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Cómo protegerse del pisoteo de su intimidad por el Big Data o La diferencia entre Little Brother y Big Brother

¿No han oído ustedes hablar del Big Data?… pues les puedo asegurar que ya pueden sentir sus efectos. En dos palabras se podría resumir como el procesamiento masivo de datos de los ciudadanos. Para que me entiendan, les pondré un ejemplo que está ocurriendo: ¿Su operador le ha felicitado el cumpleaños y usted juraría que nunca le ha proporcionado su fecha de nacimiento? Eso es Big Data: hay operadores que procesan masivamente la cantidad ingente de datos que tienen sobre usted, y por ejemplo dan con el día del año en el que usted recibe más llamadas con lo que, con una probabilidad del noventaytantos por ciento, su sistema de Big Data decide que ése es el día de su cumpleaños.

¿Empiezan a preocuparse? Deberían… Pero esto es sólo el comienzo. ¿Saben cómo la policía de Londres averigua en tiempo real con gran precisión en qué barrios está produciéndose un incremento del consumo de estupefacientes para reforzar su vigilancia? Con cierto tipo de Big Data: recolectan y analizan la proporción de componentes prohibidos en las aguas residuales de cada barrio. ¿Se preguntan ustedes cómo su aplicación de mapas puede predecir con tanta exactitud y en tiempo real dónde empieza y dónde acaba el atasco de la operación salida de vacaciones de su ciudad? Se obtiene de los datos de los teléfonos móviles de cientos de usuarios que ignorantes de su contribución llevan el móvil simplemente encendido. Sí, como oyen, simplemente encendido: no hace falta llevar el GPS habilitado. Por triangulación entre varias antenas de telefonía móvil, realizando una simple intersección de círculos de posible ubicación, pueden dar con usted.

¿A que ahora ya está bastante preocupado? Pues tampoco esto es lo último que les traigo hoy. ¿Saben que hay empresas occidentales que venden tecnología de monitorización masiva a países donde los derechos humanos brillan por su ausencia? En Occidente últimamente no podemos alardear precisamente de preservar la intimidad de nuestros ciudadanos, pero imagínense a lo que puede llegar la cosa si encima vive usted en un régimen totalitario y represivo, o si… si algún día su país pierde el estatus de país democrático y se vuelve un estado policial.

La verdad es que las implicaciones de este tipo de procesamiento masivo de datos son potencialmente muy buenas, excelentes diría yo, como en el caso que les citaba anteriormente de la policía londinense. El caso es que, con todo avance, no sólo hay que mirar los posibles beneficios, sino también las potenciales amenazas, y en este caso son muchas y de una proporción que quita el sueño. ¿Cómo solucionar esta ecuación? De alguna manera hay que hacerlo, porque además en países que han perdido sus libertades podrán decirles lo rápido que se establece un régimen de terror ante la pasividad amedrentada de sus ciudadanos… y lo peor es que suele ser un proceso rápido y de una marcha atrás apenas posible, y menos aún con este tipo de tecnología que permitirá localizar fácilmente cualquier atisbo de resistencia para aplastarla.

¿Cuál es la solución para equilibrar la balanza de beneficio-amenaza? Un gobierno que haga sus deberes y que regule de forma adecuada el derecho a la intimidad de sus ciudadanos. Y no sólo que lo regule, sino que también obligue a su cumplimiento y que persiga a quien lo quebrante, siempre teniendo en mente un equilibrio razonable entre seguridad nacional y derecho a la intimidad. Es cierto que la Ley de Protección de datos española es una de las más estrictas del mundo, algo por lo que los españoles debemos felicitarnos, y que protege los datos de los ciudadanos desde el mismo momento en que alguien los posee; pero al mismo tiempo se debe observar cómo se vela por su cumplimiento, y que dicha ley no se vuelva en una guadaña selectiva con la que cercenar a quién arbitrariamente se ponga en el camino del poder. Difícil ejercicio, sin duda. Incluso las democracias más evolucionadas necesitan de cierto entrenamiento para refinar sus nuevas leyes y su forma de aplicarlas, y ésta no va a ser una excepción.

¿Y qué hacemos mientras tanto? Para un ciudadano sin nada que esconder, en la situación actual, tampoco es cuestión de ponerse en plan Snowden y meter el teléfono todas las noches en la nevera porque es toda metálica y constituye una caja de Faraday (evita que cualquier radiación sea transmitida de forma involuntaria comunicando por ejemplo datos de nuestra ubicación). Obviamente a Snowden esto le hizo falta, a nosotros por ahora creo que no, y espero no estar equivocado. Pero el futuro es impredecible, nunca nunca lo olviden, y no podemos saber a ciencia cierta qué tipo de régimen habrá en nuestro país dentro de unos años. Por ello, aunque sólo sea por proteger su intimidad actual y tal vez su seguridad futura, lo mejor que pueden hacer es albergar la esperanza de que su perfil en internet no llame mucho la atención, para conseguir que sus datos queden escondidos entre los de la masa y sólo sean tratados por algoritmos automáticos para venderle cosas, porque como haya alguien que decida entrar al detalle de forma personalizada, con la tecnología actual, usted está perdido.

Big Data Brother está siempre vigilante, no falla nunca, y por muy prudentes y conservadores que sean ustedes a la hora de compartir su información en internet, en la sociedad del siglo XXI y de las redes sociales, su información personal escapa a su propio control: usted puede tener mucho cuidado con lo que dice en Facebook o Twitter, pero seguro que tiene algún amigo suyo que no lo haga y publique fotos suyas o comentarios indiscretos. Así que, otro buen consejo que me permito darles es que yo que ustedes fraccionaría mi información entre cuantos más sitios mejor… eso sí, esto puede librarles en cierta medida del poder que los innumerables pequeños hermanos van acumulando sobre usted, pero no les librará de ninguna manera del Big Brother, el gran hermano que tiene el poder y la capacidad de agregar y utilizar toda la información que poseen los distintos pequeños hermanos. Ante eso, sólo les puedo decir que sean conscientes de la importancia de este problema, y que exijan como ciudadanos unas leyes razonables y una escrupulosa observancia de las mismas, porque la alternativa que me puedo imaginar es simplemente como para ni pensar en ella.

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La quema de libros está obsoleta o Cómo la digitalización facilita la perpetuación de la homogeneización cultural

La quema de libros es un símbolo muchas veces enarbolado a lo largo de la historia. Hay hogueras literarias que van desde la quema de libros llevada a cabo por los nazis el 10 de Mayo de 1933 como parte de su “Acción contra el espíritu anti-alemán”, hasta la quema de libros relatada por Cervantes en su magistral novela de ficción “Don Quijote”, que empieza con el caballeresco “Las sergas de Esplandián” a proposición del barbero. Son episodios que se suelen grabar en la memoria del que los lee, puesto que los libros hoy en día se consideran en general un bien cultural, y su destrucción a gran escala toca la fibra sensible de muchas personas que ven en la cultura un vehículo de progreso socioeconómico.

En este post en concreto, no quería hablarles de la quema de libros en sí misma, sino más bien de cómo la tecnología del siglo XXI puede facilitar enormemente esta tarea a todo el que esté dispuesto a prender la mecha. La digitalización de libros, música, etc. es algo que ya se viene materializando desde hace unos años. Su avance es apabullante, y podemos decir que dentro de unos años casi todas las obras literarias y musicales de la humanidad acabarán por estar únicamente en soporte electrónico. Las ventajas que ello supone con incontables, pero también hay algunas amenazas en las que no se suele reparar muy a menudo. Una de ellas, y creo que la más impactante, sería el encender una hoguera digital.

Hasta ahora, organizar una quema de libros era algo que requería mucho más esfuerzo y organización, y su efectividad real era relativa. Una quema de libros era más bien un acto simbólico por el que los que mantuviesen ocultos ejemplares de las obras incineradas pasaban a saber que estaban corriendo un riesgo cierto. Ahora, y más aún en un futuro próximo de libros exclusivamente electrónicos y Spotify, eliminar un libro o una canción de los anales de la historia se limitará a un simple click hecho por la autoridad que ejerza la censura. Simplemente apretar un botón y automáticamente las obras se borrarán para siempre de librerías, bibliotecas, editoriales… y los usuarios ya no tendrán acceso a ellas. Goebbels, el Ministro de Propaganda e Información nazi, nunca habría ni siquiera soñado con algo así, ¿No creen?.

Esto abre una nueva puerta a los mecanismos que los regímenes totalitarios utilizan para imponer sus habituales homogeneizaciones culturales, bien sea por parte de regímenes de izquierdas, bien sean de derechas. Imponer un credo político-social al pueblo será mucho más fácil, y lo que es más impactante, esta homogeneización cultural no sólo se impone para las generaciones presentes, sino que, borrando para siempre una obra, se impone también automáticamente para las generaciones futuras. El totalitarismo no será una opción, será LA opción, porque no habrá otra alternativa ideológica que esté plasmada en ninguna obra a disposición del público ni que pueda servir para hacer que los ciudadanos aspiren a un sistema diferente. Y recuerden los riesgos de la homogenización cultural que ya analizamos en el post “La dictadura de la mayoría o El democrático exterminio de las notas discordantes”. Como siempre les digo, el futuro es impredecible, y nunca se sabe cuándo la sociedad va a necesitar unas determinadas ideas para poder asegurarse su supervivencia.

Pero en el proceso de digitalización cultural no todo es totalitarismo e imposición inevitable. Tengan en cuenta que la gran ventaja de los contenidos digitales no sólo es que se puedan borrar con un solo click, para desgracia de los totalitarismos, también se pueden copiar con un simple click. Además añadiría que ocupan muy poco en comparación a un libro impreso, tan sólo unos bytes en un disco duro de un servidor que puede estar ubicado en algún lúgubre y recóndito lugar del planeta, esperando pacientemente a que alguien de la Resistencia se lea unos párrafos.

La reflexión que pretendía hacer hoy con ustedes es que con la digitalización cultural la censura cambiará radicalmente su modus operandi, pero también lo harán los medios para saltársela. El otro día un buen amigo me comentaba una de las frases que dijo Hermann Göring, nazi fundador de la Gestapo: “Cuando oigo la palabra cultura, cojo mi revólver”. En cualquier caso, ya no hará falta que se lleve la mano a su pistola Walther PPK, lo único que deberá coger es el ratón, hacer click y provocar un apagón digital selectivo. A partir de ese momento, esas obras censuradas pasarán irremediablemente a formar parte de la oscura Internet oculta: accesibles únicamente para el que se atreva a arriesgar su vida bajo el omnipresente escrutinio del Gran Hermano digital.

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El Gobierno del Software o Cómo controlar a las masas con las redes sociales

Habrán leído sobre los polémicos experimentos llevados a cabo por Facebook entre sus usuarios. Me gustaría profundizar aquí en las inquietantes y poco comentadas consecuencias finales de este tipo experimentos, puesto que la polémica en la red se ha centrado tan sólo principalmente en su no respeto a la privacidad, y al hecho de que no se ha pedido a los usuarios su consentimiento expreso para participar en los mismos: estos dos puntos son sólo la punta del iceberg.

Para los que no han estado al tanto de estos experimentos, simplemente les resumiré que Facebook realizó experimentos no consentidos con las cuentas de casi 700.000 usuarios de habla inglesa. Los experimentos eran bastante básicos, y se limitaban a comprobar el nivel de interacción y uso de la red social dependiendo de si los usuarios leían de sus amigos comentarios o bien positivos en un primer grupo, o bien negativos en un segundo grupo. La red social argumentó que era legítimo tratar de obtener información para su negocio sobre cómo fidelizar y aumentar el uso de la plataforma, y que este tipo de prácticas, conocidas en el sector como “A/B testing”, son habituales en muchas webs, que prueban si una forma de presentar los contenidos es más adecuada que otra para fidelizar a sus usuarios. Los usuarios se quejaban de que los experimentos sentaban un precedente muy peligroso para discriminar a unos usuarios frente a otros, cuando los algoritmos deberían ser igualitarios y tratar por igual a todos los usuarios.

Sin tomar parte por unos o por otros, profundicemos en el tema de los experimentos sociales, que aquí hay mucha miga. Ya les comenté hace tiempo en el post «La profecía de George Orwell o El 1984 de las Redes Sociales» que las redes sociales pueden servir de vehículo para la vigilancia y seguimiento intensivo de los individuos. Son herramientas que, en caso de ser mal utilizadas, dan al que las gobierne un poder casi absoluto sobre la ciudadanía. Por otro lado, los políticos siempre han sentido una lógica debilidad por la psicología social y de masas; como muestra de ello, no hay más que ver lo acostumbrados que nos tienen a los bailes cruzados de intereses y escándalos con los medios de comunicación tradicionales. Las nuevas posibilidades que en este sentido abren las redes sociales suponen una peligrosa herramienta, incluso en tiempos de democracia como los actuales, puesto que el que gobierna las masas, gobierna los votos, y acaba gobernando el país, con todo lo que ello conlleva.

La prensa tradicional era mucho menos intrusiva que las redes sociales. Todos nos podíamos hacer una cierta idea de la afiliación política de nuestro entorno por el periódico que compraban, pero ahora con las redes sociales la información es mucho más profusa y detallada. Antes no se sabía la reacción de cada lector ante cada noticia o tema concreto. Ahora, con las redes sociales, la opinión sobre todo like de Facebook que se mueva es cuasi-pública y, lo más peligroso, queda registrada. Lo único que puede permanecer privado hoy en día es lo que no se teclea.

Pero la cosa no queda en catalogar a los usuarios y conocer su opinión sobre todo lo que circula por las redes sociales. Los experimentos sociales abren la puerta a nuevas posibilidades para manipular en masa la opinión de los ciudadanos, lo cual, en países y tiempos de democracia y “libertad”, es igual o más tentador que en tiempos de represiones violentas. Es tecnológicamente muy sencillo analizar el impacto de una forma u otra de exponer una noticia, de cómo nos afecta el que la primera información que nos llega de un tema sea un comentario de un amigo de aprobación o desaprobación… y aprender de ello. Al final nuestras opiniones corren el riesgo de acabar dependiendo de cómo estén programados los algoritmos sociales que nos presentan en Facebook o Twitter unas u otras noticias en base a nuestro perfil y a cómo se nos ha segmentado. Ante ustedes tienen una nueva era tecnológica basada en la ingeniería social, la Era del Gobierno del Software, y, efectivamente, con esto se puede conseguir ponerle puertas al campo, o más bien, a nuestras mentes.

¿Creen que todo esto es un tema un poco paranoico?. Recuerden que el futuro es impredecible, y que muchas veces la realidad supera a la ficción. Para que puedan valorar un poco más el tema que tratamos, les animo a que lean un artículo que, si bien en condiciones normales podría ser calificado de curioso, tras los párrafos anteriores adquiere un matiz inquietante. El artículo en cuestión es “How Advanced Socialbots Have Infiltrated Twitter”  Les resumiré que la noticia habla de un estudio por el que una universidad brasileña ha liberado en Twitter unos cuantos robots que se dedicaron a publicar ciertos tuits sintéticos sobre ciertos temas, y a hacerse seguidores de otros usuarios. Lo sorprendente del asunto es que muchas cuentas reales se hicieron seguidores suyos, con lo cual su capacidad de influenciar a personas reales se volvió relevante. Como muestra de ello, el índice Klout (estándar que mide la influencia de un usuario) que obtuvieron superó en algunos casos incluso la de reputados académicos en los temas de los tuits sintéticos. Ahí es nada. Recuerden lo que les comentaba antes de los experimentos sociales y de cómo nos pueden influenciar las personas a las que seguimos en Twitter o Facebook, si ahora añadimos que esas personas que nos influyen pueden ser robots programados, ya tienen ustedes un mando de control remoto que, en vez de abrir la puerta de su garaje, abre o cierra nuestras mentes a determinadas ideas, siempre a conveniencia del programador del bot en cuestión.

Me despediré haciéndoles reflexionar sobre el hecho de que tal vez a día de hoy puedan ustedes confiar en Facebook o en Google, pero su información y sus relaciones en las redes sociales ya les pertenecen a ellos, y nadie sabe de qué señor serán vasallos en el futuro. Recuerden la famosa frase que dice que, en internet, cuando ustedes usan un servicio gratis, el producto que están vendiendo es usted. Añadimos con este post que esto puede ocurrir también para servicios de pago, bien sea para segmentarnos y vendernos algo, bien sea para vender la capacidad de influencia sobre nuestra forma de pensar. Lo segundo en concreto abre peligrosamente una caja de Pandora que no debería abrirse jamás.

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El In-Store Surveillance y la brecha social o El marketing como nuevo sistema de castas a la occidental

¿Quién no conoce de alguien que, siendo de clase media, se ha aventurado a mirar bolsos en una tienda de lujo sabiendo perfectamente que allí no podía permitirse ni un monedero?. Seguro que conocemos varios casos a nuestro alrededor de gente que, aunque acaba diciendo que se lo va a pensar porque que no le convence el color y se va sin comprar nada, ha pasado un rato agradable siendo tratado como si fuese rico, con todas las amabilidades por parte del dependiente. No les discutiré lo pueril de esta forma de comportarse, por la que durante unos minutos hay personas que viven una ilusoria fantasía que deja al descubierto cuáles son sus ambiciones y metas en esta vida, pero también es cierto que esa posibilidad de que cualquiera se pueda pasear por las tiendas de la milla de oro de Madrid, o por el Paseo de Gracia de Barcelona, es algo que podemos considerar como fruto de un proceso democratizador.
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Sí, democratización en el trato al cliente. Algo que posiblemente rebaje la conflictividad entre clases sociales, porque cada cual no se siente tan atado al lugar que ocupa, y ve más cercana la posibilidad de progresar económicamente si es que ésa es una de sus metas en esta vida. Creo que el no vernos encasillados en una suerte de casta infranqueable, es algo que, en mayor o menor medida, nos ayuda a todos a sentirnos más iguales, o al menos a tener la esperanza de poder cambiar si es lo que deseamos.

Así, todo el que haya entrado en tiendas como Tiffany’s en la Quinta Avenida de Nueva York, sabe que te tratan como a un multimillonario, aunque entres calzado con deportivas y vayas en camiseta. No se equivoquen. Los negocios de tiendas de lujo están ahí para ganar dinero. Y para ganar dinero tienen que vender esos productos con precios tan elevados. No son una atracción turística para hacer sentir a los visitantes a la ciudad como si estuvieran en la película de “Desayuno con Diamantes”. Están ahí para vender, y cuanto más, mejor. Es por ello por lo que, obviamente, han de dedicar su tiempo y atenciones a quien les pueda comprar esas joyas y relojes de precios astronómicos. El caso es que hoy en día, al menos en Occidente, el aspecto personal no tiene por qué ser obligatoriamente indicativo del poder adquisitivo de cada uno. Por eso se esmeran tanto con casi cualquiera. Porque detrás de un cliente calzado con unas deportivas puede haber un millonario.

Pero con la llegada de internet, la extrema tecnificación de todos los aspectos de nuestra vida, y el Big Data, esto tiene serios visos de acabarse. Está claro que ya hay tecnologías que incluso los comercios físicos utilizan para controlar nuestros movimientos por sus supermercados y tiendas. Sí, lo que oyen, es lo que se denomina “In-Store Surveillance”, y se basa en que consiguen identificar su móvil si lleva la wi-fi habilitada. Empresas como Euclid ya están comercializando soluciones dirigidas a este nuevo mercado. Gracias a este tipo de soluciones a usted le controlan para ver por dónde va, qué compra, le ofrecen cupones de descuento en el acto, incluso hay tecnología para medir su expresión facial al mirar un producto y conseguir saber si se siente tentado o no a comprarlo. Con todo esto, el comercio del Brick&Mortar (el físico tradicional) trata de recortar posiciones con respecto a las tiendas virtuales en cuanto a marketing e información del cliente. Estarán de acuerdo que esto es algo que, junto con el Big Data, puede dar unos frutos que incluso vulneren nuestro derecho a la intimidad.

Pero no nos apartemos del tema. Volvamos a la democratización de la atención al cliente. Como decíamos antes, dada la necesidad o meta por parte de los negocios de saber quiénes son clientes potenciales y quiénes son sus mejores clientes, es inevitable que acaben almacenando y utilizando información de todos nosotros para vendernos más y mejor. Con ello, se pueden acabar los tiempos en los que te ponen la alfombra roja sólo por franquear la puerta de Loewe. Sabrán quienes somos cada uno, y nos dispensarán un trato acorte a nuestra intención y poder de compra en su negocio. ¿Qué se creen que hacen los CRMs de las empresas cada vez que llama usted por teléfono a una de las líneas de atención al cliente?. ¿Qué se creen que hace Amazon cuando usted va navegando inocentemente por sus páginas?. Lo guardan y lo procesan todo. Y el negocio físico no quiere quedarse atrás en esta tendencia.

Las implicaciones socioeconómicas, algunas de las cuales ya perfilaba antes, no son nada despreciables. Todos nos sentiremos más pertenecientes a la clase social de la que provenimos, puesto que en muchos sitios seremos tratados acorde a ello. Y esto puede acrecentar la brecha social en un país que cada vez está más polarizado entre los que pueden comprar y los que apenas pueden hacerlo. Los ricos van a seguir siendo tratados con trato preferente como siempre, solo que ahora los menos favorecidos serán tratados de otra forma, y los únicos que pueden ganar algo son los dependientes que dedicarán su tiempo, amabilidad y esfuerzos principalmente sólo a los que se los van a devolver en Euros. Algunos venimos hablando desde hace tiempo de la posible llegada de un orwelliano Gran Hermano estilo 1984 a nuestras sociedades (“La profecía de George Orwell o El 1984 de las Redes Sociales”), y lo que estamos analizando  en este post es que, aparte del auténtico Gran Hermano auspiciado por ciertos gobiernos, lo que tenemos adicionalmente es una inminente multitud de Pequeños Hermanos que, cada uno dentro de las posibilidades de su empresa, hacen lo mismo pero a otra escala. Sólo falta un elemento que agregue estos Pequeños Hermanos para dar a luz al Gran Hermano del marketing, que lo puede ser de muchas otras cosas por la polivalencia de la información que manejará. Este Gran Hermano del marketing podría interactuar con el Gran Hermano gubernamental resultando en consecuencias insondables, y además les diré que es algo cuya estructura constitutiva ya está perfilada. Si no me creen, fíjense en el “Re-targeting”. ¿Que qué es esto?. Muy sencillo, es una de las técnicas de marketing más efectivas conocidas hasta el momento, que arroja cifras de hasta un 60% de éxito. Se basa en ofrecer a los clientes productos por los que ya han mostrado interés previamente. ¿No han mirado ustedes una impresora en Amazon y ahora en cualquier web que visitan en Internet, aunque no tenga nada que ver, les aparecen ofertas del modelo exacto de impresora que estuvieron curioseando?. Eso es precisamente el Re-targeting. No sólo saben de usted lo que hace y lo que piensa, sino ahora también saben lo que usted desea.

Con todo ello, y si también deja de haber igualdad de oportunidades en nuestra sociedad, tendremos un sistema de castas como en La India pero con regusto occidental, que además será mucho más tecnificado, y por lo tanto, mucho más certero, amplificado e infranqueable. Acólchense su silla, porque cada vez es más probable que la ocupen durante el resto de su vida.

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Ilustración por @el_domingobot

La profecía de George Orwell o El 1984 de las Redes Sociales

Empezaré este post disculpándome por elegir un asunto tan quemado como el de “Gran Hermano” de George Orwell. Sinceramente, el famoso Reality Show de televisión ha hecho que todo lo referido a este tema se relacione con el programa, y que todo aquello que lo cita pase inmediatamente a carecer de la más mínima originalidad. Pero no desisto en reivindicar la extraordinaria capacidad de profetizar del maestro Orwell, ni en comentar cómo nuestro mundo tiende a parecerse a aquel que describe en su famosa novela “1984”, ni en insistir en que más allá de mero título “Gran Hermano” hay toda una filosofía socioeconómica que trasciende de largo la mera observación de los individuos en la que se basa el programa presentado por Mercedes Milá.

Me gustaría no obstante aclarar con ustedes que el hecho de que los ciudadanos se sientan libres de opinar sobre cualquier tema de la vida pública y política de un país, es un signo inequívoco de madurez democrática. Sólo ocurre en aquellos países en los que la tradición democratizadora, y la sensación de seguridad jurídica e ideológica, hacen que los individuos no tengan miedo de expresar sus opiniones libremente y en cualquier foro. Las transiciones de sistemas dictatoriales a democracias consolidadas, son fases convulsas en las que la población hereda el miedo a opinar, no sin motivo, puesto que a menudo siguen presentes en la mente de los ciudadanos las razias de las fuerzas represoras. Ocurrió en la España de la guerra civil y sus consecuencias aún las podemos sentir hoy en día con el eco en nuestras cabezas de los consejos de nuestros abuelos de que no se opina en público sobre política. Es una lección que les costó mucho sufrimiento aprender, pero que el velo de las décadas de democracia borra lenta e inexorablemente.

Personalmente les confesaré que, de todas formas, existe en nuestra sociedad una saturación de la necesidad de opinar. Todo el mundo se siente con juicio y capacidad para opinar sobre cualquier tema, aún a sabiendas de que no se tiene toda la información y/o toda la formación para emitir una opinión correcta. Arreglar el mundo en las reuniones familiares o con los amigos en la tasca es el deporte nacional. Es por evitar este mal común por lo que muchas veces yo me esfuerzo por opinar sólo sobre aquellas cuestiones en las que me he podido detener a reflexionar o sobre las que creo que tengo capacidad y juicio para emitir una opinión digna de consideración. Es difícil que me oigan ustedes opinar sobre temas subjetivos o en los que carezco de información y/o formación. Es esta tendencia a opinar sobre todo lo que se mueve, y que yo trato de evitar, la que contribuye al fenómeno que les comentaba antes, indicativo no obstante, como les decía, de la consolidación democrática.

Pero cambiemos de prisma. Pasemos a plantearnos la forma en que la gente emite hoy en día sus opiniones. Es innegable que la llegada de las Redes Sociales ha encauzado esta necesidad de opinar sobre todo. Todos tenemos nuestros timelines llenos de opiniones personales, algunas fundamentadas y otras no. Twitter y Facebook han hecho que se multipliquen las opciones para que la gente opine sobre todo y lo dé a conocer al mundo. Y he aquí el peligro de ello: el soporte. Sí, el soporte informático hace que, como todos ustedes saben, por un coste reducido en espacio de almacenamiento, todos nuestros “likes” y “tweets” se queden registrados para la posteridad, y lo que hoy en día es la insignificante opinión de un ciudadano cualquiera, puede volverse el día de mañana en la clave para arrestar por cuestiones ideológicas a un individuo. ¿Se imaginan ustedes el poder de un órgano represivo con la información de Facebook o Twitter?. Es el dorado de la información clasificada sobre los ciudadanos de a pie, y somos todos nosotros los que lo hemos construido voluntaria y libremente en una demostración de democratización de nuestra sociedad, pero sentando las bases de un peligro futuro en caso de que sea mal utilizada.

Y ya no es sólo el hecho de que queden registradas las opiniones de toda la población hiperconectada, es que también se registran sus relaciones de afinidad y amistad. Cierto ideólogo decía “Para dominar a una persona debes conocer quiénes son sus amigos y sus enemigos”. De los enemigos por ahora no hay red social que los registre (en el futuro ya veremos), pero los amigos y la afinidad son evidentes en Facebook o Twitter. Lo que a un servicio secreto le costaba semanas o meses averiguar, a base de interrogatorios interminables, ahora lo tiene al alcance de un solo click.

Y es éste el “Gran Hermano” de verdad, y no el de la televisión. Todas nuestras opiniones, todas nuestras relaciones, todo detalladamente inventariado y clasificado, a disposición de cualquiera que quiera acceder a ello. Vamos, que Himmler soñaba con lo que ahora regalamos a cambio tan sólo de poder usar una herramienta de forma gratuita. Por ahora nuestra información personal se segmenta y se vende sólo para hacer marketing, pero ¿Quién sabe lo que nos deparará el futuro?.

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Nota del autor: si le ha gustado este post, he escrito posteriormente una segunda parte que creo que encontrará igualmente interesante: «El Gobierno del Software o Cómo controlar
a las masas con las redes sociales
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