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Cómo los anti-éticos no entienden qué mueve a los éticos o El fácil recurso de creerse comprendido
¿Por qué la gente que carece de la ética más fundamental no es capaz de comprender ni de lejos a la gente que tiene unos valores y una ética bien definida? ¿Qué es lo que pasa por la mente de los anti-éticos para poder conciliar el sueño cada noche? Hoy les cuento un caso real de un directivo de empresa, que podía haber sido también protagonizado por un sindicalista.
¿Se han dado ustedes cuenta de que casi siempre la gente de su entorno que muestra comportamientos que usted calificaría de poco éticos no comprende nunca lo que mueve a personas con valores? Es un hecho que me llama poderosamente la atención. No es que los anti-éticos no sepan comportarse de forma ética, no es que no se den cuenta de que hay otros pareceres distintos a los propios, no es que no se planteen que otros se comportan de forma tal vez más apropiada… No es nada de eso, simplemente es que no son capaces de entender ni de lejos qué demonios es eso que mueve a otros a comportarse éticamente.
Antes de seguir, querría aclararles que ni yo ni ustedes somos el monolito de la ética; a buen seguro que tenemos todos nuestros agujeros personales que, en el mejor de los casos, hemos ido parcheando como hemos podido con el paso de los años. Pero no es mi pretensión abordar la escala de grises de la ética ni su relativismo, más bien me gustaría centrarme hoy en las situaciones en las que el panorama es tan negro que la escala de grises ni se distingue, además de reflexionar con ustedes sobre lo que una amiga presenció hace poco en la empresa en la que trabaja.
Esta empresa, como muchas otras, atraviesa serias dificultades económicas. Los altos directivos han sacado a pasear los cuchillos largos. Recursos Humanos es de todo menos humanos. La plantilla está atemorizada por perder su puesto de trabajo. Y por qué no decirlo, también muchos directivos temen por su puesto de trabajo, pero deben acatar estrictas órdenes dictadas desde unos niveles superiores que han establecido un cordón sanitario, lo que les da un esterilizado aislamiento respecto a los empleados: claro, es mucho más fácil despedir al empleado número X que a Julián “el de la Tesorería”, con su mujer en el paro, hipoteca y tres pequeñas bocas que alimentar en casa.
En una reunión en petit-comité, mi amiga y algunos colegas estaban comentando cómo en otras áreas de la compañía estaban ejecutando despidos masivos, y cómo desde la central europea se les habían comido el terreno. Los directivos españoles, para su desgracia, no habían actuado como los directivos de las filiales de otros países, sino más bien todo lo contrario. Cuando ya se percibe el metálico sabor de los machetes laborales, allí donde italianos, franceses, alemanes o ingleses han tomado posiciones luchando por llevarse todo el trabajo posible para su país a fin de justificar puestos de trabajo, allí donde casi todos han defendido lo suyo a capa y espada, la mayoría de los directivos de la empresa de mi amiga habían regalado sus mejores castillos y liquidado sus mejores activos, con el acomodado beneplácito de ciertos elementos sindicales, por cierto. Los curritos de a pie están luchando desde las últimas atalayas por defender los rescoldos de un castillo de naipes que se viene abajo; sin ningún respaldo, sin ningún apoyo, lo hacen con honradez y pensando en que la alternativa de la sumisa rendición no es ni ética ni justa.
Delante de uno de los directivos que parecen haberse entregado voluntariamente, exponían lo vulnerables que se sentían en su kamikaze lucha de oficina por defender algo que desde arriba habían entregado sin condiciones. Le decían que no entendían cómo habían llegado a esa situación, que cómo los directivos habían claudicado de esa manera… Escuchó sus inquietudes, y a continuación pasó a hablar para describirles una realidad cuya existencia yo ya entreveía, pero que, sinceramente, no me hacía falta confirmar con una plenitud tan cruda.
“¿Qué cómo van a conseguir doblegar al jefe de Contabilidad? Muy fácil, como me han hecho a mí. Un día te empiezan a preguntar por el contenido de los puestos de tus subordinados, por los perfiles de la gente, por su categoría laboral… y al principio tratas de defenderlos, intentas demostrar que todos son imprescindibles… hasta que un día, el ejecutivo de la central se cansa de tu protectora persistencia y te dice… el problema es que creo que tú no estás alineado con el cambio”. A partir de aquí ya la conversación bajó a las cloacas cuyo hedor hace sospechar a nivel de calle del submundo que nos rodea. Prosiguió el directivo: “A eso yo le contesté directamente que a cuántos y a quién quería que despidiese, y que, llegados al extremo, me valía yo sólo para hacer todo el trabajo del departamento”. Y por si esto fuera poco continuó, no estando ya alineado con el cambio, sino queriendo demostrar ser parte ejecutora de él: “En este área debes despedir a la gente de uno en uno, pero en ésta otra deben salir de diez en diez”. Parecía que había pasado ya a hablar de cómo quitarle las pulgas a un perro. Había visto su propio puesto en entredicho, y sólo eso le había hecho reaccionar como un resorte para servir en bandeja de plata todas las cabezas que estaban a su alcance. Todo ello con el traicionero agravante de que dos de las personas de su departamento son íntimos amigos suyos, pero amigos de los de quedar los fines de semana.
Lo de que el capitán es el último en abandonar el barco no sólo suena a heroicas películas de ficción, sino que queda claro que las ratas son las primeras que lo abandonan para intentar llegar al bote salvavidas aún a costa de vender a sus confiados subordinados como carnaza para los tiburones. Pero, dado el panorama nacional en España, todo esto me resultaba más o menos imaginable, la pregunta que yo me hago es otra: sin estar obligado a ello, ¿Por qué este directivo les contaba eso? Yo desde luego, en su lugar, al menos, me sentiría terriblemente avergonzado. Él no; es más, se lo contó abiertamente, sin tapujos, sin reservas, sin ni siquiera ponerse colorado. ¿Por qué?
La razón es muy sencilla, y para darles una respuesta saco a relucir una de las geniales frases de nuestros abuelos: “Cree el ladrón que todos son de su condición”. Estoy convencido de que este directivo les contó sus miserias casi personales porque simplemente él estaba profundamente convencido de que cualquiera en su situación habría actuado igual. Es lo que les decía antes, los anti-éticos (sean directivos o sindicalistas) no entienden qué mueve a los éticos, pero ni de lejos; no pueden entender algo que ni siquiera conciben, porque sus valores los subastaron hace tiempo al mejor postor. Para tener la conciencia tranquila recurren al fácil recurso de creerse comprendidos. Pero no señores, no. A estas personas les digo desde aquí que “Ustedes no lo entenderán, pero hay otra forma de actuar, y lo más meritorio es haya gente que sea capaz de adoptar un papel ético aún a costa de arriesgarse a perder su propio puesto de trabajo. Los éticos cometerán sus errores, tendrán en algún caso una escala de grises algo más oscura de lo deseable, pero tratan de ser justos consigo mismos y con su conciencia en primer lugar, y por supuesto también con los demás. A ustedes ni se les entiende ni se les justificará jamás, porque hay cosas que no son grises, sino evidentemente negras, y su negro es tan oscuro que absorbe cualquier destello de luz que pueda surgir de los pocos valores que nadie os quiso comprar ni siquiera en eBay”. Estos anti-éticos siguen la máxima que decía el genial Groucho Marx parodiando a este tipo de personas: “Y estos son mis valores: si no le gustan tengo otros”. Y así nos va en este país, donde la contaminación de valores es tan generalizada que es complicado encontrar a alguien que busque el interés general, y que además esté dispuesto a entrar en esta rueda dentada de representantes de cualquier índole que sólo miran por su interés personal.
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La gestión sin reconocer los errores propios o La diferencia entre razonamiento y manipulación
La capacidad de algunas personas para no reconocer los errores propios y ser tan autoindulgentes consigo mismos, contrasta violentamente con su capacidad para culpar y recriminar a los demás cuando son otros los que comenten un error. Me llama poderosamente la atención esta ególatra faceta de Dr. Jekyll y Mr Hyde que veo alrededor mío bastante más a menudo de lo que personalmente me gustaría.
Para que vean hasta qué extremo llevan esta dualidad algunas personas, les voy a contar un caso que me llega de primera mano de la empresa de un conocido. En este caso, nuestro bipolar personaje es un directivo de dicha empresa, pero saben ustedes tan bien como yo que perfectamente podría ser un trabajador de base, un sindicalista, un político o cualquier individuo de los ecosistemas faunísticos en los que nos movemos cada día.
Para ponerles en antecedentes, como es tristemente habitual hoy en día, la empresa de mi conocido atraviesa una situación muy complicada. La política de personal se ha deteriorado en paralelo a la cuenta de resultados. Ello ha traído, además de la preocupación y temor por el futuro que viene, que la gente esté muy descontenta en su puesto de trabajo, puesto que las políticas de Recursos Humanos y de la dirección para incentivar a los empleados son prácticamente inexistentes en el mejor de los casos, aunque más bien debería decir que ahora Recursos Humanos se dedica a hostigar a la plantilla con un modus operandi más propio de una empresa tercermundista.
Conscientes de que podía haber un problema, hicieron una encuesta entre los empleados sobre el ambiente de trabajo. Los resultados fueron desastrosos. Los directivos debieron estar dándole muchas vueltas al tema hasta que encontraron una forma de intentar saber cuál era la causa de tan mal ambiente, y cómo solucionarlo. La respuesta les aseguro que les dejará boquiabiertos. El directivo que antes les citaba, reconoció públicamente que los resultados de la encuesta eran malos, pero que como hay que interpretarlos es desde el punto de vista de los resultados de la empresa. En las empresas en las que la gente está contenta, la empresa obtiene buenos resultados. Por lo tanto, la razón por la que la empresa iba tan mal era precisamente porque los empleados están descontentos. ¡Cómo los empleados de esta empresa no se habían dado cuenta antes!. Su descontento no sólo no es una consecuencia de la mala gestión, sino que los malos resultados de la empresa son culpa suya. Tratemos de analizar este hilarante razonamiento, porque, por difícil que parezca, de él se pueden sacar algunas conclusiones interesantes.
Para empezar hay que decir que una cosa es intentar llegar a conclusiones con los datos en la mano, y otra muy distinta es tener a priori un objetivo claro al que se quiere llegar, y en base a ello articular los razonamientos que sean necesarios para poder concluir lo que nos interesa. Lo primero es razonamiento. Lo segundo es burda manipulación. El problema del directivo en cuestión del que les hablo es que estaba tan ofuscado por la meta a conseguir, que no se dio cuenta de que su manipulación resultaba tan evidente e irracional, que a mi conocido le consta que el efecto que consiguió en los empleados fue justo el contrario al que se proponía: no solo no convenció a nadie, sino que su imagen profesional se vio seriamente perjudicada. Es lo malo de tener un objetivo incoherente, que a menudo los medios para lograrlo son aún más incoherentes que el objetivo en sí mismo.
El problema no es de plantilla contra directivos. Es de personas que razonan e intentan mejorar día a día contra personas que sólo tratan de alcanzar por todos los medios un objetivo que personalmente les puede interesar en un momento determinado. El centro de nuestra diana en este caso está en un directivo simplemente por casualidad: no estamos criticando perfiles sino actitudes, y las actitudes puede adoptarlas cualquiera, eso sí, dependiendo del cargo que se ocupe su transcendencia es radicalmente distinta.
Una segunda conclusión interesante requiere analizar un poco más el perfil psicológico del directivo. ¿Qué subyace bajo su forma de razonar? ¿Qué ofusca tanto a nuestro directivo como para no dejarle ver lo absurdo de su razonamiento que raya en el ridículo?. Su relativismo moral. Él tiene un objetivo tan claro, defender su gestión, que todo vale moralmente para conseguirlo. Todo lo que le beneficie para alcanzar su objetivo está permitido y es bueno per se. Su moralidad es tremendamente maleable. De lo que no se da cuenta es que, afortunadamente, la mayoría no es igual que él, y lo que a él le parece lógico y defendible para los demás es hilarantemente irracional e irritante.
Estarán de acuerdo en que el primer paso para poder corregir un error es reconocerlo. Si no eres consciente de que estás haciendo algo mal, difícilmente vas a poder corregir el rumbo. Y no corregir el rumbo en una empresa que va de mal en peor sólo tiene dos futuros posibles: o bien el fin de la empresa, o bien el fin de la carrera del directivo responsable en la empresa. No hay más soluciones posibles a esta ecuación. Tan pronto como mi conocido me traiga noticias frescas de su empresa, prometo contarles el desenlace y ver si podemos aprender algo más de ello. Ya que nuestro directivo no es capaz de aprender de sus propias equivocaciones, nosotros trataremos de demostrarle que no sólo se puede aprender mucho de los errores propios, sino también de los ajenos, para lo cual él nos viene muy bien.
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La creatividad en la locura o El delicado equilibrio de la cordura
Recientemente he tenido la ocasión de vivir de cerca los problemas mentales de un amigo íntimo, y sus involuntarias incursiones en el mundo de los «renglones torcidos de Dios». Estos problemas, así como sus creativas cualidades personales, me han hecho plantearme ciertas reflexiones que me gustaría compartir aquí con ustedes.
Es necesario empezar quitando algo de hierro a las enfermedades mentales. Es cierto que son afecciones graves, y que por lo general hacen sufrir al paciente más que otras dolencias, pero lo cierto es que la mayor parte de las personas se ven afectadas a lo largo de su vida por algún tipo de trastorno mental. Evidentemente hay un estigma asociado a este tipo de desórdenes, por lo que muchas veces se oculta celosamente un sufrimiento que debería inspirar más solidaridad que otra cosa. Nadie trata de ocultar que se ha roto un brazo, pero cuando es nuestra mente lo que falla, parece que reconocerlo abiertamente es motivo de incomprensión e incluso de exclusión social.
Por otro lado, esas líneas divisorias entre cuerdos y no cuerdos que tan artificialmente traza la sociedad, no son más que un difuso límite de falsa autoprotección que no existe en la realidad. Todos somos muy cuerdos para ciertas cosas, y podemos llegar a ser seres delirantes para otras. La diferencia sólo estriba en la situación que nos toca vivir en cada momento. El que hoy es cuerdo, mañana no lo es. El que es muy cuerdo para unas cosas, es a la vez poco equilibrado para otras.
Lo que tantas veces hemos leído sobre famosos genios de la humanidad, he tenido ocasión de corroborarlo con el modesto caso de mi amigo. Hay cierto grado de locura en la genialidad, y cierto grado de genialidad en la locura. Las personas con trastornos mentales suelen ser capaces de desarrollar extraordinarias dotes de creatividad, y a la vez las personas más creativas tienen personalidades que flirtean con las líneas que borrosamente dividen el mundo de los cuerdos del mundo de los no tan cuerdos. Esto tiene una clara explicación, y es que la imaginación y la creatividad son armas de doble filo, que tan pronto nos permiten crear nuevas realidades, ideas u obras, como nos trasladan a un irreal mundo paralelo. No hay más que escarbar. El precio de poder ver donde los demás no ven, y poder crear partiendo de un lienzo o un folio en blanco, puede tener una amarga contrapartida mental.
La estabilidad emocional y mental es algo que te viene dado, no tiene mérito. Yo valoro en esta vida lo que cuesta esfuerzo conseguir, por ello me gusta más la estabilidad inestable del que se esfuerza por caminar sobre el límite entre la cordura y la locura sin caerse al otro lado. Además, los monstruos que están más allá de la raya, a pesar de infundir terror y sufrimiento, hacen que al traspasarla siempre se vuelva al mundo de los cuerdos, además de con fantasmas mentales, con alguna idea creativa y original que se puede desarrollar desde la cordura recién recuperada.
La locura del genio no es algo que se elija, es algo con lo que se nace, y que se manifiesta según los disparaderos en los que nos pone la vida. La cordura absoluta no existe, y en todo caso, la poca cordura que de verdad queda en este mundo nos viene dada. La cordura no tiene mérito alguno. Lo que tiene mérito es la determinación por no parar de intentar mantenerse continuamente en el lado de los cuerdos. Tengan cuenta que lo que hace bella a la bailarina es su esfuerzo constante por mantener el equilibrio.
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La prostitución mental o Cómo las personas y empresas se doblegan ante el interés y el poder
Empezaré este post introduciéndoles a una situación que viví hace unos años en la empresa en la que trabajo. ¿Recuerdan aquel caso de un iraní que le arrojó ácido a su mujer a la cara dejándola totalmente desfigurada?. Estábamos en una reunión de un proyecto unas 15 personas, y una de ellas, con poder y capacidad de decisión, sacó de ex profeso el tema para decir “que a saber cómo le pondría ella a él para que le acabase haciendo eso”. Los demás asistentes a la reunión permanecieron impasibles, y algunos incluso asentían con la cabeza.
Seguramente estarán ustedes pensando… ¡Qué hombre más cruelmente machista!. Pero se equivocan ustedes de pleno, y no precisamente en el adjetivo, sino en el sustantivo: no era un hombre, sino una mujer, la que hizo semejante comentario. Es más, había también otras mujeres en la sala, que no despegaron la boca, y algunas de las cuales eran de las que incluso asentían. Creo que no es necesario entrar a valorar el comentario ni las actitudes que hay tras él, pero creo que sí que merece la pena pararse a pensar en la razón por la que el resto de los presentes, y en especial las mujeres porque les debería resultar más sencillo sentirse identificadas con la víctima, adoptaron la actitud que adoptaron.
Un punto importante, y que no sirve de excusa en absoluto, es que, seguramente, la gran mayoría de los que allí estaban mentalmente sintieron rechazo hacia la mujer machista. Pero una cosa es lo que la gente siente, y otra muy distinta lo que la gente expresa.
No se me equivoquen, lo que quiero abordar en este post no es cuestión de feminismo ni de machismo, sobre lo que me gustaría reflexionar es simple y llanamente sobre las actitudes sociales que pueden llevar a las personas a ocultar totalmente sus valores si la situación lo requiere. ¿Cómo calificarían ustedes estas actitudes que presencié por las cuales nadie llevó la contraria a la mujer machista a pesar de sentir un rechazo frontal por su comentario?. ¿Cuál creen que es el origen de esta forma de comportamiento?. ¿Por qué la gente renuncia a sacar la cara a una víctima?.
Personalmente, yo calificaría estas actitudes como prostitución mental, tanto en el caso de ellas como de ellos. A cambio de no hacer un comentario de desaprobación que pueda llevar a un conflicto personal, a la pérdida de una venta, a la pérdida de influencia, etc. la gente es capaz de no decir nada, e incluso asentir, ante un comentario semejante. Están alquilando momentáneamente sus valores, su actitud, su apoyo, y hasta su imagen personal ante los demás, a cambio de un beneficio material o inmaterial. Por eso yo lo llamo prostitución mental.
Les seré sincero y les confesaré que estoy harto de ver en la empresa en la que trabajo cómo viene un comercial tras otro a cual más adulador. Todos intentando simular simpatía y amistad por personas a las que hay veces que repelen en el mejor de los casos. Todos intentando ganarse los favores de los jefes con capacidad de decisión cuando tienen interés en ello. Es éste a veces un mundo de interesados y de hipócritas, en el que ninguna relación puede darse por segura ni por verdaderamente correspondida.
Y lo más triste del asunto es que este microcosmos de la reunión en la que acontecieron estos hechos, creo que es extrapolable al conjunto de la sociedad, y que la mayoría de los individuos reaccionarían de la misma forma interesada y deshumanizada. Es por ello por lo que conforme pasan los años, aprendo a valorar más tanto la sinceridad (aunque a veces duela), como a las personas del tipo “Yo soy como los juncos, yo me rompo pero no me doblo”. Éstos son individuos que tienen unos valores a los que, de una forma u otra, se mantienen fieles hasta las últimas consecuencias. Y esto, señores y señoras, se llama coherencia, una cualidad personal encomiable pero que está en serio peligro de extinción en nuestra sociedad. Una cualidad personal que sólo entienden aquellos que la tienen, porque los demás ven con naturalidad “adaptarse” al entorno (hilarante eufemismo), y a menudo califican de inadaptados sociales a los que la poseen, porque ni si quiera se pueden imaginar sus motivaciones. Una cualidad personal que, por un potencial beneficio, muchos ponen a la venta en el tablón de anuncios de nuestras empresas.
Me alegro enormemente cada vez que veo que aún queda gente que no sólo no pone ningún precio a su coherencia personal, sino que además la ejerce aún a riesgo de poner en peligro sus relaciones, su bienestar, e incluso hasta su integridad. Y sinceramente, espero que ustedes se alegren también por ello. Si la mayoría de la sociedad fuese así, quedaría al descubierto quién es quién en realidad, pero claro, a algunos eso no les interesa en absoluto. Ahora es a ustedes a los que les toca pensar en qué lado están: ¿Son ustedes de los coherentes o de los que se «adaptan»?.
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La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad
Como muchas personas que tienen la ilusión de algún día poder dejar de tener preocupaciones por la limitación de su capacidad económica, juego de vez en cuando a la lotería primitiva. Siempre que juego pienso en la paradoja que supone el hecho de que todos los participantes en los sorteos juegan obviamente por tener opción a ganar alguno de los abultados premios, lo cual es sin duda una actitud que podemos tachar de egoísta, pues ambiciona meramente un incremento sustancial de los recursos propios (y todo lo que ello conlleva). Pero este germen egoísta, que se traduce en echar un boleto para el siguiente sorteo, en la práctica, se traduce en que entre todos los participantes, se elije imparcialmente uno al que se “libera” de la carga de tener que trabajar día a día para obtener los recursos económicos necesarios para vivir. Esto puede ser visto como un inequívoco acto de solidaridad colectiva.
Y he aquí la paradoja a la que apuntaba antes. Egoísmo que se traduce en solidaridad. Y esta misma y sorprendente conversión de actitudes se produce en otros ámbitos más serios del sistema capitalista. Es obvia en el sector asegurador, en el Fondo de Garantía Salarial, en el Fondo de Garantía de Depósitos, en la Seguridad Social (donde la haya) y hasta en la misma recaudación de impuestos que financia los estados del bienestar.
Pero hay otros planos en los que esta paradoja se reproduce también, y que son hoy en día de plena actualidad. Me refiero a las operaciones de rescate que tanto revuelo han y están originando en la Eurozona. Una vez llegados a este punto, pasemos a analizarlo con mayor detenimiento.
¿Qué es en esencia una operación de rescate?. La cruda realidad es que no es más que la aportación de recursos económicos a un país con la mera intención de que no colapse y pueda seguir atendiendo a los pagos comprometidos con la financiación que previamente se le ha venido dando en los años anteriores. Lo único que se pretende es poder seguir cobrando las deudas. De este punto son plenamente conscientes los países rescatados en la Eurozona: no importan las prestaciones estatales, ni la justicia social, ni siquiera la economía local. Sólo importa el asegurarse el pago de los saldos deudores, y por ello ahora el IVA en Irlanda es de hasta un 23%, en Grecia se recorta lo innecesario y lo necesario, etc. Pero no nos alejemos de la intención de este post, estos rescates, a pesar de su intencionalidad y las consecuencias sobre las sociedades rescatadas, al fin y al cabo son dar recursos económicos a países “rotos” que no pueden financiarse en los mercados internacionales dada su delicada situación, y si bien es cierto que vienen acompañados de medidas draconianas, de nuevo se puede ver como un egoísmo que se torna forzosamente en solidaridad, puesto que no podrían obtener recursos económicos de ninguna otra manera.
Este último punto de los rescates, que en los últimos meses ha venido acaparando portadas de medios centrándose en el caso concreto de la Eurozona, es aplicable a la economía global. Con la globalización, la interconexión entre casi todas las economías del planeta es un hecho indiscutible, derivándose de ello el impacto que la crisis en un país puede tener en todos los países de su entorno económico. Es por este hecho por el que hoy en día, cuando ciertos países sufren dificultades económicas, de una forma u otra, se acaba articulando una asistencia internacional para acudir en su ayuda.
Pero esta “Solidaridad Interesada” no soluciona realmente todos los problemas humanitarios, puesto que es cierto que esta asistencia sólo llega a países con nexos económicos con las economías más importantes del planeta, que hacen valer en este tipo de temas su capacidad de influencia. En el caso de los países más pobres, los que se supone deberían ser los receptores primeros de la solidaridad internacional, sólo son objeto de ella en la medida que son productores de materias primas cuya interrupción de suministro impacta sobre las economías de las principales potencias. Lo cual revierte en un círculo vicioso para los países que ni tienen una economía desarrollada (y por lo tanto sin interrelaciones con las potencias), ni tienen recursos naturales que explotar (un sector primario que permite alcanzar la relevancia económica internacional aunque no se disponga de una economía desarrollada): no importan, y como no importan cada vez se hunden más en su aislada situación.
Algunos argumentarán que esto no es solidaridad, pero centrémonos en lo positivo, a efectos prácticos, el resultado final es el mismo que el de la solidaridad genuina: los demás se preocupan de que el país en riesgo no se hunda. No entro ya en el tema de si esto se consigue o no, ni en los conflictos de intereses que se dan entre diferentes potencias económicas, ni en la ética de esta solidaridad forzosa… simplemente me ciño a reflexionar sobre su existencia y naturaleza. Pero lo que sin duda queda ahora por resolver es el tema al que apuntábamos antes: la solidaridad con los países que no importan de ningún modo, que además, tristemente, suelen ser los más necesitados.
No les discutiré que para estos casos hay que ceñirse al lema de “En vez de darles pescado, enséñales a usar la caña de pescar”: muchas ONGs hoy en día lo aplican. El problema viene cuando en un país ni hay ONG desplegando recursos, ni hay caña, ni hay pescado, ni lago en el que pescar… Este tipo de zonas están abocadas a una progresiva despoblación que, a veces, sólo se ve frenada por el repentino descubrimiento de materias primas que explotar. En África saben bien que en estos casos, es habitual que se inicie en esa zona una guerrilla que trata de dominar las zonas productoras. ¿Casualidad o causalidad?. Siento decirles que yo no tengo una respuesta, pero mucho me temo que, en algunos casos, los entresijos del poder económico son insondables.
Al final, lo que verdaderamente nos queda al común de los mortales es lo que decían nuestros abuelos: no es feliz quién más tiene, sino quien menos necesita. Porque el tener a veces nos lleva a preocupaciones que no nos merecemos, y lo que es más, si visitan ustedes algún país pobre, podrán comprobar como, por lo general, el ser humano cuanto más tiene menos feliz es, supongo que por el miedo a perder lo acumulado. ¿Nos hacen nuestras pertenencias más insolidarios?. Tal vez, pero, no se engañen, a pesar del argumento de los párrafos anteriores de que hay en nuestras sociedades un egoísmo que se torna solidaridad, la verdadera solidaridad es aquella que se produce en la escasez… porque estarán de acuerdo en que, a pesar de la diferencia de la importancia en cantidades absolutas, no es lo mismo que un millonario done para una buena causa una cantidad despreciable en comparación con su patrimonio, a que una familia Nubia comparta con la familia de al lado lo único que tienen para comer ese día. El capitalismo tiene sus cosas buenas y malas, pero es cierto que su esencia, el sinvivir de consumir y poseer, muchas veces nos hace perder el norte.
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El capitalismo contiene la semilla de su propia autodestrucción
No se engañen, no sé si será en esta crisis (que ya es indudable que es sistémica), en la siguiente, o en la siguiente de la siguiente… pero está claro que el sistema capitalista en el que vivimos algún día se vendrá abajo, y puede que uno de los motivos para ello sea el que les voy a exponer en este post.
El sistema capitalista contiene dentro de sí mismo la semilla de su propia autodestrucción. Me explicaré, es un sinsentido que en las sociedades más ricas del planeta (que no tienen por qué coincidir con las más evolucionadas), todo individuo, y la sociedad en su conjunto, traten de conseguir para sí mismos los mayores ingresos posibles (o las mejores condiciones laborables posibles), a la par que reducir todo lo posible los gastos (obtener los productos y/o servicios a adquirir al mejor precio). Ésta es la esencia de todo individuo y/o empresa capitalista para maximizar el beneficio monetario, bien sea personal o corporativo. Y es precisamente en esta esencia donde yo creo que reside una de las causas que algún día derrocarán al sistema capitalista como sistema económico predominante en el planeta.
Es un sinsentido que todos intentemos conseguir buenas condiciones laborales, tanto de mera retribución económica como de vacaciones, horarios y ventajas sociales, a la par que compramos en los máximos exponentes de la deslocalización o volamos compañías de dudosa reputación. Todos somos libres de comprar donde queramos, o volar con quien queramos, pero con nuestra elección individual estamos colectivizando tendencias que dirigen los derroteros de las empresas que nos proveen de productos y/o servicios. Si este tipo de empresas con alarmantes condiciones laborales ven aumentar año tras año su base de clientes, es lógico que las empresas de la competencia suelan tender a imitar su modelo productivo y cultura empresarial para poder seguir disfrutando de su trozo del pastel. ¿Y cuál es el modelo de estas empresas?… en la gran mayoría de los casos de deslocalización el modelo está basado en producir en países con mano de obra barata y que muchos occidentales considerarían que está sobre-explotada y en condiciones infrahumanas; en el caso de compañías aéreas de dudosa reputación el modelo está basado en unas condiciones laborales que distan mucho de ser aceptables para el común de los europeos y según los estándares habituales en la industria. Éste es ni más ni menos el sinsentido al que me refería, la mayoría quiere algo contrario a lo que impone con sus decisiones de compra. Y dado que lo que compramos es lo que se impone, llegaremos a un punto en el cual lo que queremos no exista: implosión del modelo capitalista, o lo que algunos no dudan en llamar la Chinización de Occidente.
Es el predominio del egoísmo sobre el interés colectivo lo que está en la esencia misma de esta Chinización. Todas las sociedades occidentales están de acuerdo en que es un derecho acceder a un trabajo digno, pero sin embargo cuando la gente compra, muchos deciden comprar el fruto de puestos de trabajo no dignos, por interés, porque no quieren ver la realidad, porque se engañan a sí mismos, o por lo que sea. Ésta es una desventaja de las sociedades libres, donde el poder colectivo del individuo traduce en global el individualismo intrínseco, mientras que en otras sociedades como la China, la inexistente libertad individual hace que las decisiones sean colectivas e impuestas por la clase gobernante. Sin entrar en lo que es aceptable o no, ¿Están los esfuerzos de una sociedad mejor dirigidos mediante un individualismo que va de abajo a arriba, o mediante una colectivización que va desde arriba hacia abajo?. La respuesta no es simple, no es un sí o un no. Es evidente que la libertad es algo a lo que todos debemos aspirar, y ésta va indisolublemente asociada al individualismo subyacente. Asumiendo esto como axioma, entonces ¿Cuál es la solución de la ecuación para que podamos vivir en libertad y sin embargo nuestro modelo no se venga abajo?. Educación y cultura financiera para el común de los mortales. Ya que en las sociedades occidentales algunas de las decisiones más influyentes se toman a nivel individual, asegurémonos de que estas decisiones se toman de forma correcta, o al menos con toda la formación e información disponible.
Sin ninguna duda el papel de las redes sociales en este último punto está llamado a ser esencial, ya que permite compartir información y opiniones de forma viral por todo el planeta. Aunque bien es cierto que esa ventaja puede al mismo tiempo tornarse perversa para desinformaciones y opiniones erróneas que se propagan de igual manera, si hay educación y cultura financiera, es de esperar que en la blogosfera se imponga el criterio más acertado. Si no es así (la masa también se equivoca), al menos se equivoca la mayoría, y habremos puesto de nuestra parte todo lo que podemos poner para que las decisiones sean lo más acertadas posible.
Bien, según lo anterior ya tenemos la solución a nuestros problemas, pero no dejen de leer tan pronto, ésta no es la panacea. Sólo los países que tienen un grado de responsabilidad educativa elevado llevan años poniendo en práctica estas conclusiones (con o sin contar todavía con la globalización), y recogerán sus frutos a tiempo. Para el resto, el hecho de que el periodo de maduración de las decisiones en materia educativa es muy largo, se tornará en un problema mayor (se tardan años desde que un individuo empieza a estudiar hasta que tiene juicio y capacidad de compra elevada). El peligro es que en ese caso, cuando la situación ya sea insostenible, se pasará a una colectivización forzada de las decisiones de compra, ¿Adivinan qué hay detrás de estas palabras?… Proteccionismo: aranceles para las importaciones dañinas. Éste ha sido ya el caso del Mercosur, que hace unas semanas ha elevado de forma coordinada los aranceles a las importaciones, tratando de proteger las industrias nacionales. Este proteccionismo puede desencadenar una colosal guerra comercial sin precedentes en la historia moderna, y de consecuencias totalmente imprevisibles, pero no voy a profundizar en este post en la naturaleza del proteccionismo, simplemente diré que trasgrede la globalización tan predicada por Occidente en los últimos lustros, y lanzaré una pregunta al aire: a estas alturas, ¿Puede ya el capitalismo sobrevivir sin la globalización?.
El caso es que me imagino que se tomarán este tipo de decisiones proteccionistas cuando ya no haya alternativa… en vez de haberse asegurado un modelo educativo responsable desde hace años. Y aunque se hubiese hecho, ¿Qué puede más?, ¿Lo que te han enseñado desde pequeño que es compra responsable, o el interés personal de adquirir bienes o servicios a menor precio cuando ninguno de tus conocidos y amigos te ven, aún a sabiendas de que estás promocionando la sobre-explotación de otros individuos en la otra punta del planeta?. ¿Bien colectivo y comportamiento ético, o egoísmo personal?… la respuesta la dejo a su propia elección, aunque mucho me temo que el asunto puede ir más allá de la educación y rozar la verdadera naturaleza humana de algunos individuos, pero la educación también ayuda, por supuesto, y en última instancia es lo único que podemos hacer.
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