La dictadura de la mayoría o El democrático exterminio de las notas discordantes

Estaba el otro día haciendo deporte y escuchando música en mi Smartphone con una aplicación de streaming. Sonaba el vibrante “Hawkmoon 269” de U2, y recordé la épica cara B de aquel emblemático álbum “Rattle and Hum”. Pensé cuánto había cambiado desde los ochenta el panorama musical y cultural (en mi modesta opinión para peor), y acabé llegando a la conclusión de que la música y la cultura sólo son la punta de un iceberg, en el que a menudo no reparamos, pero que esta teniendo una creciente influencia en nuestras vidas y sociedades.

Mucha gente de mi generación y anteriores está totalmente de acuerdo en que la década de los ochenta, y las inmediatamente anteriores, fueron décadas muy productivas y constructivamente creativas en casi todos los planos. Y en este post me gustaría reflexionar con ustedes por qué hemos ido a peor en este aspecto, y qué podemos hacer nosotros como individuos para remediar este grave problema.

Ya que hemos empezado con el mundo de la música, sigamos con él, porque las conclusiones a las que lleguemos verán como nos valen para un amplio espectro de aspectos socioeconómicos. Hace tan sólo unos lustros, todos nos comprábamos un LP, y solíamos escucharlo concienzudamente. Había un canal de comunicación directo del artista al consumidor, por el cual uno escuchaba su obra como conjunto, y esas “Caras B” que a menudo de primeras resultaban un poco ásperas de escuchar, tras perseverar en escucharlas, muchas veces se volvían en una joya cultural para nuestros oídos. A eso lo llamo yo que el artista nos ha transmitido algo más importante que su propia música: desde su especializada y profesional posición, ha contribuido a educar nuestro sentido y gusto musical, haciéndolo evolucionar, y a nosotros personalmente con él. Hoy en día esto no ocurre. Casi todo el mundo añade a su playlist el hit de cada disco nuevo, y como mucho escucha el disco completo de pasada y se guarda tan sólo las dos o tres canciones más pegadizas. La música ya no es un canal de comunicación, sino un mero producto de consumo. La gente no admira una obra, sino que rellena el ambiente o su vida con una melodía de fondo que simplemente le regala a sus oídos algo fácil de escuchar. En el mejor de los casos, se escucha música con la utilitaria intención de alegrarnos algún instante o cambiarnos el estado de ánimo.

Vemos pues como el panorama musical está aquejado de los mismos problemas que nuestra sociedad en general. En este mundo todo es reflejo de todo. Con este ejemplo en clave de sol vemos una vez más cómo el cortoplacismo, cómo la recompensa instantánea, cómo el utilitarismo, prevalece totalmente hoy en día sobre el educar a largo plazo, sobre el esfuerzo por ir domando poco a poco los sentidos y las conciencias, sobre la evolución sin una utilidad u objetivo más allá del mero progreso.

Al igual que en el post de ”La Muerte de Darwin o ¿Tiende el hombre a su auto extinción?” les hablé del peligro de que el ser humano cercenase la biodiversidad del planeta, les hablo ahora del gran peligro que supone que nuestra sociedad haya entrado en una espiral de suicida homogeneización cultural, ideológica y social, que diezma letalmente la diversidad en nuestros sistemas socioeconómicos. La diversidad es totalmente necesaria, fomenta la creatividad y, lo que es más importante, recuerden que el futuro es totalmente impredecible, y al igual que un gen extraño y aparentemente sin utilidad puede suponer en unos años la supervivencia de una especie, una idea aparentemente improductiva puede suponer en unos años la supervivencia de nuestra sociedad.

Esta letal homogeneidad se ve en múltiples aspectos de nuestras vidas. Desde el mundo de la cultura que nos ha servido de entradilla, al mundo de la moda, pasando por la política, los mercados, las ideas… como me decía una amiga compositora y cantante hace unas semanas cuando le expuse algunas de estas ideas: el marketing está matando la música, y yo añado que el marketing no sólo está matando la música, lo está matando todo. Todo está siendo homogeneizado por la dictadura de la mayoría, que en la práctica se está traduciendo en un democrático exterminio de las notas discordantes que debería haber en todos los aspectos de nuestras sociedades. Todo producto, toda prenda de vestir, toda canción, toda obra, toda idea… antes de ser lanzada al mercado, a las vallas publicitarias y a los telediarios, pasa por el implacable escrutinio del marketing, cuyo único objetivo es llegar a la mayoría de los individuos. Normalmente se obvia y se pasa por alto toda idea que se salga de la generalidad. Esto acaba siendo como la pescadilla que se muerde la cola, y supone en la práctica una implacable apisonadora que aplana nuestras mentes haciéndolas peligrosamente similares, con el único fin de paquetizarnos a nosotros también como consumidores, de tal manera que, cuanto más grande y homogéneo sea el paquete, más rentable resulta dirigirse a él para venderle.

Podríamos decir que hoy en día, a todos los niveles de nuestra sociedad, vivimos en la era del pensamiento único democrático, en el cual el marketing de la mayoría va imponiendo a casi todos sus homogéneos principios, que tras tanta generalización se acaban volviendo de color gris mortecino. Pero no desesperen, la tecnología y el progreso que aún nos queda ha abierto una puerta a la esperanza. Como les expuse en el post «La Teoría del Caos 2.0 o La potencialidad de un comentario en las Redes Sociales«, las redes sociales y su rápido y alto impacto en nuestras sociedades, permiten que una idea individual a priori limitada a un único individuo, pueda rápidamente propagarse por todas nuestras conciencias y pueda cambiar el parecer de toda la sociedad en tan sólo unas horas. Esto es algo que se empieza a intuir en determinadas instancias, y desde aquí les auguro que el próximo (sino actual) campo de batalla de la democracia se librará en las redes sociales. Hay que dar un pequeño golpe de timón a nuestras sociedades, y corregir el rumbo para volver a dirigirnos hacia la verdadera democracia, que es algo distinto a la dictadura de la mayoría hacia la que nos estamos desviando poco a poco. Hay que matizar que diversidad no debe ser sinónimo de autodestrucción, y que desde la tolerancia hay que saber restringir preventivamente los radicalismos. El mundo de los años 80 consiguió este caldo de cultivo de ideas, no veo por qué no vamos a poder conseguirlo de nuevo ahora.

Me gustaría despedirme hoy recordándoles el incalculable valor de la creatividad, de la imaginación, de la excepción que confirma la regla, de las voces disonantes, de las notas discordantes… en resumen, el valor de las ideas. Esas ideas que hoy en día algunos prefieren que se las den hechas, eso sí, con un envoltorio muy bonito, a un precio módico, y a poder ser sin que les hagan pensar mucho, por favor. No saben lo extremadamente peligroso que esto puede resultar. Mantengan siempre un constructivo espíritu crítico con ellos, pero guarden como oro en paño a aquellos que piensan diferente, nunca se sabe cuándo el futuro nos va a hacer necesitar sus ideas.

(Y ahora les voy a pedir un favor, sigan pensando en este último párrafo mientras se ponen la canción «I will survive» de Gloria Gaynor hasta que se raye el disco, digo, hasta que se borren los bits. Es una estupenda banda sonora ochentera para lo que quería transmitirles hoy: «But now I hold my head up high! […] And I’ll survive! I will survive!»)

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Acerca de derblauemond

En la vorágine de la vida diaria que nos ha tocado vivir en esta sociedad del siglo XXI, apenas tenemos tiempo para pararnos a pensar, tiempo para la reflexión, tiempo para averiguar de dónde venimos y a dónde vamos. Acabamos haciendo las cosas de forma rutinaria, mecánica, como auténticos autómatas. Es por ello por lo que he creado este blog con la sana intención de, cada cierto tiempo, reservarme unos minutos de mi vida para darle vueltas a los temas que me interesan y colgarlos después en un post para compartirlos con todos vosotros. Podéis seguirme también en mi cuenta de Twitter @DerBlaueMond

Publicado el 22 enero, 2015 en Capitalismo, Democracia, Economía, Filosofía, Futuro, Mercados, Política, Progreso, Redes Sociales, Sociedad, Socioeconomía, Tecnología, Twitter y etiquetado en , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 6 comentarios.

  1. El artículo me ha gustado, pero discrepo en el planteamiento. Precisamente pienso que gracias a que sí que ha aumentado la diversidad de opinión y el conocimiento se difunde cada vez más fácilmente, podemos tener acceso a un artículo como este que, en los canales de difusión de los años 80, no era posible encontrar.
    Del mismo modo, empresas como Amazon o Aliexpress me han permitido a mí adquirir productos a los que, al no estar dirigidos al “público mayoritario”, no tenía acceso sin emplear demasiados recursos económicos para conseguirlos.
    Y en cuanto a la música, es cierto que esa cara B ya no se consume, pero estar está. Que haya mucha información, muchos productos y muchas canciones en servicios como Spotify o similares, lo que hace precisamente es enriquecer la diversidad. En los años 80 ¿quién se podía permitir tener en casa o en su círculo más íntimo el catálogo que podemos encontrar hoy en Spotify a golpe de un click?

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    • Hasta cierto punto tiene usted su razón, pero lo cierto es que, actualmente, y especialmente la propaganda internacional, lo que hacen es suministrar una sobredosis de (des)información.

      Ante esa saturación, muchos ciudadanos acaban optando por la estrategia de supervivencia de acabar autoconfinándose en un círculo de confort informativo y cultural, donde no se les exige demasiado esfuerzo de pensamiento, donde encuentran lo que les gusta que les digan, donde las noticias son lo que esperan, pero… Donde muere su esencial espíritu crítico…

      Y en democracia, luego las consecuencias las pagamos todos… Esto es una guerra cibersocial, y la vamos perdiendo…

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    • Entiendo el planteamiento de la modernidad líquida aplicado al mundo de la música, y me parece interesante.
      Tomar como referencia lo que haciamos nosotros y extrapolarlo a toda nuestra generación es un poco peligroso a la hora de llegar a conclusiones, y creo que gracias a internet y a las redes sociales, las corrientes nicho que antes eran muy dificiles de encontrar están a un click de distancia. Es cierto que la masa se limita a lo básico y comercial, pero de eso mismo se quejaba Platón, de eso mismo se quejaron cuando nació la imprenta, el tren etc. siendo como somos cada vez más, y con las facilidades para crear (cualquiera con un móvil puede crear un vídeo y compartirlo con una audiencia potencial enorme), creo que estamos pecando del pesimismo propio de los que empezamos a no entender qué demonios están haciendo los de las generaciones entrantes.

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      • Hola huevomaestro, gracias por tu interesante comentario. Puede que esté ocurriendo lo que dices de la desconexión y la incomprensión inter-generacional, pero a la vez eso no implica que no sea cierto lo que afirmo. De hecho, es seguro que simplemente estemos asistiendo a una evolución del mundo, pero no es menos cierto que toda evolución, para ser fuente de progreso verdadero, debe ser hecha con espíritu crítico, mirando hacia atrás, luego al presente, y finalmente hacia adelante. Cuando no se hace así, se corre el riesgo cierto de que más que evolución, la cosa se quede en una simple y dañina involución

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