¿Hacia donde se dirigen nuestros sistemas socioeconómicos?

No les puedo discutir que tanto la Macroeconomía como la Microeconomía han avanzado drásticamente a lo largo de los últimos lustros. Gracias a ello tenemos toda una suerte de indicadores que miden el pulso de nuestras economías nacionales y de nuestras empresas, y que nos permiten articular en base a ellos las políticas económicas de nuestros países.

Hasta aquí todo de color de rosa. Pero obviamente, y más aún con los tiempos que corren, hay que admitir que el sistema dista mucho todavía de ser perfecto. Uno de los motivos que mantiene a nuestros sistemas socioeconómicos y a nuestras empresas alejados de un modelo mejor son los imponderables y la ocultación. ¿Que a qué me refiero con imponderables y la ocultación?. Pues a ratios e indicadores que, teniendo a veces una repercusión extraordinaria sobre la economía y la sociedad, o bien no se pueden medir, o bien no se quieren medir.

Les pondré un ejemplo de microeconomía sencillo para que me entiendan. Hace unos años, en la empresa de un conocido, empezaron a despedir a parte del personal. Sorprendentemente, después de haberles pagado religiosamente la correspondiente indemnización, a la mayoría de ellos les llamaban en unos días para contratarles a través de una consultora y que siguiesen realizando el mismo trabajo, que seguía siendo necesario desempeñar. El salario era el mismo, más el coste que para la empresa suponía el tener que pagar el margen de la consultora a través de la que se producía la nueva contratación. Aquí, ¿Dónde está el truco?. Es sencillo. La política principal de la compañía se basaba en aumentar la productividad. Todos los bonus de los directivos estaban, en mayor o menor medida, vinculados a mejorarla. Y dividiendo la facturación (que se mantuvo estable) entre el número de cabezas (que había disminuido pues los re-contratados a través de una consultora no constaban como parte de la plantilla) la cifra mejoraba, con lo que por entonces (supongo que ahora, quince años más tarde, estos cálculos microeconómicos habrán mejorado) se consideraba que la productividad aumentaba y todos los ejecutivos cobraban sus cuantiosos bonus. Tremenda falacia empresarial que mantuvo el tenderete durante un tiempo. Los indicadores que por entonces habrían permitido detectar esta situación a tiempo no eran exactamente imponderables, se podían medir, eran costes contabilizados al fin y al cabo, pero se ocultaban deliberadamente. Y como obviamente estas prácticas iban en contra del interés de la empresa, la realidad acabó por aflorar y manifestarse por otros vericuetos, y no quiero ni contarles lo que era esta empresa en su momento y lo que es hoy en día.

Este ejemplo microeconómico que les he expuesto, tiene muchos equivalentes en macroeconomía. Algunos son imponderables, difíciles o imposibles de medir a día de hoy, y otros son casos de ocultación de igual manera. Les puedo citar casos como por ejemplo la felicidad. Es una realidad que las políticas económicas de nuestros sistemas socioeconómicos se centran principalmente en un crecimiento del PIB con una baja inflación. Es la receta del éxito en el modelo capitalista occidental. Los esfuerzos anuales de nuestros políticos y de todos nosotros se centran en aumentar año a año el Producto Interior Bruto y la facturación/beneficios de las empresas para las que trabajamos, manteniendo los precios a raya. ¿Es esto lo que realmente queremos como sociedad?. ¿Realmente lo que buscamos en nuestras vidas es que nuestros países produzcan cada vez más y más?. Yo creo que es un sinsentido, pero no critico que se haga así, puesto que la alternativa lógica es un imponderable: la felicidad de los ciudadanos.

Hace muchos años que pienso sobre esta cuestión de esta manera, y me sorprendió gratamente como hace un par de años Sarkozy empezó en Francia un debate sobre un nuevo modelo de monitorización de la calidad de vida de la sociedad francesa, y sobre cómo se debía articular la evolución socioeconómica del país hacia una consecución de mejoras en dicha variable. No sé en qué momento dicha iniciativa se desestimó ni los motivos exactos que llevaron a ello, pero el hecho es que la cosa se quedó en agua de borrajas, es decir, en nada. Entiendo que si había voluntad política en un país occidental de abordar un cambio semejante, seguramente, el hecho de que la mayoría de los indicadores a desarrollar eran imponderables o subjetivos, llevó a seguir con el modelo actual, imperfecto donde los haya. El hecho de que piense así, es porque la realidad de la macroeconomía chocó frontalmente con la intención de Sarkozy. Piénsenlo detenidamente. ¿Cómo medir la felicidad de los ciudadanos?. Acaso no pueden ustedes ser felices un par de horas al día y otro par de horas sentirse unos desgraciados… la felicidad es algo muy voluble y subjetivo, tanto que su medición mediante encuestas, aunque sean en tiempo real gracias a la tecnología, es inviable.

Otro ejemplo al respecto puede ser también clarificador: Sarkozy se encontró con otra serie de variables que sí admitían su medición, como el acceso a una buena sanidad gratuita, una educación de calidad, etc. Pero bajo una apariencia más medible se ocultan realidades igualmente imponderables. ¿Cómo medir la calidad asistencial de la sanidad pública?, ¿Y una buena educación?. Estarán de acuerdo conmigo en que puede haber formas de medir estas variables, pero también es cierto que en ellas hay ciertas notas de subjetividad y de ocultación insalvables. ¿Cómo se puede saber a ciencia cierta cuando un cirujano ha cometido un error o ha hecho un diagnóstico correcto?. Un indicador de este estilo sería sólo una punta del iceberg, puesto que estos casos a menudo no salen de la mente del mismo médico, y aunque eso ocurra tampoco salen del servicio del hospital correspondiente. Sólo se actúa en casos evidentes porque son los únicos que se llegan a conocer, y la proporción entre evidentes y ocultados puede ser tan dispar que un indicador confeccionado sólo con los evidentes no tiene porque ser concluyente.

¿Y qué me dicen de una buena educación que decíamos antes?. De nuevo con este otro caso nos encontramos con indicadores que se pueden medir. Es obvio que una estandarización internacional de pruebas de matemáticas, lenguaje, etc. es posible, y se puede medir en base a ella el nivel educativo de cada país. De hecho esto se hace hoy en día y desde hace años. Pero, ¿Qué me dicen ustedes de otro tipo de enseñanzas subjetivas como la ética, la responsabilidad social, o el comportamiento adecuado en sociedad?. Estarán ustedes de acuerdo en que una parte de nuestra felicidad viene de tener una vida tranquila en nuestros barrios. De que no haya los típicos acosadores adolescentes aterrando a nuestros hijos, de que en las noches de verano no haya juerga y decibelios en la calle, de que a los ancianos se les ceda el asiento en el autobús… ¿Cómo se mide todo esto?, es parte de nuestra felicidad, pero no sabemos cómo justificarlo en cifras. Por no hablar ya de la subjetividad de algunos con respecto a la educación. Hay corrientes políticas que incluso no distinguen entre una buena educación objetiva, y la politización de la educación. Y es que, si lo pensamos bien, en ello les pueden ir sus futuros votos, con lo cual la imponderabilidad se mezcla con la ocultación en este punto. ¿No creen?.

Y démosle al asunto una perspectiva más amplia. Internacionalicemos el problema. ¿De qué sirve saber que Francia tiene un indicador de acceso a la sanidad de 65 si no hay serie histórica comparable ni indicadores similares de otros países. ¿Se pueden articular los designios económicos de un país sin estos dos puntos?. No por ahora. Pero si se internacionalizase el problema, y se fuese generando una serie histórica, aunque por unas décadas siguiésemos rigiéndonos por el crecimiento del PIB con baja inflación, sentaríamos las bases para en un futuro poder hacerlo de un modo más apropiado. Pero debe haber voluntad política para ello en una mayoría de países, caso que creo que no se da. Y además está el añadido de que, dada la subjetividad de algunos indicadores, la estandarización de los mismos para poder comparar entre países se torna un obstáculo difícil de superar. Es fácil medir con cierta objetividad el PIB o la inflación (relativamente, pero en todo caso en nuestros sistemas socioeconómicos ya están toda la macro y microeconomía enfocadas para recabar mensualmente estos datos), aunque, ¿Creen ustedes que es posible hacer lo mismo con la felicidad, la asistencia sanitaria o una buena educación por citar tres casos?. ¿Van a estar de acuerdo todos los países en cómo medir estas variables?, y lo que es más, ¿Es un alemán feliz por los mismos motivos que un español o un neozelandés?. Estos son los imponderables cuya invisibilidad hace que nuestras sociedades se dirijan hacia metas que no tienen por qué coincidir con lo que verdaderamente queremos en nuestras vidas.

Y por último hay otros imponderables, que si bien en algunos casos también son difíciles de medir, además son casos claros y evidentes de ocultación a nivel macroeconómico. Un buen ejemplo de ello es la corrupción. Obviamente el nivel de corrupción de un país permite hacerse una idea del grado de evolución de su sociedad, así como de la eficiencia en la dedicación de los recursos económicos públicos y privados a actividades que generen pulso económico productivo. Pero, ¿Cómo medirlo?. Al igual que en el caso de los errores médicos, un indicador de este estilo sería la punta del iceberg, puesto que la mayoría de los casos no saldrían de los labios ni del político corrupto ni del que pone el dinero para que se corrompa. Y dada la horquilla de lo impreciso de este indicador y la aleatoriedad de desviación de un mes para otro entre los casos de corrupción descubiertos y los reales, debemos catalogar este indicador como un imponderable. No obstante, es cierto que hay indicadores de organismos internacionales que intentan medir el índice de corrupción política de un país. Desconozco cómo de fidedignos son, pero aquí entra en juego el segundo calificativo de la corrupción, la ocultación. No hay interés político, salvo en contadas excepciones, en que estos indicadores alcancen un nivel de relevancia importante en la vida política y económica de un país, con lo que su repercusión real no pasa mucho más allá de una columna arrinconada algunos periódicos de vez en cuando.

Una vez expuesto todo lo anterior, simplemente quiero que se queden con la idea de que nuestras vidas se encuentran regidas por cifras macro y microeconómicas que no se traducen necesariamente en lo que buscamos: calidad de vida y felicidad. Y lo que es peor, que no hay ni consenso ni voluntad real, y a veces ni posibilidad técnica, de que algún día el modelo cambie de orientación. Conclusión, como decía mi abuelo: corremos como pollos descabezados.

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Acerca de derblauemond

En la vorágine de la vida diaria que nos ha tocado vivir en esta sociedad del siglo XXI, apenas tenemos tiempo para pararnos a pensar, tiempo para la reflexión, tiempo para averiguar de dónde venimos y a dónde vamos. Acabamos haciendo las cosas de forma rutinaria, mecánica, como auténticos autómatas. Es por ello por lo que he creado este blog con la sana intención de, cada cierto tiempo, reservarme unos minutos de mi vida para darle vueltas a los temas que me interesan y colgarlos después en un post para compartirlos con todos vosotros. Podéis seguirme también en mi cuenta de Twitter @DerBlaueMond

Publicado el 21 junio, 2012 en Capitalismo, Economía y etiquetado en , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 1 comentario.

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