La paradoja del Capitalismo o el egoísmo que se vuelve solidaridad

Como muchas personas que tienen la ilusión de algún día poder dejar de tener preocupaciones por la limitación de su capacidad económica, juego de vez en cuando a la lotería primitiva. Siempre que juego pienso en la paradoja que supone el hecho de que todos los participantes en los sorteos juegan obviamente por tener opción a ganar alguno de los abultados premios, lo cual es sin duda una actitud que podemos tachar de egoísta, pues ambiciona meramente un incremento sustancial de los recursos propios (y todo lo que ello conlleva). Pero este germen egoísta, que se traduce en echar un boleto para el siguiente sorteo, en la práctica, se traduce en que entre todos los participantes, se elije imparcialmente uno al que se “libera” de la carga de tener que trabajar día a día para obtener los recursos económicos necesarios para vivir. Esto puede ser visto como un inequívoco acto de solidaridad colectiva.

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Y he aquí la paradoja a la que apuntaba antes. Egoísmo que se traduce en solidaridad. Y esta misma y sorprendente conversión de actitudes se produce en otros ámbitos más serios del sistema capitalista. Es obvia en el sector asegurador, en el Fondo de Garantía Salarial, en el Fondo de Garantía de Depósitos, en la Seguridad Social (donde la haya) y hasta en la misma recaudación de impuestos que financia los estados del bienestar.

Pero hay otros planos en los que esta paradoja se reproduce también, y que son hoy en día de plena actualidad. Me refiero a las operaciones de rescate que tanto revuelo han y están originando en la Eurozona. Una vez llegados a este punto, pasemos a analizarlo con mayor detenimiento.

¿Qué es en esencia una operación de rescate?. La cruda realidad es que no es más que la aportación de recursos económicos a un país con la mera intención de que no colapse y pueda seguir atendiendo a los pagos comprometidos con la financiación que previamente se le ha venido dando en los años anteriores. Lo único que se pretende es poder seguir cobrando las deudas. De este punto son plenamente conscientes los países rescatados en la Eurozona: no importan las prestaciones estatales, ni la justicia social, ni siquiera la economía local. Sólo importa el asegurarse el pago de los saldos deudores, y por ello ahora el IVA en Irlanda es de hasta un 23%, en Grecia se recorta lo innecesario y lo necesario, etc. Pero no nos alejemos de la intención de este post, estos rescates, a pesar de su intencionalidad y las consecuencias sobre las sociedades rescatadas, al fin y al cabo son dar recursos económicos a países “rotos” que no pueden financiarse en los mercados internacionales dada su delicada situación, y si bien es cierto que vienen acompañados de medidas draconianas, de nuevo se puede ver como un egoísmo que se torna forzosamente en solidaridad, puesto que no podrían obtener recursos económicos de ninguna otra manera.

Este último punto de los rescates, que en los últimos meses ha venido acaparando portadas de medios centrándose en el caso concreto de la Eurozona, es aplicable a la economía global. Con la globalización, la interconexión entre casi todas las economías del planeta es un hecho indiscutible, derivándose de ello el impacto que la crisis en un país puede tener en todos los países de su entorno económico. Es por este hecho por el que hoy en día, cuando ciertos países sufren dificultades económicas, de una forma u otra, se acaba articulando una asistencia internacional para acudir en su ayuda.

Pero esta “Solidaridad Interesada” no soluciona realmente todos los problemas humanitarios, puesto que es cierto que esta asistencia sólo llega a países con nexos económicos con las economías más importantes del planeta, que hacen valer en este tipo de temas su capacidad de influencia. En el caso de los países más pobres, los que se supone deberían ser los receptores primeros de la solidaridad internacional, sólo son objeto de ella en la medida que son productores de materias primas cuya interrupción de suministro impacta sobre las economías de las principales potencias. Lo cual revierte en un círculo vicioso para los países que ni tienen una economía desarrollada (y por lo tanto sin interrelaciones con las potencias),  ni tienen recursos naturales que explotar (un sector primario que permite alcanzar la relevancia económica internacional aunque no se disponga de una economía desarrollada): no importan, y como no importan cada vez se hunden más en su aislada situación.

Algunos argumentarán que esto no es solidaridad, pero centrémonos en lo positivo, a efectos prácticos, el resultado final es el mismo que el de la solidaridad genuina: los demás se preocupan de que el país en riesgo no se hunda. No entro ya en el tema de si esto se consigue o no, ni en los conflictos de intereses que se dan entre diferentes potencias económicas, ni en la ética de esta solidaridad forzosa… simplemente me ciño a reflexionar sobre su existencia y naturaleza. Pero lo que sin duda queda ahora por resolver es el tema al que apuntábamos antes: la solidaridad con los países que no importan de ningún modo, que además, tristemente, suelen ser los más necesitados.

No les discutiré que para estos casos hay que ceñirse al lema de “En vez de darles pescado, enséñales a usar la caña de pescar”: muchas ONGs hoy en día lo aplican. El problema viene cuando en un país ni hay ONG desplegando recursos, ni hay caña, ni hay pescado, ni lago en el que pescar… Este tipo de zonas están abocadas a una progresiva despoblación que, a veces, sólo se ve frenada por el repentino descubrimiento de materias primas que explotar. En África saben bien que en estos casos, es habitual que se inicie en esa zona una guerrilla que trata de dominar las zonas productoras. ¿Casualidad o causalidad?. Siento decirles que yo no tengo una respuesta, pero mucho me temo que, en algunos casos, los entresijos del poder económico son insondables.

Al final, lo que verdaderamente nos queda al común de los mortales es lo que decían nuestros abuelos: no es feliz quién más tiene, sino quien menos necesita. Porque el tener a veces nos lleva a preocupaciones que no nos merecemos, y lo que es más, si visitan ustedes algún país pobre, podrán comprobar como, por lo general, el ser humano cuanto más tiene menos feliz es, supongo que por el miedo a perder lo acumulado. ¿Nos hacen nuestras pertenencias más insolidarios?. Tal vez, pero, no se engañen, a pesar del argumento de los párrafos anteriores de que hay en nuestras sociedades un egoísmo que se torna solidaridad, la verdadera solidaridad es aquella que se produce en la escasez… porque estarán de acuerdo en que, a pesar de la diferencia de la importancia en cantidades absolutas, no es lo mismo que un millonario done para una buena causa una cantidad despreciable en comparación con su patrimonio, a que una familia Nubia comparta con la familia de al lado lo único que tienen para comer ese día. El capitalismo tiene sus cosas buenas y malas, pero es cierto que su esencia, el sinvivir de consumir y poseer, muchas veces nos hace perder el norte.

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Acerca de derblauemond

En la vorágine de la vida diaria que nos ha tocado vivir en esta sociedad del siglo XXI, apenas tenemos tiempo para pararnos a pensar, tiempo para la reflexión, tiempo para averiguar de dónde venimos y a dónde vamos. Acabamos haciendo las cosas de forma rutinaria, mecánica, como auténticos autómatas. Es por ello por lo que he creado este blog con la sana intención de, cada cierto tiempo, reservarme unos minutos de mi vida para darle vueltas a los temas que me interesan y colgarlos después en un post para compartirlos con todos vosotros. Podéis seguirme también en mi cuenta de Twitter @DerBlaueMond

Publicado el 11 septiembre, 2012 en Capitalismo, Solidaridad y etiquetado en , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 6 comentarios.

  1. Cuánta razón tienes con lo de «solidaridad interesada». En efecto: por el interés te quiero, Andrés. Así es el mundo en el que vivimos.
    Un placer como siempre leer tus post. Un abrazo.

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  2. Me gusta el post, sobre todo al tratar un tema tan sepultado en nuestro mundo.

    Sin embargo, como bien dices, yo soy de los que argumentan que eso que describes no entra en la definición de solidaridad. Que otras personas salgan beneficiadas de una actitud mía no implica solidaridad por mi parte. Digamos que son efectos colaterales. La solidaridad va más allá del resultado, de la efectividad: puedo ser solidario incluso sin conseguir objetivos. Incluso sin pretenderlos!!

    Y sobre el sistema capitalista, creo que hay pocos conceptos tan antagónicos al de «solidaridad» como «capitalismo». Recordémoslo, el objetivo de un sistema capitalista es maximizar el capital propio, aunque eso signifique minimizar los ajenos (todavía recuerdo un artículo buenísimo tuyo sobre esta otra paradoja). En base a eso, no hay solidaridad que valga, aunque se hayan introducido mecanismos como los que comentas, que son más o menos solidarios, pero van en contra de las corrientes más liberales del capitalismo.

    Un rescate tampoco tiene nada que ver con la solidaridad (o el oxímoron que utilizas de «solidaridad interesada»). No es más que lo que dices: «que no se ahoguen estos, que si no nos arrastran a nosotros detrás».
    Y es que, el capitalismo es un sistema muy paradójico: individualista por un lado (maximizar mi capital, me da igual el tuyo), pero muy colectivo por el otro (en el momento en que alguien presta a otro, ya hay una relación de dependencia, por lo que «conviene» que mi red de dependencias crezca lo más posible).

    Y por último, la escasez tampoco garantiza la bondad y la solidaridad real. He tenido la suerte de pasar unos meses en Bolivia, donde se puede palpar la realidad de un país tercermundista, y allí también cuecen habas. El problema es que la pobreza, casi siempre, va ligada a la incultura, que es prima hermana de la falta de valores, por lo que es muy común encontrarse «pobres cabrones», que no tienen problema en pisar a los suyos en cuanto tienen oportunidad. De hecho, es muy común en la cultura boliviana (la que conozco), que en cuanto alguien sube un peldaño en la escala social, empieza a despreciar a los que ha dejado atrás, repitiendo las dinámicas que ha sufrido en carnes propias hasta ese momento. Pero también es cierto que al funcionar con claves menos mercantilistas, no hay preocupación por hacer crecer el patrimonio (sí por cubrir necesidades), por lo que los productos de primera necesidad se comparten sin buscar contrapartida. Eso sí que se parece a la auténtica solidaridad.

    Y de regalo, una estrofa de una poesía-canción que me viene a la mente:

    Tener no es signo de malvado
    y no tener tampoco es prueba
    de que acompañe la virtud.
    Pero el que nace bien parado,
    en procurarse lo que anhela
    no tiene que invertir salud.

    A ver si alguien adivina de quien es (;

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    • Estupenda respuesta, casi es un post en sí misma, y realmente aporta mucho.

      Básicamente estoy de acuerdo en lo que dices, con la salvedad de que yo utilizo, como bien dices, un oxímoron para algo que tu prefieres alejar más de la palabra solidaridad.

      Respecto a tu experiencia en Bolivia, gracias por compartirla con nosotros, la considero muy interesante y ejemplificadora. Eso sí, yo matizaría entre pobres «contaminados», que sufren en sus carnes por parte de algunos ricos un desprecio que luego reproducen, y/o que ven en las teleseries y películas protagonistas «ricos» según sus estándares, a lo que de un modo u otro suelen aspirar; y por otro lado pobres (por denominarlos de algún modo según los patrones capitalistas de renta familiar, pero que en el fondo son mucho más ricos que nosotros) «no contaminados», como por ejemplo tribus en la selva, no sólo lejos de nuestros estándares de vida, sino también aislados de su influencia, que suelen encontrar en valores vitales la razón de sus días.

      Obviamente, también soy consciente de que hay de todo en todos lados, pero lo que trato de decir es que a veces el ansia por poseer o conservar lo poseído corrompe el alma, y que es más solidario el que comparte lo poco que tiene que el que da una parte de su abundancia.

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  3. 100% de acuerdo: el ansia de poseer nos corrompe como personas, y yo estoy convencido de que nos aleja de la senda hacia la realización, felicidad, o como cada uno quiera llamarlo. Por eso creo que el capitalismo no es un sistema que produzca personas felices, sino que genera una eterna insatisfacción y nos alienta a una carrera hacia adelante por tener más y más. Ahora bien, el comunismo tampoco funciona, así que, no sabría decir cual es el camino…

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    • A mí me pasa lo mismo, y sólo hay dos opciones, o sobrevivir en este sistema siendo fuerte y un poco asceta, y absteniéndose en cierta medida (dentro de lo posible) de esa parte negativa, o irse a vivir a la Amazonia. Lo segundo tiene los días contados porque nuestra civilización llega poco a poco a todos los puntos del planeta…

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