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Cómo poner límites a niños y adultos o Lo excitante de cruzar las líneas infranqueables

En este post me gustaría llamarles la atención sobre un aspecto de la educación infantil que además es aplicable también a la mayoría de los adultos. Es un aspecto en el que la capacidad de entrever el futuro adquiere más relevancia si cabe. Les estoy hablando del arte de poner límites a un niño.

Ya hemos comentado otras veces cómo educar a nuestros hijos es uno de los retos más difíciles a los que se puede enfrentar una persona. Es un reto porque para ello no basta sólo con tener psicología o inteligencia, sino que a veces son necesarias dotes de visionario e incluso adivinador. Esto lo digo porque educar a un niño supone una sutil mezcla de aprender del pasado con lo ocurrido con generaciones anteriores, aprender del presente conociendo cómo son nuestros hijos en concreto y qué es necesario para cada caso particular, y entrever lo que ha de venir para poder adelantarnos a lo que nuestros hijos e hijas se enfrentarán en el futuro según el mundo que les toque vivir y según los eduquemos de una u otra manera.

Límites siempre va a haber en nuestras vidas, bien sea por limitaciones propias, bien sea por limitaciones impuestas desde fuera, o bien por limitaciones existentes en nuestro mundo. Pero es por una mezcla de curiosidad, y de encontrarlo en cierta medida excitante, por lo que los niños, y también los adultos, tantean los límites cada cierto tiempo para comprobar que siguen siendo efectivamente límites, no sin negar que a algunos les resulta muy tentador aventurarse a ver qué hay más allá de la línea infranqueable.

Es por ello por lo que los padres y las personas en general, al educar a nuestros hijos, debemos marcarles los límites con suficiente tiento como para saber que el niño siempre va a ir un paso más allá, y es nuestra capacidad de cálculo la que ha de permitirnos saber que, si no queremos bajo ningún concepto que el niño llegue a hacer ciertas cosas, que hay que ponerle el límite un poco antes, de tal manera que el límite más el inevitable rebasamiento del mismo no vayan más allá de nuestro objetivo real. Difícil, ¿no?.

Pero la cosa no queda ahí, con el paso de los años tenemos que hay cosas que por ejemplo inicialmente eran toleradas en la sociedad, y que ahora pueden pasar a ser motivo de marginación, aislamiento o incluso cosas peores. Con ello tenemos que la peligrosidad de los límites varía con el tiempo por muchos motivos, por lo cual no vale sólo con tener tiento para marcar los límites contando con la osadía innata en muchas personas, sino que además hay que contar con lo que el futuro nos va a deparar, o más bien, con lo que el futuro va a deparar a nuestros hijos. Ahí es nada.

Y algunos me dirán, ¿Límites para qué?. Conozco personas que educan a sus hijos sin castigarles, tratando de no ejercer sobre ellos autoridad. Mostrando ante nada mi respeto ante cualquier forma de educación bienintencionada por parte de cualquier padre, puesto que en personas normales un padre siempre procura lo que entiende es mejor para su hijo, siento tener que decirles que considero que los niños han de aprender a respetar siempre a una autoridad. Y algunos insistirán en preguntar ¿Por qué?. No voy a entrar en juicios de valor ni en razonamientos subjetivos, simplemente me voy a limitar a la práctica. Se puede afirmar que a lo largo de la Historia, las sociedades humanas han estado mayormente jerarquizadas durante la práctica totalidad del tiempo. Por muy autónomos que se crean ustedes, por mucho que piensen que su opinión es tan válida como la de sus dirigentes, por mucho que crean que tienen sentido común y raciocinio como para gobernar al 100% sus propias vidas, en la práctica casi siempre hay una entidad superior que se impone sobre ustedes. Por ello es por lo que les digo que el punto de vista práctico es que deben enseñar a sus hijos a respetar una autoridad que casi siempre ha estado ahí. Y no duden que, naturaleza humana mediante, esa autoridad va a ejercer como tal y hacer valer su poder sobre sus hijos, y les va a poner unos límites. Límites que si sus hijos franquean les traerán problemas. Y no les digo si será justo o injusto. Sólo les digo que el resultado será que les traerán problemas.

No se confundan, los límites de los que les hablo no son cortapisas, sino que suponen básicamente mantenerse dentro de la legalidad vigente y de los patrones socialmente aceptados. No les estoy hablando de poner a los niños más limitaciones de las estrictamente necesarias. Nunca hay que coartar la imaginación de sus hijos. Nunca hay que poner límites a su creatividad. Nunca hay que recortar sus aspiraciones más nobles. Nunca. En su aspecto positivo, esa afición por franquear los límites ha llevado a la humanidad a conquistar nuevas cotas. De lo que les hablo de poner coto a las amenazas, no de recortar las fortalezas.

Estarán de acuerdo en que los adultos, en realidad, no somos muchas veces más que niños grandes. Los adultos y los niños no somos tan diferentes, de hecho los unos son la proyección y el resultado de los otros. Muchas de las actitudes infantiles podemos observarlas también en los adultos con más o menos variaciones y evoluciones. En nuestras empresas, en nuestra sociedad, en nuestras familias… los adultos también se enfrentan a ciertos límites. Y es común que, al igual que los niños, los adultos tanteen de vez en cuando estos límites e incluso los franqueen.

Me despediré de ustedes con una frase de Konrad Adenauer: “Hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites menos a la tontería”. Es precisamente a poner límites a la tontería lo que debemos enseñar a nuestros hijos porque, por muy listos que sean en ciertos aspectos, habrá otros en los que no lo sean tanto, y es en estos últimos donde más necesitan nuestra ayuda.

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La perpetuación del cortoplacismo o Cómo evitar fracasar en la educación infantil

Ya saben que les he hablado en otras ocasiones de los graves perjuicios que ocasiona el cortoplacismo imperante en nuestra sociedad al más alto nivel. Ya saben que también les insisto en que lo que hay por arriba es un reflejo de lo que hay por abajo. Y ahora me quiero centrar en las consecuencias de este cortoplacismo generalizado sobre la educación infantil, sin duda una perpetuación a futuro de algunos de los problemas que tenemos en el presente.

Educar a un niño es una de las tareas más arriesgadas y difíciles a las que se puede enfrentar un adulto. Servidor no les habla en absoluto desde el dominio de la materia, aquí todos somos aprendices salvo nuestros mayores, a los que deberíamos hacerles más caso, sin olvidar poner sus consejos en contexto, puesto que el pasar de las generaciones puede hacer que algunas recetas del pasado ya no sean válidas en el presente. La sociedad cambia, y los niños también. Por lo tanto nuestra forma de educarlos ha de evolucionar acorde a ello.

Es cierto que en la mayor parte de los casos los padres tienen la llave del futuro de sus hijos, y dependiendo de cómo la giren y qué mecanismos abran en sus inmaduros cerebros infantiles, el resultado “a futuro” de su psicología y comportamiento pueden ser radicalmente distintos. Aquí es donde quería llegar con ustedes. “A futuro”. Ésa es la clave. Educar a un niño requiere dosis de creatividad importantes, no sólo para darle la vuelta en determinadas ocasiones, para enseñarle a enfocar el mundo desde el prisma de nuestra experiencia adquirida a lo largo de los años, para lograr que relativice su visión personal a menudo pasional, etc. Pero la creatividad tiene otra aplicación más importante si cabe, y en la cual también aporta una cualidad como la imaginación: proyectar el futuro. Sí, eso es. Uno de los aspectos más difíciles de la educación infantil es que las consecuencias de nuestras acciones educativas de hoy muchas veces no se ven hasta varios años más tarde, con lo que en bastantes casos no hay una retroalimentación inmediata que nos permita ir corrigiendo a tiempo nuestras pautas educativas. Por ello es muy importante que los padres y las madres sean capaces de imaginarse con realismo cómo va a ser nuestro hijo en el futuro con las enseñanzas que les estamos dando en el presente.

No hay una receta mágica para ello, y las probabilidades de error no son en absoluto despreciables, pero una fórmula bastante útil y polivalente es que los adultos hagan un esfuerzo psicológico y se pongan en la piel del niño. A menudo los padres cometemos el error de juzgar y evaluar el comportamiento de nuestros hijos según nuestros propios patrones de pensamiento. Es cierto que el pensamiento de un adulto maduro es a menudo más acertado que el de un niño, pero el problema es que no por ello el niño lo va a aceptar para sí. ¿Y cuál es la solución para este galimatías?. Es el adulto el que tiene más madurez y capacidad intelectual para ser capaz de pensar como piensa su hijo. Para ello es muy importante hacer memoria y recordar cómo pensábamos nosotros mismos cuando teníamos la edad de nuestro hijo. Hagan memoria… ¿A que la cosa cambia?. Recuerdan ahora su forma de relacionarse en la infancia, cómo veían el mundo, qué pensaban de sus padres, cómo enfocaban su futuro, etc. pues mayormente sus hijos ahora piensan como ustedes pensaban entonces, y por más que les expliquen ustedes la forma de pensar que han ido puliendo con el paso de los años, no les van a hacer más caso del que ustedes les hicieron a sus padres.

A pensar como lo hace su hijo les ayudará la genética, que permite que las formas de sentir, relacionarse, etc. de los hijos se suelan parecer a la que tenían en su infancia los progenitores o sus familiares más cercanos. Detecten patrones de comportamiento, hallen similitudes con sus recuerdos de la infancia, y saquen conclusiones e intenten adivinar qué y por qué pasa por sus pequeñas mentes. No es tarea fácil, y ellos normalmente no se lo van a facilitar.

Pero abordemos por fin el tema que abría este post: el cortoplacismo. Esta proyección a futuro que les estoy sugiriendo en este post sé que no es tarea fácil, pero lo es menos aún en la sociedad de hoy en día. Y sí, este cortoplacismo también afecta a la educación de nuestros hijos. Como muestra no tienen más que mirar las nuevas generaciones y cómo sus ratios de fracaso escolar implican no sólo el fracaso del modelo educativo oficial de las últimas décadas, sino también, y más importante, de la educación que como padres les damos en casa.

Para que vean este cortoplacismo y sus consecuencias, les pondré un ejemplo muy sencillo. Antes, niño que no cenaba rápido y bien, solía irse a la cama sin cenar, y al día siguiente iba a la cena recordando el hambre de la noche anterior. Hoy en día los padres estamos muchas veces insistiéndoles permanentemente en que cenen, que se hace tarde, les ayudamos nosotros un poco, etc. Son comportamientos erróneos porque le hacen al niño aprender que para obedecer y hacer lo que tienen que hacer, siempre va a haber alguien insistiéndole, que le da una nueva oportunidad, etc. Ello deriva en que delegue la responsabilidad de sus obligaciones personales en una entidad superior, y que piense que puede retrasarse o dejar de hacer algo porque siempre va a haber ocasión de hacerlo a posteriori. ¿Qué creen que es más importante, que el niño se acabe la cena hoy, o que aprenda a ser responsable con su alimentación y que cene él solo el día de mañana?. Es la disyuntiva real que hay detrás de este ejemplo, y a la que se enfrentan muchos padres cada día. El cortoplacismo les lleva a menudo a elegir que les interesa que cene hoy todo y se vaya a la cama a su hora y bien alimentado, pero no ven que eso sólo sirve para hoy, y que es un error para mañana.

Algo similar ocurre con los deberes en casa. El adulto acaba optando a menudo por sentarse con su hijo o hija y estudiar o hacer los deberes juntos. De nuevo un error. El niño debe aprender que es su obligación, y no una forma de estar con sus padres y que éstos le medio hagan los deberes. Los padres deben distanciarse de los deberes y el estudio, limitándose a dar vuelta de vez en cuando, resolver dudas y si acaso realizar una corrección o evaluación final. Recuerden que lo que interesa aquí es poner los cimientos de un adulto responsable consigo mismo y con los demás.

Con ello ya me despido atreviéndome a sugerirles que no eduquen al niño que tienen delante en este preciso instante, sino que eduquen la proyección que ése niño tiene en un futuro aún lejano, pero que sin duda es el objetivo principal. Enséñenle a que asuma sus responsabilidades personales a la primera y con naturalidad, por desgracia, ustedes no van a estar siempre a su lado para velar por ellos. Tengan siempre en mente en sus pautas educativas que, por su propio bien, deben de ser capaces de valerse por sí mismos incluso en el fatal escenario de que ustedes les falten. Ocurra esto antes o después, estarán criando un niño que será capaz de pensar y actuar de forma independiente. Esto no asegura de por sí una educación exitosa, pero analicen bien cuál es la alternativa: una dependencia que lleva al fracaso casi seguro.

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