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El rechazo al diálogo o El convencimiento de creerse en posesión de la verdad
Empezaré este post exponiéndoles la situación personal que presencié hace unos años, para ver qué conclusiones sacan ustedes de la misma. Durante una animada charla con un numeroso grupo de amigos un fin de semana, surgió como tema de conversación la situación de una empresa en la que trabajaba uno de los presentes. Al tratarse de una gran empresa, de vez en cuando salen en prensa noticias sobre ella. Normalmente yo soy una persona que no suelo opinar sobre los temas que no conozco en profundidad, y aun así sé que corro el riesgo de equivocarme como todo el mundo. Es por ello por lo que me llaman poderosamente la atención aquellas personas que parece que sienten la necesidad de opinar sobre todo lo que les rodea, y que además lo suelen hacer con vehemencia e incluso, a veces, con cierto desdén hacia opiniones distintas a la propia. Siempre me pregunto qué hay detrás de este tipo de actitudes, puesto que más allá de las apariencias superficiales, tengo un interés natural por saber qué lleva cada uno por dentro.
Pero no nos apartemos del tema. Al grano. En la reunión de amigos que les comentaba, al surgir el tema de la empresa que les comento, y dándose por aludida la persona que era trabajador de la misma, esta persona dio una opinión que, correcta o incorrecta, tras diez años de trabajar en el mismo sitio, entiendo que era fundamentada. Cuál fue mi sorpresa cuando una de estas personas que opinan enérgicamente sobre todo lo que les rodea apenas le dejó acabar de hablar y le interpeló emitiendo una serie de lapidarias sentencias, en mi humilde opinión totalmente equivocadas, sin dejar lugar a más diálogo ni intercambio de opiniones. Además me consta que esta persona no tiene relación alguna ni razón por la que puede conocer por sí mismo las interioridades de la empresa, lo cual hace su reacción aún más incomprensible. Es difícil ante esta situación mantenerse callado, de hecho la persona que trabaja en la empresa no lo hizo, pero tampoco sirvió de nada. El caso es que yo me pregunto, y les pregunto a ustedes: ¿Qué puede haber detrás de una actitud semejante?.
Vayamos por partes. En primer lugar, ¿Qué puede sentir una persona interiormente para pensar que, por cuatro noticias leídas en los periódicos de los domingos, está en disposición, no ya de llevar la contraria, que está en su pleno derecho, sino de despreciar e incluso ni siquiera querer escuchar datos y opiniones de una persona que conoce desde dentro la realidad de una empresa desde hace diez años?. ¿Este “opinador” profesional adopta esta actitud porque tal vez cree que su capacidad intelectual está a años luz de la del trabajador?. Lo que está claro es que sea cual sea su percepción interior, nuestro “opinador” está plenamente convencido de que con cuatro retazos sesgados leídos de vez en cuando en la prensa es capaz de formarse una opinión que es mucho más válida que la que tiene la otra persona tras diez años de conocer el día a día del tema. Y no sólo eso, sino que además está tan seguro de este punto, que ni siquiera está interesado en oír lo que puedan contarle para que, tal vez, se pudiese formar una opinión diferente. ¿Hay detrás de todo esto un sentimiento de superioridad?.
Llegados a este punto, les aclararé que este tipo de actitudes las he observado en individuos de todos los colores e ideologías, y no pueden achacarse a que sean algo típico de izquierdas o de derechas. Tiene más que ver con el ego superlativo que tienen algunos. El gran problema es que estas actitudes no sólo les impiden formarse una opinión más ajustada a la realidad, sino que lo peor viene cuando estos individuos, tan seguros de lo que piensan, tratan de imponer sus puntos de vista y actitudes a los demás, no sólo en una irrelevante discusión entre amigos, sino incluso a nivel de sociedad, de política o del sistema educativo que forma a nuestros hijos. Porque no se equivoquen, este post no trata sobre un debate de fin de semana, no, expone unas actitudes que van mucho más allá y que tienen importantes implicaciones socioeconómicas. Como estos individuos se creen en posesión de la verdad, se sienten con todo el derecho a imponer sus criterios a los demás, cuya opinión ni cuenta ni interesa lo más mínimo.
Para demostrarles lo real que es en ciertos individuos este presunto sentimiento de superioridad, les expondré otro ejemplo, que además deja patente que éste es un mal más extendido de lo que a priori cabría pensar. Hace algunos años se publicó en prensa el resultado de una encuesta sobre la publicidad. Las conclusiones a mí me parecieron muy divertidas, aunque tal vez deberían ser calificadas de preocupantes. Había dos preguntas clave, una era ¿Cree usted que la publicidad le influye a la gente?. La mayoría de los españolitos contestaban con un rotundo “Sí y mucho”. La segunda pregunta era ¿Le influye a usted la publicidad?. La gran mayoría de la gente contestaba que poco o muy poco. Aquí de nuevo pueden ustedes verlo: yo soy muy listo y mis opiniones son muy válidas, y los demás son muy tontos y sus opiniones diferentes no son dignas de consideración ya que sólo piensan así porque están influenciados.
¿Por qué me preocupo por estos temas?. Primero, como les decía, porque tengo un interés innato en conocer bien a la gente que me rodea y saber qué es lo que cada uno lleva en realidad por dentro, y segundo, porque me interesan la psicología y la socioeconomía, y ambas confluyen en el tema que estamos tratando. Este tipo de actitudes aparentemente banales, creo que han de tenerse muy en cuenta, porque mientras vivamos en un estado de derecho con reglas democráticas, sólo tenemos que resignarnos a ver la trasgresión del respeto a lo distinto en los dirigentes que tratan de imponer su visión de la sociedad y la economía a la mayoría, cuestión nada desdeñable de por sí. Pero el problema viene en sociedades autoritarias o sociedades con situaciones de ausencia de autoridad o desestructuradas, donde se impone la ley del más fuerte, y éste puede hacer y deshacer a su antojo, incluso sesgando vidas, además con el convencimiento pleno de que está en la verdad y haciendo lo que se debe hacer. Si no que se lo pregunten a nuestros abuelos, estuviesen en el bando que estuviesen.
Y estas actitudes ocurren a nivel social, en círculos de amigos, o a nivel general de la sociedad, pero ocurren indudablemente también a nivel de empresa, revirtiendo en un ambiente laboral enrarecido, en el que esta opresión de los «opinadores» profesionales, en especial de los que tratan de denostar toda opinión diferente a la propia, hace que muchas veces el que más tiene que aportar sea el que menos habla, entrándose en un circulo vicioso por el que los trabajadores no se enriquecen mutuamente para llegar a las soluciones u opiniones más adecuadas. Por ello, recuerden, elijan para sus equipos de trabajo personas seguras de si mismas y con opiniones bien asentadas, pero que al mismo tiempo aprecien el valor de una opinión distinta y, sobre todo, sepan retocar las opiniones propias cuando sea necesario, sin orgullo ni superioridad, porque este tipo de trabajadores son los que más cerca pueden estar de tener unas ideas lo más acertadas posible. Dejen correr la dialéctica por sus venas, pero siempre desde el respeto al que opina diferente, y teniendo en cuenta que no es un adversario al que derrocar (e incluso ridiculizar según el caso), sino alguien cuyos puntos de vista pueden enriquecerles y ayudarles a formarse una opinión más realista sobre cualquier tema. Creerse por defecto superior a los demás es un error tan de bulto, que el día que estos egos sobredimensionados tomen contacto con la realidad tendrán una dura caída. Al tiempo.
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Los cracks que te cruzas por la calle o La humildad en el éxito
Hoy voy a abordar un pensamiento que me cruza a menudo por la mente cuando voy andando por la calle y me cruzo con la gente. ¿Nunca han pensado ustedes que pueden estar cruzándose con personas de aparente normalidad y sencillez pero que luego son unos auténticos cracks?. Me fascina este pensamiento. Estar como si nada delante de una persona digna de gran admiración por su desempeño personal o profesional, ensimismado en la propia ignorancia, sin saber a quién se tiene delante en realidad.
Es la sencillez de estas personas lo que más admiración me produce, puesto que muchas veces, nada en ellos hace sospechar lo que en realidad hay detrás. Conozco varios casos de gente de gran reputación y aparente normalidad que no hacen sino confirmar la gran calidad personal de estos individuos. Reclamo desde aquí la capacidad de liderazgo de estas personas para ocupar puestos de responsabilidad en nuestra sociedad, y permitir una renovación de valores en ciertos estamentos en los que este tipo de actitudes brillan por su ausencia.
Bien es cierto que, a priori, es difícil saber, incluso para uno mismo, si vamos a formar parte de ese selecto club de cracks que se mantienen humildes, o de los que se lo creen e irradian una prepotente aura de superioridad. Porque sí, tengo que admitirles que ese segundo colectivo puede parecernos más numeroso ya que llaman mucho más la atención frente a la a menudo silenciosa humildad de los primeros. El éxito es una miel cuyas consecuencias se desconocen hasta que no se degusta. La personalidad de cada uno está ahí latente, y sólo se desarrolla en uno u otro sentido cuando confluyen los factores que la hacen evolucionar y desencadenan unas u otras actitudes.
Pero ahondemos un poco más en el tema, que parece interesante. ¿Qué es lo que puede convertir a una persona en un crack humilde o en un crack engreído?. Me atrevería a decir que la respuesta es la confianza en sí mismo y el auto reconocimiento. Sí, aquellas personas que saben lo que son y lo que quieren es difícil que se vuelvan arrogantes. Son aquellos que no se confieren a sí mismos un reconocimiento personal o profesional los que buscan ese reconocimiento en los demás: craso error. Sacan de sí mismos el punto de poder que supone el poder definirse uno el concepto de sí mismo, y dejan que ese importante factor recaiga en su entorno. Pasan a depender de lo que los demás piensen de ellos y del trato que les den. Las personas que tratan a los demás desde la distancia que les confiere una cierta posición social son personas que normalmente tienen en su interior un profundo sentimiento de inferioridad, que necesitan ver mitigado con el reflejo fatuo que supone mirar a los demás por encima del hombro y que te traten como a una eminencia. Un buen punto débil, sí señor. Obstáculo insalvable para que estas personas alcancen la estabilidad emocional y la verdadera felicidad personal.
Pero estamos hablando de cracks en cualquier caso. He de reconocerles que hay aún un tercer tipo de individuo que me sorprende cada vez que me cruzo con uno de ellos. Es el tipo arrogante por naturaleza. El que sin ser un crack ni por asomo, despide un tufo de superioridad totalmente injustificado (si es que algo así puede justificarse), y que trata a los demás como inferiores con una naturalidad que no hace sino demostrar lo poco que se quiere a sí mismo. Van arrasando por el mundo con esas actitudes y, como muchas veces la gente somos así, muchas personas de su entorno se creen el papel que están representando y les dispensan un trato diferenciado respecto a otras personas, dándoles sin ser conscientes el ansiado reconocimiento que tan desesperadamente buscan.
Alguien decía que las personas son encantadoras hasta que se lo creen y dejan de serlo. Por favor, si se esfuerzan y además tienen la suerte en esta vida de progresar y alcanzar un status personal, profesional o social relevante, no se lo crean, echarían a perder esa magnífica joya en bruto que llevan en su interior. Estén atentos a las señales que les envían los que más les quieren, son a menudo las únicas sinceras en esta sociedad de interesados, hipócritas y de tanta apariencia. Y ya de paso, sin apenas darse cuenta, se convertirán en unos cracks auténticos, líderes de sí mismos y dignos de verdadera admiración por las personas que realmente merecen la pena. No saben la tranquilidad que da saber quién somos sin necesitar el escrutinio de aquellos que no merecen influencia sobre nuestras vidas, y lo divertido que es ver cómo reclaman infantilmente su papel cuando finalmente se dan cuenta de que no se les tiene en cuenta en la medida que a ellos les gustaría.
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