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Por qué muchos Millenials son ambiciosos desmedidos o La expansión de la brecha salarial en las empresas

Como ya les comenté en un reciente post, a través de un tuit de un amigo extuitero supe que Linkedin realizó una simpática encuesta a nivel mundial que tiene relación con el ambiente de trabajo en nuestras empresas y cuya pregunta era bastante curiosa: “¿Sacrificaría usted una amistad en el trabajo por conseguir un ascenso?”. Ya comentamos en dicho post «El deslumbramiento por ignorancia en el mundo laboral o El fatuo reflejo de las falsas apariencias» algunos aspectos de esta encuesta y de las actitudes de nuestros más jóvenes profesionales, pero en esta ocasión quiero abordar un tema que no analizamos en su momento: las causas de este brusco giro de valores en unas pocas décadas. Les recordaré que los resultados de la encuesta arrojaron que el 68% de los Millenials (generaciones nacidas en los noventa) contestó que no dudaría en hacerlo. Similar proporción a la de los Baby Boomers (generaciones nacidas en los cincuenta y sesenta) que contestaron que ni se lo plantearían. Como les dije en su momento, en mi entorno laboral ya había detectado una sensible superpoblación de ambiciosos desmedidos entre la gente joven, más populosa cuanto más jóvenes son las generaciones. Por este motivo empecé a interesarme por el tema de la influencia de la deriva generacional en este tipo de comportamientos tan despersonalizados y destructivos.

Sin entrar a juzgar qué planteamiento es más ético, cuestión evidente para un cuasi-Baby Boomer como el que suscribe, pasemos ya a reflexionar sobre las posibles causas.

Uno de los factores que considero primordiales en la mente de una persona que aspira a algo (como un ambicioso desmedido a un puesto de responsabilidad), es que el ansia es mayor cuanto mayor es la recompensa. Pero, ¿Es mayor el ansia de los Millenials que la de los Baby Boomers?. Seguro. No tienen nada más que analizar la evolución de la brecha salarial en las empresas. En los 70 la diferencia entre el sueldo de los altos ejecutivos y los trabajadores en USA era de unas veinte/treinta veces. En 2012, la remuneración recibida por los ejecutivos de las compañías del S&P500 multiplicó por 354 la del resto de trabajadores. A mayor recompensa, mayor desesperación por conseguirla, evidentemente. Y ello se traduce en que hay más elementos que caen en la tentación de hacer “lo que sea” por llegar a lo alto de la palmera y conseguir el ansiado coco.

Pero no nos quedemos aquí, creo que hay más motivos para el giro dado por los Millenials. Las generaciones de los cincuenta y los sesenta fueron generaciones fuertemente marcadas por la postguerra de la Segunda Guerra Mundial. Una contienda como aquella provoca en la población un sufrimiento tan extremo que hace que la gente valore más el poder llevar una vida sencilla y en paz. Los Baby Boomers eran felices simplemente sin tener conflictos bélicos relevantes, teniendo un trabajo, una casa, un coche y pudiéndose alimentar. Pero para la mayoría de los Millenials esto no es suficiente. Todo lo que a los Baby Boomers les parecía una meta a conseguir para sentirse satisfechos y felices, para muchos Millenials es tan sólo un raquítico mínimo exigible y exigido, y ponen su felicidad en conseguir otras cotas estratosféricas.

Una última causa es el ambiente de falta de ética generalizada que aqueja a las sociedades occidentales en los últimos años. La búsqueda desesperada del éxito por el éxito, el ansia por hacerse rico rápidamente, el no valorar la ética y la calidad personal, el poner el interés propio por delante del bien común… y así hasta completar un largo etcétera que hemos comentado ya en muchos otros postres y que sin duda son actitudes ante la vida erróneas que con su generalización han contribuido a contaminar a tantos jóvenes.

Una vez analizadas las causas, pasemos a ver las responsabilidades. Aquí les pediría que no caigan en el error de exculpar a nadie. Parte de la culpa de esta esta despersonalización y falta de ética la tienen los propios Millenials, son adultos y en el fondo saben perfectamente qué comportamientos son poco éticos. Otra parte de la culpa la tiene la degeneración de la conciencia social general del mundo en el que les ha tocado crecer. Y por último parte de la culpa la tienen también los Baby Boomers, que no los han sabido educar bien en los valores éticos que ellos mismos tenían y tienen.

Visto lo visto y mi propia experiencia, me atreveré a recomendarles que sean muy cuidadosos con los Millenials en sus ambientes de trabajo, ya sabemos de qué va el percal en la mayoría de estos casos. Ahora bien, cuando estas generaciones alcancen la madurez profesional y sean el alma de nuestras empresas, no me gustaría seguir en el mundo laboral, porque los ambientes de trabajo pueden ser totalmente explosivos. Y las consecuencias de este tipo de parámetros imponderables sobre la calidad y estilo de nuestras vidas es mucho mayor de las que a priori pueden ustedes pensar. En la mayoría de los casos (que son los menos evolucionados), la felicidad no es un estado per se, sino que es la consecuencia de multitud de factores que tienen una fuerte influencia sobre nuestras vidas, y uno de los más importantes son los valores de la sociedad en la que vivimos, y cómo en base a ellos interaccionamos con otras personas de nuestro entorno.

Me despido con una última cuestión: estarán de acuerdo en que, dado que hay males propios de la juventud y la inexperiencia, la pregunta clave de este post es: ¿Pensaban igual de poco éticamente los Baby Boomers cuando tenían la misma edad que tienen los Millenials ahora?. Ahí es nada.

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El deslumbramiento por ignorancia en el mundo laboral o El fatuo reflejo de las falsas apariencias

Observo desde hace unos años cómo el ansia de progresión profesional rápida se acrecienta en la gente joven con cada nueva generación. Mis percepciones personales se vieron confirmadas con la lectura de la siguiente noticia que retuiteó el amigo @danielcunado “Most Millennials Would Throw Work Friends Under the Bus for a Promotion”. Es de destacar cómo en una encuesta realizada por LinkedIn a más de 11.500 personas en todo el mundo, un 68% de los Millennials (en el estudio la generación nacida a principios/mediados de los 90) afirmaron que sacrificarían una amistad en el trabajo si ello supusiese conseguir un ascenso, mientras que en el caso de los Baby Boomers (nacidos en las décadas de los 50 y los 60) ese porcentaje se invierte y un 62% contestó que ni siquiera se lo plantearía.

Aparte de hacerles notar que ese ansia por progresar profesionalmente que ya les comenté en el post «El ansiado y fatuo éxito profesional en España o Cómo la mayoría intenta ocultar sus errores» no hace sino acrecentarse con el paso de las generaciones, craso error que ya estamos pagando como sociedad, en lo que me gustaría detenerme ahora mismo es en un curioso aspecto de la interacción en el ambiente laboral entre esas generaciones senior y junior. Es lógico que las generaciones más jóvenes tengan conocimientos técnicos más actualizados y detallados que sus mayores, dado que son una hornada recién salida de la Universidad. Es lógico que algunas personas, por muy jóvenes que sean, destaquen en ciertas cualidades que deben serles reconocidas en el mundo laboral. Es lógico que una persona joven, que siente que tiene mucho por demostrar, intente hacerse un hueco en la empresa y trate de transmitir conocimientos y dar una buena imagen profesional. Pero lo que no es lógico es lo que les expondré en los próximos párrafos.

Ya van varias ocasiones en las que algunos senior de mi entorno me vienen alabando y poniendo de crack a ciertas personas junior por cualidades que, si bien para ellos son algo muy destacable, para mí forman parte de una base esencial sin la que no tiene sentido contratar ciertos perfiles profesionales. Porque se hagan una idea, algunas de las cosas que me han llegado a comentar estos senior es que tal o cual persona es capaz de hacer una presentación en PowerPoint haciendo un resumen somero de las ventajas e inconvenientes de un proyecto. Sin entrar a valorar la valía en mayor o menor medida de estos perfiles junior (algunos son cracks y otros no), me gustaría hacerles reflexionar sobre dos puntos: uno se centra en las actitudes de los junior, y otro en las de los senior: aquí hay para todos.

El primer punto, el que afecta a los junior, se basa en que ese ansia por progresar profesionalmente de forma meteórica, les lleva a tratar de aparentar por todos los medios gran valía y conocimientos, sin importarles si eso se corresponde con su realidad interior en mayor o menor medida. Es un punto bastante frecuente en los junior esa tendencia a mostrar unas apariencias que superan con creces las cualidades reales. Mi única duda es si ellos tienen un ego sobredimensionado y están plenamente convencidos de su gran valía y su superioridad frente al resto, o si se trata de un comportamiento mezquino por el que son conscientes de que otras personas les superan, pero todo vale en la carrera por llegar al podio.

El segundo punto es sobre cómo interactúan los senior con estas actitudes. Por desgracia, es común ver seniors que, vista su falta manifiesta de conocimientos al no haberse esforzado por mantenerse actualizados en el mercado laboral, creen ver en este tipo de juniors un conocimiento que muchas veces no es más que palabrería adornada con guirnaldas, pero que, ante la ignorancia propia en ciertos temas por parte de la audiencia más madura, esas pretenciosas monsergas parecen ser el Santo Grial de la evolución tecnológica y la estrategia empresarial. Se lo digo con conocimiento de causa, porque siendo aficionado a rascar como soy yo, he detectado frecuentemente casos en los que bajo la capa exterior de barniz hay tan sólo una oxidada capa de pintura que no da más que para la palabrería hueca que profieren en su día a día.

Supongo que se estarán ustedes preguntando qué hago yo inmiscuyéndome en este tipo de asuntos, pero siendo uno de naturaleza modesta, me llama poderosamente la atención cómo en el mundo laboral de hoy en día priman las apariencias, dejando de lado muchas veces al que menos aparenta, viendo cómo cosas básicas son expuestas como importantes estrategias, y lo que es peor, percibidas como tales por unos seniors cuya madurez debería servir para valorar adecuadamente el conocimiento técnico, y saber ver venir a algunos tipos de junior que quieren correr más que sus propias piernas.

Me despido de ustedes hoy recordándoles  que es deber de todo profesional serio y responsable rascar un poquito en las personas de su entorno, en lo profesional pero también en lo personal, más que nada para evitar futuras sorpresas y por poner mentalmente a cada cual en su sitio. Como decía Nicolás de Maquiavelo “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Y hay algunos que aparentan multiplicando por 0,5, y otros que multiplican por 10. Elijan ustedes mismos el factor de corrección que deberían aplicar a cada caso para tener una percepción realista de su entorno.

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La naranja mecánica de los trepas o Cómo vengarse de uno mismo

Seguramente habrán oído ustedes de aquel famoso experimento que se realizó con primates hace ya algunos años. Se pretendía analizar ciertos comportamientos psico-sociales en los ambientes laborales humanos. El experimento en cuestión se basaba en encerrar en una habitación a cinco primates, con un mástil que subía hasta el techo, en donde había un manojo de plátanos. Obviamente, en cuanto los primates se percataron de la presencia de las bananas, intentaron todos subir a cogerlas. El más fuerte acabó trepando por el mástil y, cuando estaba a punto de alcanzar la comida, un chorro de agua helada a presión le precipitó hacia el suelo, mojándole a él y a todos sus compañeros. Tras varias intentonas con el mismo resultado, los primates acabaron por desistir en su intento de saciar su apetito, y adoptaron una posición pasota ante la presencia de los plátanos en el techo de la estancia.

Pasadas unas horas de tranquilidad, una vez que todos los monos habían calmado sus ansias, los investigadores sacaron uno de los monos presentes e introdujeron un nuevo primate en la habitación. Este primate había estado completamente aislado y no tenía ni idea del chorro de agua que salía del techo. Obviamente, al ver las bananas en lo alto del mástil, empezó a trepar para cogerlas, pero todos los demás monos que había en la estancia, que sabían lo que ocurría al intentar coger la fruta, empezaron a retenerle por la fuerza y a tirones, intentando evitar el consiguiente baño de agua helada a presión para todos. El novato no sabía de qué iba el tema, pero al final cedió a la violenta insistencia de sus nuevos compañeros y optó por sentarse en un rincón.

Pasadas unas horas más, los investigadores hicieron de nuevo lo mismo, sacaron a uno de los monos antiguos de la habitación e introdujeron en la estancia un nuevo primate. De nuevo el recién llegado, al reparar en los plátanos del techo, intentó trepar por todos los medios a cogerlos, pero, al igual que ocurrió la vez anterior, todos los demás monos le impidieron que llegase arriba. Lo más curioso era que el mono más agresivo e insistente con las lógicas actitudes del nuevo era el último mono que habían introducido en la habitación, y que no tenía ni idea de qué ocurría cuando se llegaba a lo alto del mástil, puesto que sus compañeros le habían impedido llegar arriba y nunca había llegado a sufrir el chorro de agua en sus carnes.

Para independizar el experimento de actitudes y personalidades individuales, los investigadores fueron sacando e introduciendo nuevos monos en la estancia cada pocas horas. Siempre ocurría lo mismo, incluso cuando todos los monos presentes en la habitación eran ya nuevos, a pesar de que ninguno había llegado a sentir el chorro de agua helada.

Las conclusiones son obvias, así como su aplicabilidad a los entornos de trabajo de nuestra sociedad, en la que la inexperiencia y la ambición, que suelen ser más típicas de la juventud que de la madurez, son obvias. Siempre hay unas mieles del éxito que se quieren alcanzar, y siempre hay alguno que en su ansía de superación a veces se lleva un palo que generalmente afecta a todos, perpetuándose estas actitudes incluso cuando ya nadie ha visto o recuerda el escarmiento.

Pero pensemos un poco más allá. Probablemente, en estas situaciones en las que en ocasiones se escarmienta a los ambiciosos, los humanos lo que hacen en realidad es vengarse de sí mismos a través de los demás. Sí, en efecto, el ansia trepadora es muchas veces algo que, si bien resulta evidente para los más maduros, a pesar de su generalización en algunos ambientes, los jóvenes suelen ocultarla como si de algo especial y personal se tratase. Y ciertas actitudes a algunos viejos del lugar no hacen sino recordarles lo que ellos mismos pensaban cuando eran trabajadores jóvenes. Seguros de que los pensamientos de los nuevos van por los mismos derroteros por los que iban los suyos a su edad, algunos se sienten con derecho a sibilinamente promocionar, e incluso participar, en un castigo.

Esas actitudes son cruelmente injustas por su generalización, y más aún por ser en realidad una expiación de los pecados propios, lo cual conlleva una manifiesta ausencia de capacidad de autocrítica. Siempre es mejor elegir un cabeza de turco: es más cómodo y fácil que afrontar una autocrítica personal, en este caso, además, con efectos retroactivos.

Pero no acabo aquí con este post. Aún hay más en lo que se refiere a estos casos en los que finalmente se da un escarmiento al trepa en cuestión. ¿Han leído ustedes “La Naranja Mecánica” de Anthony Burguess?. Para los que no, les resumiré que la novela trata de un individuo ultraviolento e inadaptado socialmente, que delinque a placer con violencia gratuita y extrema. Finalmente acepta participar en un programa experimental con el tratamiento Ludovico, un novedoso programa de reinserción social que, aplicando los principios de Pavlov, acaba por inducir en el protagonista una respuesta condicionada cada vez que se le pasa por la mente ejercer la violencia contra sus conciudadanos. Este individuo acaba por reinsertarse, al menos funcionalmente, y pasa a hacer el bien en la sociedad. Pero es entonces cuando, a pesar de su aparente y nueva bondad, se va encontrando con sus antiguas víctimas, que no dudan en vengarse de él. Lo que nos interesa de la novela para este post es esta conclusión última. Esa sed de venganza que, como les decía, en ocasiones alcanza en nuestra sociedad un nivel de sinsentido tal, que a veces los mayores del lugar se vengan de sí mismos a través de la figura de los más jóvenes. Y lo que es todavía peor y más cruel, cuando el joven trepa es ya un ángel caído, hay gente que ni aún en esa situación siente compasión por él, y sigue vengándose con saña de una figura derrotada, haciendo cierto el dicho de hacer leña del árbol caído.

Y las consecuencias, con escarmiento o sin él, de dar este trato a los jóvenes excesivamente ambiciosos son importantes para nuestros sistemas socioeconómicos. En caso de escarmiento los perjuicios son evidentes, con individuos derrotados que, al ser objeto de mobbing o algo parecido a él, caen a veces incluso en la depresión, perdiendo en todo caso características muy positivas que una vez tuvieron. Si no hay escarmiento, los jóvenes ambiciosos o bien acaban cayendo en la apatía viendo que sus ansiadas metas nunca acaban de llegar, o bien acaban dándose cuenta del juego de los jefes, que les ponen una zanahoria en el hocico para que sigan adelante dando lo mejor de sí mismos. En uno y otro caso, hay un desaprovechamiento de capacidades y actitudes, ya que los jóvenes, si bien es cierto que generalmente se caracterizan por esas aspiraciones a veces desmedidas, también tienen una personalidad que, por norma general, tiene muchos aspectos destacables: empuje, entrega al trabajo sin reparar en esfuerzos, motivación por el mero hecho de tener un trabajo, ilusión, creatividad, innovación, capacidad de cambiar las cosas partiendo desde cero sin los “esto siempre se ha hecho así”, y así hasta completar un largo etcétera. En vez de haber una formación en las carreras o institutos sobre ambientes laborales y aspiraciones personales, en vez de una reconducción de conductas en las empresas cuando una mente se aparta del camino adecuado, en vez de una crítica constructiva por parte de los compañeros o jefes que intuyen que un trabajador se está excediendo en sus aspiraciones… como en los ambientes laborales reina la despersonalización y la poca humanidad, nadie opta por ninguna de estas opciones más constructivas.

Éste es el sistema socioeconómico que estamos construyendo entre todos, en donde la humanidad y los valores personales y profesionales brillan por su ausencia, y en donde se permite e incluso incentiva que el joven ambicioso acabe en trepa desaforado, dando síntomas de un cortoplacismo brutal en el cual impera simplemente el exprimir hoy por hoy al máximo al que se presta al juego, sin reparar en que en los plazos más largos, en caso de ser bien enfocado, el trabajador hace aflorar personal y profesionalmente actitudes y aptitudes muy beneficiosas para la empresa y para el conjunto de la sociedad. Ello tiene sin duda importantes consecuencias macroeconómicas en un país en el que la innovación no es precisamente una de las características destacables de nuestra economía, en lo cual las mentes más jóvenes tienen mucho que aportar en caso de ser educadas a tiempo, enseñándoles a reconducir las pasiones profesionales que suelen experimentar en sus etapas más tempranas. Y ya no es sólo por el egoísmo de mejorar la macroeconomía de todos, a veces, hay casos en los que se trata de un tema meramente personal y de calidad humana.

Sean maduros, distingan entre ustedes y los demás, no prejuzguen y, obviamente, traten de no vengarse. Cada persona es un mundo. Cada mundo tiene sus detalles. El patrón propio no es aplicable a los demás. Si generalizan y proyectan sus propios demonios sobre los demás, corren el peligro de cometer errores de bulto, y en todo caso, la venganza puede satisfacerles a algunos momentáneamente, pero, además de no ser buena per se, es un cáncer para la conciencia que les puede afectar unos años más adelante. Saquen sus propias conclusiones de este cuento de plátanos y naranjas, probablemente no sean tan dulces como estas frutas, pero sin duda les han de llevar a la conclusión de que hay que dejar discurrir la vida de cada uno sin participar en vendettas de ningún tipo, más tarde o más pronto, cada cual acaba encontrando su punto de equilibro por sí solo, en todo caso hay que ayudar constructivamente a los jóvenes mostrándoles la meta correcta y dejando que ellos solos encuentren su propio camino. Salvo determinados casos para los que no hay cura conocida, la inexperiencia acaba siendo sustituida por la tranquilidad de haber encontrado lo que de verdad importa en esta vida. Y para los que no, ellos se lo pierden.

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Los cracks que te cruzas por la calle o La humildad en el éxito

Hoy voy a abordar un pensamiento que me cruza a menudo por la mente cuando voy andando por la calle y me cruzo con la gente. ¿Nunca han pensado ustedes que pueden estar cruzándose con personas de aparente normalidad y sencillez pero que luego son unos auténticos cracks?. Me fascina este pensamiento. Estar como si nada delante de una persona digna de gran admiración por su desempeño personal o profesional, ensimismado en la propia ignorancia, sin saber a quién se tiene delante en realidad.

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Es la sencillez de estas personas lo que más admiración me produce, puesto que muchas veces, nada en ellos hace sospechar lo que en realidad hay detrás. Conozco varios casos de gente de gran reputación y aparente normalidad que no hacen sino confirmar la gran calidad personal de estos individuos. Reclamo desde aquí la capacidad de liderazgo de estas personas para ocupar puestos de responsabilidad en nuestra sociedad, y permitir una renovación de valores en ciertos estamentos en los que este tipo de actitudes brillan por su ausencia.

Bien es cierto que, a priori, es difícil saber, incluso para uno mismo, si vamos a formar parte de ese selecto club de cracks que se mantienen humildes, o de los que se lo creen e irradian una prepotente aura de superioridad. Porque sí, tengo que admitirles que ese segundo colectivo puede parecernos más numeroso ya que llaman mucho más la atención frente a la a menudo silenciosa humildad de los primeros. El éxito es una miel cuyas consecuencias se desconocen hasta que no se degusta. La personalidad de cada uno está ahí latente, y sólo se desarrolla en uno u otro sentido cuando confluyen los factores que la hacen evolucionar y desencadenan unas u otras actitudes.

Pero ahondemos un poco más en el tema, que parece interesante. ¿Qué es lo que puede convertir a una persona en un crack humilde o en un crack engreído?. Me atrevería a decir que la respuesta es la confianza en sí mismo y el auto reconocimiento. Sí, aquellas personas que saben lo que son y lo que quieren es difícil que se vuelvan arrogantes. Son aquellos que no se confieren a sí mismos un reconocimiento personal o profesional los que buscan ese reconocimiento en los demás: craso error. Sacan de sí mismos el punto de poder que supone el poder definirse uno el concepto de sí mismo, y dejan que ese importante factor recaiga en su entorno. Pasan a depender de lo que los demás piensen de ellos y del trato que les den. Las personas que tratan a los demás desde la distancia que les confiere una cierta posición social son personas que normalmente tienen en su interior un profundo sentimiento de inferioridad, que necesitan ver mitigado con el reflejo fatuo que supone mirar a los demás por encima del hombro y que te traten como a una eminencia. Un buen punto débil, sí señor. Obstáculo insalvable para que estas personas alcancen la estabilidad emocional y la verdadera felicidad personal.

Pero estamos hablando de cracks en cualquier caso. He de reconocerles que hay aún un tercer tipo de individuo que me sorprende cada vez que me cruzo con uno de ellos. Es el tipo arrogante por naturaleza. El que sin ser un crack ni por asomo, despide un tufo de superioridad totalmente injustificado (si es que algo así puede justificarse), y que trata a los demás como inferiores con una naturalidad que no hace sino demostrar lo poco que se quiere a sí mismo. Van arrasando por el mundo con esas actitudes y, como muchas veces la gente somos así, muchas personas de su entorno se creen el papel que están representando y les dispensan un trato diferenciado respecto a otras personas, dándoles sin ser conscientes el ansiado reconocimiento que tan desesperadamente buscan.

Alguien decía que las personas son encantadoras hasta que se lo creen y dejan de serlo. Por favor, si se esfuerzan y además tienen la suerte en esta vida de progresar y alcanzar un status personal, profesional o social relevante, no se lo crean, echarían a perder esa magnífica joya en bruto que llevan en su interior. Estén atentos a las señales que les envían los que más les quieren, son a menudo las únicas sinceras en esta sociedad de interesados, hipócritas y de tanta apariencia. Y ya de paso, sin apenas darse cuenta, se convertirán en unos cracks auténticos, líderes de sí mismos y dignos de verdadera admiración por las personas que realmente merecen la pena. No saben la tranquilidad que da saber quién somos sin necesitar el escrutinio de aquellos que no merecen influencia sobre nuestras vidas, y lo divertido que es ver cómo reclaman infantilmente su papel cuando finalmente se dan cuenta de que no se les tiene en cuenta en la medida que a ellos les gustaría.

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