezas de la Uglynomics es que cada vez hay más gente que no cree en nada, y eso es lo más peligroso.

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Cómo conseguir que su smartphone trabaje por ustedes o La propagación del mundo geek

Hoy tengo dos puntos que tratar con ustedes, y ambos están relacionados entre sí. El primero es una aplicación que cambiará radicalmente el uso que hacen de su smartphone. El segundo son las vertiginosas consecuencias en nuestro modo de vida que aplicaciones así están suponiendo para todos nosotros.

Empecemos por la primera. Tasker. Una aplicación que uso desde hace unos meses y que, entre todas las que he conocido hasta ahora, es la más revolucionaria, pues permite multiplicar por mucho las capacidades de su smartphone. Hasta ahora los smartphones eran herramientas que ejecutan aplicaciones que de alguna manera nos dan un servicio, pero casi siempre había que alimentarlas con datos y acciones que permitían explotarlas. Tasker es diferente. Con Tasker habrá un antes y un después en cómo interacciona usted con su móvil, o más bien, en lo que su móvil hará de forma automática por usted. Sí, como lo oye, con Tasker su móvil por si solo hará por usted muchas cosas sorprendentes.

Por describirles esta potente aplicación un poco más, sin entrar en detalles técnicos, les diré que es una suerte de entorno de desarrollo simplificado que, tras familiarizarse un poco con la herramienta, permite a un usuario medio programar de forma muy simple acciones que su smartphone ejecutará y que normalmente tendría que hacer usted mismo. Por ponerles algunos ejemplos puedo decirles que Tasker permite que su smartphone detecte él solo cuando usted sale de su trabajo y que le envíe un SMS a su mujer avisándole que está de camino a casa (sé que a algunos no les gustará nada esta posibilidad, pero cada cual que le dé el uso que quiera), o por ejemplo que cada  vez que llegue usted al trabajo su smartphone se ponga por sí mismo en modo vibración sólo mientras usted esté trabajando, o que al llegar a casa active la Wifi y se conecte automáticamente a ella, y que cuando detecte que usted ha tomado la autovía de salida más cercana a su casa, que active automáticamente la antena GPS y lance la aplicación de aviso de radares. Las posibilidades son innumerables. Descárguense la herramienta, jugueteen con ella y con su manual de ayuda, y sorpréndanse. La única restricción es que es un tipo de aplicación que solo tiene sentido y es posible en un ecosistema abierto como Android. No es que tenga nada en contra de los Apple-fans, pero la filosofía abierta de Android tiene también sus ventajas, y ésta es una de ellas, que con Tasker se traduce en hacer de nuestros Androids herramientas únicas, sin comparación a día de hoy en el mercado de smartphones. Y el día que se generalice que las aplicaciones permitan ejecutar ciertas acciones invocándolas por línea de comandos desde Tasker, entonces las posibilidades ya serán cuasi-infinitas.

Una vez hechas las presentaciones sobre esta fantástica aplicación, pasemos a la segunda parte, que es la que más nos interesa según les tengo acostumbrados en este blog: el futuro hacia el que nos lleva este tipo de avances. La consecuencia más importante que veo es que, con aplicaciones así, no sólo la tecnología, sino incluso también las auténticas tripas de la tecnología, son accesibles a cualquier usuario con un poco de interés y tiempo. Se acaba la época de los complejos procesos técnicos a ejecutar para conseguir que la tecnología haga para nosotros algo más que lo accesible a la mayoría de usuarios. Se acaba la época en la que hacen falta conocimientos y formación para hacer muchas cosas. Todo eso se acaba. Con la auténtica y revolucionaria democratización de la tecnología que han traído los smartphones, y ahora más aún con aplicaciones como Tasker, todo eso es cosa del pasado. A partir de ahora, casi cualquiera podrá hacer cosas antes reservadas para unos pocos. Salvo determinadas parcelas, el desarrollo informático se vuelve mainstream. Con las apps los ciclos de vida de un nuevo servicio se han reducido extraordinariamente, especialmente la fase en la que era necesario promocionarse y cultivar una comunidad naciente de unos pocos expertos y entendidos que fuesen apoyando año tras año una nueva tecnología y contribuyendo a su popularización. Lo geek, o el frikismo tecnológico, deja de ser algo distintivo de una minoría, y la minoría serán aquellos que no lo sean.

Hay otras consecuencias más generales que traen este tipo de aplicaciones, pero que ya fueron despuntando con la llegada de los smartphones. No sólo se difumina el concepto de geek o tecno-friki, también se difumina el concepto de early-adopter. La sociedad en general ha descubierto con los smartphones la gran utilidad que tiene la tecnología, y ha cambiado la percepción general de los ciudadanos sobre lo técnico. Ahora todos tenemos una gran predisposición a usar nuevas aplicaciones que nos den nuevos servicios que nos permitan comunicarnos con los demás, compartir fotos, informarnos, etc. Desde los albores de internet y hasta hace unos pocos años, los early-adopters eran esas personas que siempre estaban abiertas a usar nuevos servicios y aplicaciones. Hoy en día, casi todos somos conscientes de lo que una nueva aplicación te puede simplificar la vida y ayudarte. Hoy en día, casi todos buscamos soluciones en Google Play o la AppStore. Hoy en día, casi todos nos instalamos en unos segundos una nueva aplicación que nos ha recomendado un amigo… Hoy en día, casi todos somos early-adopters. Los early-adopters han muerto como tales, vivan los nuevos early-adopters.

Con este post no quiero que se queden con la sensación de que ninguneo a los early-adopters y a los geeks. Nada más lejos de mi intención que echar piedras sobre mi propio tejado. Estos grupos, muchas veces coincidentes, han desarrollado y van a seguir desarrollando un papel de punta de lanza fundamental en la tecnificación y progreso tecnológico de nuestra sociedad. Lo único que trato de decirles es que a partir de ahora casi todos seremos geeks y early-adopters de lo que nos haga falta y nos interese. Un gran éxito de la comunidad geek, sí señor, pues éste ha sido normalmente uno de sus grandes y desinteresados objetivos. Como muestra pueden pensar que son muy pocos los geeks que no se sienten realizados cuando ven a su abuela utilizando Whatsapp.

La reflexión con la que les dejo hoy trata de cómo esta tecnificación general de la sociedad, que al fin y al cabo es una suerte de educación en el campo tecnológico, nos puede llevar a nuevas cotas de progreso desconocidas hasta ahora, y puede acelerar aún más un proceso que ya de por sí era exponencial hasta ahora. Por último, déjenme darles una calurosa y esperada bienvenida al mundo de la programación. Les estábamos esperando desde hace años. Sin duda, descubrirán cómo la programación es creatividad en estado puro, y además ayuda a estructurar la mente, especialmente la de los niños y adolescentes. El límite se lo pone sólo el entorno de desarrollo informático, las posibilidades se las dará su propia imaginación. Sin duda, como con cualquier creación propia, disfrutarán y se realizarán con ello, y de paso formarán parte de un futuro que empieza hoy.

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El hartazgo de Twitter o El progreso hacia la sociedad lúdica

El ser humano a veces me fascina por su capacidad de permanente huida hacia delante. No acabo de entender bien ese enfoque que a veces da a su vida de tener la ilusoria sensación de estar avanzando cuando en realidad está dando vueltas en círculo. En esta ocasión me centraré en cómo las personas suelen tratar de huir de la rutina diaria, y tratan de avanzar hacia la dedicación del tiempo propio a las actividades que les interesan y/o divierten. ¿Una aspiración a llegar a la sociedad lúdica?.

Puede que sí, que ciertas naturalezas humanas aspiren a dicha sociedad lúdica, entendida como una sociedad donde cada cual se pueda dedicar a los que le interese y/o divierta. Cada caso será más o menos productivo dependiendo de cuáles sean los intereses y divertimentos personales… y obviamente habrá casos que no sean productivos en absoluto. Nada nuevo con respecto al uso que hacemos ya actualmente de nuestro tiempo libre.

Estarán muchos de ustedes pensando en lo utópico y lo insostenible de lo que les estoy presentando. Razón no les falta, pero es que tal vez no me esté explicando bien. No me estoy tratando de centrar en una aspiración a dedicarse a la vida alegre. En absoluto, eso es insostenible. Lo que trato de hacerles ver es que el advenimiento de internet primero, y de las redes sociales más adelante, están sirviendo de vehículo para que los intereses personales sean más accesibles a los interesados, entendiendo por intereses personales efectivamente a intereses interesantes (valga la redundancia), tanto para el individuo como para la sociedad. A aquellos que estuviesen esperando a que les hablase cómo vivir de la vida contemplativa, siento decepcionarles, deberán centrar sus aspiraciones en formar parte del famoseo que infesta nuestras pantallas televisivas. Tal vez cuando seamos seres virtuales la sociedad lúdica en este sentido sea sostenible económicamente. Al fin y al cabo es mucho más fácil mantener un humano vivo con unos Gigabytes de espacio, unos Megaherzios de capacidad de computación y algo de nutrientes básicos, que mantener todo un mundo físico lleno de necesidades y productos reales que querrá adquirir por mucho que quiera dedicarse a mirar las musarañas.

Pero por otro lado, hay actividades interesantes para la sociedad y el individuo que, aunque no permiten vivir de ello a la persona que las realiza, sí que aportan, y que por su aspecto de afición se pueden caracterizar también en cierta forma de un avance hacia la sociedad lúdica. Véanlo de otra forma. Nuestros abuelos trabajaban en el campo de sol a sol, y el poco tiempo que tenían disponible lo utilizaban para descansar de su extenuación. Hoy en día nuestros trabajos no son tan exigentes físicamente, y dejan un margen diario para dedicarse a aficiones que, gracias a internet y las redes sociales, nos permiten que ese mismo tiempo sea infinitamente más productivo. Se lo dice un servidor que, a pesar del poco tiempo del que dispongo, puedo mantener vivos mis intereses y aficiones personales gracias principalmente a Twitter, a Pinterest y a este blog. No me malinterpreten, no estoy tratando de hacer apología del mundo virtual. El mundo físico sigue ahí con sus ventajas derivadas de sus vivencias e impresiones reales, pero lo que nos ocupa en este post es la contribución del mundo virtual a nuestros intereses y aficiones, que son, por otro lado, también parte de nuestro mundo real.

Pero sigamos ahondando en el título de esta entrada. Ya hemos hablado del progreso hacia la sociedad lúdica, salvando el diverso concepto de lúdico para unos y otros. Analicemos ahora la huida hacia delante de la rutina diaria. Toda novedad y avance que trasgrede nuestra forma actual de hacer las cosas, tiene una primera fase de aceptación en la cual el usuario acepta incomodidades del nuevo servicio debido a una novedad que le fascina. En los noventa todos asumíamos que se cortasen las llamadas del móvil con mucha más naturalidad que con la que hoy reaccionamos cuando nos quedamos sin cobertura de datos. El hábito y la dependencia nos vuelven exigentes. Y lo mismo ocurre con todas las rutinas diarias a las que nos obliga el satisfacer nuestros intereses. Al principio todo el mundo en Twitter toleraba leer menciones entre usuarios que tenían casi carácter de conversación privada, ahora la gente quiere llegar a los tuits que le interesan lo más rápido posible y sin perder tiempo en tuits irrelevantes. Y esto lo hace porque quiere disponer de tiempo libre que dedicar a otras y nuevas aficiones. Aficiones en las que de nuevo al principio tolerará cierta pérdida de tiempo a cambio de disfrutar de algo nuevo, pero que con las que con el tiempo también se volverá exigente, para, a su vez, volver a tener más tiempo para otros nuevos intereses.

Vemos pues como el tiempo dedicado a un interés o afición personal en internet acaba alcanzando un periodo de madurez en el que el servicio o bien se reinventa y evoluciona con las exigencias del usuario, o acaba siendo abandonado. Asúmanlo, hoy en día uno de los recursos más escasos en el mundo es el tiempo de los usuarios. Hay tantas aplicaciones interesantes, tantos servicios a los que merece la pena dedicar tiempo, tantos blogs que leer… que todo ello ha de competir por un tiempo del usuario cada vez más solicitado. Llegará un tiempo en el que, si los usuarios disponen de más tiempo libre, podrán dedicarse a más actividades de una economía articulada en torno a internet, lo cual se traducirá en un crecimiento del sector con todas las implicaciones que ello supone en facturación, empleos generados, etc. Y hasta aquí es donde quería llegar con ustedes. Piénsenlo bien, el recurso escaso es el tiempo del usuario, dedicado a lo que el usuario considera interesante o simplemente divertido, y que además cuanto más tiempo de usuario se permite, más negocio se hace. Esto es lo que planteábamos al principio del blog, ¿No es algo muy próximo la definición que hemos hecho de sociedad lúdica?. Tal vez estemos acercándonos a ella sin darnos cuenta, y no estemos dando tantas vueltas en círculo como decíamos al principio. Cosas de un progreso exponencial que no nos da apenas tiempo ni para pensar. La pregunta sobre si ésta es una tendencia sostenible a largo plazo, o si tan sólo se trata una utopía, dejo ya que se la contesten ustedes mismos.

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Un pilar del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos o La vida que se nos escurre entre los dedos

Me sorprende profundamente cómo generalmente el ser humano es capaz de tener la felicidad delante de sus propias narices y no darse cuenta hasta que la pierde y ya es demasiado tarde para disfrutar de ella. Vivimos en una permanente huida de nuestro tiempo y de nosotros mismos en la que no tenemos tiempo ni de pararnos a pensar (motivo fundacional de este blog), ni de pararnos a disfrutar de la vida y de los que nos rodean.
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En parte es culpa nuestra, y en parte no. En este frenético mundo del siglo XXI que nos ha tocado vivir, el sistema nos da unas anteojeras que cogemos gustosos para ponérnoslas, y nos mete en una rueda como la de los hámsters en la que día a día corremos y corremos para no llegar a ninguna parte. Así es, les guste o no reconocerlo. Y no digo “Sistema” como un ente aséptico en impersonal; no, el sistema está formado por personas, por nosotros mismos.

Una de las actitudes en las que podemos ver reflejado lo que les estoy contando es las aspiraciones y anhelos de las personas, lo que proyectan como el futuro y/o presente que les gustaría vivir o, al menos, aparentar. Es difícil en muchos casos llegar a conocerlo verdaderamente, la sinceridad en este campo a veces brilla por su ausencia, pero, como les voy a explicar, hay otros síntomas que nos permiten hacernos una idea.

Empecemos por los niños. Sí, esas almas incólumes que poco a poco pervertimos entre todos e incluso con parte de culpa de la genética que ellos mismos desarrollan. Siempre se les dice a los niños que “¡Qué mayor!”, “Ya eres mayor”, “Como los mayores”… poniendo un injustificado énfasis en hacerles abandonar prematuramente una infancia que les pertenece y que deben disfrutar en su momento, porque ya saben ustedes que no vuelve jamás. Casi todos los niños acaban viviendo en la ilusión de hacerse más y más mayores para poder tener acceso a todos esos privilegios (ejem) que va otorgando la edad en nuestra sociedad.

Pero sigamos con los adolescentes. Aquí el problema es que, aunque ya se creen mayores sin serlo en realidad, quieren ser adultos de pleno derecho. Es cierto que tratan por todos los medios de marcar su propia personalidad diferenciándose de los adultos de verdad, pero acaban adoptando de forma sutilmente alterada muchos de sus patrones de comportamiento y objetos de consumo. Quieren Smartphone, pero el iPhone es de carrozas. Quieren moda y salir de tiendas, pero tiene que ser una moda concebida y aceptada especialmente por ellos. Quieren relaciones interpersonales y de pareja que tratan de asemejarse a las de los adultos, pero relacionándose entre sí con jerga propia y nuevos conceptos de relación que muchas veces no son tan nuevos.

Prosigamos con los adultos. Tal vez sea la franja de edad que puede estar más a gusto consigo misma, puesto que están más acomodados, tienen satisfecha la mayor parte de sus necesidades básicas y no tan básicas, y lo que es en realidad el nudo gordiano: no tienen mucho tiempo para pararse a pensar. No obstante, también hay ciertos detalles que pueden llevarnos a pensar que les empieza a gustar en cierto modo aparentar una juventud que ya ha pasado. Es habitual hoy en día que, cuando llega el fin de semana, muchos adultos cambian totalmente de indumentaria y se visten con ropa que trata de asemejarse muchas veces a la efervescente y disruptiva moda adolescente. Sí, hay que decirlo, en lo que a moda se refiere, los adolescentes tienen una fuerte influencia hoy en día sobre los adultos. Y esto es muy significativo e indicativo de que, bajo esa capa de aparente autocomplacencia, hay una incipiente inquietud por la edad que se empieza a tener.

Y finalicemos con los mayores. La moda normalmente no es un hecho revelador en este caso, suelen vestir ropa más clásica, pero casi siempre hablan abiertamente de la nostalgia de otros tiempos, que es una nostalgia por otro entorno y muchas veces también, por la persona que eran entonces. No se equivoquen, no es que les gustaría volver a ser los de antes, añoran ciertas cosas, pero, de volver atrás, casi siempre dicen que les gustaría hacerlo sabiendo lo que saben ahora.

Para demostrarles hasta qué punto hay gente que vive en esta carrera hacia ninguna parte, les comentaré una situación que se me dio en el trabajo esta semana. Un compañero, bastante “ambicioso” profesionalmente por cierto, nos anunció que él y su mujer estaban esperando un bebé. Me alegré por él y le di la enhorabuena, pero lo que me sorprendió fue lo que me dijo a continuación: “Es que ya tenéis casi todos hijos y me estabais dejando atrás”. En confianza les reconozco que no doy crédito. No tengo calificativos para el hecho de decidir algo tan importante en la vida como el tener descendencia sólo porque todos los demás lo hacen y no queremos quedarnos los últimos en la tan mal concebida carrera de la vida. Es el triunfo de la ambición por llegar antes a la meta siguiendo el camino marcado, frente a la ilusión de la trascendental y vital decisión de traer libremente al mundo una nueva vida. Son extensiones del ansia personal que se acaban volviendo sin duda cadenas que nos mantienen atados a unas metas equivocadas, y no nos dejan disfrutar en plenitud de la felicidad que nos ofrece cada momento de nuestro paso por este mundo.

Visto todo lo anterior, la pregunta obligada es: ¿Es que no hay nadie que esté a gusto con la percepción de sí mismo y con la edad que le ha tocado vivir en ese momento?. Pues hay casos y casos, pero mayormente no. Este sinvivir de anhelos por otra cosa distinta a la que tenemos es algo muy rentable, puesto que cuando la gente no se acaba de sentir a gusto consigo misma, acaba en una vana carrera que trata de encontrar la felicidad que no tiene en donde no está, y terminan buscando pues la autorrealización a menudo en otras cosas, generalmente materiales y que cuestan dinero, pilar inequívoco de la importancia del consumo minorista en nuestros sistemas socioeconómicos.

Por ello me despediré simplemente diciéndoles que disfruten de cada etapa, cada momento y cada segundo de sus vidas. Salgan de la rueda del hámster. Alégrense por esa nueva palabra que han pronunciado sus hijos. Sonrían con su alma a la nueva gracia que se le ha ocurrido al lengua de trapo de su retoño. Sientan la intensidad de sus relaciones de pareja. Tomen a sorbos una caña bien tirada en una terraza del parque. Saboreen ese cocido de los domingos de sus madres. Congelen el tiempo en esos momentos. Disfruten del instante lentamente. Fotografíen con su mente las imágenes, las sensaciones y los sentimientos. Grábenlos bien bien en su memoria. No huyan de sí mismos. Vivan, sin más, vivan en el sentido más pleno de la palabra, porque los momentos pasan por delante de nuestras narices y no vuelven jamás.

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Ilustración por @el_domingobot