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La prostitución mental o Cómo las personas y empresas se doblegan ante el interés y el poder
Empezaré este post introduciéndoles a una situación que viví hace unos años en la empresa en la que trabajo. ¿Recuerdan aquel caso de un iraní que le arrojó ácido a su mujer a la cara dejándola totalmente desfigurada?. Estábamos en una reunión de un proyecto unas 15 personas, y una de ellas, con poder y capacidad de decisión, sacó de ex profeso el tema para decir “que a saber cómo le pondría ella a él para que le acabase haciendo eso”. Los demás asistentes a la reunión permanecieron impasibles, y algunos incluso asentían con la cabeza.
Seguramente estarán ustedes pensando… ¡Qué hombre más cruelmente machista!. Pero se equivocan ustedes de pleno, y no precisamente en el adjetivo, sino en el sustantivo: no era un hombre, sino una mujer, la que hizo semejante comentario. Es más, había también otras mujeres en la sala, que no despegaron la boca, y algunas de las cuales eran de las que incluso asentían. Creo que no es necesario entrar a valorar el comentario ni las actitudes que hay tras él, pero creo que sí que merece la pena pararse a pensar en la razón por la que el resto de los presentes, y en especial las mujeres porque les debería resultar más sencillo sentirse identificadas con la víctima, adoptaron la actitud que adoptaron.
Un punto importante, y que no sirve de excusa en absoluto, es que, seguramente, la gran mayoría de los que allí estaban mentalmente sintieron rechazo hacia la mujer machista. Pero una cosa es lo que la gente siente, y otra muy distinta lo que la gente expresa.
No se me equivoquen, lo que quiero abordar en este post no es cuestión de feminismo ni de machismo, sobre lo que me gustaría reflexionar es simple y llanamente sobre las actitudes sociales que pueden llevar a las personas a ocultar totalmente sus valores si la situación lo requiere. ¿Cómo calificarían ustedes estas actitudes que presencié por las cuales nadie llevó la contraria a la mujer machista a pesar de sentir un rechazo frontal por su comentario?. ¿Cuál creen que es el origen de esta forma de comportamiento?. ¿Por qué la gente renuncia a sacar la cara a una víctima?.
Personalmente, yo calificaría estas actitudes como prostitución mental, tanto en el caso de ellas como de ellos. A cambio de no hacer un comentario de desaprobación que pueda llevar a un conflicto personal, a la pérdida de una venta, a la pérdida de influencia, etc. la gente es capaz de no decir nada, e incluso asentir, ante un comentario semejante. Están alquilando momentáneamente sus valores, su actitud, su apoyo, y hasta su imagen personal ante los demás, a cambio de un beneficio material o inmaterial. Por eso yo lo llamo prostitución mental.
Les seré sincero y les confesaré que estoy harto de ver en la empresa en la que trabajo cómo viene un comercial tras otro a cual más adulador. Todos intentando simular simpatía y amistad por personas a las que hay veces que repelen en el mejor de los casos. Todos intentando ganarse los favores de los jefes con capacidad de decisión cuando tienen interés en ello. Es éste a veces un mundo de interesados y de hipócritas, en el que ninguna relación puede darse por segura ni por verdaderamente correspondida.
Y lo más triste del asunto es que este microcosmos de la reunión en la que acontecieron estos hechos, creo que es extrapolable al conjunto de la sociedad, y que la mayoría de los individuos reaccionarían de la misma forma interesada y deshumanizada. Es por ello por lo que conforme pasan los años, aprendo a valorar más tanto la sinceridad (aunque a veces duela), como a las personas del tipo “Yo soy como los juncos, yo me rompo pero no me doblo”. Éstos son individuos que tienen unos valores a los que, de una forma u otra, se mantienen fieles hasta las últimas consecuencias. Y esto, señores y señoras, se llama coherencia, una cualidad personal encomiable pero que está en serio peligro de extinción en nuestra sociedad. Una cualidad personal que sólo entienden aquellos que la tienen, porque los demás ven con naturalidad “adaptarse” al entorno (hilarante eufemismo), y a menudo califican de inadaptados sociales a los que la poseen, porque ni si quiera se pueden imaginar sus motivaciones. Una cualidad personal que, por un potencial beneficio, muchos ponen a la venta en el tablón de anuncios de nuestras empresas.
Me alegro enormemente cada vez que veo que aún queda gente que no sólo no pone ningún precio a su coherencia personal, sino que además la ejerce aún a riesgo de poner en peligro sus relaciones, su bienestar, e incluso hasta su integridad. Y sinceramente, espero que ustedes se alegren también por ello. Si la mayoría de la sociedad fuese así, quedaría al descubierto quién es quién en realidad, pero claro, a algunos eso no les interesa en absoluto. Ahora es a ustedes a los que les toca pensar en qué lado están: ¿Son ustedes de los coherentes o de los que se «adaptan»?.
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La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad
Como muchas personas que tienen la ilusión de algún día poder dejar de tener preocupaciones por la limitación de su capacidad económica, juego de vez en cuando a la lotería primitiva. Siempre que juego pienso en la paradoja que supone el hecho de que todos los participantes en los sorteos juegan obviamente por tener opción a ganar alguno de los abultados premios, lo cual es sin duda una actitud que podemos tachar de egoísta, pues ambiciona meramente un incremento sustancial de los recursos propios (y todo lo que ello conlleva). Pero este germen egoísta, que se traduce en echar un boleto para el siguiente sorteo, en la práctica, se traduce en que entre todos los participantes, se elije imparcialmente uno al que se “libera” de la carga de tener que trabajar día a día para obtener los recursos económicos necesarios para vivir. Esto puede ser visto como un inequívoco acto de solidaridad colectiva.
Y he aquí la paradoja a la que apuntaba antes. Egoísmo que se traduce en solidaridad. Y esta misma y sorprendente conversión de actitudes se produce en otros ámbitos más serios del sistema capitalista. Es obvia en el sector asegurador, en el Fondo de Garantía Salarial, en el Fondo de Garantía de Depósitos, en la Seguridad Social (donde la haya) y hasta en la misma recaudación de impuestos que financia los estados del bienestar.
Pero hay otros planos en los que esta paradoja se reproduce también, y que son hoy en día de plena actualidad. Me refiero a las operaciones de rescate que tanto revuelo han y están originando en la Eurozona. Una vez llegados a este punto, pasemos a analizarlo con mayor detenimiento.
¿Qué es en esencia una operación de rescate?. La cruda realidad es que no es más que la aportación de recursos económicos a un país con la mera intención de que no colapse y pueda seguir atendiendo a los pagos comprometidos con la financiación que previamente se le ha venido dando en los años anteriores. Lo único que se pretende es poder seguir cobrando las deudas. De este punto son plenamente conscientes los países rescatados en la Eurozona: no importan las prestaciones estatales, ni la justicia social, ni siquiera la economía local. Sólo importa el asegurarse el pago de los saldos deudores, y por ello ahora el IVA en Irlanda es de hasta un 23%, en Grecia se recorta lo innecesario y lo necesario, etc. Pero no nos alejemos de la intención de este post, estos rescates, a pesar de su intencionalidad y las consecuencias sobre las sociedades rescatadas, al fin y al cabo son dar recursos económicos a países “rotos” que no pueden financiarse en los mercados internacionales dada su delicada situación, y si bien es cierto que vienen acompañados de medidas draconianas, de nuevo se puede ver como un egoísmo que se torna forzosamente en solidaridad, puesto que no podrían obtener recursos económicos de ninguna otra manera.
Este último punto de los rescates, que en los últimos meses ha venido acaparando portadas de medios centrándose en el caso concreto de la Eurozona, es aplicable a la economía global. Con la globalización, la interconexión entre casi todas las economías del planeta es un hecho indiscutible, derivándose de ello el impacto que la crisis en un país puede tener en todos los países de su entorno económico. Es por este hecho por el que hoy en día, cuando ciertos países sufren dificultades económicas, de una forma u otra, se acaba articulando una asistencia internacional para acudir en su ayuda.
Pero esta “Solidaridad Interesada” no soluciona realmente todos los problemas humanitarios, puesto que es cierto que esta asistencia sólo llega a países con nexos económicos con las economías más importantes del planeta, que hacen valer en este tipo de temas su capacidad de influencia. En el caso de los países más pobres, los que se supone deberían ser los receptores primeros de la solidaridad internacional, sólo son objeto de ella en la medida que son productores de materias primas cuya interrupción de suministro impacta sobre las economías de las principales potencias. Lo cual revierte en un círculo vicioso para los países que ni tienen una economía desarrollada (y por lo tanto sin interrelaciones con las potencias), ni tienen recursos naturales que explotar (un sector primario que permite alcanzar la relevancia económica internacional aunque no se disponga de una economía desarrollada): no importan, y como no importan cada vez se hunden más en su aislada situación.
Algunos argumentarán que esto no es solidaridad, pero centrémonos en lo positivo, a efectos prácticos, el resultado final es el mismo que el de la solidaridad genuina: los demás se preocupan de que el país en riesgo no se hunda. No entro ya en el tema de si esto se consigue o no, ni en los conflictos de intereses que se dan entre diferentes potencias económicas, ni en la ética de esta solidaridad forzosa… simplemente me ciño a reflexionar sobre su existencia y naturaleza. Pero lo que sin duda queda ahora por resolver es el tema al que apuntábamos antes: la solidaridad con los países que no importan de ningún modo, que además, tristemente, suelen ser los más necesitados.
No les discutiré que para estos casos hay que ceñirse al lema de “En vez de darles pescado, enséñales a usar la caña de pescar”: muchas ONGs hoy en día lo aplican. El problema viene cuando en un país ni hay ONG desplegando recursos, ni hay caña, ni hay pescado, ni lago en el que pescar… Este tipo de zonas están abocadas a una progresiva despoblación que, a veces, sólo se ve frenada por el repentino descubrimiento de materias primas que explotar. En África saben bien que en estos casos, es habitual que se inicie en esa zona una guerrilla que trata de dominar las zonas productoras. ¿Casualidad o causalidad?. Siento decirles que yo no tengo una respuesta, pero mucho me temo que, en algunos casos, los entresijos del poder económico son insondables.
Al final, lo que verdaderamente nos queda al común de los mortales es lo que decían nuestros abuelos: no es feliz quién más tiene, sino quien menos necesita. Porque el tener a veces nos lleva a preocupaciones que no nos merecemos, y lo que es más, si visitan ustedes algún país pobre, podrán comprobar como, por lo general, el ser humano cuanto más tiene menos feliz es, supongo que por el miedo a perder lo acumulado. ¿Nos hacen nuestras pertenencias más insolidarios?. Tal vez, pero, no se engañen, a pesar del argumento de los párrafos anteriores de que hay en nuestras sociedades un egoísmo que se torna solidaridad, la verdadera solidaridad es aquella que se produce en la escasez… porque estarán de acuerdo en que, a pesar de la diferencia de la importancia en cantidades absolutas, no es lo mismo que un millonario done para una buena causa una cantidad despreciable en comparación con su patrimonio, a que una familia Nubia comparta con la familia de al lado lo único que tienen para comer ese día. El capitalismo tiene sus cosas buenas y malas, pero es cierto que su esencia, el sinvivir de consumir y poseer, muchas veces nos hace perder el norte.
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