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La igualdad de oportunidades traída por la tecnología o Cómo los APIs públicos incrementan el fair play en Internet

Hoy les traigo un tema interesante por el impacto tan relevante que está teniendo ya a día de hoy en nuestro panorama tecnológico, así como por sus importantes implicaciones socioeconómicas. La mayoría de los ciudadanos ya se han acostumbrado a no despreciar ni un ápice las posibles influencias que los nuevos avances tecnológicos pueden traer a sus vidas. Los smartphones y los ecosistemas de aplicaciones han cambiado el día a día de mucha gente, y es ya una especie de cultura básica el saber utilizar nuestros teléfonos inteligentes y algunas aplicaciones clave.

No teman, si bien el tema de hoy tiene una base evidentemente técnica, ya saben que acostumbro a explicar de forma muy clara y sencilla las bases tecnológicas de los avances que les explico, para alcanzar al final unas conclusiones generales sobre su impacto en nuestras socioeconomías y en nuestra forma de vida.

Empecemos por explicar brevemente el concepto de API. Un API (o “Application Program Interface” según sus siglas en inglés), se podría definir como un conjunto de programas informáticos que permiten acceder de una forma determinada y estándar a la funcionalidad que da un programa de mayor dimensión. Es decir, por ejemplo, cojamos su cuenta de Facebook. Todo lo que usted publica o escribe en Facebook va a sus servidores en internet, y para acceder a esos servidores usted puede usar o bien la aplicación oficial de Facebook, o bien cualquier otra aplicación de otro programador que la haya hecho para venderla en Google Play o la AppStore. ¿Cómo sabe esa aplicación de terceros acceder a su información que está en los servidores de Facebook? Muy sencillo, con un API publicado por Facebook que describe qué y cómo preguntar por información a sus servidores. De esta manera, cualquier desarrollador que esté interesado en ello puede crear su propio programa para acceder a Facebook, y por ejemplo presentarle a usted un albúm de cumpleaños con todas las fotos suyas que sus amigos han cargado en Facebook este año.

Bien, a estas alturas ya tienen el concepto de API. Vayamos un poco más allá. El caso de Facebook es sencillo, pero ¿Qué me dicen por ejemplo de una aplicación de planificación de viajes que acceda a los servidores de Renfe para ofrecerle un viaje hecho a medida que incluya unos billetes de AVE con su correspondiente precio y disponibilidad? Ufffff, el tema se complica, puesto que pasamos a hablar de información crítica de una compañía, que necesita proteger porque es esencial para su operativa diaria, por no hablar ya de su carácter estratégico. Pero es cierto que cada vez más el mercado está demandando aplicaciones como la que les describo. Es más, Renfe en este caso podría aprovecharse de la “Comunidad” de desarrolladores que hacen por su cuenta una aplicación que le va a reportar ventas por la módica cantidad de 0€. Obviamente, esos desarrolladores querrán vender su aplicación en Google Play o la AppStore, o tal vez la aplicación sea gratuita y funcionen sólo por comisión sobre venta.

Ambas opciones suponen un nuevo modelo de negocio con claras ventajas para Renfe, pero el tema que quería abordar hoy con ustedes al respecto es más profundo. Aquel concepto de “Comunidad” difusa que nadie comprendía muy bien pero que ha llegado a producir excelentes sistemas operativos como Linux que se están comiendo el mercado, adopta ahora otro cariz. Ahora la comunidad no sólo acomete proyectos generalistas de informática, sino que una especie de comunidad formada por los desarrolladores presentes en los ecosistemas de aplicaciones, es capaz de hacerle a usted sin ningún coste de entrada una aplicación. La importante derivada de esto es el principal tema de este post: para ello usted debe darle con un API acceso a cierta parte de su información más preciada. El acceso a la información que a priori era impensable que les empresas permitiesen hace tan sólo unos años, ahora se vuelve estratégico para las compañías, y son ellas mismas las que publican APIs para facilitar a terceros el acceso a sus sistemas.

Obviamente, la seguridad es un tema clave. Hay que dotarse de una infraestructura que permita compartir de forma segura sólo aquella información que se desea hacer pública. Además hay que tener un especial cuidado con los accesos que sin duda los hackers intentarán hacer a nuestros sistemas, puesto que con unas APIs mal diseñadas serán capaces de entrar en nuestros servidores informáticos hasta la cocina, y hacerse con preciada información, o bien provocarnos un desastre. Con este fin hay en el mercado diversas plataformas de gestión de APIs, dicho sea de paso.

Otra consecuencia muy importante es que este nuevo paradigma socioeconómico supone una mejora del fair play dentro del sector de la tecnología: cualquiera con ideas, ganas, tiempo y recursos puede desarrollar una aplicación para vender billetes de Renfe o de productos y servicios de cualquier otra compañía. Sin duda un nuevo aspecto del progreso en la igualdad de oportunidades que son una de las bases esenciales de las sociedades occidentales.

Pero el trasfondo de este tema es que la economía y la socioeconomía han dado un giro radical respecto a la custodia y compartición de la información empresarial y el acceso a sus servidores. Han pasado de una posición claramente defensiva y cuasi-paranoica, a una mentalidad abierta en la cual ceden parte del núcleo de su negocio a cambio de un potencial beneficio. Podríamos acuñar esto como una democratización de la información de las empresas. Una política de claro y trasgresor aperturismo informático que reporta claras ventajas para consumidores, para la comunidad de desarrolladores y para las propias empresas. Un claro ejemplo de win-win a tres bandas, que supone un progreso socioeconómico real para nuestras sociedades, no sólo por el impacto en el corto plazo de la gran utilidad para todas las partes de las nuevas aplicaciones que se están desarrollando con las APIs, sino también por el gran progreso a largo plazo que suponen estos cambios de paradigma empresarial y socioeconómico que estructuran el tejido social y productivo de las sociedades que lo adoptan. El factor desencadenante es tener más beneficios. La consecuencia a largo plazo es hacernos lograr el progreso socioeconómico. Como muchas otras veces, la disyuntiva que algunos plantean de “dinero o socioeconomía” se resuelve en este caso serializando en una secuencia temporal de “primero se intenta generar más dinero, y en ése intento se acaba haciendo progresar la socioeconomía”. No siempre ocurre de esta manera, pero al menos, cuando tengamos claro que va a ser así, no seamos ni reaccionarios ni tímidos en adoptar unos cambios que nos acaban haciendo progresar como sociedad.

El suicidio como conclusion vital o La competición llevada al extremo

Fuerza de voluntad, esa excelente cualidad a la que personalmente le debemos tantas cosas en esta vida, pero que llevada al extremo puede suponer una amenazadora desventaja de graves consecuencias. En esta ocasión mi reflexión tiene el origen en una impactante noticia que apareció en la prensa hace unos meses: un nonagenario corredor de maratones belga se acogió a la eutanasia porque, debido a un cáncer, no iba a poder (al menos temporalmente) seguir compitiendo.

Hay personas que tienen una voluntad de hierro. Cuando tienen una motivación, no hay quien les pare. A veces esa motivación es la propia competitividad. Saben que no tengo nada en contra de las personas competitivas, pero siempre les insisto en que lo más sano es competir contra uno mismo, esforzarse por conseguir una superación personal, más que por superar a los demás. Esto no es óbice para que reconozca que, aunque competir con los demás pueda ser considerado en ciertos casos una actitud pueril y mal enfocada, sea la causa última de numerosos logros y éxitos a lo largo de la historia de la humanidad.

Por otro lado, tener un objetivo, sea cual fuere su naturaleza, tiende a ofuscar la mente. Querer alcanzar una meta hace que muchas veces nos concentremos en conseguirla sin escatimar esfuerzos, ni reparar en otros posibles objetivos que dejamos de lado. Esta ofuscación puede ser mayor o menor dependiendo de la persona, la motivación y la meta en sí. Pero en todo caso, estarán de acuerdo en que el caso del corredor belga lleva esta ofuscación al extremo.

Me gustaría aclararles que, según pueden leer hacia el final de la noticia, el cáncer que sufría este nonagenario no tenía por qué impedirle correr para el resto de su vida. Pero la mera incertidumbre, unida a la certeza de la incapacidad para hacerlo al menos temporalmente y de estar ingresado en un hospital, le llevaron a tomar esta drástica decisión. El hecho de que este corredor no fuese un enfermo terminal, perfil habitual de paciente que suele acogerse a la ley de la eutanasia belga, ha sido lo que más polémica ha generado en el país. Estarán ustedes de acuerdo en que el futuro es impredecible por su propia naturaleza, así como también lo son los cambios que produce en nosotros. Por ello creo que unas cuestiones interesantes a plantearse en este tema podrían ser: ¿Quién le habría podido asegurar a nuestro corredor belga que pasados unos años no iba a ser feliz corriendo de nuevo maratones?, ¿Quién le habría podido asegurar que no iba a encontrar otras motivaciones en la vida que le iban a hacer igual o más feliz que correr?. Y en caso de que no fuera así, ¿No habría estado siempre a tiempo de acogerse a la eutanasia una vez que al menos tuviese la certeza de su futura infelicidad?.

Es ésta una reflexión muy personal en la cual sólo me atrevo a formularles las preguntas anteriores. Las respuestas las aportan ustedes mismos, y a buen seguro serán distintas en cada caso. Ojalá no sea nunca así, pero si se ven en la tesitura, me gustaría insistirles en que tengan en cuenta que lo único que en esta vida no tiene marcha atrás es la muerte, y que, en todo caso, siempre están a tiempo de terminar con su propia vida, sea cual fuere el motivo: es algo que pueden hacer en cualquier momento. Este post no pretende convencerles de nada, simplemente pretende que una reflexión tan drástica la hagan de forma profundamente meditada, asumiendo todas las consecuencias y… asumiendo también los posibles riesgos o incertidumbres. El suicidio, al contrario que el nacimiento, siempre es voluntario. Les guste o no, si en algún momento tienen que tomar la decisión, por mucha gente que les acompañe físicamente, estarán ustedes mentalmente solos ante la disyuntiva.

En los países nórdicos hay unas altas tasas de suicidio, habitualmente achacadas desde otros países a la falta de luz en invierno. Lo cierto es que a los nórdicos les gusta decir que ellos leen muchos libros y acaban llegando a la conclusión de que esta vida no merece la pena. No sé si este extremo es cierto o no, pero lo que sí sé es que, por el bien de sus hijos, lo mejor es no pensarlo y buscar en la mirada de su pequeño ese sentimiento que nos hace olvidar todo lo malo y seguir adelante. Es ley de vida, o más bien de muerte, porque podríamos decir que el suicidio al estilo del nonagenario belga no es una conclusión como dicen los nórdicos, sino el resultado de haber elegido mal el color de las gafas con las que vamos por la vida.

Me despediré dejándoles con aquella frase de Camilo José Cela en la que le preguntaban por la muerte. El nobel afirmaba que morir era una vulgaridad, porque todo el mundo lo hacía. El suicidio es sólo adelantar este momento vulgar sin saber si el metraje de la película que hemos decidido cortar nos habría ayudado a transformar la vulgaridad del momento de la despedida en algo digno de recordar para la posteridad. Y tengan en cuenta que, más importante que tener una motivación en la vida, es tener una motivación adecuada, y a poder ser, tener varias posibles. De esta manera, si una nos falla, tenemos otras a las que agarrarnos. Mal que les pese a algunos, lo contrario nos hace dependientes… hasta el punto de que en ello nos vaya incluso la propia vida. En última instancia la vida se trata de ser felices cuanto más tiempo mejor y, a poder ser, con las motivaciones adecuadas.

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Dirigentes que se meten en su papel o La asunción de valores contaminados

¿No se sienten ustedes defraudados cuando un político en la oposición nos ilusiona con los cambios que va a realizar y luego en muchos aspectos resulta ser más de lo mismo?. ¿No les llama a ustedes la atención cómo hay personas que critican vehementemente las acciones de otros y, cuando ellos están en la misma situación, acaban actuando exactamente de la misma manera que antes criticaban?. Tristemente es el pan nuestro de cada día en la sociedad. Y no duden de que este tipo de actitudes tienen un gran impacto sobre el devenir socioeconómico de nuestros sistemas. Pasemos a analizar el porqué de todo ello, tal vez en el camino aprendamos algo.
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En la carrera de Psicología se estudia el germen de las actitudes que les planteaba en la pregunta del párrafo anterior. La gente se mete en su papel. Es decir, cuando alguien siente que ocupa una determinada posición familiar, social, laboral o política, tiende a actuar como se supone que tiene que actuar. Me explico con más detalle. Todos tenemos unos patrones de comportamiento determinados, según nuestra personalidad y actitudes actuales, fruto de la evolución personal y acorde a una estabilidad adquirida por la permanencia temporal en los distintos roles que nos toca desempeñar en todos nuestros círculos. El problema viene con las transiciones entre roles, y también con el simple hecho de aspirar a estas transiciones. Cuando un individuo es ascendido o progresa de algún modo en la sociedad, en vez de mantener sus patrones de comportamiento actuales, que como decíamos suelen ser fruto de sus propias características personales y de su evolución con el paso de los años, suele ocurrir que ese individuo pasa a tomar como propios los patrones de comportamiento que veía hasta ese momento como habituales en los individuos que ocupaban antes la posición que ahora ocupa él. Ése es el origen del problema, la renuncia a las ideas y valores propios a favor de otros ajenos y a menudo equivocados a mi juicio, estableciendo un mecanismo de transmisión generacional de las malas actitudes que los individuos son capaces de desarrollar.

¿Por qué esto es así?. ¿Por qué suele ocurrir esto con las actitudes negativas y no con las positivas?. Sería idílico tener la misma transmisión de valores, pero siendo ésta de valores positivos y beneficiosos para el individuo y la sociedad, pero no es lo que suele ocurrir. El problema podríamos encontrarlo en la sumisión y subyugación que se suele sufrir en determinados niveles ante el nivel jerárquicamente superior. Sí, como lo oyen, las actitudes positivas generan en todos nosotros buenos sentimientos, pero desgraciadamente su intensidad suele ser inferior a la de los generados por actitudes negativas. El ser humano, cuando sufre y tiene problemas, a corto y medio plazo, lo recuerda e interioriza más (aunque también es cierto que cuando pasa el suficiente tiempo sólo suele recordar las cosas buenas). Probablemente sea un mecanismo genético para que aprendamos de las dificultades, pero el problema es que esta mayor persistencia de lo negativo hace que éstas sean las características que se recuerdan e identifican con el papel a desempeñar en una nueva posición tras un ascenso o progresión, y por lo tanto, salvo contadas y honrosas excepciones, el nuevo individuo “hereda” ciertos patrones de comportamiento censurable de sus anteriores. Cuando uno se centra en lo negativo de su situación, de cómo le pisan la cabeza, de lo que tiene que aguantar… y la situación tiende a mantenerse durante un tiempo, normalmente acaba asumiendo su papel de sumisión como algo natural e inherente a su posición, y cuando por fin se libera del yugo, y pasa al nivel superior, suele asumir que los demás tienen que aguantar lo que él estoicamente ha aguantado, y acaba tomando para sí actitudes y patrones de comportamiento que veía en el hasta ahora su inmediato superior. Tal vez los lectores más jóvenes no me crean, no les culpo, la juventud está llena de ideales y pasiones, que si bien tienen su aspecto positivo, a veces nos alejan de la realidad del día a día, pero a lo largo de su vida, estos jóvenes verán cómo, en sus trabajos, los recién nombrados jefes suelen dejar de ser la persona que eran antes para transformarse en un híbrido entre lo que eran ellos mismos antes, y lo que era su jefe anterior. Este mecanismo hereditario me recuerda mucho a la definición de “Pobres Cabrones” que hacía el amigo tuitero @jmnavarro en su comentario de mi post “La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad”; en él retrataba cómo en la sociedad boliviana, es típico que cuando una persona progresa, desprecie a los que deja atrás.

¿Y dónde está el nexo de unión de todo esto con los temas socioeconómicos de los que suelo hablarles en mis posts?. Muy sencillo, algunos de ustedes seguramente ya lo habrán adivinado. Este problema que les comentaba es más acusado cuanto más arriba se llega en nuestras sociedades, por lo que los individuos con mayor responsabilidad familiar, social, laboral y política tienden a tener un perfil de comportamiento más afectado por este mecanismo de contaminación de valores. Nuestras sociedades y economías están dirigidas por individuos mayormente contaminados por esta herencia de patrones de comportamiento, así que, esto nos afecta como sistema socioeconómico. Para que lo vean más fácil; lo más probable de un político que progresa en un sistema corrupto, es que éste acabe siendo también corrupto; lo más probable de un trabajador que asciende en una empresa fuertemente jerarquizada y autoritaria, es que acabe siendo también jerárquico y autoritario… Sólo individuos muy “especiales”, con un ser interior rico, ético y autocrítico, que asuman como propios sólo los aspectos positivos que vean en otros, con firmes creencias en sus propios valores, y por supuesto valores adecuados, son capaces de mantenerse fieles a sí mismos a lo largo de su carrera profesional y de su evolución personal. Éste es el tipo de sociedad que deberíamos construir en vez de lo que estamos obteniendo. Éstos son los individuos que deberían progresar para construir una sociedad que nos enorgullezca al pasársela a nuestros hijos. Pero la realidad se aleja mucho de este ideal, por no decir que va en el camino opuesto.

Por poner una nota positiva a todo esto, estarán ustedes de acuerdo en que hay determinados círculos en los que lo que sí se heredan los aspectos positivos, pero el problema es que son entornos con poca repercusión e influencia sobre nuestros dirigentes y políticos. Algunos conocemos casos de amigos o conocidos que, teniendo una vida hecha en Occidente, se aventuran a irse con una ONG a África a cambio de una asignación ínfima y sólo con la recompensa de entregar sus vidas y dedicación a los más necesitados. Es éste un tipo de perfil de persona que me produce gran admiración, y los entornos en los que se mueven y que construyen a su alrededor me interesan personalmente mucho. Son amigos de los que me siento orgulloso, que me enriquecen como persona, y de los cuales me esfuerzo por aprender.

Por otro lado, las conclusiones anteriores no me hacen sino valorar positivamente aún más a esas personas que siguen siendo fieles a sí mismos a pesar de progresar, que siguen siendo encantadoras en contra de la jerarquía en la que ascienden, que no se corrompen al estar entre corruptos, que no se vuelven inhumanos cuando pasan a ocupar el puesto de un inhumano… Son personas que permiten la regeneración y renovación de actitudes e ideas, que al existir ayudan a combatir el cáncer de la decrepitud de nuestros sistemas. Son pequeñas estrellas que brillan en la oscura noche, y que nos ayudan a conservar un halo de esperanza, porque el problema a día de hoy es que, aunque no todos los individuos que progresan se contaminan de esta degeneración, sí la mayoría. No se confundan, no me he radicalizado al respecto, soy plenamente consciente de que hay muchas empresas e individuos que no son así. Observarán que me limito a hablar de mayorías predominantes, y como prueba, a la vista están los resultados: vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada, que últimamente está dando síntomas calificables incluso de dramáticos.

Y la pregunta lógica que se estarán ustedes formulando es: ¿Cómo podemos nosotros mantenernos al margen de todo esto?. Pues construyendo su mundo a base de lo bueno que hay en su vida, siendo agradecido por las cosas buenas que le rodean, reteniendo con mayor repetición e intensidad aquellos factores que son positivos… esto le ayudará personalmente, y si la mayoría lo hiciese, también lo haría colectivamente.

Terminaré este post con dos frases, la primera del libro “Seda” de Alessandro Baricco: “Tenía la tranquilidad propia de aquellas personas que sienten que en este mundo ocupan su lugar”. La otra frase es de Rousseau, y fue publicada en Twitter por @wikicitas hace unas semanas: “Es muy difícil someter a la obediencia a aquel que no busca mandar”. Unas frases de una profundidad enorme, a pesar de su sencillez. Les dejo la interpretación a su propio juicio, sólo les diré que recuerden que la competitividad desaforada, reinante en nuestras sociedades, es origen de muchos males, pues obliga a seguir desempeñando roles desnaturalizados, alejados de nuestro verdadero yo, y además de implicar un nivel de madurez personal más que cuestionable, supone un punto débil demasiado evidente.

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