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La realidad virtual como método de empatía y solidaridad u Homo Homini Lupus

¿Puede la tecnología ayudarnos a ser más empáticos y solidarios con otras personas? Es la intrigante pregunta que trataremos de responder en este post y que se desprende de una reciente investigación realizada por el Laboratorio de Ambientes Virtuales de la Universidad de Barcelona (EventLAB). Dicha investigación se resume en el siguiente artículo “Un laboratorio para probarse cuerpos”.

Para los que no tengan el tiempo o las ganas de leer la noticia completa, les resumiré el artículo en este párrafo. Hay dos frases que nos interesan especialmente para este post: “El comportamiento de las personas varía en función del avatar de realidad virtual en el que se encarnan”, y “A pesar de que nuestro cuerpo nos parezca que es algo firmemente establecido e inamovible, parece que el cerebro lo está recalibrando casi continuamente y que hay un ‘refresco’ continuo de la representación corporal”. El experimento en cuestión, entre otras cosas, hacía que una persona delgada viese a través de unas gafas de realidad virtual que su cuerpo en realidad tenía barriga, y sorprendentemente la sentía como propia. También se experimentó con avatares de otras razas, y una de las conclusiones fue que encarnarse en un cuerpo de otra raza modifica los prejuicios raciales. Todo se basa en el llamado «Efecto Proteo», que es la versatilidad de las personas para comportarse de distinta manera en escenarios virtuales en función de los distintos avatares que encarnan; es algo conocido desde hace tiempo en la industria de los videojuegos, que han sido la primera aproximación tecnológica a encarnar otro personaje con ciertas dotes de realismo (con permiso de los actores de cine y teatro).

Y es momento de ir entrando en la cuestión central de este post. Una vez leídas las conclusiones de estos experimentos, ¿Creen ustedes que la realidad virtual aumentará la empatía y la solidaridad en nuestra sociedad?. Pónganse en situación. Piensen. ¿Acaso no están ustedes más sensibilizados con el maltrato cuando es alguien de sus círculos el o la que lo ha sufrido? ¿Acaso no son más conscientes de la problemática de los síndrome de Down cuando es un amigo o amiga suya la que ha tenido un hijo con este problema? Aunque la realidad virtual no nos permita por ejemplo sentirnos con síndrome de Down, puesto que es algo que trasciende la mera apariencia, éstas son preguntas cuyas respuestas nos van a permitir contestarnos la cuestión que abría este post. Estarán de acuerdo en que, en el fondo, todos somos más proclives a solidarizarnos con alguien cuando nos identificamos con él o ella. Es una forma de egoísmo bastante extendida: muchas veces las personas no estamos demasiado sensibilizadas con problemas o amenazas que no sentimos que nos puedan afectar a nosotros también. Podemos pues afirmar que, a la vista de los resultados del experimento y de las conclusiones anteriores, la realidad virtual sí puede ayudar a hacer a nuestra sociedad más solidaria. Obviamente hablamos de la generalidad pues hay casos y casos, y siempre hay gente que es ya de por sí muy empática y de espíritu solidario por naturaleza, sin necesidad de ninguna realidad virtual.

No obstante, no lancen las campanas al vuelo todavía. La realidad virtual no es la panacea para esas actitudes insolidarias y censurables que todos hemos visto alguna vez. Igual que hay individuos empáticos y solidarios por naturaleza, también hay individuos tremendamente egoístas por naturaleza, que no se solidarizan con nadie ni por asomo, ni siquiera consigo mismos. ¿Acaso no han visto ustedes a gente que ha estado en una situación problemática (caldo de cultivo propicio para solidarizarse) y cuando a otra persona le pasa lo mismo no se solidariza con ella? ¿No conocen ustedes a personas que un día defienden una idea con uñas y dientes porque es lo que más les interesa en ese momento, y a la semana siguiente pueden defender igual de vehementemente lo contrario porque es lo que les interesa ahora? Y son capaces de hacerlo sin que ni siquiera se les despeine el flequillo. Por eso les digo que hay casos de gente que no se solidariza ni consigo misma: simplemente son egoístas per sé, y no dan más de sí ni son capaces de ponerse en el lugar de los demás. Es más, me atrevería a preguntarles: ¿Acaso no se han sentido ustedes mismos así alguna vez en cierto grado?

Pero si nos preguntábamos si la realidad virtual es capaz de hacer más solidaria nuestra sociedad en su conjunto, las actitudes de ciertos individuos concretos no son relevantes en el balance global; ahora bien, la siguiente pregunta que debemos plantearnos es: ¿Cuál es la proporción en nuestra sociedad de este tipo de individuos insolidarios y egoístas sin remedio? Y lo que es más importante e inquietante, en unas empresas e instituciones mayormente dirigidas por objetivos con un claro interés particular ¿Es este tipo de personalidades las que la sociedad promociona a puestos de responsabilidad para dirigirnos? ¿O por el contrario las personas que terminan ocupando estos puestos muchas veces se acaban volviendo así porque piensan que es como deben actuar y lo que se espera de ellas? Siento decirles que no tengo una respuesta para estas preguntas, o más bien, sí que la tengo, pero es una percepción tan personal que tiene exactamente el mismo peso que las respuestas que puedan darse ustedes a sí mismos. Por ello, una vez más, a su conciencia me remito. Homo homini lupus: algunos son ovejas, y otros auténticos lobos. ¿Es más grande el rebaño, o la manada? A veces uno se siente tentado a pensar que es mejor que el casi siempre impredecible futuro no les llegue a quitar la piel de cordero a los lobos camuflados. Es muy probable que sean muchos más de los que a priori cabría pensar. Pero, por si acaso una volada de viento deja los lobeznos lomos al descubierto, mi mejor consejo es que, en su día a día, escuchen discretamente si los individuos que les rodean balan o aúllan; más que nada para que puedan elegir al tipo de personas que quieren que les rodeen, y no llevarse luego sorpresas desagradables.

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La prostitución mental o Cómo las personas y empresas se doblegan ante el interés y el poder

Empezaré este post introduciéndoles a una situación que viví hace unos años en la empresa en la que trabajo. ¿Recuerdan aquel caso de un iraní que le arrojó ácido a su mujer a la cara dejándola totalmente desfigurada?. Estábamos en una reunión de un proyecto unas 15 personas, y una de ellas, con poder y capacidad de decisión, sacó de ex profeso el tema para decir “que a saber cómo le pondría ella a él para que le acabase haciendo eso”. Los demás asistentes a la reunión permanecieron impasibles, y algunos incluso asentían con la cabeza.

Seguramente estarán ustedes pensando… ¡Qué hombre más cruelmente machista!. Pero se equivocan ustedes de pleno, y no precisamente en el adjetivo, sino en el sustantivo: no era un hombre, sino una mujer, la que hizo semejante comentario. Es más, había también otras mujeres en la sala, que no despegaron la boca, y algunas de las cuales eran de las que incluso asentían. Creo que no es necesario entrar a valorar el comentario ni las actitudes que hay tras él, pero creo que sí que merece la pena pararse a pensar en la razón por la que el resto de los presentes, y en especial las mujeres porque les debería resultar más sencillo sentirse identificadas con la víctima, adoptaron la actitud que adoptaron.

Un punto importante, y que no sirve de excusa en absoluto, es que, seguramente, la gran mayoría de los que allí estaban mentalmente sintieron rechazo hacia la mujer machista. Pero una cosa es lo que la gente siente, y otra muy distinta lo que la gente expresa.

No se me equivoquen, lo que quiero abordar en este post no es cuestión de feminismo ni de machismo, sobre lo que me gustaría reflexionar es simple y llanamente sobre las actitudes sociales que pueden llevar a las personas a ocultar totalmente sus valores si la situación lo requiere. ¿Cómo calificarían ustedes estas actitudes que presencié por las cuales nadie llevó la contraria a la mujer machista a pesar de sentir un rechazo frontal por su comentario?. ¿Cuál creen que es el origen de esta forma de comportamiento?. ¿Por qué la gente renuncia a sacar la cara a una víctima?.

Personalmente, yo calificaría estas actitudes como prostitución mental, tanto en el caso de ellas como de ellos. A cambio de no hacer un comentario de desaprobación que pueda llevar a un conflicto personal, a la pérdida de una venta, a la pérdida de influencia, etc. la gente es capaz de no decir nada, e incluso asentir, ante un comentario semejante. Están alquilando momentáneamente sus valores, su actitud, su apoyo, y hasta su imagen personal ante los demás, a cambio de un beneficio material o inmaterial. Por eso yo lo llamo prostitución mental.

Les seré sincero y les confesaré que estoy harto de ver en la empresa en la que trabajo cómo viene un comercial tras otro a cual más adulador. Todos intentando simular simpatía y amistad por personas a las que hay veces que repelen en el mejor de los casos. Todos intentando ganarse los favores de los jefes con capacidad de decisión cuando tienen interés en ello. Es éste a veces un mundo de interesados y de hipócritas, en el que ninguna relación puede darse por segura ni por verdaderamente correspondida.

Y lo más triste del asunto es que este microcosmos de la reunión en la que acontecieron estos hechos, creo que es extrapolable al conjunto de la sociedad, y que la mayoría de los individuos reaccionarían de la misma forma interesada y deshumanizada. Es por ello por lo que conforme pasan los años, aprendo a valorar más tanto la sinceridad (aunque a veces duela), como a las personas del tipo “Yo soy como los juncos, yo me rompo pero no me doblo”. Éstos son individuos que tienen unos valores a los que, de una forma u otra, se mantienen fieles hasta las últimas consecuencias. Y esto, señores y señoras, se llama coherencia, una cualidad personal encomiable pero que está en serio peligro de extinción en nuestra sociedad. Una cualidad personal que sólo entienden aquellos que la tienen, porque los demás ven con naturalidad “adaptarse” al entorno (hilarante eufemismo), y a menudo califican de inadaptados sociales a los que la poseen, porque ni si quiera se pueden imaginar sus motivaciones. Una cualidad personal que, por un potencial beneficio, muchos ponen a la venta en el tablón de anuncios de nuestras empresas.

Me alegro enormemente cada vez que veo que aún queda gente que no sólo no pone ningún precio a su coherencia personal, sino que además la ejerce aún a riesgo de poner en peligro sus relaciones, su bienestar, e incluso hasta su integridad. Y sinceramente, espero que ustedes se alegren también por ello. Si la mayoría de la sociedad fuese así, quedaría al descubierto quién es quién en realidad, pero claro, a algunos eso no les interesa en absoluto. Ahora es a ustedes a los que les toca pensar en qué lado están: ¿Son ustedes de los coherentes o de los que se «adaptan»?.

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Las relaciones de trabajo a través de las redes sociales o La empatía entre tuiteros

Este blog, desde el que les escribo quincenalmente, no deja de sorprenderme. En esta ocasión la sorpresa ha venido por la colaboración desinteresada de un seguidor en un proceso de selección en el que un servidor ha participado. Les explicaré el caso con algo más detalle.

Publiqué un comentario relacionado con un proceso de selección en el que iba a participar y, para mi sorpresa, uno de los lectores de este blog se ofreció a entregar internamente mi candidatura y a informarse sobre el proceso, pues había habido ciertos cambios en su compañía que podían alterar los procesos de selección en curso. Mi lector me confirmó que el proceso lo cerraron de forma anticipada por exceso de candidatos, situación tristemente usual dada la actual coyuntura, pero me informó de que el proceso seguía su curso, y lo que es más importante, finalmente me llamaron para una entrevista que fue realmente bien. Debido a otros asuntos que no vienen al caso, el puesto no fue para mí, pero quería reflexionar con ustedes sobre los detalles de este caso.

No me confundan ni a mí ni a mi colega tuitero con un clásico caso de enchufismo. Ni es por lo que estoy agradecido, ni es como mi colega tuitero pretendía favorecerme. Nada de esto ha ocurrido. Les puntualizaré que mi candidatura se adaptaba muy bien al puesto, que tengo un buen currículum, y una dilatada experiencia profesional precisamente en el campo que se solicitaba. No hubo trato de favor alguno, no hubo recomendación, tan sólo entregar un currículum personalmente tal y como haría cualquier amigo suyo por ustedes. La cuestión central de este post es precisamente ésa: “cualquier amigo suyo por ustedes”.

Hace unas semanas les hablaba de lo efímero de las relaciones en las redes sociales en el post «Qué nos aporta un simple tuit o Lo efímero de las relaciones personales en Twitter». Y sigo pensando lo mismo que les comenté entonces. Ahora bien, ello no implica ni que todas las relaciones 2.0 sean efectivamente efímeras, ni que el carácter efímero implique que la relación no sea relevante en otros aspectos. Mi colega tuitero no es amigo mío en el mundo real, ni siquiera le conozco personalmente. Nuestra relación virtual empezó cuando él leyó uno de mis posts y se hizo follower mío en Twitter. A partir de ahí nos leemos mutuamente e intercambiamos mensajes de vez en cuando; vamos, nada fuera de lo común en Twitter. El caso es que, cuando tuiteé sobre el proceso de selección de su empresa, me sorprendió y me alegró que amablemente se ofreciese a enviar él mi currículum internamente. Le agradecí su gesto y le dije que decía mucho de él interesarse por mi candidatura sin ni siquiera conocerme en persona, a lo cual él simplemente me contestó: “Será porque a mí me gustaría que en tu lugar hicieran lo mismo… O que me gustó algún post tuyo”. Lo del post puede ser más entendible, puesto que creo que muchas veces trato temas de empresa que pueden llamar la atención del mundillo en el que me muevo, y puede ser que si mi colega tuitero me lee de vez en cuando, le guste mi forma de pensar o de plantearme los temas del sector, bien sea en el aspecto profesional o en el personal. Pero lo que no es entendible es el “Será porque a mí me gustaría que en tu lugar hicieran lo mismo”. No es entendible no porque no sea algo loable, que lo es, sino porque por desgracia no es para nada algo usual en nuestra sociedad interesada de hoy en día.

En un mundo en el que normalmente nadie hace nada por nadie si no tiene algún interés de algún tipo, la actitud de mi colega tuitero es encomiable porque fue totalmente desinteresada, ya que no tenía en mí absolutamente ningún interés ni personal ni profesional, y además yo no podría devolverle el gesto de ninguna forma. A mí mis padres y abuelos me enseñaron que “No quieras para los demás lo que no quieras para ti mismo”… o como yo también lo interpreto, al igual que mi colega tuitero: “Haz con los demás lo que te gustaría que hiciesen contigo”. Uno, que con estas máximas a veces se siente un poco solo, se alegra cuando coincide con alguien que piensa de forma parecida. Aún hay esperanza en esta sociedad contaminada de valores interesados e hipócritas.

Me despediré insistiendo en la reflexión central de este post, magistralmente sintetizada por la genial frase de Malcolm S. Forbes: “Puedes juzgar fácilmente el carácter de un hombre por la forma en que trata a aquellos que no pueden hacer nada por él”. Ya saben que yo tengo la pequeña debilidad de querer saber exactamente qué es lo que lleva por dentro la gente que me rodea, y esta frase es un estupendo indicador del interior de cada uno. Recuerden, si no les gustan las sorpresas desagradables que algunas personas esconden, la mejor manera de minimizarlas es tratar de conocerlas de antemano. Y a partir de ahí ya depende de ustedes mismos elegir a quienes quieren que les rodeen. Yo por mi parte lo tengo muy claro, sean tuiteros o no.

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La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad

Como muchas personas que tienen la ilusión de algún día poder dejar de tener preocupaciones por la limitación de su capacidad económica, juego de vez en cuando a la lotería primitiva. Siempre que juego pienso en la paradoja que supone el hecho de que todos los participantes en los sorteos juegan obviamente por tener opción a ganar alguno de los abultados premios, lo cual es sin duda una actitud que podemos tachar de egoísta, pues ambiciona meramente un incremento sustancial de los recursos propios (y todo lo que ello conlleva). Pero este germen egoísta, que se traduce en echar un boleto para el siguiente sorteo, en la práctica, se traduce en que entre todos los participantes, se elije imparcialmente uno al que se “libera” de la carga de tener que trabajar día a día para obtener los recursos económicos necesarios para vivir. Esto puede ser visto como un inequívoco acto de solidaridad colectiva.

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Y he aquí la paradoja a la que apuntaba antes. Egoísmo que se traduce en solidaridad. Y esta misma y sorprendente conversión de actitudes se produce en otros ámbitos más serios del sistema capitalista. Es obvia en el sector asegurador, en el Fondo de Garantía Salarial, en el Fondo de Garantía de Depósitos, en la Seguridad Social (donde la haya) y hasta en la misma recaudación de impuestos que financia los estados del bienestar.

Pero hay otros planos en los que esta paradoja se reproduce también, y que son hoy en día de plena actualidad. Me refiero a las operaciones de rescate que tanto revuelo han y están originando en la Eurozona. Una vez llegados a este punto, pasemos a analizarlo con mayor detenimiento.

¿Qué es en esencia una operación de rescate?. La cruda realidad es que no es más que la aportación de recursos económicos a un país con la mera intención de que no colapse y pueda seguir atendiendo a los pagos comprometidos con la financiación que previamente se le ha venido dando en los años anteriores. Lo único que se pretende es poder seguir cobrando las deudas. De este punto son plenamente conscientes los países rescatados en la Eurozona: no importan las prestaciones estatales, ni la justicia social, ni siquiera la economía local. Sólo importa el asegurarse el pago de los saldos deudores, y por ello ahora el IVA en Irlanda es de hasta un 23%, en Grecia se recorta lo innecesario y lo necesario, etc. Pero no nos alejemos de la intención de este post, estos rescates, a pesar de su intencionalidad y las consecuencias sobre las sociedades rescatadas, al fin y al cabo son dar recursos económicos a países “rotos” que no pueden financiarse en los mercados internacionales dada su delicada situación, y si bien es cierto que vienen acompañados de medidas draconianas, de nuevo se puede ver como un egoísmo que se torna forzosamente en solidaridad, puesto que no podrían obtener recursos económicos de ninguna otra manera.

Este último punto de los rescates, que en los últimos meses ha venido acaparando portadas de medios centrándose en el caso concreto de la Eurozona, es aplicable a la economía global. Con la globalización, la interconexión entre casi todas las economías del planeta es un hecho indiscutible, derivándose de ello el impacto que la crisis en un país puede tener en todos los países de su entorno económico. Es por este hecho por el que hoy en día, cuando ciertos países sufren dificultades económicas, de una forma u otra, se acaba articulando una asistencia internacional para acudir en su ayuda.

Pero esta “Solidaridad Interesada” no soluciona realmente todos los problemas humanitarios, puesto que es cierto que esta asistencia sólo llega a países con nexos económicos con las economías más importantes del planeta, que hacen valer en este tipo de temas su capacidad de influencia. En el caso de los países más pobres, los que se supone deberían ser los receptores primeros de la solidaridad internacional, sólo son objeto de ella en la medida que son productores de materias primas cuya interrupción de suministro impacta sobre las economías de las principales potencias. Lo cual revierte en un círculo vicioso para los países que ni tienen una economía desarrollada (y por lo tanto sin interrelaciones con las potencias),  ni tienen recursos naturales que explotar (un sector primario que permite alcanzar la relevancia económica internacional aunque no se disponga de una economía desarrollada): no importan, y como no importan cada vez se hunden más en su aislada situación.

Algunos argumentarán que esto no es solidaridad, pero centrémonos en lo positivo, a efectos prácticos, el resultado final es el mismo que el de la solidaridad genuina: los demás se preocupan de que el país en riesgo no se hunda. No entro ya en el tema de si esto se consigue o no, ni en los conflictos de intereses que se dan entre diferentes potencias económicas, ni en la ética de esta solidaridad forzosa… simplemente me ciño a reflexionar sobre su existencia y naturaleza. Pero lo que sin duda queda ahora por resolver es el tema al que apuntábamos antes: la solidaridad con los países que no importan de ningún modo, que además, tristemente, suelen ser los más necesitados.

No les discutiré que para estos casos hay que ceñirse al lema de “En vez de darles pescado, enséñales a usar la caña de pescar”: muchas ONGs hoy en día lo aplican. El problema viene cuando en un país ni hay ONG desplegando recursos, ni hay caña, ni hay pescado, ni lago en el que pescar… Este tipo de zonas están abocadas a una progresiva despoblación que, a veces, sólo se ve frenada por el repentino descubrimiento de materias primas que explotar. En África saben bien que en estos casos, es habitual que se inicie en esa zona una guerrilla que trata de dominar las zonas productoras. ¿Casualidad o causalidad?. Siento decirles que yo no tengo una respuesta, pero mucho me temo que, en algunos casos, los entresijos del poder económico son insondables.

Al final, lo que verdaderamente nos queda al común de los mortales es lo que decían nuestros abuelos: no es feliz quién más tiene, sino quien menos necesita. Porque el tener a veces nos lleva a preocupaciones que no nos merecemos, y lo que es más, si visitan ustedes algún país pobre, podrán comprobar como, por lo general, el ser humano cuanto más tiene menos feliz es, supongo que por el miedo a perder lo acumulado. ¿Nos hacen nuestras pertenencias más insolidarios?. Tal vez, pero, no se engañen, a pesar del argumento de los párrafos anteriores de que hay en nuestras sociedades un egoísmo que se torna solidaridad, la verdadera solidaridad es aquella que se produce en la escasez… porque estarán de acuerdo en que, a pesar de la diferencia de la importancia en cantidades absolutas, no es lo mismo que un millonario done para una buena causa una cantidad despreciable en comparación con su patrimonio, a que una familia Nubia comparta con la familia de al lado lo único que tienen para comer ese día. El capitalismo tiene sus cosas buenas y malas, pero es cierto que su esencia, el sinvivir de consumir y poseer, muchas veces nos hace perder el norte.

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