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Por qué los adolescentes confían en desconocidos más que en sus padres o El inicio de los flirteos con el mundo de las drogas

El comportamiento humano no deja de fascinarme. En esta ocasión me detendré a reflexionar con ustedes sobre un tema que me pregunto desde hace tiempo: ¿Por qué los adolescentes son capaces de confiar en alguien desconocido y poco recomendable frente a confiar en lo que les dicen sus propios padres?.

La cuestión no es baladí, puesto que es la principal puerta de entrada de los hijos que toman a edades tan tempranas la equivocada decisión de iniciarse en el mundo de las drogas. Como en todo, hay tantas posibilidades que explican este comportamiento como adolescentes que han dado ese paso, pero creo que podemos agruparlas según patrones más generales, y de paso tal vez sacar alguna conclusión útil al respecto.

Para empezar yo distinguiría tres subgrupos principales. El primero englobaría actitudes que implican que el adolescente en cuestión tiene poca seguridad en sí mismo. Tal vez éste sea el principal enfoque que dan muchos padres que descubren con horror las costumbres de sus hijos. No se les puede recriminar este enfoque, porque todos hemos sido adolescentes y sabemos que es una edad plagada de desafíos, y en la que también se busca normalmente un patrón de comportamiento e identidad, cuya indefinición natural a esa edad provoca en el individuo a menudo una falta de seguridad en sí mismo. Todo ello facilita que el adolescente sea susceptible de caer en las redes de algún traficante. A veces esa inseguridad viene acrecentada por la actitud de ciertos padres, hiper-exigentes con sus hijos, a los que les trasladan sus propias ansias mal concebidas y contra las que a menudo los hijos acaban rebelándose. Pero no focalicen sólo el peligro en la figura extraña y ajena al grupo de los amigos de sus hijos. El peligro principal no viene por ahí, en él sólo cae la punta del iceberg del grupo. El peligro principal viene cuando la costumbre de consumir drogas se extiende en el grupo. Ése es el momento que puede hacer caer a la mayoría de los adolescentes de la pandilla en este mundo. Los que eran reticentes a consumir estupefacientes en un principio, pueden cambiar de parecer cuando son retados a probarlos, cuando se les exhorta que no se atreven, cuando les aseguran que no pasa nada y que todo son historias de los padres que no saben de esto, cuando consumir o no consumir es algo que implica compartir o no compartir experiencias, integrarse o no en el grupo como miembro de pleno derecho… Sentirse aceptados por la figura de los amigos o del propio camello, según el caso, les puede reforzar su incipiente y frágil personalidad.

El segundo subgrupo creo que implica un enfoque no tan habitual como el anterior. Los padres no suelen caer en la cuenta de que a veces hay otras actitudes y pautas de comportamiento que pueden empujar a nuestros hijos a este mundo. Es este subgrupo el de los individuos que han sido educados en la dicotomía que retratábamos en el post “La dicotomía entre los buenos y los malos o Lo educativo de las series infantiles”. Pero, ¿Por qué la dicotomía entre los buenos y los malos les empuja a consumir estupefacientes?. Los padres a menudo les educan distinguiendo entre los malos traficantes, y los buenos papás, obviando la escala de grises que dejábamos patente en el post del link anterior. No se confundan, ser traficante e iniciar a adolescentes en este mundo es deleznable, y considero que es de las actitudes personales tan negativas que no pueden ser compensadas por otros aspectos positivos de estos individuos, pero recuerden que esas personas pueden mostrarse amigables, ser amables, hacer favores, demostrar fidelidad… una serie de actitudes positivas que confunden al adolescente. El adolescente descubre en esa figura, temida terriblemente en su infancia por las advertencias de sus padres, cosas que él considera que son buenas, y el miedo que le tenía, va poco a poco transformándose en aceptación al ver que también tiene aspectos positivos. El ser humano es capaz de auto-convencerse de casi cualquier cosa, y los adolescentes no son una excepción. En una falsa intentona por superar ese miedo infantil ante la figura del traficante, algunos pasan a considerarlo parte de su círculo personal. Sí, a los adolescentes no les gusta sentirse inseguros, y si la inseguridad no se la pueden quitar de encima por ser propia de su edad, un atajo mental más rápido es dejar de satanizar a esa figura tan peligrosa que les retrataban sus padres. No voy a entrar en los diferentes caminos mentales para tomar este atajo, no vienen al caso y pueden ser tan variados como les decía antes: los padres no entienden de drogas, las drogas de ahora no son como las de antes, el camello es de fiar y él entiende mucho de esto, etc. etc.

No se puede culpar a los padres por educar a sus hijos en la dicotomía en este caso, pero hay que advertirles para que traten de evitarlo. Sin duda lo hacen porque, conocedores en la madurez de sus terribles consecuencias, les da tanto pavor que sus hijos flirteen con los estupefacientes, que caen en la tentadora simplificación de satanizar de forma automática todos sus aspectos. Esto, siendo cierto, es contraproducente. Si bien el niño asume sin reservas como cierto lo que le enseñan sus padres, cuando se vuelve adolescente descubre una escala de grises que le deslumbra. Es ése el punto de inflexión peligroso, al descubrir que las cosas no son exactamente como se las han contado sus padres, que hay amigos suyos que “toman” y son normales, que el camello del barrio es un amigo, etc. Esa trasgresión del esquema mental que tenían hasta ahora hace que estén más abiertos todavía a otros cambios de parecer radicales sobre el tema, que exceden peligrosamente la escala de grises que se les debería haber explicado desde el principio. Del negro acaban pasando al blanco.

Por último hay un tercer subgrupo que merece ser mencionado. Es el de los osados. Hay adolescentes muy seguros de sí mismos, que son conscientes de que los traficantes son un grupo de personas particular dentro de la fauna social que nos rodea, que son perfectamente conscientes de los peligros que asumen… pero son osados, atrevidos, y están demasiado abiertos a nuevas experiencias cuyos límites ni saben ni quieren distinguir… Este grupo siento decirles que es de esos grupos de hijos pseudo-predestinados por su propia forma de ser, en la que los padres tienen poco margen de maniobra… no me gusta decir que son casos perdidos, pero la dificultad de reconducirlos es máxima. Todo lo que puedo decirles respecto a ellos es que los detecten a tiempo en la pandilla de sus hijos, y que traten de alejarlos, o al menos de advertir seriamente a sus hijos sobre ellos.

Como conclusión de este post me limitaré a darles algunas pautas que considero buenas para abordar el problema. Eduquen a sus hijos con espíritu crítico, que sean capaces de pensar por sí mismos, enseñándoles a analizar y encontrar respuestas de forma autónoma, aprendiendo a valorarse a sí mismos y lo que son, y mostrándoles los peligros y las consecuencias de tomar ciertas decisiones equivocadas… Todas estas enseñanzas no son una poción milagrosa, pero sin duda son el único camino posible para que no tomen una equivocada decisión que, no olviden, en la práctica depende únicamente de ellos: cuando se enfrenten a la situación estarán ellos solos, y lo que es seguro es que ustedes no estarán delante.

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La perpetuación del cortoplacismo o Cómo evitar fracasar en la educación infantil

Ya saben que les he hablado en otras ocasiones de los graves perjuicios que ocasiona el cortoplacismo imperante en nuestra sociedad al más alto nivel. Ya saben que también les insisto en que lo que hay por arriba es un reflejo de lo que hay por abajo. Y ahora me quiero centrar en las consecuencias de este cortoplacismo generalizado sobre la educación infantil, sin duda una perpetuación a futuro de algunos de los problemas que tenemos en el presente.

Educar a un niño es una de las tareas más arriesgadas y difíciles a las que se puede enfrentar un adulto. Servidor no les habla en absoluto desde el dominio de la materia, aquí todos somos aprendices salvo nuestros mayores, a los que deberíamos hacerles más caso, sin olvidar poner sus consejos en contexto, puesto que el pasar de las generaciones puede hacer que algunas recetas del pasado ya no sean válidas en el presente. La sociedad cambia, y los niños también. Por lo tanto nuestra forma de educarlos ha de evolucionar acorde a ello.

Es cierto que en la mayor parte de los casos los padres tienen la llave del futuro de sus hijos, y dependiendo de cómo la giren y qué mecanismos abran en sus inmaduros cerebros infantiles, el resultado “a futuro” de su psicología y comportamiento pueden ser radicalmente distintos. Aquí es donde quería llegar con ustedes. “A futuro”. Ésa es la clave. Educar a un niño requiere dosis de creatividad importantes, no sólo para darle la vuelta en determinadas ocasiones, para enseñarle a enfocar el mundo desde el prisma de nuestra experiencia adquirida a lo largo de los años, para lograr que relativice su visión personal a menudo pasional, etc. Pero la creatividad tiene otra aplicación más importante si cabe, y en la cual también aporta una cualidad como la imaginación: proyectar el futuro. Sí, eso es. Uno de los aspectos más difíciles de la educación infantil es que las consecuencias de nuestras acciones educativas de hoy muchas veces no se ven hasta varios años más tarde, con lo que en bastantes casos no hay una retroalimentación inmediata que nos permita ir corrigiendo a tiempo nuestras pautas educativas. Por ello es muy importante que los padres y las madres sean capaces de imaginarse con realismo cómo va a ser nuestro hijo en el futuro con las enseñanzas que les estamos dando en el presente.

No hay una receta mágica para ello, y las probabilidades de error no son en absoluto despreciables, pero una fórmula bastante útil y polivalente es que los adultos hagan un esfuerzo psicológico y se pongan en la piel del niño. A menudo los padres cometemos el error de juzgar y evaluar el comportamiento de nuestros hijos según nuestros propios patrones de pensamiento. Es cierto que el pensamiento de un adulto maduro es a menudo más acertado que el de un niño, pero el problema es que no por ello el niño lo va a aceptar para sí. ¿Y cuál es la solución para este galimatías?. Es el adulto el que tiene más madurez y capacidad intelectual para ser capaz de pensar como piensa su hijo. Para ello es muy importante hacer memoria y recordar cómo pensábamos nosotros mismos cuando teníamos la edad de nuestro hijo. Hagan memoria… ¿A que la cosa cambia?. Recuerdan ahora su forma de relacionarse en la infancia, cómo veían el mundo, qué pensaban de sus padres, cómo enfocaban su futuro, etc. pues mayormente sus hijos ahora piensan como ustedes pensaban entonces, y por más que les expliquen ustedes la forma de pensar que han ido puliendo con el paso de los años, no les van a hacer más caso del que ustedes les hicieron a sus padres.

A pensar como lo hace su hijo les ayudará la genética, que permite que las formas de sentir, relacionarse, etc. de los hijos se suelan parecer a la que tenían en su infancia los progenitores o sus familiares más cercanos. Detecten patrones de comportamiento, hallen similitudes con sus recuerdos de la infancia, y saquen conclusiones e intenten adivinar qué y por qué pasa por sus pequeñas mentes. No es tarea fácil, y ellos normalmente no se lo van a facilitar.

Pero abordemos por fin el tema que abría este post: el cortoplacismo. Esta proyección a futuro que les estoy sugiriendo en este post sé que no es tarea fácil, pero lo es menos aún en la sociedad de hoy en día. Y sí, este cortoplacismo también afecta a la educación de nuestros hijos. Como muestra no tienen más que mirar las nuevas generaciones y cómo sus ratios de fracaso escolar implican no sólo el fracaso del modelo educativo oficial de las últimas décadas, sino también, y más importante, de la educación que como padres les damos en casa.

Para que vean este cortoplacismo y sus consecuencias, les pondré un ejemplo muy sencillo. Antes, niño que no cenaba rápido y bien, solía irse a la cama sin cenar, y al día siguiente iba a la cena recordando el hambre de la noche anterior. Hoy en día los padres estamos muchas veces insistiéndoles permanentemente en que cenen, que se hace tarde, les ayudamos nosotros un poco, etc. Son comportamientos erróneos porque le hacen al niño aprender que para obedecer y hacer lo que tienen que hacer, siempre va a haber alguien insistiéndole, que le da una nueva oportunidad, etc. Ello deriva en que delegue la responsabilidad de sus obligaciones personales en una entidad superior, y que piense que puede retrasarse o dejar de hacer algo porque siempre va a haber ocasión de hacerlo a posteriori. ¿Qué creen que es más importante, que el niño se acabe la cena hoy, o que aprenda a ser responsable con su alimentación y que cene él solo el día de mañana?. Es la disyuntiva real que hay detrás de este ejemplo, y a la que se enfrentan muchos padres cada día. El cortoplacismo les lleva a menudo a elegir que les interesa que cene hoy todo y se vaya a la cama a su hora y bien alimentado, pero no ven que eso sólo sirve para hoy, y que es un error para mañana.

Algo similar ocurre con los deberes en casa. El adulto acaba optando a menudo por sentarse con su hijo o hija y estudiar o hacer los deberes juntos. De nuevo un error. El niño debe aprender que es su obligación, y no una forma de estar con sus padres y que éstos le medio hagan los deberes. Los padres deben distanciarse de los deberes y el estudio, limitándose a dar vuelta de vez en cuando, resolver dudas y si acaso realizar una corrección o evaluación final. Recuerden que lo que interesa aquí es poner los cimientos de un adulto responsable consigo mismo y con los demás.

Con ello ya me despido atreviéndome a sugerirles que no eduquen al niño que tienen delante en este preciso instante, sino que eduquen la proyección que ése niño tiene en un futuro aún lejano, pero que sin duda es el objetivo principal. Enséñenle a que asuma sus responsabilidades personales a la primera y con naturalidad, por desgracia, ustedes no van a estar siempre a su lado para velar por ellos. Tengan siempre en mente en sus pautas educativas que, por su propio bien, deben de ser capaces de valerse por sí mismos incluso en el fatal escenario de que ustedes les falten. Ocurra esto antes o después, estarán criando un niño que será capaz de pensar y actuar de forma independiente. Esto no asegura de por sí una educación exitosa, pero analicen bien cuál es la alternativa: una dependencia que lleva al fracaso casi seguro.

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