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La importancia de tener ideales o Los problemas de una Europa sin aspiraciones socioeconómicas

Siempre me he preguntado qué hace que unos países evolucionen tan rápido socioeconómicamente, incluso después de una guerra que lo destruya todo, y que sin embargo otros permanezcan estancados durante décadas. ¿Por qué Europa o Japón se reconstruyeron tan rápido (planes Marshall y similares aparte) después de quedar arrasadas tras la segunda guerra mundial, y continentes enteros como África ven llegar los avances socioeconómicos con cuentagotas?. Esta misma pregunta se la hizo @kike_vazquez en uno de sus magistrales posts, “La nueva era de China”, cuya lectura les recomiendo encarecidamente, y que tiene un final apoteósico en el cual la conclusión del autor consiste en que es el know-how y la formación que queda entre los individuos que han sobrevivido lo que hace que algunos países puedan recomponerse tan rápido, y volver a ocupar en pocos lustros de nuevo un puesto relevante a nivel mundial. Capital humano, ésa es la clave.

Pero, con la licencia de @kike_vazquez, me atrevería a reflexionar un poco más sobre este tema, añadiendo algún punto que creo que también es digno de consideración. Dado que las infraestructuras han sido borradas del mapa en estos casos, la clave sigue siendo el capital humano, de eso no hay duda, pero ¿No creen ustedes que también hay otros aspectos del mismo, más allá del know-how y la formación, que pueden ser relevantes?. Son aspectos socioeconómicos también, pero con otro enfoque. Los ideales. El tener un modelo y un proyecto común al que aspirar como país. El saber qué es lo que se quiere conseguir. El conocer el camino que hay que tomar y la meta a la que se quiere llegar. Todo esto es algo que, en países que han sido considerados como desarrollados hasta que se destruyeron, dota de un proyecto común a sociedades que ansían recuperar el nivel de progreso alcanzado en el pasado, y tristemente perdido. Con la ventaja añadida de que además conocen el camino y los medios necesarios, puesto que en su día ya los tuvieron. No lo duden, es la fuerza de creer colectivamente en unos objetivos apropiados lo que también ayuda considerablemente a salir antes de un agujero negro. Las sociedades consiguen sus mayores logros cuando todos los individuos aúnan fuerzas en torno a una causa común adecuada. Hay países como China en los que esta agregación de esfuerzos es ineludible debido a las características de su sistema político, pero en países democráticos, donde la naturaleza de pluralidad y diversidad hace que la heterogeneidad socioeconómica sea latente, es algo mucho más difícil de conseguir. Sólo ocurre cuando hay una unanimidad proveniente de todos los individuos que miran hacia el futuro en la misma dirección. Ocurrió en Europa tras la segunda guerra mundial, ocurrió también en Japón… y a la vista están los resultados.

El problema con todo lo anterior es cuando el futuro es incierto y el camino que hay por delante es terreno nuevo por pisar. Centrándonos en el caso concreto de nuestra Europa, actualmente arrasada por la crisis, era más fácil como sociedad saber reconstruir una Europa destruida transformándola de nuevo en un crisol de naciones pujantes, que seguir adelante con el actual proyecto de una Europa que no se tiene muy claro a dónde queremos que nos lleve. A raíz de ese desacuerdo sobre el presente e incertidumbre sobre el futuro, tenemos Europa como la tenemos. Personalmente echo mucho en falta un proyecto común de Europa, algo en lo que miro con nostalgia a los años 80. Actualmente no lo hay. Los esfuerzos de todos los europeos no se dirigen hacia un mismo objetivo. Somos como cuadrigas atadas tirando cada una en una dirección distinta. Tan sólo tenemos unas estructuras supranacionales llenas de eurócratas acomodados que no hacen sino dirigir cada uno con su batuta una misma orquesta que en el mejor de los casos sólo consigue desacompasada música dodecafónica, nada que ver con los melodiosos acordes de la “Oda a la Alegría” de Beethoven que se adoptó como himno europeo, simbolizando unos sinfónicos ideales que se están desvaneciendo peligrosamente.

Les dejo con una reflexión que hacía hace algunos años un cantautor argentino que nos amenizaba la velada en un café-teatro del madrileño barrio de Huertas. Contaba cómo un padre y un hijo iban caminando juntos por el desierto y el hijo le preguntaba al padre: “Papá, papá, ¿Para qué sirven los ideales si son inalcanzables?”. A lo cual el padre contestaba: “Hijo, los ideales sirven para caminar”. Apliquémonos el cuento. Mirémonos en el espejo de aquellos países que han progresado en algún aspecto socioeconómico y pongámonoslos como modelo. Aspiremos a ello. La autocomplacencia y la resignación sólo llevan al estancamiento, si no a la regresión. El movimiento se demuestra andando, y para andar hay que saber a dónde se quiere ir, aunque no se llegue nunca al destino.

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La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad

Como muchas personas que tienen la ilusión de algún día poder dejar de tener preocupaciones por la limitación de su capacidad económica, juego de vez en cuando a la lotería primitiva. Siempre que juego pienso en la paradoja que supone el hecho de que todos los participantes en los sorteos juegan obviamente por tener opción a ganar alguno de los abultados premios, lo cual es sin duda una actitud que podemos tachar de egoísta, pues ambiciona meramente un incremento sustancial de los recursos propios (y todo lo que ello conlleva). Pero este germen egoísta, que se traduce en echar un boleto para el siguiente sorteo, en la práctica, se traduce en que entre todos los participantes, se elije imparcialmente uno al que se “libera” de la carga de tener que trabajar día a día para obtener los recursos económicos necesarios para vivir. Esto puede ser visto como un inequívoco acto de solidaridad colectiva.

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Y he aquí la paradoja a la que apuntaba antes. Egoísmo que se traduce en solidaridad. Y esta misma y sorprendente conversión de actitudes se produce en otros ámbitos más serios del sistema capitalista. Es obvia en el sector asegurador, en el Fondo de Garantía Salarial, en el Fondo de Garantía de Depósitos, en la Seguridad Social (donde la haya) y hasta en la misma recaudación de impuestos que financia los estados del bienestar.

Pero hay otros planos en los que esta paradoja se reproduce también, y que son hoy en día de plena actualidad. Me refiero a las operaciones de rescate que tanto revuelo han y están originando en la Eurozona. Una vez llegados a este punto, pasemos a analizarlo con mayor detenimiento.

¿Qué es en esencia una operación de rescate?. La cruda realidad es que no es más que la aportación de recursos económicos a un país con la mera intención de que no colapse y pueda seguir atendiendo a los pagos comprometidos con la financiación que previamente se le ha venido dando en los años anteriores. Lo único que se pretende es poder seguir cobrando las deudas. De este punto son plenamente conscientes los países rescatados en la Eurozona: no importan las prestaciones estatales, ni la justicia social, ni siquiera la economía local. Sólo importa el asegurarse el pago de los saldos deudores, y por ello ahora el IVA en Irlanda es de hasta un 23%, en Grecia se recorta lo innecesario y lo necesario, etc. Pero no nos alejemos de la intención de este post, estos rescates, a pesar de su intencionalidad y las consecuencias sobre las sociedades rescatadas, al fin y al cabo son dar recursos económicos a países “rotos” que no pueden financiarse en los mercados internacionales dada su delicada situación, y si bien es cierto que vienen acompañados de medidas draconianas, de nuevo se puede ver como un egoísmo que se torna forzosamente en solidaridad, puesto que no podrían obtener recursos económicos de ninguna otra manera.

Este último punto de los rescates, que en los últimos meses ha venido acaparando portadas de medios centrándose en el caso concreto de la Eurozona, es aplicable a la economía global. Con la globalización, la interconexión entre casi todas las economías del planeta es un hecho indiscutible, derivándose de ello el impacto que la crisis en un país puede tener en todos los países de su entorno económico. Es por este hecho por el que hoy en día, cuando ciertos países sufren dificultades económicas, de una forma u otra, se acaba articulando una asistencia internacional para acudir en su ayuda.

Pero esta “Solidaridad Interesada” no soluciona realmente todos los problemas humanitarios, puesto que es cierto que esta asistencia sólo llega a países con nexos económicos con las economías más importantes del planeta, que hacen valer en este tipo de temas su capacidad de influencia. En el caso de los países más pobres, los que se supone deberían ser los receptores primeros de la solidaridad internacional, sólo son objeto de ella en la medida que son productores de materias primas cuya interrupción de suministro impacta sobre las economías de las principales potencias. Lo cual revierte en un círculo vicioso para los países que ni tienen una economía desarrollada (y por lo tanto sin interrelaciones con las potencias),  ni tienen recursos naturales que explotar (un sector primario que permite alcanzar la relevancia económica internacional aunque no se disponga de una economía desarrollada): no importan, y como no importan cada vez se hunden más en su aislada situación.

Algunos argumentarán que esto no es solidaridad, pero centrémonos en lo positivo, a efectos prácticos, el resultado final es el mismo que el de la solidaridad genuina: los demás se preocupan de que el país en riesgo no se hunda. No entro ya en el tema de si esto se consigue o no, ni en los conflictos de intereses que se dan entre diferentes potencias económicas, ni en la ética de esta solidaridad forzosa… simplemente me ciño a reflexionar sobre su existencia y naturaleza. Pero lo que sin duda queda ahora por resolver es el tema al que apuntábamos antes: la solidaridad con los países que no importan de ningún modo, que además, tristemente, suelen ser los más necesitados.

No les discutiré que para estos casos hay que ceñirse al lema de “En vez de darles pescado, enséñales a usar la caña de pescar”: muchas ONGs hoy en día lo aplican. El problema viene cuando en un país ni hay ONG desplegando recursos, ni hay caña, ni hay pescado, ni lago en el que pescar… Este tipo de zonas están abocadas a una progresiva despoblación que, a veces, sólo se ve frenada por el repentino descubrimiento de materias primas que explotar. En África saben bien que en estos casos, es habitual que se inicie en esa zona una guerrilla que trata de dominar las zonas productoras. ¿Casualidad o causalidad?. Siento decirles que yo no tengo una respuesta, pero mucho me temo que, en algunos casos, los entresijos del poder económico son insondables.

Al final, lo que verdaderamente nos queda al común de los mortales es lo que decían nuestros abuelos: no es feliz quién más tiene, sino quien menos necesita. Porque el tener a veces nos lleva a preocupaciones que no nos merecemos, y lo que es más, si visitan ustedes algún país pobre, podrán comprobar como, por lo general, el ser humano cuanto más tiene menos feliz es, supongo que por el miedo a perder lo acumulado. ¿Nos hacen nuestras pertenencias más insolidarios?. Tal vez, pero, no se engañen, a pesar del argumento de los párrafos anteriores de que hay en nuestras sociedades un egoísmo que se torna solidaridad, la verdadera solidaridad es aquella que se produce en la escasez… porque estarán de acuerdo en que, a pesar de la diferencia de la importancia en cantidades absolutas, no es lo mismo que un millonario done para una buena causa una cantidad despreciable en comparación con su patrimonio, a que una familia Nubia comparta con la familia de al lado lo único que tienen para comer ese día. El capitalismo tiene sus cosas buenas y malas, pero es cierto que su esencia, el sinvivir de consumir y poseer, muchas veces nos hace perder el norte.

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Las deudas de Merkozy o ¿Por qué Francia y Alemania están en deuda con la Europa periférica?

En este mundo hiperconectado, en el que la mayor parte de la información está disponible para todos en internet, sigue chocando que se olviden tan rápidamente los condicionantes de un pasado no tan lejano. Hagamos un poco de memoria y veamos por qué el dúo Merkozy (como se conoce en círculos económicos al dúo Merkel y Sarkozy) está en deuda con la Europa periférica, y por qué no se deben ver los necesarios rescates sólo como una consecuencia del presente, sino también como una consecuencia de circunstancias preexistentes que se remontan a cuando se fundó el Euro, y de las que tanto Francia como Alemania se han estado beneficiando durante toda la década pasada.

En el momento del lanzamiento del Euro, recordemos que tanto Francia como Alemania incumplían con su déficit el Pacto de Estabilidad, estaban en una fase de estancamiento, que en el caso de Alemania se debía parcialmente a la larga digestión de la reunificación. Mientras, España y los periféricos como el Tigre Celta u otros, iban viento en popa y hacían alarde de su posición económica aventajada. Y de aquellos lodos estos barros. Todo esto se tradujo en que el cambio de conversión al Euro del Marco alemán, la Peseta española y todas las divisas europeas, perpetuaron esta situación haciéndola extensible a toda la década. Me explico. Entonces, debido al estancamiento alemán y francés, el Marco y el Franco cotizaban a un tipo artificialmente bajo respecto al resto de economías de la Eurozona. Debido a que en aquel momento se estableció el tipo de conversión de todas las monedas al Euro, la consecuencia ha sido que aquella situación económica, a nivel de divisas, se ha perpetuado hasta hoy y se mantendrá mientras dure el Euro. Estos años atrás, Francia, y en mayor medida Alemania, han disfrutado de una economía boyante gracias a sus exportaciones. Bien es cierto que sus economías son exportadoras a todo el mundo, pero también lo es que sus principales socios comerciales están dentro de la Eurozona y el tipo de conversión les ha permitido ser mucho más competitivos respecto a nosotros.

Si a este punto del tipo de cambio le sumamos el hecho de que los tipos de interés del recién nacido BCE se mantuvieron bajos para incentivar el crecimiento en el corazón de la Eurozona, cuando la situación económica de los periféricos requería un repunte de los mismos para atajar las burbujas inmobiliarias nacientes en economías como la española o la irlandesa, tenemos que, al menos en una medida importante, hoy los periféricos estamos pagando el coste del estancamiento alemán y francés de principios de la década pasada.

Pero dejémonos de centrarnos en el pasado, hablemos mejor del presente y del futuro. Tanto que se habla de las contribuciones de capital alemán a los países periféricos, ¿Contribuye España al crecimiento alemán con algún capital?. Rotundamente sí: capital humano. Es por todos conocido que Alemania se ha convertido en el destino de decenas de miles de ingenieros españoles desempleados, bien formados, con idiomas, con experiencia. ¿Acaso no es este tipo de capital más importante que el meramente financiero?. Yo creo que sí, puesto que un ingeniero formado en las universidades españolas es el producto de muchos años de esfuerzo personal y social hasta que llega al mercado de trabajo. Y ahora resulta que, en lo mejor de su carrera, emigran a la ingenierilmente deficitaria Alemania para tributar allí. Triste negocio el que con esto hace la sociedad española. Y los alemanes pensarán que los ingenieros españoles no irían allí si no fuese porque aquí no tienen trabajo; eso es cierto en la mayoría de los casos, pero también es cierto que ellos no los habrían importado si no les hiciesen falta. Es un caso similar al de los capitales financieros alemanes que, junto con los de otros países, financiaron el boom español (por norma general los bancos españoles son deficitarios en capitales) y que ahora corren peligro. ¿Acaso los bancos alemanes no habrían preferido invertir en la seguridad de su propio país?, el motivo por el que vinieron aquí fue porque necesitaban invertir ingentes cantidades de dinero obtenidas durante toda la década de sus exportaciones, efectivamente, un excedente de capitales, y además buscaban réditos mayores a los que se les ofrecían en Alemania. Esos capitales, junto con los tipos bajos del BCE, también contribuyeron a la formación de nuestra burbuja particular, por no hablar de la inversión directa de ciudadanos alemanes en propiedades españolas.

No es mi intención volcar sobre Francia y Alemania todas las culpas de los males que afectan actualmente a los periféricos, aquí ha habido muchas cosas que se han hecho mal y de cuya gran mayoría sólo somos responsable nosotros.  No me tachen de anti-alemán ni anti-francés, soy más bien todo lo contrario: siento un profundo respeto y admiración por ambos países, pero me creo en mi derecho y en mi deber de expresar cuando no estoy de acuerdo en algo con ellos. Es la intención de este post relativizar esa concepción particularmente alemana, y en menor medida francesa, de que ellos han hecho sus deberes y ahora tienen que poner su dinero para rescatar a los que no los han hecho, ya que, parte de su dinero actual viene de nosotros, y parte de nuestras penurias actuales se deben a ellos.

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