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La dicotomía entre los buenos y los malos o Lo educativo de las series infantiles
El otro día estaba viendo unos capítulos de dibujos animados con mi hija, y empecé a pensar en que, en los cuentos y las series infantiles, es casi norma que haya siempre unos buenos buenísimos y unos malos malísimos. Esta trivial concepción del mundo que inculcamos desde pequeñitos a nuestros hijos, puede tener más consecuencias de las que podemos pensar a priori.
No les voy a negar que en esta vida hay personas que pueden ser calificadas de netamente malas, pero afortunadamente son los menos, y además, la maldad, igual que otros aspectos de la personalidad humana, suele limitarse a ciertos aspectos del comportamiento de estas personas. También he de reconocerles que hay comportamientos tan deleznables, que da igual lo buenos que puedan ser algunos en otras facetas de su vida.
Pero, ¿Es bueno para nuestros hijos que les enseñemos que en su mundo siempre tiene que haber un bueno y un malo?. Yo creo que no es algo apropiado para su edad, tiempo tendrán de aprender en la vida sobre ciertos individuos. Me parece suficiente con que por ahora les vayamos introduciendo tan sólo de vez en cuando a la cruda realidad que les rodea, dosificando en la medida de lo posible una verdad que no les permitiría vivir su infancia en plenitud, sin necesidad de que estén rodeados por todas partes de esta dicotomía entre el bien y el mal. Inculcarles esta forma de pensar desde edades tan tempranas no hace sino crearles la necesidad de identificar buenos y malos en cada plano de sus vidas, con el consiguiente margen de error de tamaño comportamiento. Y lo peor es que cuando se hacen adultos, siguen con los mismos patrones mentales, por lo que tratan de identificar permanentemente buenos y malos.
¿Conocen al genio de la animación Hayao Miyazaki?. Obras suyas son el magistral “Viaje de Chihiro”, o “El castillo ambulante”. Dejando a un lado la gran calidad y fantasía de sus creaciones, el aspecto que más nos interesa ahora de sus películas es que creo que son muy indicadas para niños en el aspecto concreto que estamos tratando en este post, puesto que en ellas no suele haber un bueno y un malo claramente definidos como tales.
Estarán de acuerdo en el error de educar en la dicotomía entre buenos y malos. Como les decía, afortunadamente suele ser una aproximación errada, puesto que habitualmente tenemos a nuestro alrededor personas que muestran una delicada gama de grises, o que incluso siendo malos en unos aspectos, son buenos en otros. Eso por no abordar lo subjetivo en la concepción del bien y del mal. Lo que es bueno para unos, es malo para otros, y viceversa.
Los dirigentes son muchas veces conscientes de esta habitual forma de la gente de concebir el mundo que nos rodea, es por ello por lo que me vienen a la memoria los titulares de la prensa con las declaraciones de los presidentes de USA e Irak durante la Guerra del Golfo: ambos identificaban al adversario como el mal, se erigían en nombre del bien, iban a luchar contra Satán, etc. Recurren a la polarización mental de los ciudadanos para identificar al adversario con ese malo que la mayoría de las personas trata de encontrar. Y no estoy de ninguna manera justificando una posición u otra en esta guerra en concreto, ni estoy diciendo que una u otra parte efectivamente representase más al bien y otra más al mal, simplemente estoy haciéndoles notar cómo la infantil dicotomía del bien y del mal nos acompaña a la mayoría el resto de nuestra vida, y aunque en algunos casos puede ser una aproximación acertada, en muchos otros no lo es.
Pero pasemos a un plano más personal, puesto que supongo que esta polarización de la que les hablo es también la explicación por la que es habitual ver cómo íntimas relaciones de amistad, o incluso familiares, de repente llegan abruptamente a su fin, y personas que antes se querían con locura pasan a no querer ni verse. ¿Es esto normal?. A mí no me lo parece, por muy graves que puedan ser las diferencias, éstas no tienen por qué conducir frecuentemente a cortar todo nexo de unión con una persona que antes significaba tanto para nosotros. Del amor al odio hay un paso, en la práctica es cierto, pero se trata de un paso normalmente incomprensible, el cual muchas personas dan porque recurren al fácil recurso de demonizar a la persona objeto de su nueva enemistad. Estas personas, más que dejarse llevar por el pueril reflejo de ver en el otro al más malo entre los malos, deberían reflexionar sobre por qué ellos lo van siempre buscando. A veces, incluso en el plano personal, la dicotomía es una herramienta para auto-convencerse de un objetivo que a priori se desea alcanzar. Son precisamente esos objetivos los que hay que saber elegir bien en la vida, porque cuando deseas creer algo, normalmente encuentras el atajo mental para llegar a pensarlo.
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La importancia de tener ideales o Los problemas de una Europa sin aspiraciones socioeconómicas
Siempre me he preguntado qué hace que unos países evolucionen tan rápido socioeconómicamente, incluso después de una guerra que lo destruya todo, y que sin embargo otros permanezcan estancados durante décadas. ¿Por qué Europa o Japón se reconstruyeron tan rápido (planes Marshall y similares aparte) después de quedar arrasadas tras la segunda guerra mundial, y continentes enteros como África ven llegar los avances socioeconómicos con cuentagotas?. Esta misma pregunta se la hizo @kike_vazquez en uno de sus magistrales posts, “La nueva era de China”, cuya lectura les recomiendo encarecidamente, y que tiene un final apoteósico en el cual la conclusión del autor consiste en que es el know-how y la formación que queda entre los individuos que han sobrevivido lo que hace que algunos países puedan recomponerse tan rápido, y volver a ocupar en pocos lustros de nuevo un puesto relevante a nivel mundial. Capital humano, ésa es la clave.
Pero, con la licencia de @kike_vazquez, me atrevería a reflexionar un poco más sobre este tema, añadiendo algún punto que creo que también es digno de consideración. Dado que las infraestructuras han sido borradas del mapa en estos casos, la clave sigue siendo el capital humano, de eso no hay duda, pero ¿No creen ustedes que también hay otros aspectos del mismo, más allá del know-how y la formación, que pueden ser relevantes?. Son aspectos socioeconómicos también, pero con otro enfoque. Los ideales. El tener un modelo y un proyecto común al que aspirar como país. El saber qué es lo que se quiere conseguir. El conocer el camino que hay que tomar y la meta a la que se quiere llegar. Todo esto es algo que, en países que han sido considerados como desarrollados hasta que se destruyeron, dota de un proyecto común a sociedades que ansían recuperar el nivel de progreso alcanzado en el pasado, y tristemente perdido. Con la ventaja añadida de que además conocen el camino y los medios necesarios, puesto que en su día ya los tuvieron. No lo duden, es la fuerza de creer colectivamente en unos objetivos apropiados lo que también ayuda considerablemente a salir antes de un agujero negro. Las sociedades consiguen sus mayores logros cuando todos los individuos aúnan fuerzas en torno a una causa común adecuada. Hay países como China en los que esta agregación de esfuerzos es ineludible debido a las características de su sistema político, pero en países democráticos, donde la naturaleza de pluralidad y diversidad hace que la heterogeneidad socioeconómica sea latente, es algo mucho más difícil de conseguir. Sólo ocurre cuando hay una unanimidad proveniente de todos los individuos que miran hacia el futuro en la misma dirección. Ocurrió en Europa tras la segunda guerra mundial, ocurrió también en Japón… y a la vista están los resultados.
El problema con todo lo anterior es cuando el futuro es incierto y el camino que hay por delante es terreno nuevo por pisar. Centrándonos en el caso concreto de nuestra Europa, actualmente arrasada por la crisis, era más fácil como sociedad saber reconstruir una Europa destruida transformándola de nuevo en un crisol de naciones pujantes, que seguir adelante con el actual proyecto de una Europa que no se tiene muy claro a dónde queremos que nos lleve. A raíz de ese desacuerdo sobre el presente e incertidumbre sobre el futuro, tenemos Europa como la tenemos. Personalmente echo mucho en falta un proyecto común de Europa, algo en lo que miro con nostalgia a los años 80. Actualmente no lo hay. Los esfuerzos de todos los europeos no se dirigen hacia un mismo objetivo. Somos como cuadrigas atadas tirando cada una en una dirección distinta. Tan sólo tenemos unas estructuras supranacionales llenas de eurócratas acomodados que no hacen sino dirigir cada uno con su batuta una misma orquesta que en el mejor de los casos sólo consigue desacompasada música dodecafónica, nada que ver con los melodiosos acordes de la “Oda a la Alegría” de Beethoven que se adoptó como himno europeo, simbolizando unos sinfónicos ideales que se están desvaneciendo peligrosamente.
Les dejo con una reflexión que hacía hace algunos años un cantautor argentino que nos amenizaba la velada en un café-teatro del madrileño barrio de Huertas. Contaba cómo un padre y un hijo iban caminando juntos por el desierto y el hijo le preguntaba al padre: “Papá, papá, ¿Para qué sirven los ideales si son inalcanzables?”. A lo cual el padre contestaba: “Hijo, los ideales sirven para caminar”. Apliquémonos el cuento. Mirémonos en el espejo de aquellos países que han progresado en algún aspecto socioeconómico y pongámonoslos como modelo. Aspiremos a ello. La autocomplacencia y la resignación sólo llevan al estancamiento, si no a la regresión. El movimiento se demuestra andando, y para andar hay que saber a dónde se quiere ir, aunque no se llegue nunca al destino.
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El ego de nuestros dirigentes y directivos o Lo polifacético de la inteligencia
Cuando alguna vez han dicho de alguien que es “muy inteligente”, ¿Han caído en la cuenta de puntualizar para qué?. Yo suelo hacerlo porque soy consciente, empezando por uno mismo, del carácter polifacético de la inteligencia: todos somos muy inteligentes para unas cosas, y poco dotados intelectualmente para otras.
Es cierto que tal vez el concepto de inteligencia se suele asociar a capacidades analíticas, pero en verdad no tiene por qué ser así. La inteligencia tiene muchos otros aspectos, no sólo el análisis, así por ejemplo se puede ser inteligente emocionalmente, tener dotes de síntesis, ser hábil para trabajos manuales (una inteligencia más aplicada), tener capacidades comunicativas, saber improvisar, y así podríamos seguir hasta completar un largo etcétera. De hecho, si me lo permiten, diría que hasta hay inteligencias calificables de inconscientes como la inteligencia genética. ¿Qué quiero decir con esto?. Muy sencillo, les pondré un ejemplo muy ilustrativo. ¿Han pensado ustedes en la obra de ingeniería que supone tejer una tela de araña?. Los arácnidos no se puede decir que sean seres vivos con una gran inteligencia práctica, pero preparar una de esas maravillosas trampas es sin duda algo difícil que no saben hacer otras especies. Lo hacen de forma instintiva, sin pensar bajo el concepto clásico de inteligencia, pero sin duda hay veces que en su mecánica labor se enfrentan a problemas que resuelven de forma admirable. No es una inteligencia analítica, pues lo hacen de forma casi automática, pero efectivamente es una habilidad “genética” que podemos calificar de inteligente en este aspecto tan concreto.
Dicho lo dicho, no les negaré que es cierto que la capacidad analítica tiene mayor espectro de aplicación. Las personas analíticas disponen de ciertas ventajas sobre las personas inteligentes desde otros puntos de vista, pero no hay que desestimar nunca otras facetas de la inteligencia de una persona.
A todo lo anterior podemos añadir como factor temporal de la inteligencia que los roles de la misma cambian con los siglos. Me explico. Aparte, como les comentaba antes, de la errónea asociación de la inteligencia a capacidades analíticas, tenemos que también equivocadamente todos solemos decir que alguien es inteligente cuando consigue sus objetivos, sean cuales fueren. Así por ejemplo, en la época de los egipcios alguien capaz de construir una pirámide era considerado inteligente, alguien capaz de reflexionar sobre filosofía entre los griegos, alguien capaz de diseñar una calzada en la época romana, alguien capaz de atesorar y reproducir textos y conocimientos en la edad media, alguien capaz de ganar batallas en cualquier época, alguien capaz de ganar unas elecciones en el imperio democrático occidental, alguien que tenga inteligencia emocional en las empresas en la última década, o alguien capaz de fundar una startup que alcance una importante base de usuarios en nuestros días, etc. Todo ello hace que la inteligencia a lo largo de la Historia sea un baile de aptitudes y capacidades con las que si uno no vale para triunfar hoy en la sociedad, tal vez mañana (o ayer) sí que lo haría. Y por supuesto, la inteligencia es condición necesaria, pero no suficiente, para progresar en la vida: la coincidencia y la fortuna también son factores fundamentales.
Pero, no nos apartemos del tema, ¿Por qué esto es así?, ¿Cuál es el porqué de este carácter polifacético de la inteligencia?. El asunto puede tener su base científica. Según la teoría de la percepción “Pandemonium” de Oliver Selfridge, en nuestros cerebros hay centros autónomos, denominados demonios, que, desde el aspecto especializado de sus conexiones neuronales, se dedican a procesar, comparar patrones y dar una respuesta, en lo cual compiten con otras regiones cerebrales. Dado que cada cerebro tiene por genética o por vivencias unas conexiones neuronales u otras, ello deriva en que cada persona tiene más desarrolladas unas áreas cerebrales determinadas, que en determinadas situaciones en las que reconocen patrones son capaces de dar una respuesta más acertada que las demás. En esta teoría se basan las redes neuronales y la inteligencia artificial moderna.
Y como supongo ya estarían esperando, pasemos al lado socioeconómico. Esta concreción de la inteligencia a determinados aspectos implica que las capacidades para dirigir un país o una empresa sólo se circunscriben a ciertas situaciones, es decir, elegimos un presidente del gobierno o un directivo de una empresa para ejercer su mandato durante los subsiguientes años, sin saber a ciencia cierta qué nos deparará el futuro y a qué situaciones se tendrá que enfrentar, y por lo tanto sin poder elegir el candidato con mejores cualidades para el trabajo a desempeñar.
En el primer caso (los políticos) tenemos además el añadido de que, como les decía en mi post «Democracia real y la contribución de las redes sociales», los políticos suelen ser elegidos por su capacidad para ganar las elecciones, en vez de por su capacidad para gobernar.
Tanto en el primer caso (los políticos) como en el segundo (los directivos de empresas), suele ocurrir que el ego de los gobernantes finalmente elegidos o de los jefes les hace creerse que son inteligentes para todo, cayendo a menudo en un narcisismo ególatra que les lleva a desarrollar una actitud de superioridad que no se puede calificar más que de cómica. En ocasiones derivan en un desprecio a la inteligencia de sus subordinados, a todas luces erróneamente y trasgrediendo el principal argumento de este post. Más pronto que tarde, la vida se encarga de demostrarles su error, y así tenemos el suelo lleno de ángeles caídos.
Una aplicación práctica de la teoría que les expongo estaría en la configuración de las jerarquías humanas en cualquier ámbito, sea una empresa, un ministerio o una asociación. Es una aplicación que lleva de moda un par de lustros, y no es más que la generalización de estructuras horizontales que maximicen el uso de los trabajadores con asignaciones matriciales. Es decir, pocos gestores, muy competentes, y de rango muy alto, se encargan de articular equipos multidisciplinares escogiendo, según sus capacidades personales, a los mejores subordinados para las tareas concretas a desempeñar para cada trabajo o proyecto, de tal forma que se aproveche lo mejor de cada uno para cada tipo de tarea. Esta horizontalidad es algo que encuentro bastante eficiente, aunque les admitiré que a veces es difícil saber verdaderamente en qué es mejor cada uno, porque hay gente que simplemente intentar destacar en casi todo. Ahora sí, una cosa es aparentar y otra serlo.
Para terminar les confesaré que me resultan muy curiosos aquellos individuos que por norma general se creen más inteligentes que los demás. Con lo que tenemos alrededor, podría citarles como ejemplo muchos casos, o más bien ciertas actitudes. Yo les diría que en realidad, si de alguien se puede decir que tiene una limitación intelectual, es de los que se creen demasiado “listos”, sin ser conscientes ni de las limitaciones de su propia inteligencia, ni de lo relativo de la tontería de los demás. Tiempo al tiempo, que el aterrizaje forzoso es siempre más traumático que el soft landing.
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Dirigentes que se meten en su papel o La asunción de valores contaminados
¿No se sienten ustedes defraudados cuando un político en la oposición nos ilusiona con los cambios que va a realizar y luego en muchos aspectos resulta ser más de lo mismo?. ¿No les llama a ustedes la atención cómo hay personas que critican vehementemente las acciones de otros y, cuando ellos están en la misma situación, acaban actuando exactamente de la misma manera que antes criticaban?. Tristemente es el pan nuestro de cada día en la sociedad. Y no duden de que este tipo de actitudes tienen un gran impacto sobre el devenir socioeconómico de nuestros sistemas. Pasemos a analizar el porqué de todo ello, tal vez en el camino aprendamos algo.
En la carrera de Psicología se estudia el germen de las actitudes que les planteaba en la pregunta del párrafo anterior. La gente se mete en su papel. Es decir, cuando alguien siente que ocupa una determinada posición familiar, social, laboral o política, tiende a actuar como se supone que tiene que actuar. Me explico con más detalle. Todos tenemos unos patrones de comportamiento determinados, según nuestra personalidad y actitudes actuales, fruto de la evolución personal y acorde a una estabilidad adquirida por la permanencia temporal en los distintos roles que nos toca desempeñar en todos nuestros círculos. El problema viene con las transiciones entre roles, y también con el simple hecho de aspirar a estas transiciones. Cuando un individuo es ascendido o progresa de algún modo en la sociedad, en vez de mantener sus patrones de comportamiento actuales, que como decíamos suelen ser fruto de sus propias características personales y de su evolución con el paso de los años, suele ocurrir que ese individuo pasa a tomar como propios los patrones de comportamiento que veía hasta ese momento como habituales en los individuos que ocupaban antes la posición que ahora ocupa él. Ése es el origen del problema, la renuncia a las ideas y valores propios a favor de otros ajenos y a menudo equivocados a mi juicio, estableciendo un mecanismo de transmisión generacional de las malas actitudes que los individuos son capaces de desarrollar.
¿Por qué esto es así?. ¿Por qué suele ocurrir esto con las actitudes negativas y no con las positivas?. Sería idílico tener la misma transmisión de valores, pero siendo ésta de valores positivos y beneficiosos para el individuo y la sociedad, pero no es lo que suele ocurrir. El problema podríamos encontrarlo en la sumisión y subyugación que se suele sufrir en determinados niveles ante el nivel jerárquicamente superior. Sí, como lo oyen, las actitudes positivas generan en todos nosotros buenos sentimientos, pero desgraciadamente su intensidad suele ser inferior a la de los generados por actitudes negativas. El ser humano, cuando sufre y tiene problemas, a corto y medio plazo, lo recuerda e interioriza más (aunque también es cierto que cuando pasa el suficiente tiempo sólo suele recordar las cosas buenas). Probablemente sea un mecanismo genético para que aprendamos de las dificultades, pero el problema es que esta mayor persistencia de lo negativo hace que éstas sean las características que se recuerdan e identifican con el papel a desempeñar en una nueva posición tras un ascenso o progresión, y por lo tanto, salvo contadas y honrosas excepciones, el nuevo individuo “hereda” ciertos patrones de comportamiento censurable de sus anteriores. Cuando uno se centra en lo negativo de su situación, de cómo le pisan la cabeza, de lo que tiene que aguantar… y la situación tiende a mantenerse durante un tiempo, normalmente acaba asumiendo su papel de sumisión como algo natural e inherente a su posición, y cuando por fin se libera del yugo, y pasa al nivel superior, suele asumir que los demás tienen que aguantar lo que él estoicamente ha aguantado, y acaba tomando para sí actitudes y patrones de comportamiento que veía en el hasta ahora su inmediato superior. Tal vez los lectores más jóvenes no me crean, no les culpo, la juventud está llena de ideales y pasiones, que si bien tienen su aspecto positivo, a veces nos alejan de la realidad del día a día, pero a lo largo de su vida, estos jóvenes verán cómo, en sus trabajos, los recién nombrados jefes suelen dejar de ser la persona que eran antes para transformarse en un híbrido entre lo que eran ellos mismos antes, y lo que era su jefe anterior. Este mecanismo hereditario me recuerda mucho a la definición de “Pobres Cabrones” que hacía el amigo tuitero @jmnavarro en su comentario de mi post “La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad”; en él retrataba cómo en la sociedad boliviana, es típico que cuando una persona progresa, desprecie a los que deja atrás.
¿Y dónde está el nexo de unión de todo esto con los temas socioeconómicos de los que suelo hablarles en mis posts?. Muy sencillo, algunos de ustedes seguramente ya lo habrán adivinado. Este problema que les comentaba es más acusado cuanto más arriba se llega en nuestras sociedades, por lo que los individuos con mayor responsabilidad familiar, social, laboral y política tienden a tener un perfil de comportamiento más afectado por este mecanismo de contaminación de valores. Nuestras sociedades y economías están dirigidas por individuos mayormente contaminados por esta herencia de patrones de comportamiento, así que, esto nos afecta como sistema socioeconómico. Para que lo vean más fácil; lo más probable de un político que progresa en un sistema corrupto, es que éste acabe siendo también corrupto; lo más probable de un trabajador que asciende en una empresa fuertemente jerarquizada y autoritaria, es que acabe siendo también jerárquico y autoritario… Sólo individuos muy “especiales”, con un ser interior rico, ético y autocrítico, que asuman como propios sólo los aspectos positivos que vean en otros, con firmes creencias en sus propios valores, y por supuesto valores adecuados, son capaces de mantenerse fieles a sí mismos a lo largo de su carrera profesional y de su evolución personal. Éste es el tipo de sociedad que deberíamos construir en vez de lo que estamos obteniendo. Éstos son los individuos que deberían progresar para construir una sociedad que nos enorgullezca al pasársela a nuestros hijos. Pero la realidad se aleja mucho de este ideal, por no decir que va en el camino opuesto.
Por poner una nota positiva a todo esto, estarán ustedes de acuerdo en que hay determinados círculos en los que lo que sí se heredan los aspectos positivos, pero el problema es que son entornos con poca repercusión e influencia sobre nuestros dirigentes y políticos. Algunos conocemos casos de amigos o conocidos que, teniendo una vida hecha en Occidente, se aventuran a irse con una ONG a África a cambio de una asignación ínfima y sólo con la recompensa de entregar sus vidas y dedicación a los más necesitados. Es éste un tipo de perfil de persona que me produce gran admiración, y los entornos en los que se mueven y que construyen a su alrededor me interesan personalmente mucho. Son amigos de los que me siento orgulloso, que me enriquecen como persona, y de los cuales me esfuerzo por aprender.
Por otro lado, las conclusiones anteriores no me hacen sino valorar positivamente aún más a esas personas que siguen siendo fieles a sí mismos a pesar de progresar, que siguen siendo encantadoras en contra de la jerarquía en la que ascienden, que no se corrompen al estar entre corruptos, que no se vuelven inhumanos cuando pasan a ocupar el puesto de un inhumano… Son personas que permiten la regeneración y renovación de actitudes e ideas, que al existir ayudan a combatir el cáncer de la decrepitud de nuestros sistemas. Son pequeñas estrellas que brillan en la oscura noche, y que nos ayudan a conservar un halo de esperanza, porque el problema a día de hoy es que, aunque no todos los individuos que progresan se contaminan de esta degeneración, sí la mayoría. No se confundan, no me he radicalizado al respecto, soy plenamente consciente de que hay muchas empresas e individuos que no son así. Observarán que me limito a hablar de mayorías predominantes, y como prueba, a la vista están los resultados: vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada, que últimamente está dando síntomas calificables incluso de dramáticos.
Y la pregunta lógica que se estarán ustedes formulando es: ¿Cómo podemos nosotros mantenernos al margen de todo esto?. Pues construyendo su mundo a base de lo bueno que hay en su vida, siendo agradecido por las cosas buenas que le rodean, reteniendo con mayor repetición e intensidad aquellos factores que son positivos… esto le ayudará personalmente, y si la mayoría lo hiciese, también lo haría colectivamente.
Terminaré este post con dos frases, la primera del libro “Seda” de Alessandro Baricco: “Tenía la tranquilidad propia de aquellas personas que sienten que en este mundo ocupan su lugar”. La otra frase es de Rousseau, y fue publicada en Twitter por @wikicitas hace unas semanas: “Es muy difícil someter a la obediencia a aquel que no busca mandar”. Unas frases de una profundidad enorme, a pesar de su sencillez. Les dejo la interpretación a su propio juicio, sólo les diré que recuerden que la competitividad desaforada, reinante en nuestras sociedades, es origen de muchos males, pues obliga a seguir desempeñando roles desnaturalizados, alejados de nuestro verdadero yo, y además de implicar un nivel de madurez personal más que cuestionable, supone un punto débil demasiado evidente.
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La ley del goteo en España o por qué las situaciones se tornan insostenibles
Es un inequívoco signo de poca anticipación el hecho de que, en este país llamado España, es una tortura política, social y económica el tener que ver cómo pasan los días sin que situaciones que se van volviendo insostenibles sean corregidas de raíz. En otros países de nuestro entorno son mucho más “sensibles” a este tipo de sucesiones de pequeñas anomalías, y por lo tanto aplican un correctivo antes de que sea demasiado tarde, cosa que no suele ocurrir en nuestro caso.
¿A qué me estoy refiriendo?… pues a muchas cosas, a todas a las que nuestras actitudes personales se enfrentan día a día, pero en el caso concreto de este post, nos limitaremos a las que repercuten sobre el devenir socioeconómico de nuestra sociedad. Centrándonos en este aspecto, es un auténtico cáncer la querencia general a dejar deteriorarse tanto las situaciones que, cuando ya nuestros políticos se ponen manos a la obra y abordan el problema, suele ser tan tarde que las medidas a tomar son mucho más perjudiciales, y además dan peores resultados que si el problema se hubiese corregido a tiempo.
Pero, para que me entiendan mejor, pongamos algunos ejemplos ilustrativos. El más inmediato puede ser la evolución del número de desempleados y el deterioro del cuadro macroeconómico en la actual crisis. La opinión general continuamente pensaba que ya habíamos tocado fondo, que ya llegaban los “brotes verdes”, que a partir de aquí ya todo era recuperar, que ya vienen tiempos mejores… hasta que la situación degeneró tanto que ya era insostenible, y los votantes buscaron alternativas en el partido que estaba en la oposición en ese momento, con un resultado que ahora ya está a la vista de todos.
Otro ejemplo habitual es la corrupción. La opinión pública en su conjunto no es muchas veces consciente de que lo que vemos en este tema es sólo la punta del iceberg, y que cuando hay una sucesión constante de casos de corruptelas, lo que subyace detrás es una corrupción generalizada difícil de corregir. Pero no, en general lo que se tiende a ver es una sucesión de pequeños casos que se consideran aislados, que éste caso de corrupción será ya el último que se destape, que ya se habrá barrido toda la casa… hasta que la corrupción ha calado tan hondo que ya dificulta el progreso económico del país, y es sólo entonces cuando la mayoría de los votantes toman cartas en el asunto y tienen en consideración este tema en su decisión de voto. De nuevo el goteo, leve pero constante, no nos hace reaccionar hasta que es demasiado tarde.
Y por ponerles otro ejemplo, aunque ya no tenga relación alguna con la economía, pero sí con esta forma tan miope que tenemos de ver las cosas en este país. ¿Qué pensarían ustedes si en España hubiese una catástrofe cada año que segase la vida de 1.500 personas?. Que habría que hacer algo, que esto es insoportable… ¿Saben que ésta es la cifra de muertes anuales en accidentes de tráfico?. La seguridad vial es el único caso que se me ocurre en el que nuestros políticos han decidido actuar sin que el grueso de la población lo considerase una emergencia ineludible. Si lo han hecho por afán recaudatorio o no, es algo que nunca sabremos. También es cierto que el coste político de haberlo hecho es cuasi-nulo, puesto que nadie va a cambiar su intención de voto por una multa. Pero hay mucha gente que en vez de ver que en 2003, en vez de 1.500, fueron 4.000 muertes, se quejan de que no se puede correr y de que sólo quieren nuestro dinero. De nuevo un goteo pequeño pero constante de muertes semana a semana no hace reaccionar a la mayoría.
Por verle algún aspecto positivo, podríamos decir que en esta actitud subyace un injustificado optimismo que nos hace pensar que ya por fin hemos tocado fondo, que sólo ha ido un poco a peor pero que de aquí ya remontamos… y mes tras mes, el deterioro continúa, gradual pero inexorable. Un golpe fuerte nos aturde, pero nos hace reaccionar. Un sinfín de pequeños golpes nos hace pensar que ya no habrá ninguno más a partir de ahora, y que éste ha sido el último a soportar, pero muchas veces hay uno posterior que nos hace ir aún a peor. Así es la actitud predominante en este país, y de ahí sus consecuencias.
El problema es que los políticos no actúan hasta que no les duele la intención de voto, así que mientras que el grueso de la población no veamos el peligro detrás de cada pequeña sucesión de cifras, no veremos a nuestros políticos tomando medidas correctivas, porque el coste electoral no está justificado, y, sin duda, medidas, en principio duras, serían vistas como sacrificios inútiles por culpa de visiones agoreras. Así es. Tal vez nuestros dirigentes sepan en muchos casos lo que se avecina, tal vez sean conscientes de los peligros de nos acechan, tal vez tengan menos miopía de la que suponemos… pero no actúan hasta que la mayoría no lo transforma en clamor popular, porque sólo cuando el grueso de la población ve el peligro, el tomar medidas va a suponer un rédito en forma de votos, aunque sea a largo plazo, y si no es así, la preocupación general justificará de alguna manera las nuevas políticas a implementar. Ésta es la cruda realidad. El dictamen de las urnas es así, recordemos que la democracia es sólo el “menos malo” de los sistemas políticos conocidos, y éste es sin duda unos de sus puntos flacos. Quiero creer que los italianos supieron ver este problema en la actual crisis, y por ello se perfiló un gabinete temporal de tecnócratas que no dependiesen de los votos de sus ciudadanos. Es la única manera que se les ocurrió de que se tomasen las medidas adecuadas por unos gobernantes que se tenían que preocupar más por el país que por lo que éste pensase de ellos.
Y se preguntarán ustedes el porqué de este tema para este post, que cuál es la relación con los temas socioeconómicos a los que les tengo acostumbrados… es muy sencillo. La situación de emergencia nacional es la que se encuentra España, de plena actualidad incluso a nivel mundial, es consecuencia de no haber tomado las medidas adecuadas a tiempo. Si la mayoría hubiese sabido ver lo que se avecinaba en los indicadores adelantados que se publicaban ya antes del estallido de la crisis, seguramente no estaríamos donde estamos. Y créanme, aparte del sentido común, había múltiples indicadores que ya anticipaban lo que luego ha venido. Pueden consultarlos libremente, indicadores como el consumo de cemento u otros estaban dando inequívocas señales de aviso, pero poca gente nos fijábamos en ellos, dejándose llevar la mayoría por un optimismo desaforado por el que creían que el caduco modelo productivo español iba a seguir en crecimiento hasta el infinito y más allá. Pero no, la cruda realidad nos fue corroyendo poco a poco los cimientos, con un goteo mes a mes de cifras de desempleados que a día de hoy ya se ha hecho insoportable. Por todo esto les repito lo que ya les he dicho muchas veces. Lean, contrasten, hagan crítica constructiva, fórmense una opinión justificada, miren un poquito más al futuro y no se centren tanto en el presente… y traten de ver tendencias más que cifras puntuales. Detrás de sus actitudes individuales hay mucho más de lo que imaginan, háganlo por ustedes mismos y por el bien del conjunto de la sociedad. No se equivoquen, no estoy volcando las culpas de la actual situación sobre los ciudadanos, eso sería muy muy injusto, pero, como les decía, la democracia es el “menos malo” de los sistemas conocidos, y éstas son las reglas del juego, así que, mientras no cambien, juguemos con ellas nuestra mano lo mejor que podamos. La verdadera democracia se construye de abajo a arriba.
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¿Hacia donde se dirigen nuestros sistemas socioeconómicos?
No les puedo discutir que tanto la Macroeconomía como la Microeconomía han avanzado drásticamente a lo largo de los últimos lustros. Gracias a ello tenemos toda una suerte de indicadores que miden el pulso de nuestras economías nacionales y de nuestras empresas, y que nos permiten articular en base a ellos las políticas económicas de nuestros países.
Hasta aquí todo de color de rosa. Pero obviamente, y más aún con los tiempos que corren, hay que admitir que el sistema dista mucho todavía de ser perfecto. Uno de los motivos que mantiene a nuestros sistemas socioeconómicos y a nuestras empresas alejados de un modelo mejor son los imponderables y la ocultación. ¿Que a qué me refiero con imponderables y la ocultación?. Pues a ratios e indicadores que, teniendo a veces una repercusión extraordinaria sobre la economía y la sociedad, o bien no se pueden medir, o bien no se quieren medir.
Les pondré un ejemplo de microeconomía sencillo para que me entiendan. Hace unos años, en la empresa de un conocido, empezaron a despedir a parte del personal. Sorprendentemente, después de haberles pagado religiosamente la correspondiente indemnización, a la mayoría de ellos les llamaban en unos días para contratarles a través de una consultora y que siguiesen realizando el mismo trabajo, que seguía siendo necesario desempeñar. El salario era el mismo, más el coste que para la empresa suponía el tener que pagar el margen de la consultora a través de la que se producía la nueva contratación. Aquí, ¿Dónde está el truco?. Es sencillo. La política principal de la compañía se basaba en aumentar la productividad. Todos los bonus de los directivos estaban, en mayor o menor medida, vinculados a mejorarla. Y dividiendo la facturación (que se mantuvo estable) entre el número de cabezas (que había disminuido pues los re-contratados a través de una consultora no constaban como parte de la plantilla) la cifra mejoraba, con lo que por entonces (supongo que ahora, quince años más tarde, estos cálculos microeconómicos habrán mejorado) se consideraba que la productividad aumentaba y todos los ejecutivos cobraban sus cuantiosos bonus. Tremenda falacia empresarial que mantuvo el tenderete durante un tiempo. Los indicadores que por entonces habrían permitido detectar esta situación a tiempo no eran exactamente imponderables, se podían medir, eran costes contabilizados al fin y al cabo, pero se ocultaban deliberadamente. Y como obviamente estas prácticas iban en contra del interés de la empresa, la realidad acabó por aflorar y manifestarse por otros vericuetos, y no quiero ni contarles lo que era esta empresa en su momento y lo que es hoy en día.
Este ejemplo microeconómico que les he expuesto, tiene muchos equivalentes en macroeconomía. Algunos son imponderables, difíciles o imposibles de medir a día de hoy, y otros son casos de ocultación de igual manera. Les puedo citar casos como por ejemplo la felicidad. Es una realidad que las políticas económicas de nuestros sistemas socioeconómicos se centran principalmente en un crecimiento del PIB con una baja inflación. Es la receta del éxito en el modelo capitalista occidental. Los esfuerzos anuales de nuestros políticos y de todos nosotros se centran en aumentar año a año el Producto Interior Bruto y la facturación/beneficios de las empresas para las que trabajamos, manteniendo los precios a raya. ¿Es esto lo que realmente queremos como sociedad?. ¿Realmente lo que buscamos en nuestras vidas es que nuestros países produzcan cada vez más y más?. Yo creo que es un sinsentido, pero no critico que se haga así, puesto que la alternativa lógica es un imponderable: la felicidad de los ciudadanos.
Hace muchos años que pienso sobre esta cuestión de esta manera, y me sorprendió gratamente como hace un par de años Sarkozy empezó en Francia un debate sobre un nuevo modelo de monitorización de la calidad de vida de la sociedad francesa, y sobre cómo se debía articular la evolución socioeconómica del país hacia una consecución de mejoras en dicha variable. No sé en qué momento dicha iniciativa se desestimó ni los motivos exactos que llevaron a ello, pero el hecho es que la cosa se quedó en agua de borrajas, es decir, en nada. Entiendo que si había voluntad política en un país occidental de abordar un cambio semejante, seguramente, el hecho de que la mayoría de los indicadores a desarrollar eran imponderables o subjetivos, llevó a seguir con el modelo actual, imperfecto donde los haya. El hecho de que piense así, es porque la realidad de la macroeconomía chocó frontalmente con la intención de Sarkozy. Piénsenlo detenidamente. ¿Cómo medir la felicidad de los ciudadanos?. Acaso no pueden ustedes ser felices un par de horas al día y otro par de horas sentirse unos desgraciados… la felicidad es algo muy voluble y subjetivo, tanto que su medición mediante encuestas, aunque sean en tiempo real gracias a la tecnología, es inviable.
Otro ejemplo al respecto puede ser también clarificador: Sarkozy se encontró con otra serie de variables que sí admitían su medición, como el acceso a una buena sanidad gratuita, una educación de calidad, etc. Pero bajo una apariencia más medible se ocultan realidades igualmente imponderables. ¿Cómo medir la calidad asistencial de la sanidad pública?, ¿Y una buena educación?. Estarán de acuerdo conmigo en que puede haber formas de medir estas variables, pero también es cierto que en ellas hay ciertas notas de subjetividad y de ocultación insalvables. ¿Cómo se puede saber a ciencia cierta cuando un cirujano ha cometido un error o ha hecho un diagnóstico correcto?. Un indicador de este estilo sería sólo una punta del iceberg, puesto que estos casos a menudo no salen de la mente del mismo médico, y aunque eso ocurra tampoco salen del servicio del hospital correspondiente. Sólo se actúa en casos evidentes porque son los únicos que se llegan a conocer, y la proporción entre evidentes y ocultados puede ser tan dispar que un indicador confeccionado sólo con los evidentes no tiene porque ser concluyente.
¿Y qué me dicen de una buena educación que decíamos antes?. De nuevo con este otro caso nos encontramos con indicadores que se pueden medir. Es obvio que una estandarización internacional de pruebas de matemáticas, lenguaje, etc. es posible, y se puede medir en base a ella el nivel educativo de cada país. De hecho esto se hace hoy en día y desde hace años. Pero, ¿Qué me dicen ustedes de otro tipo de enseñanzas subjetivas como la ética, la responsabilidad social, o el comportamiento adecuado en sociedad?. Estarán ustedes de acuerdo en que una parte de nuestra felicidad viene de tener una vida tranquila en nuestros barrios. De que no haya los típicos acosadores adolescentes aterrando a nuestros hijos, de que en las noches de verano no haya juerga y decibelios en la calle, de que a los ancianos se les ceda el asiento en el autobús… ¿Cómo se mide todo esto?, es parte de nuestra felicidad, pero no sabemos cómo justificarlo en cifras. Por no hablar ya de la subjetividad de algunos con respecto a la educación. Hay corrientes políticas que incluso no distinguen entre una buena educación objetiva, y la politización de la educación. Y es que, si lo pensamos bien, en ello les pueden ir sus futuros votos, con lo cual la imponderabilidad se mezcla con la ocultación en este punto. ¿No creen?.
Y démosle al asunto una perspectiva más amplia. Internacionalicemos el problema. ¿De qué sirve saber que Francia tiene un indicador de acceso a la sanidad de 65 si no hay serie histórica comparable ni indicadores similares de otros países. ¿Se pueden articular los designios económicos de un país sin estos dos puntos?. No por ahora. Pero si se internacionalizase el problema, y se fuese generando una serie histórica, aunque por unas décadas siguiésemos rigiéndonos por el crecimiento del PIB con baja inflación, sentaríamos las bases para en un futuro poder hacerlo de un modo más apropiado. Pero debe haber voluntad política para ello en una mayoría de países, caso que creo que no se da. Y además está el añadido de que, dada la subjetividad de algunos indicadores, la estandarización de los mismos para poder comparar entre países se torna un obstáculo difícil de superar. Es fácil medir con cierta objetividad el PIB o la inflación (relativamente, pero en todo caso en nuestros sistemas socioeconómicos ya están toda la macro y microeconomía enfocadas para recabar mensualmente estos datos), aunque, ¿Creen ustedes que es posible hacer lo mismo con la felicidad, la asistencia sanitaria o una buena educación por citar tres casos?. ¿Van a estar de acuerdo todos los países en cómo medir estas variables?, y lo que es más, ¿Es un alemán feliz por los mismos motivos que un español o un neozelandés?. Estos son los imponderables cuya invisibilidad hace que nuestras sociedades se dirijan hacia metas que no tienen por qué coincidir con lo que verdaderamente queremos en nuestras vidas.
Y por último hay otros imponderables, que si bien en algunos casos también son difíciles de medir, además son casos claros y evidentes de ocultación a nivel macroeconómico. Un buen ejemplo de ello es la corrupción. Obviamente el nivel de corrupción de un país permite hacerse una idea del grado de evolución de su sociedad, así como de la eficiencia en la dedicación de los recursos económicos públicos y privados a actividades que generen pulso económico productivo. Pero, ¿Cómo medirlo?. Al igual que en el caso de los errores médicos, un indicador de este estilo sería la punta del iceberg, puesto que la mayoría de los casos no saldrían de los labios ni del político corrupto ni del que pone el dinero para que se corrompa. Y dada la horquilla de lo impreciso de este indicador y la aleatoriedad de desviación de un mes para otro entre los casos de corrupción descubiertos y los reales, debemos catalogar este indicador como un imponderable. No obstante, es cierto que hay indicadores de organismos internacionales que intentan medir el índice de corrupción política de un país. Desconozco cómo de fidedignos son, pero aquí entra en juego el segundo calificativo de la corrupción, la ocultación. No hay interés político, salvo en contadas excepciones, en que estos indicadores alcancen un nivel de relevancia importante en la vida política y económica de un país, con lo que su repercusión real no pasa mucho más allá de una columna arrinconada algunos periódicos de vez en cuando.
Una vez expuesto todo lo anterior, simplemente quiero que se queden con la idea de que nuestras vidas se encuentran regidas por cifras macro y microeconómicas que no se traducen necesariamente en lo que buscamos: calidad de vida y felicidad. Y lo que es peor, que no hay ni consenso ni voluntad real, y a veces ni posibilidad técnica, de que algún día el modelo cambie de orientación. Conclusión, como decía mi abuelo: corremos como pollos descabezados.
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La mutación del yo en la economía de consumo o Quién narices es ése del espejo
¿Quién soy yo?… ésta es una pregunta fundamental que hay gente que no se plantea, pero en cuya respuesta se basa nuestro sentido de la identidad, el concepto que tenemos de nosotros mismos, la esencia de nuestra personalidad… Habituados a que cambiamos de personalidad muy lentamente a lo largo de los años, mirándonos introspectivamente, hay gente que incluso tiene la idea de que “yo soy el mismo de siempre”, y que siempre han pensado de igual forma. Esto, aún siendo evidentemente falso, es una actitud bastante extendida, probablemente fruto de la necesidad de estabilidad de casi todo ser humano, y que ahora está en peligro por lo que técnicamente se denomina “Mutación del yo”.
Este concepto de “Mutación del yo” es algo muy interesante que paso a explicarles. Está comprobado que las modas (y la publicidad cómo medio de difusión de las mismas) nos afectan a todos. Y sí, digo a todos, consciente de que en encuestas sobre el tema la gran mayoría piensa que la publicidad afecta mucho a las personas de su entorno, pero casi nada a sí mismos. Tengamos capacidad de autocrítica y admitámoslo, la publicidad, de forma consciente o inconsciente, ejerce una poderosa influencia sobre nuestras vidas. Y sus consecuencias afectan a ese concepto de nosotros mismos del cuál hablábamos al principio de este post.
Genéticamente se cree que nuestra psiquis está preparada para cambios muy lentos de personalidad. Es esa esencial necesidad de estabilidad que antes apuntábamos. Pero todos sabemos que la moda y las tendencias cada vez evolucionan más rápido, puesto que sacan beneficio de dicho cambio: la mutación de nuestro yo suele implicar cambios de look, de ropa, de complementos, de costumbres, etc. que se traducen en que gastemos parte de nuestro dinero para seguir la moda o adaptar nuestras vidas a los sucesivos roles que vamos asumiendo. Y no hablo de moda como algo meramente del sector textil, hablo de modas y tendencias en general. Respecto a este tema hay dos enfoques principales, según las teorías de Eriksson, el enfoque es funcional, se acentúa el polo “yo”, realmente no cambia el mundo, sino la posición del sujeto en ese mundo, o mejor aún, la autoposición del sujeto en el mundo, porque hay multitud de roles ahí fuera entre los que elegir, segmentados por edad, posición social, formación, capacidad económica, afiliación política, aficiones… etc. el marketing es profuso en la cantidad de yos que nos ofrece. También hay que ser justos y citar que hay otras teorías con enfoques estructurales, propias de Kohlberg, que acentúan el polo “mundo”, por las que los cambios a lo largo de la vida son simplemente fases sucesivas que nos conducen a un progresivo mejor conocimiento del mundo físico y social que nos rodea, que se presenta como estable, siendo sus cambios un hecho meramente perceptual y rigiéndose el mundo por principios morales objetivos y universales. No sé qué pensarán ustedes, pero a mí me parece que efectivamente con la edad vamos conociendo mejor el mundo que nos rodea, pero igualmente cierto es que también nuestra posición relativa respecto a él va cambiando. Me decanto por una teoría híbrida con enfoques tanto funcionales como estructurales, además de pensar que el mundo en sí mismo también va cambiando con el tiempo, puesto que el mundo está compuesto por todos nosotros y nuestros propios cambios revierten en él.
Pero volviendo al tema de la velocidad de cambio del yo, su aceleración en nuestras sociedades hace que ya empiece a haber individuos en las consultas de los psicólogos y psiquiatras que han perdido el concepto de sí mismos, con unas consecuencias desastrosas para su psique y para su desempeño en nuestra sociedad. No se tomen el tema a la ligera, sean empáticos y sepan ver la gravedad del asunto, porque es un problema muy importante para los afectados: las afecciones mentales son las peores. Además, dado que en nuestra sociedad la velocidad de mutación del yo cada vez se acentúa más, es muy probable que en el futuro este tipo de afecciones sean mucho más conocidas de lo que lo son actualmente.
Es evidente también que hay individuos en nuestras sociedades que viven al margen de las modas y tendencias, pero, ¿No es eso también una moda en sí mismo?… no seguir una tendencia también se traduce en actitudes y consumo de “otro” tipo de tendencia opuesto al general… al final, en una rueda u otra, todos estamos presos de la moda.
Decidir: ése es uno de los problemas para los afectados por la hipermutabilidad de su yo. Muchas decisiones que tomamos en nuestro día a día son lógicas y racionales, pero igualmente cierto es que muchas otras las tomamos basándonos en cómo se supone que tenemos que actuar si formamos parte de éste o aquel colectivo, si yo soy de ésta o aquella manera, si pienso así o asá… Apenas somos conscientes de la mayoría de estas decisiones, muchas las tomamos de forma casi automática, sin pararnos a reflexionar, pero las personas con problemas de percepción de su yo, tienen muchas dificultades para tomar este tipo de decisiones, incluso las aparentemente más simples y sin consecuencias importantes, reduciéndose su capacidad de decisión, su independencia y pudiendo derivar en afecciones mentales: cuando la psique se desequilibra, revienta por cualquier lado, y las consecuencias pueden ser muy distintas, pero en todos los casos graves para el paciente y su entorno.
Pero, seamos prácticos, ¿Qué podemos hacer para evitar esta hipermutabilidad del yo?. Poca cosa, la moda, las tendencias y la publicidad van a estar siempre ahí en una sociedad de consumo, y la permeabilidad de nuestro yo al respecto no depende de actitudes controlables por nosotros mismos. Es una cuestión de nuestras características personales, aunque también es cierto que, en cierta medida, se puede tratar de aprender a no ser tan dependientes del entorno, pero esto siempre tiene un impacto limitado en determinados individuos y es de progresión lenta.
Los conspiranoicos seguro que estarán pensando que esta hipermutabilidad del yo, que al fin y al cabo es una forma de dirigirnos, puede transcender más allá de los campos de la moda y las tendencias, y abarcar nuestra forma de pensar en muchos otros ámbitos, incluidas las ideas políticas. ¿Nos están volviendo más “dirigibles”?. La respuesta es sí, pero lo que nunca sabremos es si lo están haciendo de forma premeditada. Lo que es un hecho es que, en las sociedades democráticas, si no puedes cambiar las reglas del juego por las que la mayoría decide, sólo puedes intentar cambiar lo que la mayoría piensa. Y ahí está el juego. Lo vemos todos los días en los telediarios, tanto partidos de un bando como del otro tratan de convencer a los ciudadanos de premisas que simplemente forman parte de sus intereses partidistas (en el mejor de los casos, lo cual es aún más triste).
Pero un momento, se supone que yo soy apolítico, no sólo no profeso ninguna afiliación concreta, sino que tampoco me gusta hablar de política, ¿O no era yo así?, ¿O cómo era yo en realidad?… ¿Quién soy yo y quién narices es ése que me mira a través del espejo?.
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Repercusiones económicas de actitudes sociales
En el gobierno de un país, la economía es la base de todo. Y no quiero pasar por materialista, que no lo soy, pero es que sin dinero no hay ni educación, ni sanidad, ni políticas sociales, ni nada de nada. En una sociedad hace falta que la economía vaya bien para poder tener recursos que asignar allá donde más sea necesario.
Una vez dicho esto a modo de prólogo, podemos concluir que actitudes de los votantes, que a priori se podría pensar que afectan tan sólo a comportamientos meramente sociales, se traducen en intención de voto, y con ello en la elección de gobernantes que distan mucho de ser los más adecuados para asegurar el futuro socioeconómico de un país.
No se equivoquen, no estoy hablando ni de izquierdas ni de derechas, es un mal común a ambas partes de lo que me estoy quejando en este post, es un problema generalizado de la sociedad española: respeto. Eso es lo que hace falta en nuestra sociedad. Respeto a los demás y a su trabajo. Y de verdad, no se engañen, con ese respeto no me estoy refiriendo a que nos tengamos todos que tratar de usted; este punto, que algunos ven como algo propio de otra época, no tiene nada que ver con lo que trato de decirles. Hoy en día, y desde hace algunas décadas, en la sociedad española prima el enriquecimiento rápido, y cuanto más rápido sea, más digno de admiración se considera al enriquecido. Eso es lo único que la mayoría valora. El éxito personal se juzga en base a cuánto se tiene y cuán poco tiempo ha costado obtenerlo. Craso error.
Y esta falta de respeto generalizada se ve no sólo en las metas equivocadas hacia las que nos dirigimos, sino también en el día a día de nuestras vidas. Ya llevamos varios años en los que parece que el que mejor defiende a sus hijos es el que más grita a los profesores, el que más razón lleva es el que más chilla, el que peor dice las cosas es el que más personalidad tiene… Y para más inri, el que menos respeto muestra por los demás es a menudo el que más pone el grito en el cielo cuando él no recibe un trato correcto… Hay cadenas de televisión en las que las sintonizas, y pasan menos de 15 minutos hasta que hay algún programa en el que alguien grita para exponer su opinión. Y lo peor es que esto no es más que un mero reflejo de nuestra sociedad. Pero, ¿Qué es esto?, ¿A qué estamos jugando?.
Esta falta de respeto, y volvemos al tema concreto del enriquecimiento rápido, implica muchas otras cosas que afectan a la elección de nuestros gobernantes, y por ende, a nuestra economía. El que hacerse rico rápidamente sea la llave del reconocimiento social hace que mucha gente justifique a los políticos que se corrompen, ya que justifican casi todo en aras de obtener ese éxito personal tan mal concebido. Eso por no hablar de las repercusiones que estas actitudes tienen en lo que la juventud reconoce como ideales hacia los que enfocar su futuro próximo y lejano, lo cual mina no sólo el presente de nuestro sistema, sino también lo que está por venir en las subsiguientes décadas.
Pero centrémonos en el presente. ¿Qué es lo que significa esta admiración desmesurada por el hacer dinero fácil?. Volvemos al punto anterior, falta de respeto. Falta de respeto por las leyes, por los medios para conseguirlo, por los votantes y por la sociedad en su conjunto. Y lo que es peor, desprecio o compasión por aquellos pobres ciudadanos, que aún siendo honrados hasta la médula y pagando religiosamente sus impuestos, tienen un empleo con una asignación tan exigua a vista del ansia personal, que hace que mucha gente les vea como fracasados. En nuestra sociedad, tan necesario es el conserje de una finca, como el empleado que recoge los contenedores de basura cada día, como el directivo de una empresa. Todos, si se ganan la vida honradamente y son capaces de tener un presente y un futuro, independientemente del importe de su asignación, son dignos de admiración (al igual que lo son todos los ciudadanos que queriendo ganarse la vida honradamente no pueden debido a las malas circunstancias económicas actuales). La remuneración se establece por otros cauces distintos a la utilidad social de cada puesto de trabajo: hay un componente de formación necesaria para el puesto, capacidades personales, oferta y demanda, etc. y los ya más criticables como lo relacionado que esté uno, capacidad de influencia a alto nivel, corruptibilidad propia o capacidad de corromper a los demás… Estos últimos factores que son tan criticables para la gente respetuosa, son precisamente achacables a la falta de respeto de ciertos individuos por el trabajo de los demás e incluso por los demás como personas, y por extensión achacables a la falta de respeto también por parte de la sociedad que admira a estos individuos.
Y como nuestros políticos saben de esta debilidad social, ya que ellos mismos son producto de ella, de esta manera se perpetúa la corruptela de unos y de otros, en la que fuego aquí y fuego allá, tan sólo se van poniendo paños calientes para ir saliendo del paso. Si los políticos supiesen que acto seguido a un caso de corrupción hay un descalabro electoral, ya se cuidarían muy mucho a la hora de corromperse y, aunque seguro que seguiría habiendo corruptos, al menos, en cuanto alguien de un partido estuviese involucrado en algún asunto turbio, éste o bien dimitiría él mismo o bien sufriría un cese fulminante, tal y como ocurre en otros países más evolucionados que el nuestro en estos aspectos. Es una cuestión de umbrales. Corrupción la hay en todos sitios, pero en diferentes medidas y con distintas consecuencias: en España se suele dimitir cuando ya se es un escándalo nacional (y muchas veces ni aún así), mientras que en otros países se dimite cuando existe la mera sospecha de corrupción. Una diferencia abismal.
Y votando en base a estas actitudes sociales, se elige a los que nos gobiernan, y con estos ideales, se conduce el devenir de España S.A.: falta de respeto por los demás, que se traduce en corrupción, lo cual se realimenta pues acaba estableciendo patrones equivocados para la elección de nuestros gobernantes, que dirigen el esfuerzo de la sociedad hacia metas que dificultan el progreso socioeconómico, y como consecuencia ponen en peligro nuestro estado de bienestar. Por ello, miren a sus políticos y conciudadanos de otra forma, su actitud hacia ellos es mucho más importante de lo que piensan, y además les afecta a ustedes y a todos los demás, presentes y futuros. Sean respetuosos. Mi abuela decía que trates a los demás tal y como te gustaría que te tratasen a ti mismo, y esa sabiduría popular es la base de todo.
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