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La necesidad socioeconómica de levantarse y seguir adelante o El hartazgo del pesimismo

Los que me siguen por Twitter ya saben que llevo bastantes meses harto del pesimismo reinante en España. Las cosas están mal, no puedo decir lo contrario, pero no puedo soportar todo ese negativismo que nos ha contagiado a todos, y que ha calado tan hondo en nuestra forma de ver las cosas.

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Sé que socialmente y económicamente se tiene que notar que hay mucha gente pasándolo muy pero que muy mal. Sé que tiene que ser muy duro no tener recursos para alimentar a tus propios hijos, que ya se han detectado en varios colegios que en el recreo hay niños buscando comida por las papeleras, que es difícil encontrar la motivación en el trabajo cuando en 2007 ganabas 2.500€ como peón de albañil y ahora no te llega casi para cubrir gastos de taxista… Todo esto son historias reales de gente que se ha ido cruzando en mi vida y de noticias leídas de varias fuentes. Sé que hay mucho sufrimiento detrás. Sé que no tengo derecho a censurar ciertos comportamientos cuando tengo la suerte de conservar (no sin penurias) mi puesto de trabajo. Si, lo entiendo todo, se lo confieso de todo corazón, pero a los que podemos seguir tirando del carro, les pido sinceramente que basta ya. Basta ya de negativismo, basta ya de lamentarse, basta ya de pesimismo, basta de derrotismo… Basta ya. Para empezar porque es cruel estar en ese plan cuando hay niños que no tienen ni para comer. Porque así no vamos a ninguna parte. Y no les estoy pidiendo que no sean (constructivamente) críticos con nuestro entorno y nuestro sistema, hay muchas cosas al descubierto que mejorar o incluso que cambiar radicalmente, pero, por favor, háganlo desde el positivismo y las ganas de progresar.

¿Por qué creo que deben hacerme caso?. Les contare una experiencia personal que espero les sirva de ejemplo. Mis abuelos eran, como los de casi todos, de la generación de la post-guerra. Apenas pudieron ir al colegio unos pocos años. Mi abuelo a los 12 años iba al campo a arar con las burras, y mi abuela con edad similar tuvo que empezar a trabajar en la panadería familiar. No cometan el error de sentirse superiores en algún modo a esta generación. Somos lo que somos gracias a su esfuerzo. Tal vez tengamos mejor formación y conocimientos técnicos, pero la realidad es que, en lo que a evolución personal se refiere, no podemos compararnos con ellos. Ellos sufrieron es sus carnes los horrores de una guerra fratricida. Ellos vieron truncado su futuro porque el hambre les obligaba a deslomarse simplemente para sobrevivir. Ellos tuvieron vivencias que espero no las tengamos nosotros. Muchas veces, cuando peor te trata la vida, es cuando las personas sacamos lo mejor de nosotros mismos. Nuestros abuelos sobrevivieron y salieron reforzados de las dificultades. Se volvieron a levantar una y otra vez para seguir adelante.

Y es de mi abuela más concretamente de la que les quiero contar una vivencia que me cambió la vida, y que aún hoy me la sigue cambiando. Ella estaba gravemente enferma. Le quedaban pocos días para morir. Apenas se movía. La muerte ya dormía paciente a su lado en la cama. Y mi abuela, como casi todas las abuelas, no tenía un pelo de tonta. Estoy seguro de que ella ya “barruntaba” (verbo que ella usaba) que su fin se acercaba. Estaba con dosis muy altas de morfina. Consciente a ratos. Pero aún tenía algún momento de lucidez entre vahídos. Yo estaba dormido en un sillón al pie de su cama. Me desperté y la vi risueña, mirándome en silencio y sonriéndome. Cuando me vio despertar me dijo, “¿Puedes por favor darme mis gafas?”. Yo se las puse. Recuerdo como si fuese ayer cómo con sus ojillos agrandados por las lentes hipermétropes me dijo: “¿Puedes traerme mi diccionario?. Voy a leer”. Todavía conservo ese viejo diccionario ilustrado que tanto le gustaba leer y en el que me enseñó tantas palabras. Era el libro que más leía. ¡Tenía tantas ganas de aprender lo que no pudo aprender de niña en la escuela, que no dejó de intentar recuperar el tiempo perdido en toda su vida!. Incluso cuando ella sabía que se moría. Yo entonces, en mi juventud, todavía más ignorante de lo que lo soy hoy, no podía comprender cómo en su situación conservaba su ímpetu, su fuerza vital, sus ganas. ¿Para qué?, me preguntaba una y otra vez, ¿Para qué?. Efectivamente a los pocos días murió, y no ha sido hasta pasados unos cuantos años cuando he logrado comprender su forma de comportarse y vivir. Ella lo hizo por simple y llana dignidad, para consigo misma y para con los que le queríamos. Porque hay que exprimir la vida hasta el último minuto, incluso cuando el fin se atisba cerca. ¿Qué piensan ustedes ahora de sus problemas comparados con saber que el fin de sus días está cerca y que está siendo un trance física y psíquicamente tremendamente doloroso?. A ella no le oí quejarse nunca. Y no todos los hombres y mujeres de esas generaciones eran iguales, pero sí la mayoría. Vivieron tiempos más duros que los nuestros, que les cambiaron la forma de pensar y de ver la vida. Como tributo a lo que somos, y por necesidad vital, no debemos olvidar las lecciones que nuestros abuelos nos daban de pequeños, que con el tiempo se van abriendo cual caja de Pandora para revelar nuevas interpretaciones y matices que antes pasaban desapercibidos.

Es por ello por lo que les digo a ustedes, y me digo a mi mismo: tomemos ejemplo, no desperdiciemos el saber que les costó tanto sufrimiento a nuestros abuelos. Levántense cada mañana y arréglense como si fuese un gran día. No les hablo de si se tienen que poner camisa o camiseta, sino simplemente de que se arreglen como ustedes se vean bien, tal y como hacían cuando eran tiempos mejores. Sean positivos. Por pequeñas y pocas que sean, fíjense en las cosas buenas que hay en su vida, que seguro que las hay. Dejen de echar culpas a los demás y empiecen por sí mismos a ver qué pueden hacer ustedes por mejorar. Sé que algunos tienen problemas muy graves, pero sigan adelante, no tienen que pensar en ellos. Vayan a cada entrevista de trabajo como si el puesto fuese a ser suyo. Y tantas otras cosas que ustedes ya saben que tienen que cambiar. Mi abuela murió dándome en silencio una lección magistral. No voy a dejar que caiga en saco roto. Tampoco lo hagan ustedes.

Tal y como ustedes se ven a sí mismos, y cómo ven el mundo que les rodea, es algo muy importante que revierte sobre ustedes mismos y sus vidas. Y no sólo sobre sus vidas, sino sobre la sociedad en general y sobre la misma economía. El optimismo generalizado suele generar crecimiento. No se rindan. No cejen en su empeño. Nunca nunca nunca dejen de luchar. Sigan adelante. Cómo afrontar el problema es parte de la solución. Si nuestros abuelos lo consiguieron en peores condiciones, nosotros también podemos. A por ello.

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Ilustración por José Domingo: @el_domingobot

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