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Por qué los músicos adoran a sus fans o Por qué los políticos no aprecian a sus votantes

Sé que las dos preguntas del título no parecen tener mucho que ver. En realidad están íntimamente relacionadas, y lo que es más importante, en este post veremos qué pueden hacer ustedes para mejorar la respuesta que menos les gusta.

La primera idea que me ha llevado a hacer esta reflexión es una pregunta intrigante: Si tanto músicos como políticos reciben sus ingresos, estatus y poder del pueblo en general, ¿Por qué responden luego a la gente con actitudes tan dispares?.

Empecemos con los músicos. Los artistas en general reciben mucho de sus fans, mucho cariño, mucha admiración, mucho respeto… Y es por ello por lo que la gran mayoría de los músicos se sienten en deuda con sus seguidores, y sienten que deben corresponderles de alguna manera. Por ello, la mayor parte de los artistas cuidan tanto, y quieren a sus fans. Pero es que además hay otro tema: el de la calidad del vínculo desarrollado entre artistas y fans. Este vínculo se basa generalmente en la sinceridad. Sí, como leen. El artista suele transmitir con sus obras lo que siente en su interior, lo que piensa, lo que le inspira el mundo a su alrededor… y esto el músico normalmente lo transmite con sinceridad (con permiso del marketing, según vimos en el post «El In-Store Surveillance y la brecha social o El marketing como nuevo sistema de castas a la occidental«).

Es precisamente la sinceridad lo que da esa calidad a su relación con sus seguidores. Se saben correspondidos en la mayoría de sus sentimientos más íntimos. Se ven reflejados en su obra y en sus fans. Sienten a sus seguidores como parte de sí mismos. Se sienten identificados.

Pasemos ahora a los políticos. Antes de nada, decir que no hay nada más lejos de mi intención que afirmar que todos los políticos son iguales; sin embargo, sí diré que uno de los mayores problemas de las democracias es que el perfil político actual predominante deja mucho que desear. El vínculo entre políticos y votantes suele ser desgraciadamente un vínculo destructivo, viciado, podrido desde su raíz… y les voy a explicar por qué. Al igual que el artista basa el vínculo con sus fans en la sinceridad, el político lo basa en todo lo contrario. En periodo electoral, la mayoría de los políticos tratan simplemente de decir lo que tienen que decir para ganar las elecciones. Luego la realidad de los cuatro años siguientes suele resultar ser muy distinta. Lo peor es que demasiados políticos son conscientes de estas divergencias desde la campaña electoral, pero no lo dicen. ¿Cómo llamarían a esto?. No sé si es engañar, pero en todo caso estarán de acuerdo que es no decir toda la verdad, siendo una verdad importante y que afecta de manera muy relevante a la vida de muchas personas. Y a mí eso ya me vale para catalogar a un individuo.

Tenemos pues que demasiados políticos no dicen toda la verdad a sus votantes. Pero a pesar de ello, alguno gana las elecciones, lo cual es su objetivo principal. Esto es un vínculo basado en la (llamémoslo) no-sinceridad. Es por ello por lo que el político no se siente identificado con el electorado, no se ve reflejado en ellos, no transmite lo que verdaderamente lleva en su interior, y por lo tanto no se siente en deuda ni desarrolla ningún vínculo afectivo con sus votantes. Es más, puesto que se ha salido con la suya a nuestra costa, es probable hasta que nos tenga en baja estima intelectual. De ahí que luego no piense que nos deba nada a la ciudadanía, ni valore personalmente a cada una de las personas que les hemos dado su capacidad de ganar dinero, estatus y poder.

Visto lo visto, no duden que el mayor problema de las democracias es que las capacidades para ganar las elecciones son totalmente diferentes a las necesarias para gobernar bien. De los polvos del vínculo de la campaña electoral, los lodos de los cuatro años siguientes.

¿Y qué podemos hacer para solucionar esto?. Lo tienen ustedes muy fácil: apliquen la lección aprendida del mundo de la música a cómo ejercen ustedes su democrático derecho al voto. No les voy a decir que elijan a sus políticos con cariño, sería un claro error. Sus ídolos pueden elegirlos con el corazón, pero, por favor, elijan a sus políticos con la cabeza, y a poder ser bien fría. Lo que realmente intento decirles es que, en esta vida, para recoger a menudo hay que dar primero, y generalmente uno recoge lo que siembra. Si eligen ustedes a nuestros políticos con estupidez, sólo obtendrán estupidez a cambio, y, de verdad, no se me quejen cuando les traten como a estúpidos. Si los eligen con inteligencia y raciocinio, ellos les valorarán y les respetarán como votante. No se equivoquen, para nada estoy culpando a los ciudadanos del panorama político actual. De hecho, estoy convencido de que nuestra sociedad no se ha equivocado tanto como para tener estos políticos. Pero no olviden que somos una democracia, y que está en nuestra mano cambiar las cosas.

Me despido diciéndoles que, salvando las enormes distancias, desde este modesto blog, es con esa misma sinceridad musical con la que les escribo. Por eso yo les valoro también a ustedes mucho. Y no se lo digo para que me voten como a los políticos, ya saben perfectamente que ésa nunca es la intención de mis líneas. Lo único que busco es reflexionar juntos y enriquecernos mutuamente. A ver cuántos políticos pueden decirles lo mismo.

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El cáncer del interés personal sobre el general o La falta de sentido de la responsabilidad colectiva

Como les ocurre a muchos de mis conciudadanos, dada la actual y profunda crisis por la que atraviesa España, pienso habitualmente sobre cuál es el origen del verdadero problema que nos ha traído hasta aquí, y cómo se podría solucionar, o al menos, evitar que vuelva a ocurrir.

Supongo que a estas alturas de la película, estarán ustedes de acuerdo en que el carácter económico de la actual crisis no es más que la punta del iceberg, tan solo un síntoma de una enfermedad mucho más grave, con raíces profundamente arraigadas en la clase política y parte del resto de la sociedad española. Sí, hablamos de un cáncer, una enfermedad que no me atrevo a decirles si algún día seremos capaces de superar pacíficamente o no, pero que en todo caso es una enfermedad seria y bastante más extendida de lo que a priori cabría pensar. Y digo cáncer por su carácter ya generalizado, y porque cada vez que se quita un tumor vuelve a aparecer otro provocando los mismos síntomas en un paciente que cada vez tiene menos paciencia.

No me argumenten que nosotros ya hemos pasado lo peor. Esta afirmación me parece demasiado atrevida. Tal vez hayamos tocado fondo y estemos patinando en él, pero es un fondo en el cual, si no se mejoran muchas cosas, podemos permanecer mucho tiempo… por no hablar de que, si no se toman las medidas correctas a tiempo, nuestra economía podría sondar nuevas profundidades. ¿Por qué digo esto?. Muy sencillo, las condiciones económicas actuales son excepcionales, ha habido inyecciones masivas de dinero por parte de ciertos bancos centrales. Un dinero que se ha impreso y cuyos tenedores han salido por todo el globo a la caza de rentabilidades. Ello ha derivado en una burbuja colosal en bonos gubernamentales de los países más desarrollados, los safe havens que ya no lo son, pero también de optimismo desaforado en bonos de países no tan seguros, como es el caso de España. La situación económica actual, en la que parece que las tensiones se han relajado, es un mero espejismo provocado por un mercado inundado de dinero. Y no olviden que el papel moneda es papel mojado, no tiene ningún valor más el que se le quiera dar, y su escasez o abundancia es uno de los factores que más influyen en ello.

Está claro que ha habido en toda esta crisis un problema de gestión, y la gestión es responsabilidad de nuestros políticos, pero… ¿Quién les elige?. Ahí radican los problemas de nuestra sociedad, que van más allá de lo que se ve a simple vista. No eximo en absoluto de culpas a una clase dirigente que no dirige más que en base a sus intereses personales pero, nos gusten o no, están ahí porque nosotros les elegimos. Si me dirijo a ustedes y les hago notar su responsabilidad personal, es porque ustedes y sus valores son la única esperanza para solucionar este lío tremendo. Ya he desistido de intentar apelar a la responsabilidad de nuestros políticos: parecen no querer tener solución. La peor consecuencia de una corrupción generalizada es que también se corrompan los ciudadanos. Resistan, no renuncien a su honradez. Dejen la corrupción para los corruptos, y vuelvan a sentirse orgullosos de tener un expediente inmaculado.

Seguro que si les voy citando miserias de nuestra sociedad son capaces de reconocerlas. Seguro que si reflexionan un poco, aceptarán que esas miserias afectan a la forma de pensar de ciudadanos que tienen derecho a voto. Seguro que podemos afirmar que, además, algunos de esos ciudadanos llegan a dirigentes. Esto es una peligrosa y contaminada cadena de valores equivocados que transmite muchos problemas que ya hemos analizado en posts anteriores: la cultura del éxito (monetario) rápido y sin esfuerzo, la poca tolerancia al fracaso, el poner el interés personal siempre por delante del interés colectivo, el no valorar ni ser capaces de tomar decisiones tan sólo porque son por el bien común, el cortoplacismo, la corrupción y el amiguismo, la ambición, la mentira, el pretender llevar siempre razón, el no tener capacidad de autocrítica y no reconocer nunca los propios errores… y así hasta un largo etcétera. Son evidentemente cualidades que fácilmente encajarán en muchos de nuestros dirigentes, pero si se fijan bien, también en muchos de los círculos sociales en los que se mueven. Y hay un factor más que me gustaría destacar: el no reflexionar y no pararse a pensar antes de decidir cosas importantes; si me permiten la licencia, les pondré este blog como ejemplo de intento personal para solucionarlo.

En lo que se refiere a nuestros dirigentes, si se dan cuenta, el quiz de la cuestión radica en que hoy en día muchos hacen, prensa mediante, que su interés personal acabe pareciendo ser el interés común. Según el concepto que yo tengo de la política, la realidad es que esta relación debería ser exactamente a la inversa: el político debe hacer que el interés común acabe siendo su interés personal. Y no se olviden de que además esto deberíamos hacerlo extensivo al conjunto de los ciudadanos y agentes socioeconómicos. Es algo que existió en otros momentos de nuestra historia reciente, por ejemplo en la transición, y a lo que me resisto a renunciar por mucho que la triste realidad se empeñe en hacer parecer que es algo inalcanzable.

Si les soy franco, tengo el profundo convencimiento de que esto lo podemos solucionar entre todos. Aún estamos a tiempo. Pero también es cierto que, cuanto más tarde, más difícil se vuelve la solución, puesto que, con cada zambullida de nuestra economía, más abajo queda el listón desde el que hay que empezar a recuperar.

Mentalícense, hay que rediseñar y reconstruir nuestro sistema socioeconómico de abajo arriba, pero también nuestra sociedad. A los dirigentes que hemos sufrido les damos absolutamente igual, independientemente del color que sean, de que sean políticos, sindicalistas o empresarios, gestores o negociadores… No se engañen, si la cosa se pone realmente fea, ellos se irán con sus millones a un país seguro. El dinero no tiene nombre, y toda frontera es permeable a un buen fajo de billetes. Los que nos quedaremos aquí con el desastre somos nosotros, ustedes y yo. Estamos solos, muy solos, pero recuerden que somos muchos, más que ellos y, lo que es más importante, nosotros les elegimos. Ahí está nuestra fuerza.

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El ego de nuestros dirigentes y directivos o Lo polifacético de la inteligencia

Cuando alguna vez han dicho de alguien que es “muy inteligente”, ¿Han caído en la cuenta de puntualizar para qué?. Yo suelo hacerlo porque soy consciente, empezando por uno mismo, del carácter polifacético de la inteligencia: todos somos muy inteligentes para unas cosas, y poco dotados intelectualmente para otras.
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Es cierto que tal vez el concepto de inteligencia se suele asociar a capacidades analíticas, pero en verdad no tiene por qué ser así. La inteligencia tiene muchos otros aspectos, no sólo el análisis, así por ejemplo se puede ser inteligente emocionalmente, tener dotes de síntesis, ser hábil para trabajos manuales (una inteligencia más aplicada), tener capacidades comunicativas, saber improvisar, y así podríamos seguir hasta completar un largo etcétera. De hecho, si me lo permiten, diría que hasta hay inteligencias calificables de inconscientes como la inteligencia genética. ¿Qué quiero decir con esto?. Muy sencillo, les pondré un ejemplo muy ilustrativo. ¿Han pensado ustedes en la obra de ingeniería que supone tejer una tela de araña?. Los arácnidos no se puede decir que sean seres vivos con una gran inteligencia práctica, pero preparar una de esas maravillosas trampas es sin duda algo difícil que no saben hacer otras especies. Lo hacen de forma instintiva, sin pensar bajo el concepto clásico de inteligencia, pero sin duda hay veces que en su mecánica labor se enfrentan a problemas que resuelven de forma admirable. No es una inteligencia analítica, pues lo hacen de forma casi automática, pero efectivamente es una habilidad “genética” que podemos calificar de inteligente en este aspecto tan concreto.

Dicho lo dicho, no les negaré que es cierto que la capacidad analítica tiene mayor espectro de aplicación. Las personas analíticas disponen de ciertas ventajas sobre las personas inteligentes desde otros puntos de vista, pero no hay que desestimar nunca otras facetas de la inteligencia de una persona.

A todo lo anterior podemos añadir como factor temporal de la inteligencia que los roles de la misma cambian con los siglos. Me explico. Aparte, como les comentaba antes, de la errónea asociación de la inteligencia a capacidades analíticas, tenemos que también equivocadamente todos solemos decir que alguien es inteligente cuando consigue sus objetivos, sean cuales fueren. Así por ejemplo, en la época de los egipcios alguien capaz de construir una pirámide era considerado inteligente, alguien capaz de reflexionar sobre filosofía entre los griegos, alguien capaz de diseñar una calzada en la época romana, alguien capaz de atesorar y reproducir textos y conocimientos en la edad media, alguien capaz de ganar batallas en cualquier época, alguien capaz de ganar unas elecciones en el imperio democrático occidental, alguien que tenga inteligencia emocional en las empresas en la última década, o alguien capaz de fundar una startup que alcance una importante base de usuarios en nuestros días, etc. Todo ello hace que la inteligencia a lo largo de la Historia sea un baile de aptitudes y capacidades con las que si uno no vale para triunfar hoy en la sociedad, tal vez mañana (o ayer) sí que lo haría. Y por supuesto, la inteligencia es condición necesaria, pero no suficiente, para progresar en la vida: la coincidencia y la fortuna también son factores fundamentales.

Pero, no nos apartemos del tema, ¿Por qué esto es así?, ¿Cuál es el porqué de este carácter polifacético de la inteligencia?. El asunto puede tener su base científica. Según la teoría de la percepción “Pandemonium” de Oliver Selfridge, en nuestros cerebros hay centros autónomos, denominados demonios, que, desde el aspecto especializado de sus conexiones neuronales, se dedican a procesar, comparar patrones y dar una respuesta, en lo cual compiten con otras regiones cerebrales. Dado que cada cerebro tiene por genética o por vivencias unas conexiones neuronales u otras, ello deriva en que cada persona tiene más desarrolladas unas áreas cerebrales determinadas, que en determinadas situaciones en las que reconocen patrones son capaces de dar una respuesta más acertada que las demás. En esta teoría se basan las redes neuronales y la inteligencia artificial moderna.

Y como supongo ya estarían esperando, pasemos al lado socioeconómico. Esta concreción de la inteligencia a determinados aspectos implica que las capacidades para dirigir un país o una empresa sólo se circunscriben a ciertas situaciones, es decir, elegimos un presidente del gobierno o un directivo de una empresa para ejercer su mandato durante los subsiguientes años, sin saber a ciencia cierta qué nos deparará el futuro y a qué situaciones se tendrá que enfrentar, y por lo tanto sin poder elegir el candidato con mejores cualidades para el trabajo a desempeñar.

En el primer caso (los políticos) tenemos además el añadido de que, como les decía en mi post «Democracia real y la contribución de las redes sociales», los políticos suelen ser elegidos por su capacidad para ganar las elecciones, en vez de por su capacidad para gobernar.

Tanto en el primer caso (los políticos) como en el segundo (los directivos de empresas), suele ocurrir que el ego de los gobernantes finalmente elegidos o de los jefes les hace creerse que son inteligentes para todo, cayendo a menudo en un narcisismo ególatra que les lleva a desarrollar una actitud de superioridad que no se puede calificar más que de cómica. En ocasiones derivan en un desprecio a la inteligencia de sus subordinados, a todas luces erróneamente y trasgrediendo el principal argumento de este post. Más pronto que tarde, la vida se encarga de demostrarles su error, y así tenemos el suelo lleno de ángeles caídos.

Una aplicación práctica de la teoría que les expongo estaría en la configuración de las jerarquías humanas en cualquier ámbito, sea una empresa, un ministerio o una asociación. Es una aplicación que lleva de moda un par de lustros, y no es más que la generalización de estructuras horizontales que maximicen el uso de los trabajadores con asignaciones matriciales. Es decir, pocos gestores, muy competentes, y de rango muy alto, se encargan de articular equipos multidisciplinares escogiendo, según sus capacidades personales, a los mejores subordinados para las tareas concretas a desempeñar para cada trabajo o proyecto, de tal forma que se aproveche lo mejor de cada uno para cada tipo de tarea. Esta horizontalidad es algo que encuentro bastante eficiente, aunque les admitiré que a veces es difícil saber verdaderamente en qué es mejor cada uno, porque hay gente que simplemente intentar destacar en casi todo. Ahora sí, una cosa es aparentar y otra serlo.

Para terminar les confesaré que me resultan muy curiosos aquellos individuos que por norma general se creen más inteligentes que los demás. Con lo que tenemos alrededor, podría citarles como ejemplo muchos casos, o más bien ciertas actitudes. Yo les diría que en realidad, si de alguien se puede decir que tiene una limitación intelectual, es de los que se creen demasiado “listos”, sin ser conscientes ni de las limitaciones de su propia inteligencia, ni de lo relativo de la tontería de los demás. Tiempo al tiempo, que el aterrizaje forzoso es siempre más traumático que el soft landing.

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Dirigentes que se meten en su papel o La asunción de valores contaminados

¿No se sienten ustedes defraudados cuando un político en la oposición nos ilusiona con los cambios que va a realizar y luego en muchos aspectos resulta ser más de lo mismo?. ¿No les llama a ustedes la atención cómo hay personas que critican vehementemente las acciones de otros y, cuando ellos están en la misma situación, acaban actuando exactamente de la misma manera que antes criticaban?. Tristemente es el pan nuestro de cada día en la sociedad. Y no duden de que este tipo de actitudes tienen un gran impacto sobre el devenir socioeconómico de nuestros sistemas. Pasemos a analizar el porqué de todo ello, tal vez en el camino aprendamos algo.
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En la carrera de Psicología se estudia el germen de las actitudes que les planteaba en la pregunta del párrafo anterior. La gente se mete en su papel. Es decir, cuando alguien siente que ocupa una determinada posición familiar, social, laboral o política, tiende a actuar como se supone que tiene que actuar. Me explico con más detalle. Todos tenemos unos patrones de comportamiento determinados, según nuestra personalidad y actitudes actuales, fruto de la evolución personal y acorde a una estabilidad adquirida por la permanencia temporal en los distintos roles que nos toca desempeñar en todos nuestros círculos. El problema viene con las transiciones entre roles, y también con el simple hecho de aspirar a estas transiciones. Cuando un individuo es ascendido o progresa de algún modo en la sociedad, en vez de mantener sus patrones de comportamiento actuales, que como decíamos suelen ser fruto de sus propias características personales y de su evolución con el paso de los años, suele ocurrir que ese individuo pasa a tomar como propios los patrones de comportamiento que veía hasta ese momento como habituales en los individuos que ocupaban antes la posición que ahora ocupa él. Ése es el origen del problema, la renuncia a las ideas y valores propios a favor de otros ajenos y a menudo equivocados a mi juicio, estableciendo un mecanismo de transmisión generacional de las malas actitudes que los individuos son capaces de desarrollar.

¿Por qué esto es así?. ¿Por qué suele ocurrir esto con las actitudes negativas y no con las positivas?. Sería idílico tener la misma transmisión de valores, pero siendo ésta de valores positivos y beneficiosos para el individuo y la sociedad, pero no es lo que suele ocurrir. El problema podríamos encontrarlo en la sumisión y subyugación que se suele sufrir en determinados niveles ante el nivel jerárquicamente superior. Sí, como lo oyen, las actitudes positivas generan en todos nosotros buenos sentimientos, pero desgraciadamente su intensidad suele ser inferior a la de los generados por actitudes negativas. El ser humano, cuando sufre y tiene problemas, a corto y medio plazo, lo recuerda e interioriza más (aunque también es cierto que cuando pasa el suficiente tiempo sólo suele recordar las cosas buenas). Probablemente sea un mecanismo genético para que aprendamos de las dificultades, pero el problema es que esta mayor persistencia de lo negativo hace que éstas sean las características que se recuerdan e identifican con el papel a desempeñar en una nueva posición tras un ascenso o progresión, y por lo tanto, salvo contadas y honrosas excepciones, el nuevo individuo “hereda” ciertos patrones de comportamiento censurable de sus anteriores. Cuando uno se centra en lo negativo de su situación, de cómo le pisan la cabeza, de lo que tiene que aguantar… y la situación tiende a mantenerse durante un tiempo, normalmente acaba asumiendo su papel de sumisión como algo natural e inherente a su posición, y cuando por fin se libera del yugo, y pasa al nivel superior, suele asumir que los demás tienen que aguantar lo que él estoicamente ha aguantado, y acaba tomando para sí actitudes y patrones de comportamiento que veía en el hasta ahora su inmediato superior. Tal vez los lectores más jóvenes no me crean, no les culpo, la juventud está llena de ideales y pasiones, que si bien tienen su aspecto positivo, a veces nos alejan de la realidad del día a día, pero a lo largo de su vida, estos jóvenes verán cómo, en sus trabajos, los recién nombrados jefes suelen dejar de ser la persona que eran antes para transformarse en un híbrido entre lo que eran ellos mismos antes, y lo que era su jefe anterior. Este mecanismo hereditario me recuerda mucho a la definición de “Pobres Cabrones” que hacía el amigo tuitero @jmnavarro en su comentario de mi post “La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad”; en él retrataba cómo en la sociedad boliviana, es típico que cuando una persona progresa, desprecie a los que deja atrás.

¿Y dónde está el nexo de unión de todo esto con los temas socioeconómicos de los que suelo hablarles en mis posts?. Muy sencillo, algunos de ustedes seguramente ya lo habrán adivinado. Este problema que les comentaba es más acusado cuanto más arriba se llega en nuestras sociedades, por lo que los individuos con mayor responsabilidad familiar, social, laboral y política tienden a tener un perfil de comportamiento más afectado por este mecanismo de contaminación de valores. Nuestras sociedades y economías están dirigidas por individuos mayormente contaminados por esta herencia de patrones de comportamiento, así que, esto nos afecta como sistema socioeconómico. Para que lo vean más fácil; lo más probable de un político que progresa en un sistema corrupto, es que éste acabe siendo también corrupto; lo más probable de un trabajador que asciende en una empresa fuertemente jerarquizada y autoritaria, es que acabe siendo también jerárquico y autoritario… Sólo individuos muy “especiales”, con un ser interior rico, ético y autocrítico, que asuman como propios sólo los aspectos positivos que vean en otros, con firmes creencias en sus propios valores, y por supuesto valores adecuados, son capaces de mantenerse fieles a sí mismos a lo largo de su carrera profesional y de su evolución personal. Éste es el tipo de sociedad que deberíamos construir en vez de lo que estamos obteniendo. Éstos son los individuos que deberían progresar para construir una sociedad que nos enorgullezca al pasársela a nuestros hijos. Pero la realidad se aleja mucho de este ideal, por no decir que va en el camino opuesto.

Por poner una nota positiva a todo esto, estarán ustedes de acuerdo en que hay determinados círculos en los que lo que sí se heredan los aspectos positivos, pero el problema es que son entornos con poca repercusión e influencia sobre nuestros dirigentes y políticos. Algunos conocemos casos de amigos o conocidos que, teniendo una vida hecha en Occidente, se aventuran a irse con una ONG a África a cambio de una asignación ínfima y sólo con la recompensa de entregar sus vidas y dedicación a los más necesitados. Es éste un tipo de perfil de persona que me produce gran admiración, y los entornos en los que se mueven y que construyen a su alrededor me interesan personalmente mucho. Son amigos de los que me siento orgulloso, que me enriquecen como persona, y de los cuales me esfuerzo por aprender.

Por otro lado, las conclusiones anteriores no me hacen sino valorar positivamente aún más a esas personas que siguen siendo fieles a sí mismos a pesar de progresar, que siguen siendo encantadoras en contra de la jerarquía en la que ascienden, que no se corrompen al estar entre corruptos, que no se vuelven inhumanos cuando pasan a ocupar el puesto de un inhumano… Son personas que permiten la regeneración y renovación de actitudes e ideas, que al existir ayudan a combatir el cáncer de la decrepitud de nuestros sistemas. Son pequeñas estrellas que brillan en la oscura noche, y que nos ayudan a conservar un halo de esperanza, porque el problema a día de hoy es que, aunque no todos los individuos que progresan se contaminan de esta degeneración, sí la mayoría. No se confundan, no me he radicalizado al respecto, soy plenamente consciente de que hay muchas empresas e individuos que no son así. Observarán que me limito a hablar de mayorías predominantes, y como prueba, a la vista están los resultados: vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada, que últimamente está dando síntomas calificables incluso de dramáticos.

Y la pregunta lógica que se estarán ustedes formulando es: ¿Cómo podemos nosotros mantenernos al margen de todo esto?. Pues construyendo su mundo a base de lo bueno que hay en su vida, siendo agradecido por las cosas buenas que le rodean, reteniendo con mayor repetición e intensidad aquellos factores que son positivos… esto le ayudará personalmente, y si la mayoría lo hiciese, también lo haría colectivamente.

Terminaré este post con dos frases, la primera del libro “Seda” de Alessandro Baricco: “Tenía la tranquilidad propia de aquellas personas que sienten que en este mundo ocupan su lugar”. La otra frase es de Rousseau, y fue publicada en Twitter por @wikicitas hace unas semanas: “Es muy difícil someter a la obediencia a aquel que no busca mandar”. Unas frases de una profundidad enorme, a pesar de su sencillez. Les dejo la interpretación a su propio juicio, sólo les diré que recuerden que la competitividad desaforada, reinante en nuestras sociedades, es origen de muchos males, pues obliga a seguir desempeñando roles desnaturalizados, alejados de nuestro verdadero yo, y además de implicar un nivel de madurez personal más que cuestionable, supone un punto débil demasiado evidente.

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