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La gestión sin reconocer los errores propios o La diferencia entre razonamiento y manipulación

La capacidad de algunas personas para no reconocer los errores propios y ser tan autoindulgentes consigo mismos, contrasta violentamente con su capacidad para culpar y recriminar a los demás cuando son otros los que comenten un error. Me llama poderosamente la atención esta ególatra faceta de Dr. Jekyll y Mr Hyde que veo alrededor mío bastante más a menudo de lo que personalmente me gustaría.

Para que vean hasta qué extremo llevan esta dualidad algunas personas, les voy a contar un caso que me llega de primera mano de la empresa de un conocido. En este caso, nuestro bipolar personaje es un directivo de dicha empresa, pero saben ustedes tan bien como yo que perfectamente podría ser un trabajador de base, un sindicalista, un político o cualquier individuo de los ecosistemas faunísticos en los que nos movemos cada día.

Para ponerles en antecedentes, como es tristemente habitual hoy en día, la empresa de mi conocido atraviesa una situación muy complicada. La política de personal se ha deteriorado en paralelo a la cuenta de resultados. Ello ha traído, además de la preocupación y temor por el futuro que viene, que la gente esté muy descontenta en su puesto de trabajo, puesto que las políticas de Recursos Humanos y de la dirección para incentivar a los empleados son prácticamente inexistentes en el mejor de los casos, aunque más bien debería decir que ahora Recursos Humanos se dedica a hostigar a la plantilla con un modus operandi más propio de una empresa tercermundista.

Conscientes de que podía haber un problema, hicieron una encuesta entre los empleados sobre el ambiente de trabajo. Los resultados fueron desastrosos. Los directivos debieron estar dándole muchas vueltas al tema hasta que encontraron una forma de intentar saber cuál era la causa de tan mal ambiente, y cómo solucionarlo. La respuesta les aseguro que les dejará boquiabiertos. El directivo que antes les citaba, reconoció públicamente que los resultados de la encuesta eran malos, pero que como hay que interpretarlos es desde el punto de vista de los resultados de la empresa. En las empresas en las que la gente está contenta, la empresa obtiene buenos resultados. Por lo tanto, la razón por la que la empresa iba tan mal era precisamente porque los empleados están descontentos. ¡Cómo los empleados de esta empresa no se habían dado cuenta antes!. Su descontento no sólo no es una consecuencia de la mala gestión, sino que los malos resultados de la empresa son culpa suya. Tratemos de analizar este hilarante razonamiento, porque, por difícil que parezca, de él se pueden sacar algunas conclusiones interesantes.

Para empezar hay que decir que una cosa es intentar llegar a conclusiones con los datos en la mano, y otra muy distinta es tener a priori un objetivo claro al que se quiere llegar, y en base a ello articular los razonamientos que sean necesarios para poder concluir lo que nos interesa. Lo primero es razonamiento. Lo segundo es burda manipulación. El problema del directivo en cuestión del que les hablo es que estaba tan ofuscado por la meta a conseguir, que no se dio cuenta de que su manipulación resultaba tan evidente e irracional, que a mi conocido le consta que el efecto que consiguió en los empleados fue justo el contrario al que se proponía: no solo no convenció a nadie, sino que su imagen profesional se vio seriamente perjudicada. Es lo malo de tener un objetivo incoherente, que a menudo los medios para lograrlo son aún más incoherentes que el objetivo en sí mismo.

El problema no es de plantilla contra directivos. Es de personas que razonan e intentan mejorar día a día contra personas que sólo tratan de alcanzar por todos los medios un objetivo que personalmente les puede interesar en un momento determinado. El centro de nuestra diana en este caso está en un directivo simplemente por casualidad: no estamos criticando perfiles sino actitudes, y las actitudes puede adoptarlas cualquiera, eso sí, dependiendo del cargo que se ocupe su transcendencia es radicalmente distinta.

Una segunda conclusión interesante requiere analizar un poco más el perfil psicológico del directivo. ¿Qué subyace bajo su forma de razonar? ¿Qué ofusca tanto a nuestro directivo como para no dejarle ver lo absurdo de su razonamiento que raya en el ridículo?. Su relativismo moral. Él tiene un objetivo tan claro, defender su gestión, que todo vale moralmente para conseguirlo. Todo lo que le beneficie para alcanzar su objetivo está permitido y es bueno per se. Su moralidad es tremendamente maleable. De lo que no se da cuenta es que, afortunadamente, la mayoría no es igual que él, y lo que a él le parece lógico y defendible para los demás es hilarantemente irracional e irritante.

Estarán de acuerdo en que el primer paso para poder corregir un error es reconocerlo. Si no eres consciente de que estás haciendo algo mal, difícilmente vas a poder corregir el rumbo. Y no corregir el rumbo en una empresa que va de mal en peor sólo tiene dos futuros posibles: o bien el fin de la empresa, o bien el fin de la carrera del directivo responsable en la empresa. No hay más soluciones posibles a esta ecuación. Tan pronto como mi conocido me traiga noticias frescas de su empresa, prometo contarles el desenlace y ver si podemos aprender algo más de ello. Ya que nuestro directivo no es capaz de aprender de sus propias equivocaciones, nosotros trataremos de demostrarle que no sólo se puede aprender mucho de los errores propios, sino también de los ajenos, para lo cual él nos viene muy bien.

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La importante cultura del esfuerzo o Cómo contribuir a construir un futuro mejor

Hoy pretendo contarles por qué este blog puede traerles artículos (espero) de cierta calidad. No crean que les voy a dar una lista del estilo a “Los 10 mejores trucos para un blog de éxito”. Espero no decepcionarles, pero eso lo dejo para otros blogs más comerciales y con más difusión que mi modesto blog, porque además sé que a ustedes, como a mí, les gustan las cosas más profundas, detalladas y reflexivas. Éste es un post muy autorreferencial, espero que sepan apreciarlo.

Antes de nada, aclarar que, para poder obtener un buen resultado, hay que tener debajo un buen sustrato que pulir. Como para todo en esta vida, hay ciertas cualidades necesarias para poder escribir posts como los que les traigo habitualmente, pero también es cierto que todo el mundo puede perfeccionar las habilidades que todos tenemos, y que una parte importante de ellas también se pueden aprender.

Remontémonos a los años ochenta durante unos párrafos. En aquella década yo era un feliz colegial que trataba de aprender en la EGB, y que, como tantos otros niños, daba la casualidad que apuntaba a tener ciertas habilidades para la escritura. Fui aprobando las distintas asignaturas de Lengua con mayor o menor éxito, hasta que, en octavo de EGB, topé con “El Lagarto”: un profesor de Lengua muy pero que muy peculiar, al que nombro por su apodo desde el cariño y el respeto. Acostumbrado uno a que mis redacciones soliesen gustar al profesorado, y a que por lo tanto consiguiese buenas notas con ellas, llegué a topar con una infranqueable barrera por la que “El Lagarto” empezó el curso poniéndome seises y sietes. Servidor, que de primeras se sintió poco valorado, dio un cierto margen de confianza a la situación. Poco a poco, no sin cierto esfuerzo por mi parte, los seises y sietes se convirtieron en sietes y ochos. Pero aún no habíamos llegado ni a mitad de curso, y veía que mis expectativas no se correspondían con los resultados que obtenía. Redoblé mis esfuerzos, pero aun así no lograba pasar nunca del ocho. A mitad de curso, cada vez que “El Lagarto” repartía las redacciones corregidas, empezó a añadir en mi caso la coletilla de “Creo que puedes hacerlo mejor”.

Uno, que en su impaciente adolescencia estaba a aquellas alturas ya más quemado que la moto de un hippy, no podía soportar más aquella sonrisilla provocadora con la que semana tras semana pronunciaba una y otra vez aquellas palabras: “Puedes hacerlo mejor”. El curso avanzó hasta casi terminar, y yo no había pasado todavía del ocho. Me parecía que, más que enseñarme, “El Lagarto” se reía de mí con sorna. A punto estuve de desmotivarme y tirar la toalla por no conseguir unos resultados que a mí me parecían justos según la calidad que yo creía ver en mi trabajo. Llegó el fin de curso, y sólo en la última redacción la sonrisilla se volvió una sonora carcajada. “El Lagarto” me entregó la última redacción corregida, y por fin ponía en color azul, rodeado por un círculo, un ansiado y flamante diez. “El Lagarto” me miró fijamente, disfrutando y paladeando cada detalle de mi reacción en aquel momento. Apenas encontró en mí mayor respuesta que la satisfacción fugaz de un objetivo cumplido, ignorante como era de haber perseguido en realidad un ideal hacia el que había sido didácticamente dirigido por mi perseverante profesor.

Las conclusiones que podemos sacar de todo esto son interesantes, en especial para nuestros hijos y la educación que les estamos dando. Conseguir un objetivo no es nada didáctico, ni nos ayuda a aprender ni a progresar. Es perseguir incansablemente un ideal, y el esfuerzo que nos cuesta conseguirlo, lo que nos permite superarnos personalmente y mejorar día a día. Ser listo no tiene mérito ni sirve para nada si uno no aprende a esforzarse por conseguir lo que quiere. El afán de superación nos lleva al perfeccionamiento. El esfuerzo, a valorar el resultado y a querer mantenerlo. Es por ello por lo que la falta de cultura del esfuerzo en la sociedad actual me hace pensar que no estamos en el camino correcto. Creo que me siento un poco como Virginia Woolf cuando escribió su famosa frase: «Me veo como un pez en una corriente, desviado, sostenido, pero no puedo describir la corriente». Tal vez no podamos describir con precisión la corriente de la sociedad en la que vivimos, pero sí que creo que en este post ustedes y yo podemos vislumbrar la badina del río hacia la que debemos nadar contracorriente. En las aulas y en casa se deberían dar menos simples e inútiles reconocimientos como “qué listo es mi chico o chica”, y enseñar más a tratar de conseguir lo mejor a lo que pueda aspirar cada uno con las cualidades personales que tenga. De listos están llenas las listas del fracaso escolar. Es correcto evaluar el resultado, pero también es necesario valorar el esfuerzo personal que a cada uno le cuesta conseguirlo.

Me gustaría despedirme de ustedes por hoy, o más bien debería decir que me gustaría despedirme de “El Lagarto”. No sabía dónde paraba ahora mismo, hasta que un apreciado compañero suyo me contó que ya no está entre nosotros. Supongo que, aunque sea después de tantos años, le habría gustado leer lo que les he contado hoy. Lo que sí tengo muy claro es que, si no hubiese sido por él, servidor seguramente no estaría escribiéndoles estas líneas. A pesar de que, en su momento, mi juventud no me permitió ver la magistral y didáctica lección que me estaba dando, el paso de los años y la experiencia me han enseñado a valorar y a comprender lo que él hizo por mí, sin ni si quiera obtener a cambio ni un triste reconocimiento por mi parte. La adolescencia es así, muchas ideas y energía, pero poca experiencia y madurez. Desde aquí un fuerte abrazo para “El Lagarto” y, sinceramente, gracias. Es ley de vida, y sé que nuestro infantil egoísmo sólo nos permite corresponder a nuestros educadores y progenitores haciendo a su vez nosotros lo mismo con las generaciones venideras, sin esperar tampoco nada a cambio más que la esperanza de estar poniendo nuestro granito de arena para construir un futuro mejor. Por lo que a mí respecta, prometido queda para saldar mi deuda.

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